16

Un hombre aislado

1

En cuanto desapareció el cuerpo de Bryson, la horda se paralizó y el pasillo volvió a quedar en silencio. Michael y Sarah se levantaron, muy poco a poco, procurando no hacer ningún movimiento brusco. Bryson se había ido —no podría volver a reunirse con ellos en la Senda—, y el trauma de haber presenciado lo que su amigo sufría cegaba a Michael como una neblina oscura. Deseaba hablar con Sarah sobre lo que Bryson había dicho, pero no quería arriesgarse a despertar a los muertos vivientes.

Se centró en lo único que podía: llegar hasta esa puerta. Toqueteó el código para tratar de encontrar alguna forma de acallar los sonidos que producían; era algo muy básico, aunque casi imposible por la complejidad del cortafuegos. Sin embargo, al final lo logró. Sarah se dio cuenta e hizo un gesto de asentimiento para agradecérselo.

Paso a paso, avanzaron hasta su objetivo y llegaron al obstáculo final: la montaña de cuerpos que le habían quitado la vida a Bryson. Michael se pegó a la pared y fue avanzando entre brazos y piernas. Era algo que le ponía los pelos de punta, pese al modo silencio que había programado, y tenía la frente perlada de sudor. Se moría de sed, tenía la boca seca, como si la tuviera llena de polvo.

Al final Michael llegó al otro lado del montón de cuerpos inmóviles con Sarah a la zaga. Apretaron el paso, caminando fatigosamente, como si lucharan por avanzar en medio del barro.

Entonces llegaron a la puerta; «La hermosa puerta», pensó Michael. La tenía justo delante. Y, al igual que aquella por la que habían entrado, no estaba cerrada con llave. La abrió, entró y tiró de Sarah, que iba detrás de él, agarrándola de la mano.

Antes de que Michael pudiera hacerse una idea de dónde se hallaban, cerró la puerta de un portazo. Luego se volvió y descubrió un nuevo entorno.

Era un espeso bosque de árboles gigantescos, cuyas ramas se encontraban envueltas en neblina como musgo. Un sendero de tierra recorrido por infinidad de pasos lo atravesaba, e invitaba a Michael y a Sarah a sus profundidades. Y cerca de donde empezaba dicho camino, bajo las ramas de un enorme roble, había un hombre de rostro pálido con una capa roja, con la capucha echada.

—Pero, bueno, menuda pareja —dijo el desconocido.

2

Por algún motivo, la primera reacción de Michael al oír aquellas palabras fue volverse de golpe y comprobar si la puerta seguía ahí. Así era, instalada en un enorme muro de granito gris. Y cerrada a cal y canto. No estaba seguro de por qué lo había hecho: regresar al pasillo de los muertos vivientes era lo último que deseaba. Por otro lado, percibía algo siniestro en ese bosque y en el hombre que los había recibido.

Se giró para mirar al desconocido de frente. Como era de esperar, seguía de pie junto al roble, de brazos cruzados. La capa roja brillaba bajo la tenue luz.

Michael observó con más detenimiento la cara del hombre. Era viejo, pero no anciano. Tenía la piel arrugada, pero no reflejaba esa fragilidad de los últimos años de una vida. Tenía los labios finos, nariz aguileña y la barbilla puntiaguda. Y sus ojos… eran azules, casi plateados, tan brillantes que parecían refulgir desde el interior.

—¿Dónde estamos? —Sarah formuló la ya familiar pregunta—. ¿Quién es usted?

La voz del hombre era áspera.

—Estáis en la linde del bosque de Mendenstone, un lugar de oscuridad y muerte. Pero no debéis tener miedo, mis jóvenes amigos. Entre los majestuosos muros de estos pinos y robles se oculta un lugar de meditación, donde encontraréis comida y refugio. Y protección de los seres que aniquilan y destripan.

Michael había visto mucha oscuridad y muerte; tenía muy claro que no quería ver más. Lo que sí quería era comida. Le sonaban las tripas, y le daba igual si ese tipo era un asesino en serie. Si tenía comida, lo seguiría a cualquier parte.

Sarah no estaba tan desesperada.

—¿Qué le hace pensar que confiaremos en usted para que nos lleve a ninguna parte? Hasta ahora hemos estado solos, ¿por qué íbamos a marcharnos con la primera persona que estuviera esperándonos?

—Tiene comida —susurró Michael, tras inclinarse hacia ella.

El desconocido separó las manos y las dejó a ambos lados del cuerpo. Ninguna otra parte de su anatomía se movió, tampoco la capa.

—Soy un hombre de paz. Podéis confiar en mí, jóvenes. Venid. Venid conmigo y visitad el lugar.

Michael estuvo a punto de echarse a reír, pero se moría de hambre.

—Está bien —dijo. Sarah tenía intención de protestar, pero Michael alzó una mano para que no lo hiciera; no le importaba aguantar la bronca que le caería más tarde si conseguía comer—. Pero si intenta algo raro, lo enviaremos de regreso al Despertar sin pensarlo ni un segundo.

El hombre sonrió, sin rastro de temor en sus brillantes ojos.

—Por supuesto —respondió.

El desconocido se volvió y avanzó por el camino, que desaparecía entre los árboles. Cuando dio el primer paso, una criatura peluda subió a todo correr por la espalda del hombre y se posó sobre su hombro. Parecía una especie de hurón o comadreja. El animalillo se irguió y empezó a olisquear el aire con su hocico de roedor.

—Mira eso —susurró Michael a Sarah.

Michael vio que ella abría los ojos de par en par, sorprendida, al ver al acompañante del hombre.

—Reconócelo, eso es algo rarito —respondió la chica en voz baja—. Razón número trescientos de por qué no deberíamos seguirlo.

La lógica empezaba a ganar terreno al hambre, y Michael comenzaba a estar de acuerdo con su amiga. Pero, en ese instante, el desconocido se giró y les dijo algo con lo que puso fin al dilema.

—Jamás llegaréis a la próxima etapa de la Senda sin mi ayuda —sentenció—. No importa lo mucho que hackeéis el código, jamás alcanzaréis el Desfiladero Consagrado.

Entonces reemprendió la marcha y se adentró en la penumbra del bosque.

3

—Vamos —dijo Michael, y cogió a Sarah por un brazo mientras seguía a su nuevo amigo.

Ella se soltó, pero se colocó a su lado.

—Es como seguir a una serpiente hasta su madriguera. Apuesto a que este tipo ha matado a cientos de niños.

Se internaron en el bosque; los gigantescos árboles se elevaban sobre ellos. Los había de follaje espeso y cubiertos de largas y tersas estelas de musgo. Además crecían muy cerca unos de otros, y el camino describía una perfecta línea recta por el centro. La magia de la programación.

—Seguramente no es más que un tangente —conjeturó Michael, estirando el cuello para ver qué tenían alrededor.

La única luz del bosque provenía de los propios árboles, cuyos troncos surcados de cicatrices refulgían con un tono azul fantasmagórico. A medida que iban adentrándose en el bosque, las ramas y hojas estaban más cerca del suelo, como si quisieran echar a los recién llegados.

—Entonces ¿por qué le has dicho que lo enviaríamos de vuelta al despertar? —preguntó Sarah.

—Por decir algo —respondió él. No le apetecía demasiado hablar.

El hombre seguía un ritmo constante que lo mantenía a unos seis metros por delante de ellos, con su extraña mascota encaramada al hombro. El aire era fresco y todo olía a humedad y a tierra mojada. Michael pensó que habría resultado una atmósfera agradable, de no haber sido por cierto hedor a podredumbre que invadía sus límites. Los únicos sonidos que se oían eran los emitidos por los grillos y el ocasional ululato de un búho.

—Supongo que no teníamos ninguna alternativa —murmuró Sarah—. No encuentro en el código otro sitio hacia donde ir.

—¿Todavía tienes dudas acerca de esto? —replicó Michael.

—Era solamente un comentario —contestó encogiéndose de hombros. Continuaron caminando un rato en silencio hasta que ella añadió—: Tenemos que hablar de lo que ha dicho Bryson. Ha sido como si se le ocurriera de pronto, pero ¿por qué se ha asustado? ¿Qué ha visto en el código?

Michael recordaba hasta el último detalle del momento final de su amigo.

—Lo que ha dicho ha sido muy raro. «¿Y si Kaine en realidad no es un jugador?». ¿Qué significa eso?

Sarah sonrió.

—No hacemos más que preguntarnos el uno al otro. Necesitamos respuestas.

—Sí. —Michael apartó con la mano una rama baja y alargada—. A Bryson le fastidiaba mucho lo complicado que es el código de la Senda. Entiendo por qué le costaba aceptar que Kaine fuera capaz de programarlo. Parece imposible.

—¿Por eso cree que Kaine no es real? —preguntó Sarah—. ¿Como si fuera un nombre inventado por un grupo de personas que han hecho todo esto?

—Puede ser —contestó Michael encogiéndose de hombros—. Tú sigue pensando en ello. Revisa el código cada poco tiempo. Conseguiremos averiguarlo.

—Vale. Solo que… hay que andar con pies de plomo y permanecer alerta.

—¿Que andemos con pies de plomo? —repitió él, remarcando la última palabra con tono sarcástico—. ¿Que permanezcamos alerta? ¿Lo dices en serio?

—¿Cómo?

Michael soltó una breve risotada.

—Hablas como Sherlock Holmes. ¿Vas a sacar una lupa? ¿Una pipa, tal vez?

Sarah sonrió.

—Luego ya me darás las gracias, cuando te haya salvado la vida.

—No te preocupes. Mantendré los ojos bien abiertos y el oído aguzado. ¿Qué tengo que hacer con la nariz?

—Cierra el pico. —Apretó el paso para adelantar a Michael.

El chico lanzó una mirada rápida a su guía, a aquel hombre que caminaba con placidez, con la comadreja en el hombro meneándose con cada paso de su dueño, pero sin perder el equilibrio. A continuación Michael se fijó en el bosque que flanqueaba el camino por ambos lados.

Los troncos refulgentes de los árboles eran gruesos y altos, y se elevaban hacia lo alto en dirección al cielo negro. La forma en que proyectaban esa luz mortecina —que apenas penetraba en la oscuridad de la noche—, por algún motivo, hizo que Michael tuviera la sensación de que Sarah y él se encontraban flotando por las olvidadas profundidades marinas. Eso lo descolocó un poco y tuvo que respirar hondo un par de veces para recordarse que estaba caminando a cielo abierto.

El camino rodeaba un árbol incluso más alto que los que habían visto hasta ese momento, y cuando Michael pasó por su lado, su mirada captó de forma instantánea lo que le esperaba tras este. A unos pocos metros bosque adentro, lo observaban dos ojos de un amarillo intenso. Michael se sobresaltó, se tambaleó y siguió avanzando por el camino de espaldas, sin atreverse a apartar la vista. La cabeza se le llenó de imágenes de los KillSims.

Los ojos lo seguían, pero el ser que los poseyera se había quedado quieto y, en cuanto el camino describió un giro, un grupo de árboles tapó la visión del animal, de la criatura, del monstruo. De lo que fuera eso.

Michael tropezó con Sarah y volvió a mirar al frente.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella.

—Lo siento —fue todo cuanto logró decir. Estaba muerto de miedo y solo quería llegar a casa del desconocido, aunque tuvieran que compartirla con ese bicho mezcla de hurón, comadreja y rata.

4

El bosque era interminable.

Michael advirtió tres pares más de ojos amarillos, aunque, al igual que con los primeros, las criaturas no se movieron salvo para seguirlo con la mirada. Sin embargo, el mismo miedo atenazador lo invadía cada vez que ocurría, y empezó a caminar más rápido.

—¿Por qué te ha entrado tanta prisa de repente? —le preguntó Sarah mientras él observaba de reojo al cuarto animal.

—No paro de ver ojos alrededor de nosotros —respondió. Percibió el miedo en su propia voz—. Son como los del KillSim. Pero más pequeños, no es exactamente la misma criatura.

—Ah, ¿y has decidido ponerme en medio?

—Sí, algo así. —Michael sonrió.

Ella estaba a punto de volverse para echar un vistazo cuando el desconocido de la capa se detuvo.

—Esta visión siempre hace que se me salten las lágrimas —declaró el viejo.

Había abierto mucho los ojos, como cautivado, y en honor a lo que había dicho, las lágrimas empapaban sus mejillas, destellando bajo el brillo de los árboles del bosque. Michael se giró y contempló lo que había captado su atención.

Justo por delante de ellos, en el camino, las ramas de dos árboles se habían unido, formando un prieto bucle que se arqueaba por encima del camino. Colgando del centro del arco había un letrero de madera con letras amarillas pintadas a mano. Brillaban como iluminadas por un neón.

SANTUARIO MENDENSTONE

MAESTRO SLAKE

SUPERVISOR JEFE

SED TODOS BIENVENIDOS

—¿Maestro Slake? —preguntó Michael—. ¿De qué es usted maestro?

El hombre se volvió con brusquedad y le lanzó una mirada implacable.

—Estoy aquí para ayudaros, muchacho. Demuestra respeto o mi… —Se quedó callado y clavó los ojos en Sarah, luego de nuevo en Michael—. Da igual. Venid y comed conmigo. Mis amigos nos prepararán un delicioso festín. Podemos sentarnos y dar solaz a nuestras osamentas junto al fuego mientras comemos y bebemos. Después os contaré cómo llegar al Desfiladero Consagrado. A partir de aquí, descubriréis que es todo muy simple. Muy simple, en efecto.

A Michael se le ocurrieron una docena de preguntas, pero el hombre reemprendió la marcha, dirigiéndose hacia la arcada. Pese a que Michael dedicó a Sarah una mirada de preocupación, ambos lo siguieron. Al menos ese hombre respondía a las preguntas.

5

En realidad el bosque no terminaba donde colgaba el letrero de madera, pero el claro que se abrió ante ellos cuando pasaron por debajo de aquel lugar albergaba una serie de árboles desperdigados, en contraste con los troncos amontonados de la densa arboleda. En el cielo relucía una luna brillante, que proyectaba sombras alargadas y angostas. A unos treinta metros de allí se encontraba el Santuario Mendenstone: un edificio alargado y de planta baja. Estaba construido totalmente de madera, y parecía agrietado por todas partes, a punto de hundirse. Había un enorme cartel de bienvenida sobre lo que Michael supuso que era la puerta de entrada. Esta se encontraba abierta de par en par y revelaba una oscuridad iluminada únicamente por el titileo de las llamas.

Michael esperaba que el hombre dijera algo como «Hogar, dulce hogar», pero permaneció callado y se encaminó hacia esa puerta iluminada desde el interior El chico se apresuró a alcanzarlo. Se sentía algo más relajado, aunque tal vez fuera solo porque el hambre había ganado la partida a la sensatez.

—Ha mencionado a sus amigos —le dijo Sarah al hombre—. ¿Cuántas personas viven aquí? ¿Son ustedes una especie de monjes o algo así?

La comadreja posada sobre el hombro de Slake olisqueó el aire cuando este soltó una risotada de asombro.

—¿«Monjes»? Supongo que podríais llamarlos así. —Volvió a reír.

Michael lanzó una mirada a Sarah. Su amiga no se alegraba de estar allí, y su mirada expresaba que, ocurriera lo que ocurriese, sería culpa de él.

Michael se volvió hacia Slake.

—¿Qué quiere decir? ¿Quiénes son?

—Estáis a punto de averiguarlo —respondió el hombre y luego añadió alegremente—: Espero que tengáis hambre.

Esa última palabra dejó a Michael de nuevo a merced del viejo. Estaba dispuesto a hacer casi cualquier cosa por algo de comida de la Red Virtual.

—Ya hemos llegado —anunció Slake y se detuvo a unos pasos de la puerta abierta.

Michael echó un vistazo a su alrededor, pero no logró distinguir nada. Solo el temblor de las sombras proyectadas por el fuego.

Sin embargo, sí se oían sonidos. De seres que correteaban por el suelo de madera. Cacerolas y platos que entrechocaban y repiqueteaban. Extraños gruñidos y bisbiseos que no eran humanos.

El maestro Slake se volvió hacia Michael y Sarah, con expresión de franca preocupación.

—Por favor, no os asustéis. Son amigos míos.

Y, tras decir eso, entró al santuario.

6

Tanto Michael como Sarah vacilaron, a la espera de que fuera el otro quien entrara primero. Al final Sarah se acercó a Michael y lo empujó por el brazo.

—Después de ti —le dijo con una mueca. No se molestó en disimular su miedo.

—¡Eres tan amable!

—Ya lo sé.

Michael sabía que, en cualquier momento, podía ocurrir algo. La Senda estaba ideada para mantener a las personas alejadas del Desfiladero Consagrado, no para ayudarlas a encontrarlo. Pero hasta que no supieran a qué se enfrentaban, no tenía sentido salir corriendo, ni siquiera revisar el código. Lo único que podían hacer era seguir adelante.

Dio un paso de prueba y se detuvo en el umbral, agarrado a la madera del marco mientras echaba una ojeada a lo que había en el interior.

Una mesa baja y alargada se extendía de un extremo al otro de la enorme sala. Dispuestos sobre ella, había bandejas y platos llenos de una comida de aspecto exquisito, más suculenta de lo que jamás habían visto. Sin embargo, no tardaron en fijarse en los cuerpos que se movían por allí. Aparte del maestro Slake, ninguno de ellos era humano.

Un perro sarnoso —de casi un metro de alto— cruzó corriendo la sala, justo por delante de Michael, con una taza en la boca. A la derecha del chico, un enorme oso negro, con clapas en el pelaje del pecho, estaba inclinándose para recoger una bandeja de magdalenas colocada sobre la ventana de servicio que daba a la cocina. Un oso. Con una bandeja. De magdalenas. Michael tuvo que recordarse a sí mismo que no pasaba nada, que cualquier cosa era posible en la Red Virtual.

Un tigre le pasó caminando por detrás de las piernas, sosteniendo un jarro lleno con las patas delanteras. Un ganso agitaba las alas y usaba el pico para ir empujando los platos a un lado y a otro, con el fin de colocarlos bien. Había un zorro que arrastraba una bandeja con un enorme pavo de Acción de Gracias encima. Un león sujetaba el asa de una panera entre sus dos enormes colmillos. Encima de la mesa, un gato trinchaba un pollo con un cuchillo.

Aunque pareciera raro, una de las primeras cosas que se preguntó Michael fue por qué a esos animales no les importaba que cocinaran a sus amigos. A lo mejor los gansos y los pollos no pertenecían al mismo escalafón social.

Sarah se había situado detrás de Michael y había pegado la cara al brazo de su amigo para tratar de asimilar la escena.

—¿Sigues teniendo hambre? —preguntó.

—Creo que si consigo ignorar lo de ese perro que lame nuestros platos, podré comer. —Sintió unas ganas irreprimibles de reír. Pensar que había sentido tanto miedo por lo que encontrarían en el santuario… Y ahora estaban dentro de un cuento infantil. Solo faltaba que los animales se pusieran a cantar mientras trabajaban para que todo fuera perfecto.

El maestro Slake había tomado asiento en la cabecera de la mesa, y el gran oso se inclinó para colocarle una servilleta en el regazo. Resultó cómico ver como el hombre daba las gracias al plantígrado y la criatura partía a realizar alguna otra tarea.

—Sentaos —ordenó Slake, como un rey a la mesa con sus súbditos—. Aquí hay más comida de la que podríais comer jamás. Incluso en el Sueño.

El hambre se apoderó de la voluntad de Michael. Sarah intentó agarrarlo por el brazo, pero él se zafó y fue a sentarse junto a Slake. En cuanto lo hizo, una ardilla empujó un plato lleno de comida humeante hasta situarlo delante de él. El roedor le echó un rápido vistazo con sus ojillos como cuentas; luego salió correteando.

Sarah se unió a ellos y se sentó frente a Michael, y, poco a poco, su expresión pasó del disgusto a algo semejante a la gula. Su amigo pensó que los aromas eran demasiado deliciosos.

—Por favor, tomadme de las manos y recemos una oración de agradecimiento a los espíritus de nuestros antepasados, hombres y bestias. —El maestro Slake alargó las manos y sus invitados se las cogieron.

El hombre cerró los ojos.

—A los que llegasteis antes que nosotros —empezó a decir—. Solicitamos vuestra presencia para que nos contempléis con benevolencia en este día. Os pedimos que bendigáis nuestros alimentos y bebidas. Dos viajeros han llegado a nuestro humilde santuario, donde atendemos las necesidades de aquellos que penetran en el bosque oscuro. Bendecidlos, amados espíritus. Bendecidlos con fuerza y esperanza. Que logren derrotar a los demonios que los acechan y que puedan continuar su viaje por la Senda. Amén.

Slake los soltó de las manos, abrió los ojos y empezó a comer: tomó un muslo de pavo y lo devoró como un perro hambriento. La grasa le chorreaba por la barbilla y un trozo de carne le colgaba de la comisura de la boca.

Michael tuvo que apartar la vista. Estaba dándole vueltas a las palabras de la oración y tenía que formular la pregunta obligada.

—Ha dicho algo sobre unos demonios —comenzó, removiendo su comida para no tener que mirar a su anfitrión mientras comía—. ¿Solo era… algo típico de las oraciones?

Slake se rio.

—¡Oh, no, querido muchacho! Desde luego que no. Cada palabra dirigida a nuestros antepasados la he pronunciado con toda la intención. Espero que podáis arrodillaros a sus pies antes de que los demonios os destripen.

Michael estuvo a punto de atragantarse con un pedazo de carne. Logró tragarla y carraspeó.

—¿Quiere contarnos algo más sobre esos demonios?

—¡Oh, hijo mío! —El hombre se limpió la boca con una manga—. Esa es la menor de tus preocupaciones. El mundo exterior está empezando a aprender algo que vosotros, los dos, todavía no habéis entendido. Aunque sé que ambos sois adeptos al código, y seguramente tan buenos como vuestro amigo… Bryson, creo que se llamaba.

A Michael se le estaba erizando el vello de la nuca.

Sarah apretaba con fuerza el tenedor.

—¿De qué está hablando? —le preguntó con tono amenazante.

—Por favor —repuso Slake con voz aterciopelada—. No nos pongamos hostiles. No hay necesidad. Ya he tenido demasiada hostilidad en la vida. Años de juego pueden enfrentarte a muchos enemigos. Yo era… bastante bueno en eso, ¿sabéis? Hasta que encontré mi sitio aquí, en esta Senda. Al parecer no puedo escapar de este condenado lugar. Ya lo he aceptado. Siento que tengo un nuevo papel que jugar. Para ayudar a gente como vosotros. Para convenceros de que os marchéis, para que encontréis vuestro camino ahí fuera y no regreséis jamás.

Michael se quedó mirando al hombre, en ese momento, con una curiosidad incontenible.

Aunque Sarah fue la primera en hablar.

—Un momento… ¿Usted es un jugador? ¿No solo un tangente?

Slake la miró largo rato, casi con tristeza.

—Es una lástima que no puedas apreciar la diferencia por ti misma. Una verdadera lástima. Yo era uno de los mejores. Tal vez el mejor de la historia.

Michael no pudo evitar cerrar los ojos y escanear la codificación, a pesar de lo difícil que resultaba leerla. Analizó el sitio que ocupaba el hombre en la mesa, escudriñando el programa en busca de algo llamativo en su archivo de identificación digital. Y entonces cayó en la cuenta, y abrió los ojos de golpe.

—Pero ¿qué…? —susurró—. Usted es Gunner Skale. —El descubrimiento lo emocionó y lo asustó a partes iguales—. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Por qué desapareció de la Red Virtual? ¿Del ámbito público?

Sarah los miraba a ambos de forma alternativa.

—¿Hablas en serio?

El viejo bostezó y se rascó la cabeza.

—Me pillaron, por así decirlo. Sé que no debo de parecer gran cosa comparado con mis días de gloria. Pero me siento satisfecho, os lo prometo. Creo que he encontrado una vocación más elevada. Soy humano, Michael. Sarah, soy humano, jugando en un mundo de no humanos. El programa es la prueba. Dos personas tan inteligentes como vosotros deberían haber imaginado una serie de cosas hace tiempo. La Senda debería habéroslo enseñado.

Hizo una pausa y las ruedas dentadas de la mente de Michael se movieron, como los engranajes de una maquinaria encajando en su lugar.

—Deberíais haberlo visto —prosiguió Skale—. Habéis estado en presencia de Kaine. Habéis estado en presencia de muchos tangentes. Habéis estado entre otros jugadores, en innumerables ocasiones. La diferencia en la programación es siempre muy sutil, pero está ahí para que la percibáis, si sabéis dónde mirar. —Hizo una pausa—. Creo que al final vuestro amigo descubrió la verdad y fue demasiado para él. Cayó presa del pánico y se perdió en la Senda debido a ello.

Michael por fin obtenía la respuesta, pero fue Sarah la primera en hablar.

—Kaine no es para nada un hombre. Un hombre no podría hacer lo que él está haciendo. Es un…

Michael lo dijo al mismo tiempo que ella:

—Tangente.