Asustado
Aterrizó en un suelo de madera con un golpe seco, y una punzada de dolor le recorrió en la columna. Un empapelado de difuminado diseño floral, raído y despegado por los bordes, cubría las paredes de un amplio vestíbulo que se extendía por delante y por detrás de él. Por encima de su cabeza, una única bombilla colgaba del techo y emitía un fulgor apagado. Bryson se hallaba tumbado a su lado, con la cabeza sobre los brazos, y Sarah ya se había puesto de rodillas, aunque parecía un poco aturdida.
—Está claro que nos gusta vivir al límite, ¿eh? —murmuró Bryson.
Sarah se agachó y echó un vistazo a Michael.
—¿Cómo lo has adivinado? ¿Lo de las diez?
Michael se sentía bastante satisfecho, pero cuando se movió, le dolió todo el cuerpo. Gimiendo, se incorporó de todas formas.
—Ese estúpido acertijo solo describía el aspecto de los números. Pensadlo.
Bryson y Sarah intercambiaron una mirada, y Michael percibió que lo entendían justo al mismo tiempo.
—Una torre —declaró Sarah—. Luego una luna oscura y hueca.
—Un uno y un cero. —Bryson negaba con la cabeza como si fuera la persona más tonta del planeta.
—Siento ser tan listo —dijo Michael—. Es una cruz.
Sarah empezó a sonreír, pero el gesto desapareció antes de convertirse en algo más amplio.
—¿Creéis que es cierto?
—¿Cómo? —preguntaron Michael y Bryson al unísono.
—Bueno, venga ya, ya sabéis.
—¿Eso de que, si la cagamos, se acabó? —aventuró Bryson.
Sarah asintió en silencio.
—Sí. Si morimos, esa vieja ha dicho que no podríamos volver a la Senda.
Entre tanta locura, Michael había olvidado aquello.
—Bueno, pues supongo que habrá que andarse con ojo para no morir.
—Y podría ser peor —añadió Bryson—. Yo casi esperaba que la vieja dijera que iban a manipularnos el código del núcleo. Al menos sabemos que volveremos a casa sanos y salvos.
Eso no hizo que Michael se sintiera mucho mejor.
—Y fracasaremos en… nuestra misión, sea cual sea. La cagaremos con la SRV. Y nos destrozarán la vida, nos meterán en la cárcel, matarán a nuestras familias, ¿quién sabe? Preferiría estar muerto.
—No podemos morir, y punto —zanjó Sarah en voz baja—. Ya no se trata de un juego. No podemos morir ni permitir que otro de nosotros muera. ¿Entendido?
—Por supuesto —contestó Michael.
Bryson levantó el dedo pulgar para expresar que estaba de acuerdo.
—Sobre todo no me dejéis morir a mí. Si no os importa.
El persistente dolor de espalda de Michael había vuelto a mitigarse, y al final pudo centrarse un poco más en lo que les rodeaba.
El pasillo en el que estaban sentados se extendía hasta adentrarse en una fantasmagórica oscuridad, como si llegara hasta el infinito por ambos extremos.
—¿Adónde nos han enviado? —preguntó Bryson—. ¿Y cómo sabemos si esto sigue siendo la Senda?
Sarah había cerrado los ojos un instante para revisar el código.
—Parece tener la misma estructura y aspecto de programación que el disco de piedra. Es complejo y casi imposible de leer. Divertido.
Michael se levantó y se apoyó contra una de las paredes. Esperó unos segundos para ver si algo cambiaba.
—Parece una especie de mansión antigua.
Bryson y Sarah también se habían puesto en pie, y el chico señaló en ambas direcciones al mismo tiempo.
—¿Hacia dónde vamos primero? —preguntó—. También podríamos empezar a investigar.
Se oyó un ruido.
Fue un ruido grave, lleno de dolor, procedente del fondo del pasillo, a la derecha de Michael. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y lo separó, de golpe, de la pared. Se enderezó y escuchó con suma atención. Parecía el gemido de un hombre y no cesó. Continuó. Michael estaba a punto de hablar entre susurros a sus amigos cuando desde la misma dirección les llegó un grito desgarrador, un largo alarido de sufrimiento. A continuación, el vestíbulo quedó sumido en silencio. Bryson y Sarah miraron a Michael, con los ojos abiertos como platos.
—Creo que deberíamos ir en esa dirección —dijo él, desplazándose hacia la izquierda.
Se alejaron de los horribles sonidos, aunque Michael se volvía cada pocos segundos, seguro de que descubriría un horrible fantasma justo detrás de ellos. Sin embargo, hasta ese punto no había ocurrido nada, ni siquiera se había repetido aquel gemido.
El pasillo iba estrechándose. Caminaron durante lo que les pareció una eternidad, pasando por debajo de varias bombillas de luz tenue, como la primera que habían visto. Y poco a poco Michael se dio cuenta de que había una estructura que se repetía: justo cuando la penumbra estaba a punto de convertirse en oscuridad, llegaban a la linde de una zona iluminada y aparecía una nueva bombilla. Habría jurado que estaban caminando en círculos, aunque el pasillo fuera recto como una flecha.
Y avanzaron unos veinte minutos así, sin que se produjera un solo cambio.
—Esta casa es rara de narices —dijo por fin Michael. El lugar le recordaba a un juego al que había jugado una vez: una torre llena de escaleras que componían un complejo laberinto. Al menos en esa ocasión tenía la sensación de ir a alguna parte mientras exploraba—. Me muero de impaciencia por ver cómo es la habitación del señor de la casa —añadió en voz baja.
Cada poco tiempo, Sarah se detenía para observar de cerca el papel de las paredes.
—Si es que esto es una casa. He intentado averiguar si estamos en una especie de bucle, pero hasta ahora no he visto ningún patrón que se repita, ni las mismas manchas ni desgarrones. Es un pasillo largo de narices y nada más.
—Sí que es raro, porque no tiene puertas —añadió Bryson.
—A lo mejor es una especie de túnel. Podría conectar dos edificios —aventuró Sarah—. Tendría sentido; tampoco se ve ninguna ventana.
De pronto un intenso susurro surcó el aire, como una repentina ráfaga de viento.
Michael se detuvo y levantó una mano.
—¿Qué ha sido eso? —El escalofrío de antes volvió a recorrerle la espalda.
Bryson y Sarah lo miraron, aunque apenas se veían las caras en la penumbra.
—Michael… —susurró una voz incorpórea.
El chico se giró de golpe y pegó la espalda contra la pared. Volvió la cabeza a derecha e izquierda, aunque la voz procedía de todas partes al mismo tiempo, como si hubiera altavoces en las paredes, el techo y el suelo.
—Michael, estás haciéndolo bien.
Sopló una brisa por todo el pasillo; removió el pelo a Michael y agitó las prendas de sus amigos. Fue como si una bestia enorme hubiera exhalado su último aliento.
—Está bien —dijo Bryson—. Estoy oficialmente acojonado. Quiero salir de este lugar, y quiero salir ya. ¿Por qué te está hablando alguien?
—No te asustes tanto —susurró Michael, intentando parecer tranquilo—. ¿Cuántas veces hemos estado en una casa encantada? Incluso los juegos de carreras tienen casas encantadas. No pasa nada. —Y eso esperaba—. No es tan raro que sepan cómo me llamo.
—Ah, tú no estás nada asustado, ¿eh? —espetó Bryson.
Michael le dedicó una sonrisita de suficiencia y reemprendió la marcha, si bien, en cuanto dio la espalda a su amigo, su sonrisa se desvaneció. Fingir que no tenía miedo no lo convertía en una realidad. Sí, había muchos lugares como ese. Pero ninguna casa en la que uno tuviera una vida, y solo una. A Michael le sonaban las tripas y no tenía nada que ver con el hambre.
Se sobresaltó cuando Sarah lo agarró por el hombro.
—Mira, Bryson —dijo ella entre risas—. No tiene nada de miedo.
Bryson también estaba riendo.
—Sí, esperemos que no se vea en un espejo. Podría hacerse pis encima.
—Está bien, vosotros ganáis —gruñó Michael—. Quiero a mi mamá. Ahora ayudadme a encontrar una puerta.
Dos horas más tarde, seguían sin encontrar una sola puerta.
El viento fantasmal había soplado tres veces más, y a renglón seguido se había oído esa inquietante frase susurrada desde todas partes. A Michael le ponía la piel de gallina a cada paso, aunque intentaba a toda costa que no se le notara. ¿Por qué había alguien halagándolo? No obstante, fuera lo que fuese, no los perjudicaba. Y mientras avanzaban por aquel pasillo interminable, Michael fue dejando de preocuparse por el visitante fantasmal y empezó a sentir verdadero terror ante la posibilidad de no encontrar la salida jamás.
Seguramente se trataba del cortafuegos más eficaz que habían visto. No estaba pensado para matarte ni para herirte, sino para atraparte, para hacerte creer que estabas llegando a un lugar cuando no era cierto. Y a eso se sumaba un escalofriante fantasma que repetía tu nombre para volverte loco poco a poco.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Bryson.
Michael estuvo a punto de saltar de nuevo, nadie había hablado durante un rato, y estaba al borde de un ataque de nervios.
Sarah se detuvo y se acuclilló de golpe.
—Tiene razón. Esto no tiene sentido. Quienquiera que nos vigile debe de vernos como unos estúpidos ratones. —Hizo un gesto en ambas direcciones del pasillo y luego lanzó un suspiro—. Vamos a tomarnos un descanso y a probar con el código. Puede que haya algo que no estamos viendo.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared; Michael y Bryson la imitaron. Siguiendo su ejemplo, cerraron los ojos y se concentraron en el código que los rodeaba.
Michael inspiró hondo un par de veces mientras buscaba algo fuera de lugar. Entonces sí que le estaba entrando hambre de verdad, lo que dificultaba la concentración, y sabía que todos necesitarían pronto algo de comida o empezarían a quedarse sin fuerzas. Sus cuerpos reales en el ataúd tal vez se encontraran en buenas condiciones físicas, pero allí no. Como correspondía al realismo de la simulación, la Red Virtual dejaría sus auras exhaustas hasta que solo les quedara energía para avanzar a cuatro patas.
Michael no daba crédito a lo que veía en la programación que lo rodeaba. Si el código de Demonios de la Destrucción era una tormenta de cifras y letras, en ese caso se trataba de un tornado, que giraba y se arremolinaba con tanta rapidez que él apenas lograba distinguir nada. Le dolía el cerebro de solo intentarlo.
—Michael.
El chico cortó la conexión y levantó la vista, esperando que el fantasma por fin se le apareciera. Encontró ese susurro más próximo, más corpóreo. Pero allí no había nada, y entonces sopló la brisa ya familiar, aunque más lentamente que antes. Su amigo invisible repitió su palabra favorita un par de veces antes de volver a esfumarse.
Michael echó un vistazo a Bryson para valorar su reacción, y la expresión en el rostro de su amigo lo alivió. Estaba inclinado hacia delante, mirando con los ojos entrecerrados a un punto en la pared que tenía enfrente. Michael intentó identificar qué estaba estudiando con tanta concentración, pero el papel de la pared no le parecía distinto al que había visto al pasar caminando durante horas y más horas.
—¡Eh! —lo llamó Michael—. ¿Qué haces? ¿Has encontrado un punto débil?
Bryson relajó el gesto y se encontró con los ojos de Michael.
—Sí. Eso creo. Bueno, en realidad no es un punto débil, es más bien una clave en el código sobre lo que debemos hacer. Te diré algo: no he visto nunca nada igual. La programación de este lugar es de locos.
—Sin duda —admitió Sarah, justo cuando Michael estaba asintiendo con la cabeza—. Quienquiera que haya construido este sitio está mil veces más evolucionado de lo que yo podría soñar jamás. Esto me hace plantearme cada vez más preguntas sobre ese tal Kaine. Debe de ser una especie de genio prodigioso.
Bryson se encogió de hombros.
—Lo que digo yo, de locos. Ninguno de nosotros podría hacerlo. Eso está claro.
—Creí que habías encontrado algo —dijo Michael, de nuevo desesperanzado.
—Y lo he encontrado. Podría tratarse de un código avanzadísimo, una locura, pero nosotros tampoco somos idiotas. Mira esto.
Se levantó y caminó hacia la pared de enfrente. Apoyó la cabeza contra ella, como si estuviera escuchando algo, y fue deslizando la mano arriba y abajo por la superficie.
—¿Lo oyes? —preguntó, volviéndose hacia su amigo.
Lo único que pudo pensar Michael era que Bryson había ganado: había sido el primero de los tres en volverse loco tras caminar por un pasillo infinito.
—Oigo a un tío frotando una pared con las manos.
Bryson sonrió.
—No, amigo mío. Es un sonido mágico. Está hueco.
—¿Mágico? —preguntó Sarah.
Bryson se enderezó.
—Tened un poco de fe, queridos amigos. —Luego dio un paso atrás con el pie derecho y lanzó una fuerte patada contra la pared. El golpe fue seguido por el ruido de la madera astillada cuando la punta del zapato se hundió en el papel decorativo. Bryson lo retiró de un tirón, junto con un fragmento de yeso, y cayó una lluvia de polvo blanco.
Miró a Michael por encima del hombro.
—¿Que no hay puerta? Ningún problema. Pues nosotros creamos una.
Bryson los guio para que vieran lo que había localizado en el complicado ciclón que componía el código y, por supuesto, ahí había una clave. Los tres creían, sin lugar a dudas, que la única forma de colarse en el siguiente tramo de la Senda era atravesando la pared.
Michael y Sarah se unieron a Bryson, y se pusieron manos a la obra. Empezando por donde Bryson había retirado el papel con tanta gracilidad, fueron arrancándolo a tiras de la pared, sacando fragmentos de yeso y desgarrando los pedazos sueltos de empapelado. Pese a que a Michael empezó a pelársele la piel de los dedos, se sentía cada vez más emocionado, y maniobraban cada vez más deprisa, a medida que el agujero iba haciéndose más grande.
Una brisa sopló con fuerza por detrás de Michael, y oyó el mismo temible susurro, pero no le prestó atención. Pensaba salir de aquel lugar.
Pronto habían abierto un agujero lo bastante grande como para pasar en cuclillas.
—¿Quién va primero? —preguntó Michael.
El otro lado estaba tan oscuro que parecía que hubieran echado una cortina negra.
Sarah dio un codazo a Bryson.
—Lo has descubierto tú, muchachote.
—Bien por mí —murmuró el chico. Se inclinó, agarró los laterales de papel desgarrado de la rudimentaria entrada con ambas manos y se adentró en la oscuridad. Al llegar al otro lado, se puso de pie y Michael solo distinguió sus pantalones cuando se volvió.
—¿Ves algo? —preguntó Michael.
—Nada de nada —respondió con la voz levemente amortiguada—. Nada de nada. Pero es un espacio abierto y amplio. Entrad, nos cogeremos de las manos e iremos cantando canciones mientras exploramos.
Sarah se agachó y salió del pasillo, luego la siguió Michael. Bryson tenía razón. El aire era frío, y no había nada de nada.
—Esto da miedo —dijo Michael—. ¿Alguien tiene una linterna?
Bryson presionó su audiopad, y la pantalla de red apareció ante sí. Modificó los ajustes y pronto contaron con un maravilloso rectángulo luminoso para alumbrar el camino.
—¡Genial! —exclamó Michael. Sarah y él lo imitaron.
—Lo sé —contestó Bryson.
El único problema era que, aunque tenían un haz de luz que los rodeaba, este no revelaba nada. Michael solo veía oscuridad, nada más.
—Es como si estuviéramos en la luna —susurró Sarah.
Michael la pellizcó en el codo.
—Salvo que aquí podemos respirar, no hay estrellas y sigue habiendo gravedad.
—Sí, salvo por eso, es como si estuviéramos en la luna. —Ella se internó aún más en la oscuridad y miró a ambos lados—. ¿Hacia dónde?
—Hacia delante —respondió Bryson señalando en esa dirección—. Eso es lo que sugería el código.
—Además —dijo Michael—, no quiero volver a ver ese puñetero pasillo. —Durante un instante, se preguntó si había sido la decisión correcta y por qué no había nada que intentara detenerlos. Pero parecía ser su única opción.
—Hagámoslo entonces —dijo Sarah.
Y se adentraron caminando en la oscuridad.
Era raro, silencioso y tenebroso. Avanzaban por un suelo negro; sus pasos, su respiración y el roce de sus prendas eran los únicos sonidos. Michael echó la vista atrás: el agujero en el pasillo no era más que un diminuto punto de luz en la distancia. La programación de ese lugar resultaba increíblemente sólida, pensó, porque la perspectiva parecía real y conservaba su consistencia. Eran pocos los puntos en los que se percibiera la debilidad del código; los alrededores podían variar levemente, los colores, cambiar, o podías no identificar la fuente de luz.
—¿Qué objetivo tiene todo esto? —preguntó Bryson entre susurros. Habían pasado a susurrar, como si hubiera algo en la oscuridad que pudiera estar escuchándolos.
—Es la Senda —respondió Michael. Todo empezaba a cobrar más sentido para él—. Kaine sabe que no puede mantener a todo el mundo al margen de su escondite secreto. Y sabe que los buenos tendrán habilidades para hackearlo. Nos tiene jugando a su juego. Es mucho más fácil filtrar el paso de personas con una serie de cortafuegos que las ahuyenten y que las hagan querer retroceder. O matarlas y conseguir lo mismo. Chicos, odio a ese tío.
—No es un tío cualquiera —dijo Sarah—. Es un jugador pirado.
Michael cambió la frase.
—Chicos, odio a ese jugador pirado.
Siguieron adelante, aunque nada cambió ni apareció nada nuevo.
Entonces Michael volvió a oír al fantasma y se le cayó el alma a los pies. El grupo se detuvo.
—Michael. —Ese susurro sollozante—. Michael.
Se levantó brisa, pero esta vez no fue algo momentáneo. Esa brisa no paró. Soplaba en ráfagas y cambiaba de dirección, y les levantaba la ropa y el pelo. El gemido llenó el aire, incluso con más intensidad que cuando lo habían oído en el pasillo. Michael imaginó a un hombre hecho un ovillo, sobre un lecho empapado en sudor, gimiendo de agonía.
—Michael, Michael, Michael… —volvían a sonar las palabras; de nuevo, procedentes de todas partes a la vez, ese gemido imparable. Michael no sabía qué pensar. La voz se oía más alto.
—Recordadme que, a partir de ahora, evite las casas encantadas —dijo Bryson—. ¿Y por qué solo te han escogido a ti?
Un nuevo sonido hendió el aire: el grito de una mujer, de una duración sobrenatural y sobrecogedora.
—¡Ya no puedo aguantarlo más! —gritó Sarah y se llevó las manos a los oídos—. ¡Salgamos de aquí!
Michael pensó que era muy buena idea. La cogió de la mano y echó a correr en la dirección en la que ya iban. Bryson iba justo detrás de él; sus pantallas de red botaban, y la luz se movía arriba y abajo por delante de ellos. El espantoso ruido no hacía más que intensificarse, y la brisa fue cobrando intensidad hasta convertirse en un fuerte viento.
—Michael, Michael, Michael…
Michael apretó el paso y arrastró a Sarah consigo. Mientras corrían, el suelo se volvió blando de pronto; con cada paso, los pies de Michael se hundían varios centímetros hasta que tropezó y cayó sobre una superficie en movimiento.
Era arena negra. El viento arreció, haciendo que la gravilla se le incrustara en la piel. Los gemidos se habían convertido en aullidos, y las palabras se fundían y sonaban como un lenguaje indescifrable.
—¡Nada de esto tiene sentido! —gritó Bryson.
Michael apenas podía oírlo a causa del ruido. Estaba de rodillas mirando a su alrededor con expresión de incredulidad.
En ese preciso instante, Sarah estaba levantándose.
—Debemos permanecer…
Su voz se cortó cuando el suelo se hundió por completo y cayeron en picado en medio de una nube de arena.
Durante largo rato, Michael tuvo la sensación de que el corazón le flotaba en el pecho y se preparó para morir. Había regresado al Golden Gate con Tanya, cuando caían al mar. Sin embargo, sintió alivio al no aterrizar, sino que notó una superficie dura y fría bajo la espalda. Ya no estaba cayendo; estaba resbalando. Su descenso empezó a ralentizarse cuando la superficie que tenía debajo se convirtió en una escalera, dio una voltereta y luchó por frenar.
Gruñendo con cada sacudida, se afianzó con pies y manos y logró detenerse, con la barbilla apoyada contra el duro borde de un peldaño. Cerró los ojos y tomó aire. Después alguien aterrizó sobre él.
Michael gritó y liberó toda la frustración que había sentido en las horas anteriores y, con un tremendo estallido de adrenalina, lanzó por los aires a quien fuera que estuviera encima de él, sin poder reprimirse. Justo cuando lo hizo se dio cuenta de que se trataba de Sarah, y se quedó mirando, horrorizado, como ella daba una voltereta en el aire antes de lograr detenerse varios escalones por debajo de él.
—Lo siento —murmuró, avergonzado. Nadie como un buen amigo para tirarte escaleras abajo—. Se me ha ido la olla.
Ella alzó la vista para mirarlo, una mueca le demudaba el rostro. Abrió la boca para hablar, pero se lo pensó mejor. Entonces Michael vio a Bryson, que estaba tumbado boca arriba de forma extraña, con la pantalla de red flotando unos metros por encima de él.
Michael dobló las piernas sobre el pecho y se las abrazó. Imaginó los moretones que tendría al elevarse de regreso a casa. El ataúd simulaba muy bien el castigo físico.
—Eso ha dolido —dijo Bryson. Estaba mirando a un punto lejano.
Michael echó un vistazo a su alrededor y no vio más que la misma oscuridad infinita.
—Sí, ha dolido —admitió—. Es imposible que Kaine haya construido un lugar tan complejo. ¿Cómo ha podido crear un programa así, al que ninguno de los tres puede acceder apenas, que ninguno de los tres puede leer? ¿Y mucho menos manipular?
—No lo sé —respondió Bryson—. A lo mejor lo ayudó un montón de gente. O tiene algo que todavía no hemos imaginado. Pero es una verdadera locura. Tienes razón al decir que los únicos puntos débiles que hemos descubierto son los que quiere que veamos; de esa forma hace su criba de las personas que entran a la Senda. Tengo celos de esa rata.
Sarah empezó a gimotear, y cuando Michael la miró vio que le temblaban los hombros y tenía la cabeza hundida entre los brazos. «¡Vaya!», pensó. Las cosas se habían puesto realmente feas; no podía recordar la última vez que había visto llorar a Sarah. Se acercó para consolarla, y le dolió hasta el último músculo. Bajó los peldaños, uno a uno, con cautela, hasta que se situó junto a su amiga, alargó la mano y le frotó la espalda.
Ella levantó la vista y se encontró con la de Michael. Tenía la cara empapada en lágrimas, pero, incluso en la penumbra, Michael percibió que no estaba enfadada. Al menos él se libraba.
—¿Estás bien? —le preguntó, totalmente consciente de lo estúpido de la pregunta, aunque no sabía muy bien qué otra cosa decir.
—Humm… Déjame pensarlo… No, no estoy bien. —Hizo un pobre intento de sonreír, luego se movió para sentarse junto a él, torciendo el rostro al hacerlo—. ¿Qué acaba de ocurrir?
Bryson fue quien respondió.
—Bueno, estábamos en un largo pasillo, luego en una habitación a oscuras, luego caminando por la arena. A continuación hemos caído por un tobogán que se ha convertido en una escalera. ¿Nunca lo habías hecho?
—No puedo decir que sí —contestó ella con debilidad—. Chicos, teníais razón con lo del código. Y lo de Kaine. Es muy raro.
Michael observó con detenimiento la escalera que quedaba a sus pies, intentado ver dónde terminaba. Pero, al igual que el pasillo, desaparecía en la oscuridad.
Odiaba lo que estaba a punto de decir, pero no le quedaba otra opción.
—Tenemos que seguir. Tenemos que salir de este lugar.
—¿Por qué? —preguntó Bryson con amargura—. El siguiente solo va a ser peor.
Michael se encogió de hombros.
—Tienes razón. Y luego pasaremos por otro y luego por el siguiente. Seguiremos y seguiremos hasta que logremos llegar al Desfiladero Consagrado y solucionar todo esto.
—O moriremos y regresaremos a casa —añadió Sarah en voz baja.
—O moriremos y regresaremos a casa —repitió Michael.
Lo enfurecía el hecho de que todo el tiempo que habían pasado en el sueño no les hubiera aportado la experiencia suficiente como para traspasar aquel gigantesco cortafuegos. Cabreado y dolorido, se levantó y empezó a bajar por la escalera.
Nada cambió durante dos horas. Nada salvo la arena que había caído con ellos, que fue desapareciendo de los escalones a medida que avanzaban. La infinitud proseguía. Escalones y más escalones. Bajaron, bajaron y bajaron, y se adentraron en la fría oscuridad, con el fulgor de las pantallas de red iluminándoles el camino. Cualquier intento de encontrar un atajo o la salida en la programación los llevaba a dar vueltas en círculos; nada tenía sentido.
Al final decidieron que necesitaban dormir.
—Podemos acomodarnos sobre los escalones, son prácticamente de nuestro tamaño —señaló Bryson cuando se detuvieron.
Nadie dijo nada cuando se tumbaron. Michael no se había sentido tan cansado jamás. Tanto su mente como su cuerpo necesitaban reposar.
Con todo, aunque resultara extraño, Michael no logró conciliar el sueño. Tal vez fuera por los moratones, o tal vez estuviera demasiado nervioso —demasiado consumido por la espera de lo que fuera que iba a ocurrir a continuación—, pero no lograba quedarse dormido. En lugar de hacerlo, no paraba de darle vueltas a la cabeza, y, por algún motivo, solo podía pensar en una cosa.
En sus padres.
No sabía por qué. Los echaba de menos, eso estaba claro. Y le preocupaba que descubrieran todo el asunto de Kaine.
Pero entonces se le ocurrió algo. Era tan estremecedor, tan difícil de creer, tan desconcertante, que se incorporó y tuvo que luchar por seguir respirando. Por suerte, Bryson y Sarah estaban dormidos. No podría haber soportado que le hicieran preguntas; no estaba seguro de tener respuestas.
Michael cerró los ojos y se concentró, frotándose las sienes. Solo debía de estar aturdido, hecho un lío. Inspiró hondamente y se tranquilizó, en un intento de pensar de forma ordenada. Repasó todos y cada uno de los días de su vida inmediata en orden inverso, pasando por toda una lista mental de lo que había ocurrido.
Una semana. Dos semanas. Tres semanas. Un mes. Dos meses. Día a día, retrocediendo en el tiempo, intentando revisar la lista de cosas hechas durante su existencia diaria. Su memoria tenía más capacidad de lo que habría imaginado; había un montón de fragmentos, un montón de acontecimientos, que podía recuperar. Sin embargo, existía un llamativo detalle de importancia monumental que no lograba recordar. ¿Cómo era posible que lo hubiera pasado por alto hasta ese instante, cómo se había dejado llevar así por la inercia de los días? ¿Cómo se había dejado llevar así por la rutina de la escuela y la Red Virtual?
Estaba muy claro qué era lo que le molestaba tanto.
Michael, literalmente, no lograba recordar la última vez que había visto a sus padres.