17

Noche en el sofá

1

Skale volvió a centrarse inmediatamente en la comida, dejando que Michael y Sarah digirieran la noticia de que el hombre al que habían estado persiguiendo no era humano. Michael ya había olvidado a los demonios.

Kaine. Un tangente. Era imposible. Totalmente imposible. ¿Cómo había podido un programa engañar al mundo —a la SRV, incluso— y hacerle creer que era un jugador? ¿Cómo podía tener el programa consciencia de sí mismo? ¿Era eso posible? A Michael se le hizo un nudo en el estómago. ¿Tanto había evolucionado la inteligencia artificial? ¿O había alguien moviendo los hilos de Kaine?

Entonces recordó la voz.

«Michael, estás haciéndolo muy bien».

—¿No vais a comer? —preguntó Skale, con el cuchillo a medio camino de la boca y un trozo de carne pinchado en la punta—. Odiaría ofender a mis amigos después de todas las molestias que se han tomado.

—Pero… —Michael se detuvo.

Necesitaba pensarlo bien. No solo lo relativo a Kaine, sino también al hombre que tenía sentado delante. Skale había pasado de ser el jugador más famoso de la Red Virtual a ser un pelagatos perdido en los cortafuegos de Kaine. Y, a juzgar por el silencio de Sarah y su ceño fruncido, ella opinaba lo mismo. El hambre todavía atenazaba a Michael, así que atacó su plato y dio un buen mordisco al pan, luego arremetió contra el pobre pollo. Una vez más se preguntó por qué ese animal había sido cocinado en el horno mientras los demás correteaban por ahí a sus anchas.

Skale lo asustó con sus palabras. Fue como si le hubiera leído la mente.

—Todos mis amigos saben que les llegará el día de servir como alimento. Por lo general, lo viven como un acto de honor, pues saben que han vivido una buena vida.

Por algún motivo eso enfureció a Michael.

—Se da cuenta de que nada de esto es real, ¿verdad?

—¿Quién conoce la verdadera definición de «real»? —preguntó Skale con tranquilidad mientras seguía comiendo—. Cuando uno ha estado atrapado en un mismo lugar en el Sueño durante tanto tiempo como yo, todo es tan real como lo demás. Ahora come.

Lo hicieron en silencio durante un rato. Necesitaban fuerzas para lo que les deparaba la Senda, fuera lo que fuese; lo cual, al final, impulsó a Michael a hablar de nuevo.

—Así que hay demonios. Kaine es un tangente. ¿Hay algo más que debamos saber? —Su tono era abiertamente sarcástico.

Gunner Skale terminó de masticar, bebió algo y luego volvió a limpiarse la boca con la manga, lo que dejó una mancha húmeda en la capa roja.

—Ya se os ha facilitado la información que necesitáis, si estáis dispuestos a buscarla. Espero que tengas buena memoria, hijo mío.

—¿«Hijo mío»?

—Tienes la desagradable costumbre de repetir lo que digo, muchacho. Te recomiendo encarecidamente que abandones ese hábito.

El tono del hombre hizo que Michael asintiera en silencio, sintiéndose muy humillado. El viejo conservaba parte de su llama, eso estaba claro. Pero Michael no sabía cómo planeaba Skale materializar sus amenazas veladas, a menos que los animales obedecieran sus órdenes, fueran cuales fuesen. Ser devorado por un oso no parecía muy divertido.

—¿Tiene algo más que decirnos? —preguntó Sarah. Había permanecido muy callada.

Skale se puso en pie y se quitó la capa, luego la tendió a un lado. El oso rugió —fue un sonido atronador procedente del fondo de su pecho— mientras que se acercaba, agarró la tela roja, la dobló sobre un brazo y luego se alejó. A Michael lo decepcionó que no hubiera hecho una reverencia y hubiera hablado con acento de mayordomo inglés.

—Pasemos al salón —dijo Skale—. A dar solaz a nuestras osamentas, como he prometido antes.

No esperó una respuesta. Se limitó a caminar hacia la puerta situada al fondo, a la izquierda de la sala. Michael lanzó una mirada repentina a Sarah, luego tragó un par de bocados más y bebió un último sorbo de agua. Ambos se levantaron y se apresuraron a seguir a su anfitrión. Michael estaba seguro de que su amiga pensaba lo mismo que él: quedarse a solas con todos esos animales de circo era una idea muy mala.

2

—¿Qué sabéis vosotros de lo Profundo? —preguntó Skale después de que se hubieran acomodado en enormes butacas situadas frente a un fuego acogedor y titilante, albergado por una chimenea de ladrillo.

Michael se inclinó hacia delante, picado por la curiosidad.

—¿Se refiere a Sangre vital profunda?

Sangre vital profunda —repitió el hombre con un resoplido—. ¿Es el único programa que creéis que ha llegado a ese nivel?

Michael no entendía a qué se refería.

—¿Al nivel profundo? —preguntó Sarah.

Skale asintió en silencio, sin apartar la mirada del fuego ni un instante. Michael veía las llamas danzantes reflejadas en sus ojos.

—Sí, ¿a cuál si no? Lo Profundo ha estado presente desde los inicios de la Red Virtual y solo un par de programas han alcanzado ese nivel. Sangre vital es el único juego público de esa clase, y no merece el calificativo de «profunda».

—¿Qué otros programas hay? —preguntó Michael.

—Eso lo tenéis que descubrir por vosotros mismos, llegado el momento. Pero uno de ellos es el Desfiladero Consagrado. —Skale se puso en pie, se acercó a la chimenea y avivó las llamas con un atizador de acero—. Es un programa creado por Kaine, oculto en lo Profundo. La Senda lo conecta con niveles más elevados de la Red Virtual. Tenéis suerte de haber llegado tan lejos, y tendréis más suerte todavía si lográis recorrer todo el camino. —Se calló y se volvió hacia Michael y Sarah—. Permitid que os haga una pregunta: ¿no os habéis planteado cómo puede haber sido creada una senda así? ¿Una senda hasta la que la gran y poderosa SRV necesita que la llevéis?

Michael quería saberlo todo, pero no tenía ni idea ni de qué preguntar.

—Entonces… ¿por qué está contándonos todo esto? Lo único que está facilitándonos son acertijos y claves que no nos ayudan.

—¡Nada de claves, chico! —El hombre lo dijo casi gritando. Retrocedió y se sentó en su butaca—. Yo solo estoy hablando para matar el tiempo hasta que salgan los demonios. Aunque empiezo a cansarme. A todos nos vendría bien dormir.

—¿Cuándo salen los demonios? —preguntó Sarah, como si estuviera preguntando la hora.

Skale se levantó, una vez más, contemplando el fuego, como hipnotizado.

—Salen cuando están listos para aniquilar y destripar. Ahora, buenas noches. El oso os acompañará hasta vuestras camas. —Echó una última y prolongada mirada hacia las llamas, luego se volvió y se alejó caminando, y desapareció por una puerta de madera que se cerró tras él.

A pesar de lo cansado que estaba, el sueño era lo último que Michael se sentía capaz de conciliar.

—Ha dicho otra vez esas palabras.

—¿Qué? —preguntó Sarah.

—«Destripar y matar». ¿Es que a este tío no le han enseñado nada sobre los cuentos para ir a dormir? —«A lo mejor el oso nos cuenta uno que sea un poco más alegre», pensó Michael, apesadumbrado.

3

A pesar de que Skale había dicho que lo conducirían a su cama, Michael fue acompañado hasta un destartalado sofá. Se trataba de un mueble con una superficie dura e incómoda, que chirriaba cada vez que se movía, pero era preferible al suelo. Tiró de una áspera manta de lana hasta colocársela por debajo de la barbilla y cerró los ojos. Una vela ardía en una mesita que había a un lado, y percibía su fulgor tembloroso incluso con los ojos cerrados.

Sufrió el ataque de repente.

Un dolor brutal y desgarrador le atravesó el centro de la cabeza, de forma tan repentina que se cayó del sofá, frotándose las sienes con ambas manos. Un sonido ensordecedor le retumbaba en el cerebro, acompañado de una luz cegadora; aulló de forma agónica y se dio cuenta de que Sarah aparecía a su lado, lo agarraba por los hombros, lo zarandeaba y le preguntaba qué le ocurría. Michael se revolvía, intentaba ahuyentarla, pues no sabía qué podía hacerle.

Las imágenes cruzaban su mente como ráfagas. Su madre y su padre; siluetas que se tambalearon hasta desaparecer como una voluta de humo en el viento. Luego Helga, con el rostro desfigurado por el terror. Ella también desapareció. A continuación, Bryson, que le miraba fijamente, con los ojos inyectados en odio. Luego desapareció.

El dolor no remitía, y él sabía que si empeoraba se desmayaría o, posiblemente, moriría. Intentó levantarse. Abrió los ojos y vio a Sarah en el suelo, observándolo con expresión aterrorizada. La vela seguía ardiendo, pero había pasado a parecer más brillante que el sol, y Michael tuvo que apartar la vista. Se tambaleó, estiró los brazos para recuperar el equilibrio; tenía la sensación de que arriba era abajo y de que abajo era arriba. Como si la habitación estuviera girando y, en cualquier momento, pudiera caer sobre las vigas de madera que cruzaban el techo.

El sofá empezó a extenderse, y continuó extendiéndose, haciéndose cada vez más y más largo, aunque la habitación seguía teniendo el mismo tamaño. La cabeza de Sarah se agrandó hasta convertirse en una monstruosidad de la casa del terror. Los tablones del suelo comenzaron a combarse y a retorcerse, doblándose como si estuvieran hechos de goma. Y Michael tenía metido en la cabeza el ruido de la horda al despedazar a Bryson.

Se tapó los oídos con las manos y se apretó la cabeza como para mantenerla de una pieza. En alguna parte de su inconsciente vio a los KillSims y el club Negro y Azul. Ellos le habían hecho aquello. Le habían lesionado el cerebro. Los antiprogramas debían de haber actuado tanto dentro como fuera del Sueño.

El dolor lo taladraba sin tregua, y el mundo que lo rodeaba se tornaba cada vez más raro. Brazos que se alargaban saliendo de paredes de piedra; corazones palpitantes suspendidos en el aire; una fuente de sangre que manaba del suelo; una pequeña niña en una mecedora; un animal cojo en el regazo de esta. Y el agónico lamento de un atormentado invisible…

Y entonces todo cesó.

La habitación quedó en silencio y todo volvió a ser como era antes del ataque. Y pese a que tan solo unos segundos antes habría parecido imposible, el dolor de cabeza se había esfumado.

Michael se desplomó sobre el sofá, con la ropa empapada en sudor. Sarah se acomodó junto a él enseguida, y lo cogió de una mano con el rostro demudado por la preocupación.

—¿Otra vez? —le preguntó.

Michael se sentía como si hubiera corrido veinte kilómetros.

—Creo que me estoy muriendo.

4

Skale no se despertó. O al menos, si lo había hecho, no se acercó para ver si sus invitados estaban bien. Sarah se sentó junto a Michael en el sofá y lo rodeó con los brazos. No dijeron ni una palabra, y él se sintió agradecido de que ella no lo presionara para que le explicara su experiencia. Pensó en la suerte que tenía de contar con una amiga tan maravillosa.

Al final ambos se quedaron dormidos, y Michael no soñó. Durmió un sueño profundo, pesado, libre de pánico y miedo. Durmió como si estuviera muerto.

5

Gunner Skale los despertó zarandeándolos. El hombre se había vuelto a poner su capa roja y estaba inclinado sobre Michael y Sarah, con el rostro oculto entre las sombras.

—¿Ya ha amanecido? —preguntó Michael.

—Nunca amanece en el santuario Mendenstone —le respondió Skale—. Es nuestra maldición y nuestra bendición a un tiempo, pero no hay tiempo para explicaciones. Vuestros demonios han llegado.

6

Las palabras de Gunner Skale hicieron que Michael y Sarah se levantaran de golpe.

—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Michael al viejo.

—¿Dónde están los demonios? —añadió Sarah.

—Vuestros demonios van siempre con vosotros —contestó Skale. Su voz sonaba incluso más áspera que el día anterior—. A estas alturas, ¿todavía no lo habéis entendido? Siempre con vosotros, es imposible escapar de ellos. Pero jamás podréis adivinar cuándo van a manifestarse. Tened cuidado, niños míos. Ahora venid. Deprisa.

—¿Adónde vamos? —inquirió Sarah con insistencia.

Skale no respondió, se limitó a cruzar la habitación, abrió la puerta y salió deslizándose al vestíbulo. Michael tomó a Sarah de la mano y lo siguieron hacia la oscuridad. El chico apenas distinguía la silueta de Skale avanzando en dirección a la escalera, y se apresuró, tirando de Sarah, para ponerse a su altura.

El grupo bajó los peldaños y Skale los guio hacia la zona de comedor donde habían cenado la noche anterior.

—Por favor, tomad asiento —les dijo, haciendo un gesto en dirección a las sillas de madera—. Iré a pedir a nuestros amigos que se unan a nosotros.

A Michael le costaba asimilar lo que ocurría. Se sentía atontado por el sueño y, aunque el dolor había desaparecido, todavía estaba débil debido al ataque; el dolor y las alucinaciones eran lo que tenía más presente. ¿Y se suponía que debía prepararse para una batalla contra unos demonios? ¿A qué se refería Skale con que estaban siempre ahí? Negando con la cabeza, Michael se sentó en una silla e hizo una mueca de disgusto por el ruido de las patas al arrastrarse por el suelo. Tal vez lograran salir de aquello hackeando el programa antes de que empezara todo.

Sarah se sentó a su lado.

—Tenemos que pensar. Él ha dicho que ya nos había facilitado toda la información que necesitamos. ¿Puedes recordar el resto de lo que ha dicho? Creo que tiene algo que ver con la oración de antes de la cena.

—Sí —reconoció Michael, pero ni aunque le fuera la vida en ello podría recordar una sola palabra—. Lo único de lo que me acuerdo es de lo que dijo sobre Kaine.

—Sí, ya lo sé.

Michael se inclinó sobre la mesa, apoyó la cabeza en las manos y cerró los ojos. Comprobó el código que los rodeaba.

—Todavía no veo nada que pueda ayudarnos a salir de esta.

—Yo también lo he intentado un par de veces. —Sarah tamborileó con los dedos sobre la madera—. En su oración ha dicho algo acerca de arrodillarnos ante nuestros antepasados. Estoy segura de que eso es una clave.

Michael iba asintiendo, lentamente y en silencio, mientras ella hablaba.

—Es posible. Es muy raro lo inaccesible que parece el código en este lugar. En la Senda. —Sintió ganas de aporrear la mesa de frustración.

Gunner Skale entró por la puerta, lo que puso punto y final a su conversación. Y no iba solo. Una a una, las criaturas salvajes que ya habían conocido fueron entrando tras él. Volaban e iban a cuatro patas, reptaban y caminaban. El oso, el ganso, el tigre, el perro, la ardilla. Una docena más. Y con ellos llegaron los olores del bosque; a tierra mojada, a musgo y a podredumbre.

Las criaturas llenaron la sala y, poco a poco, fueron acomodándose alrededor de la misma, todas con la espalda pegada a la pared, con los ojos clavados en los dos visitantes, que permanecían en sus asientos. Un silencio incómodo reinaba en la atmósfera, roto solo por algún ronquido o gruñido ocasional. Y para Michael, todas y cada una de las criaturas tenían cara de no desear otra cosa que comérselo para desayunar.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Michael a Skale, y se sorprendió al darse cuenta de que estaba susurrando. Se aclaró la voz y habló más alto—. ¿Por qué tengo la sensación de que estoy a punto de ser sacrificado para el gran dios animal de las alturas?

Skale se tomó su tiempo para atravesar la habitación y se detuvo junto a la silla. Michael estiró el cuello para ver la cara del hombre, bien oculta detrás de la capucha roja.

—Porque —dijo el hombre— eso es exactamente lo que está a punto de ocurrir.

Michael se puso en pie de un salto y tiró hacia atrás la silla, que cayó al suelo con un estruendo. Pero antes de que pudiera reaccionar, el viejo pronunció dos palabras que le helaron la sangre.

—Demonios, emerged.

7

Gunner Skale no había mentido al afirmar que los demonios habían estado con ellos desde el principio. Eran los animales.

El primero que vio Michael fue el oso. Este abrió sus enormes fauces y dejó escapar un rugido grave y estruendoso en dirección al cielo. Entonces empezaron a desprendérsele el pelaje y la piel, como virutas de madera que se rizasen al calor de una llama. Por debajo del pellejo había una espantosa cara cubierta de cicatrices, y sus ojos habían cambiado de color hasta tornarse de un amarillo de brillo imposible, como los ojos que Michael había visto en el bosque.

De forma gradual, el resto del cuerpo de la criatura fue emergiendo de su peludo disfraz. Músculos abultados, espalda encorvada, omóplatos marcados, patas con garras: no tenía nada que ver con el oso que le había servido la cena hacía solo un par de horas. Un rugido gutural se le escapó de entre los belfos, que se retiraron y dejaron a la vista unos dientes enormes. No obstante, seguía sin moverse. Permanecía quieto, de espaldas a la pared.

Michael se sentía fascinado con la transformación. En ese momento, el resto de los animales estaba pasando por el mismo proceso que el oso: la piel estaba retirándose para dejar a la vista aterradores demonios despellejados de todas las formas y tamaños.

—Creí que estaba aquí para ayudarnos —dijo Sarah a Skale, quien seguía de pie, impertérrito ante el giro de los acontecimientos—. ¿Qué se supone que debemos hacer?

—Ayudaros es exactamente lo que estoy haciendo —replicó Skale, con un tono curiosamente alegre—. Enfrentaros a vuestros demonios cambiará vuestras almas para siempre. Y vuestras muertes en la Red Virtual os enviarán de vuelta al Despertar. Os libraréis de veros atrapados en este lugar como me ha ocurrido a mí. Tal vez vuestros antepasados pronto estén con vosotros, hijo mío, hija mía.

Michael miró la puerta y lo vio con claridad: dos demonios bloqueaban el paso. Sarah y él solo tenían que salir disparados y cruzarla. Agarró de la mano a su amiga, sin pensar en qué ocurriría a continuación; solo podían hacer una cosa.

Michael arremetió hacia delante y agarró a Skale por la capa, obligándolo a volverse hasta que tuvo el brazo fuertemente apretado alrededor del cuello del hombre. Skale tosió, ahogado. Los demonios reaccionaron todos a una: rugiendo, dieron un paso adelante. Entonces sí que se enfadaron.

—¡Atrás! —gritó Michael, esperando que las bestias lo entendieran—. Si os acercáis más le parto el cuello.