15

Una puerta en la distancia

1

Y Helga tampoco había regresado.

Michael no sabía qué era lo que le molestaba más: que a sus padres y a su niñera les estuviera pasando algo terrible o haber estado tan ensimismado en el juego que no había caído en la cuenta hasta ese momento. Se sentía horrorizado y avergonzado al mismo tiempo.

Intentó pensar en qué podría haber ocurrido. Tal vez la SRV tuviese algo que ver con aquello. O a lo mejor había sido Kaine y su programa de la Doctrina de la Mortalidad. Al fin y al cabo, todos los elementos de su vida que habían cambiado de forma tan drástica en las últimas semanas estaban relacionados entre sí; aunque el chico no conseguía atar cabos.

Michael no lograba recordar. Por mucho que se estrujara el cerebro, no se acordaba con exactitud de la última vez que había estado con sus padres. Todo cuanto evocaba antes de su viaje —las fiestas, las comidas, los trayectos en coche— parecía siempre tan real que suponía que sí los habría visto. Pero no recordaba nada.

Era raro y lo aterrorizaba. Y, obsesionado con todo eso, Michael tuvo que preguntarse si estaba relacionado con el KillSim. Sin duda la criatura le había hecho algo en el cerebro.

No sabía qué hacer, qué pensar. Al final se dio cierta tregua, se recostó sobre el escalón que le habían asignado y se estiró. Estaba tan agotado que acabó quedándose dormido.

2

Bryson lo despertó sacudiéndolo con delicadeza por los hombros. Michael miró a su amigo con la vista nublada.

—¡Uf, tío! —dijo Bryson—. Llevamos una hora despiertos. Y roncas como un oso de los grandes.

Michael dobló las piernas y se sentó sobre los tobillos, bostezó y se frotó los ojos. El mundo negro de la escalera se inclinó durante un instante, luego volvió a enderezarse. Nada había cambiado mientras dormían.

—¿Nadie más ha tenido sueños raros esta noche? —preguntó Sarah—. En el mío salía un tío vestido de conejo. No me pidáis detalles.

Michael no había soñado nada, pero su molesto descubrimiento volvía a él una y otra vez como un revés. ¿Por qué no lograba recordar la última vez que había visto a sus padres? ¿Dónde estaban? ¿Por qué no había vuelto a casa Helga? ¿Cómo podía ser que no le hubiera extrañado antes que sus padres llevaran tanto tiempo fuera? Cuando sus padres no estaban, no hablaba mucho con ellos, pero, aun así, era raro. Tenía claro que algo iba mal.

—¿Michael? —preguntó Sarah—. ¿Estás bien?

La miró y decidió que no podía contar a nadie eso tan raro que sentía.

—Sí, estoy bien. Es que me muero por seguir bajando peldaños. Y tengo tanta hambre que estaba pensando en comerme una pierna de Bryson.

—Será mejor que primero me las afeite —respondió su amigo, al tiempo que levantaba una pierna hacia delante, como ofreciéndola. Volvió a bajarla y añadió—: Yo he tenido un sueño raro. En él no conocía a Michael y vivía una vida maravillosa y feliz, sin nadie que intentara matarme ni dejarme hecho un vegetal. Era muy agradable.

—Eso sí que suena bien —dijo Sarah.

Michael se levantó y se estiró. Escalón a escalón, los tres reemprendieron su descenso.

3

Era imposible adivinar cuánto tiempo había pasado hasta que se produjo algún cambio. Michael intentó contar los escalones durante un rato, luego los minutos y los segundos, para mantener la mente ocupada con algo que no fuera pensar en sus padres. Se le había parado el reloj en algún momento, y los relojes de sus pantallas de red no paraban de hacer cosas extrañas. Cuanto más bajaban, más raro se sentía Michael. La monotonía empezó a provocarle tanta ansiedad que tuvo que esforzarse por mantenerla a raya. Los intentos ocasionales, y fallidos, de hackear ese código imposible no hacían más que empeorar las cosas.

Entonces, por fin, encontraron una puerta.

Habían llegado al final de la escalera, donde el espacio que los rodeaba se estrechaba hasta formar un túnel, el cual acababa en una puerta de madera de lo más vulgar. El alivio de verla sobrecogió a Michael, y un aturdimiento repentino lo hizo echarse a reír con nerviosismo.

—¿Algo divertido? —preguntó Bryson, a punto de sonreír él también—. Será mejor que lo compartas con el resto de la clase.

—No, nada divertido. —Michael fue el primero en llegar a la puerta y alargó la mano para agarrar su redondeado pomo de bronce—. Solo que me alegro de estar en casa.

Bryson soltó una risilla al oírlo, y Michael no esperó que la conversación siguiera. Giró el pomo y la puerta se abrió con facilidad. Y entró para ver qué les aguardaba.

Había dos largas hileras de personas, con la espalda pegada a las paredes de un largo pasillo. A pesar de que tenían los ojos abiertos, todas ellas parecían muertas.

4

Michael se detuvo justo en el umbral. Percibía la presencia de sus amigos a sus espaldas, aunque nadie hizo nada para obligarlo a franquearlo. Estaba seguro de que les apetecía tanto como a él avanzar por el pasillo. Es decir, nada de nada.

Bombillas desnudas, como las del corredor de la casa encantada, colgaban del techo e iluminaban ambas filas de personas. Michael advirtió, de pronto, que añoraba la oscuridad que los había envuelto durante tanto tiempo. Los desconocidos permanecían inmóviles como estatuas de piedra, con los ojos clavados en Michael y sus amigos.

El chico se centró en los que tenía más cerca. A su derecha había una mujer con la piel pálida como la luna. Llevaba un vestido blanco, arrugado, pero limpio. Sus ojos negros se hallaban fijos en los de Michael, y parecía que fuera a abrir la boca para hablarle en cualquier momento.

Justo enfrente de ella, a la izquierda de Michael, había un hombre con traje negro. Pese a que estaba tan blanco como la mujer e igual de quieto, tenía el brazo derecho levantado a la altura del hombro, con los dedos separados.

Michael se fijó en el resto de las personas pegadas a las paredes del pasillo. Todas estaban blancas como fantasmas, todas quietas como estatuas, todas observaban a los recién llegados. Como el hombre, muchos de los individuos estaban inmovilizados en curiosas posturas. Como si se hubieran transformado en estatuas de piedra en plena actividad.

—¿Hola? —se atrevió Bryson. Su voz retumbó por el pasillo; justo antes de silenciarse, todas las personas que tenían delante se movieron ligeramente.

A Michael le dio un vuelco el corazón.

—¿Qué ha sido eso? —susurró Sarah, y algunos de los cuerpos se retorcieron. Luego añadió en voz aún más baja—: Tras analizar el código, solo he descubierto que la Senda sigue en línea recta. No puedo acceder a ninguna otra parte ni ver otra salida.

—¿Y te sorprende? —le respondió Bryson—. Yo tampoco puedo.

Muy lentamente, Michael se volvió para mirar a sus dos amigos. Entonces, con un tono tan bajo que apenas se oía hablar a sí mismo, dijo:

—Está bien, pero nada de hablar. Ni de movimientos bruscos. Seguidme.

Miró al frente y dio un cauteloso paso hacia delante, y luego otro. Las cabezas de los desconocidos se desplazaron para seguir su movimiento, sin apartar los ojos de él. Michael les sostuvo la mirada, aterrorizado por lo que pudieran hacer. Mientras pasaba por delante de esos seres, un miedo atenazador se apoderó de su pecho, lo que dificultaba, cada vez más, la respiración.

Se forzó a continuar avanzando, obligándose a dar cada paso con la mayor serenidad posible. Sabía que Bryson y Sarah iban detrás de él, pero no se atrevía a volverse hacia ellos. Pasaron por delante de un anciano de nariz enorme y mirada encendida; otro hombre con una enorme mancha de nacimiento que le cubría media cara, como un cardenal sobre su blanca piel; una mujer con la boca muy abierta, los dientes blancos y las encías violeta; un niño muy pequeño, con una tímida sonrisa congelada en el rostro.

A Michael empezó a picarle la nariz y no pudo contenerse. Estornudó, y los cuerpos que lo rodeaban volvieron a convulsionarse, al tiempo que levantaban los brazos y las manos poco más de dos centímetros. Le dio un vuelco el corazón, frenó en seco y esperó para asegurarse de que no iba a pasar nada. Todo estaba tranquilo. Aliviado, reemprendió la marcha, poco a poco, con una lentitud agónica.

Habían pasado por delante de otras diez personas, cuando Michael tropezó con un resalto del suelo. Se cayó y aterrizó sobre un hombro. Pero, antes de impactar contra la dura superficie del pasillo, oyó cómo se movían todas las personas que lo rodeaban.

5

Michael rodó hasta quedar boca arriba y levantó los brazos de inmediato para protegerse la cara, pero se quedó paralizado. La escena que se desarrollaba por encima de él era como el póster de una película de terror. Varios pares de manos se alargaban en su dirección, enmarcando gestos furiosos. Sin embargo, se habían quedado inmóviles al mismo tiempo que el chico. Dedos huesudos y blancos con afiladas uñas se cernían sobre él. Y unos ojos hambrientos lo miraban. Pero nadie se movía.

No tardarían en oír los fuertes latidos de su corazón. Michael intentó tranquilizarse. Poco a poco, fue inspirando con fuerza; luego empezó a retroceder, palmo a palmo, usando las piernas y los brazos para hacerlo con movimientos pausados. El sudor le manaba por todo el cuerpo, le empapaba la ropa y le chorreaba por las sienes. No podía apartar la vista de las muchas clavadas en él. Si cometía un error, lo atacarían, lo sabía, y entonces todo habría terminado. Luchar solo generaría más movimiento.

«Pensamientos positivos», musitó mientras se alejaba, muy lentamente, de ellos.

Al final Michael salió de la cúpula de brazos inmóviles. Lo más espeluznante para él era que, a pesar de que los cuerpos permanecían inmóviles de cuello para abajo, los ojos seguían todos sus movimientos. No paraba de sentir escalofríos.

Más despacio que nunca, dio media vuelta y se levantó. Se volvió para mirar a Bryson y a Sarah, que se hallaban en el otro extremo del grupo del que Michael acababa de huir. Por suerte había quedado un hueco en la pared donde antes se encontraban algunas de las personas. Sus dos amigos se escabulleron por ahí y, una vez más, estuvieron todos juntos.

Bryson estaba tan inquieto que resultaba sorprendente, con el rostro tenso, la mirada febril. Michael quería preguntarle si se encontraba bien, pero no podía permitirse hacer ningún ruido, así que continuó avanzando en silencio.

Siguieron por el pasillo. Despacio. Más despacio que nunca.

6

Permanecer en silencio resultaba difícil, y los tres iban avanzando con más lentitud de lo que Michael jamás se había movido. El ritmo estaba desquiciándolo un poco, aunque se sentía bien, ya que los desconocidos permanecían quietos.

De forma gradual, fue viendo a las personas a las que iban dejando atrás como una masa amorfa. Ya no distinguía entre hombres o mujeres, adultos o niños, gordos o delgados. Era todo un caleidoscopio de piel pálida y ojos de mirada fija. Trataba de evitarlos, centrándose en el punto lejano al fondo del pasillo.

Y, tras lo que le pareció una eternidad, vieron el final. Muy a lo lejos, Michael logró distinguir otra puerta.

7

En cuanto vio la puerta, la urgencia por cruzarla corriendo fue casi demasiado intensa para combatirla. Pero Michael la contuvo. Siguió avanzando hacia ella con cautela.

Los ojos los seguían mientras caminaban. Michael estaba concentrado en seguir avanzando despacio cuando oyó un extraño sonido detrás de él, como un gemido, y le dio un vuelco el corazón advertir que se trataba de Bryson. Vio que los desconocidos que tenía a ambos lados empezaban a retorcerse.

—No paro de pensar en Kaine y en el imposible código de este lugar —susurró Bryson demasiado alto. Las personas que estaban apoyadas contra la pared volvieron a agitarse—. Acabo de caer en la cuenta. ¿Y si Kaine en realidad no es un jugador? ¿Y si…? ¡Mirad! ¡Aquí el código es más débil!

Las últimas palabras salieron de sus labios, no en un susurro, sino con un grito que retumbó por todo el pasillo. Y la voz de Bryson se apoderó del silencio. Michael se sintió mentalmente atenazado por el pánico. Bryson lo apartó a un lado de golpe al pasar corriendo a toda velocidad hacia la puerta. Michael chocó contra un cuerpo frío, y el ser cobró vida. Pero, en lugar de volverse en dirección al chico, la criatura salió disparada hacia Bryson. Todas las personas lo hicieron. Todos esos seres fueron a por Bryson, y Michael cayó de rodillas, paralizado por el horror, observando la maligna horda que perseguía a su amigo.

8

Michael entendió cómo funcionaban las cosas. Cuando estabas en el Sueño, siempre eras consciente, hasta cierto punto, de que no estabas en el mundo real. La hipótesis más terrible era que murieses, quizá de forma espantosa, y que acabaras volviendo a casa, a tu ataúd, de donde podías salir, darte una ducha, recuperarte de la dura experiencia, y volver a jugar otro día. Siempre eras consciente de esa verdad fundamental.

Sin embargo, en la Senda esa conciencia no estaba tan presente. Y en ese instante Michael se sintió indeciso sobre lo que debería hacer. Sabía que Bryson estaba a punto de experimentar algo que, en verdad, no era real. De haberlo sido, Michael no habría dudado ni un instante; habría corrido hasta él y habría intentado salvarlo. Si hubieran estado en un juego normal de la Red Virtual, seguramente habría hecho lo mismo. Al fin y al cabo, era solo un juego. Pero en esa situación, si él moría, su misión habría terminado. No podía correr ese riesgo.

Con todo, saberlo no hacía más fácil estar oyendo cómo aumentaban los sonidos de la violencia. Aquello no parecía un juego.

Sarah se dejó caer junto a él.

—Tenemos que hacke…

La interrumpió.

—Lo hemos intentado una y otra vez.

—Entonces ¡volvamos a intentarlo! —Sarah tenía toda la cara roja.

—Está bien. —Michael se encogió de hombros—. Tienes razón.

El chico cerró los ojos y se adentró en el reino del código que los rodeaba. Examinó y profundizó en todos los datos, navegando a través de ellos. Percibía la presencia digital de Sarah haciendo lo mismo. Pero la Senda en ese tramo se hallaba más protegida todavía. Michael intentó todo cuanto estaba en su mano para alcanzar la parte del código donde estaban atacando a Bryson, pero no lo logró.

Pese a que Sarah lo intentó durante más tiempo, tampoco consiguió llegar.

—Gracias de todas formas —dijo en voz baja.

De nuevo con los ojos abiertos, Michael y ella evitaron mirar en dirección a Bryson. El chico no quería arriesgarse a ver lo que inevitablemente iba a ocurrirle. Pero los ruidos eran terribles. Gruñidos y desgarros. Alaridos de furia o tal vez de placer.

Y, por supuesto, lo peor de todo: los gritos de Bryson. Invadían la atmósfera con más intensidad que cualquier otro sonido y viajaban por el largo pasillo como si los dos amigos tuvieran a Bryson junto a ellos. Los gritos eran desesperados, tan llenos de terror que a Michael le dolía el corazón, como si alguien estuviera estrujándolo con ambas manos. Habían pagado por llevar esa clase de vida en el Sueño, pero, fuera o no real, en ese momento Bryson estaba sintiendo hasta el último golpe de la tortura que estaban infligiéndole.

Al final, por suerte, todo paró. Y Michael no necesitó mirar para saber que los restos de Bryson habrían desaparecido, que se habrían esfumado con el último aliento de su aura. En algún lugar alejado de ellos, su amigo estaba despertándose en el interior de su ataúd, y seguramente, seguía chillando por la espantosa experiencia.

Sarah cogió una mano a Michael y se la apretó. Y, por segunda vez en menos de un día, la oyó llorar.

Cuando volvió a reinar el silencio, el chico por fin pudo pensar en las extrañas palabras de su amigo justo antes de sentirse muerto de miedo, y se preguntó si no serían más que las divagaciones de una persona llevada al límite.

«¿Y si Kaine en realidad no es un jugador?».

Michael cerró los ojos y sintió que estaba a punto de llorar. ¿A qué narices se referiría Bryson?