9

Nadie pasará

1

Michael se levantó diez minutos antes de que sonara la alarma. Aunque el miedo ya estaba permanentemente presente en el fondo de su ser —la ansiedad por lo que le deparaba el sueño—, también lo embriagaba la emoción. Jugar siempre había sido la pasión de su vida y, en ese momento, estaba a punto de embarcarse en una misión en la que se jugaría muchas cosas. Sería definitivamente el juego de juegos, algo que podría haber envidiado el gran Gunner Skale. Había una parte de él que se preguntaba si un día miraría atrás y pensaría que había sido un ingenuo al sentirse tan emocionado. Pero era una parte diminuta y resultó fácil acallarla.

En ausencia de sus padres y de Helga, se sentía solo en su casa y quería salir de allí. Después de darse una ducha rápida y tomar dos cuencos grandes de cereales, regresó a su habitación para meterse en el ataúd. La luz del alba entraba por la ventana, y en un momento casi de sombrío tributo, echó un vistazo al enorme anuncio de Sangre vital profunda. Tuvo que reprimirse para no leer en voz alta el título del juego. Quería saber que no había renunciado a ello, que la Profunda seguía siendo su único objetivo en la vida.

Encontrar a Kaine y la Doctrina de la Mortalidad, seguramente, sería su billete de ida para llegar allí.

2

Michael se sumergió en el sueño y se reunió con Bryson y Sarah en la Terminal del juego, un punto de encuentro muy popular entre los jugadores habituales. Había locales de ocio, sitios para comer algo y para usar los créditos de juego en la actualización de todo tipo de cosas, desde armas hasta naves espaciales. Lo más importante de todo era que se trataba de un lugar donde se podían intercambiar trucos, secretos y establecer alianzas.

Los tres conocían a un montón de gente allí, así que se reunieron en un portal poco frecuentado, apartado y oculto tras un gran despliegue de árboles y fuentes. Sarah había transferido un sencillo programa de disfraces para su paseo hasta la entrada de los Demonios de la Destrucción. No podían permitirse ser descubiertos por planear algo poco frecuente; habría sido raro que los hubieran visto entrar en el juego. Los jóvenes de su edad no jugaban a los Demonios. Siempre había sido un juego para carrozas.

Cuando empezaron a caminar, Michael acabó reuniendo el valor necesario y les contó lo de su encuentro con el enano trajeado y el tremendo dolor de cabeza que había sufrido justo después. A medida que relataba la historia, iba sintiéndose cada vez más aliviado. Prácticamente había decidido mantenerlo en secreto, al menos la parte sobre las extrañas visiones. Ellos, sin embargo, eran sus mejores amigos, y no le parecía bien no compartirlo, sobre todo por lo que estaba pidiéndoles que hicieran.

Acabó contándoles que en ese momento se sentía bien y que esperaba que todo hubiera terminado.

—Menuda trola —le soltó Bryson—. Te crees tanto eso que has dicho como que Sarah y yo estamos casados en el Despertar.

—Y no lo estamos —respondió Sarah—. Solo por aclarar las cosas.

Michael se encogió de hombros justo cuando pasaban por delante de un grupo de hombres ataviados con armadura.

—Solamente intentaba seguir siendo optimista.

—Pues, bueno —le reprendió Sarah—, si te vuelve a ocurrir, más te vale no esperar hasta el día siguiente para contárnoslo, o te haré pupa en otro lugar para que olvides el dolor de tarro. —Sonrió y le tocó el brazo con amabilidad—. Debes confiar en nosotros, Michael.

Lo único que pudo hacer fue asentir en silencio.

Bryson estaba sacudiendo la cabeza.

—No me puedo creer lo de Ronika. En serio. ¿Estás seguro de que es ella?

—Del todo —respondió Michael—. Ese KillSim apenas me tocó y mira lo que ha ocurrido. Según Ronika, el principal objetivo de esas criaturas es vaciarte la mente, ¿recuerdas? No solo eliminar tu aura, sino anular tu mente en la vida real.

Bryson se detuvo y los miró.

—Y aun así volvemos a meternos de lleno en el lío. ¿Y si los KillSims son solo el principio?

Sarah y Michael se encogieron de hombros al mismo tiempo. Bryson también lo hizo, pero continuó sacudiendo la cabeza como si supiera que estaban tomando la decisión equivocada, aunque hubiera emulado el gesto para tranquilizar a sus amigos.

—¿Quieres dar media vuelta? —le preguntó Michael, luego intentó sonar menos serio—. Pues dilo y ya está, tío. Te compraré un chupete y puedes irte a casa.

Bryson no perdía comba.

—Ni hablar, ya te cogeré uno prestado.

Y ese fue el momento en que doblaron una esquina y vieron el cartel de Demonios de la Destrucción.

3

A Michael le encantaba que la Red Virtual fuera una mezcolanza visual de imaginería arcaica con la tecnología más avanzada que hubiera conocido el ser humano. Esa parte de la Terminal del juego parecía un antiguo paseo marítimo entarimado, donde las galerías comerciales, los restaurantes y los clubes de aspecto vetusto se alineaban a lo largo de una pasarela de madera. En realidad, la mayoría de las tiendas de ese lugar eran juegos, entradas ocultas a un mundo totalmente distinto.

El letrero de Demonios de la Destrucción era gigantesco y estaba rodeado de relucientes bombillas que parpadeaban y zumbaban. Las letras estaban pintadas de verde oscuro —lo que Michael supuso que era una referencia a Groenlandia—, con un fulgor rojo de fondo por detrás de la palabra «Demonios». A la derecha del cartel había un dibujo de un soldado muy abrigado, tocado con un casco, y con una metralleta apuntando al cielo en una mano y una cabeza decapitada, chorreando sangre, colgando del puño de la otra. Resultaba un tanto exagerado.

Se detuvieron justo debajo de la marquesina, estirando el cuello para ver mejor.

—Groenlandia —anunció Bryson—. Tengo casi diecisiete años y no he jugado nunca a este juego. Debe de ser un lugar de moda.

Sarah se volvió para mirar de frente a sus amigos.

—Casi todo está cubierto de nieve y hielo, y de grandes glaciares. Se nos va a congelar el culo.

—O algo peor —murmuró Bryson. Luego esbozó una sonrisa traviesa, como si hubiera tenido la mejor ocurrencia de su vida.

—Habrá que mantenerlos calientes —dijo Sarah entornando los ojos.

Michael señaló la puerta de entrada, una destartalada plancha de madera con aspecto de llevar años sin pintarse. Más exactamente, se trataba de una puerta programada para tener esa apariencia descuidada. Todo formaba parte de la atmósfera.

—Bueno, hemos estudiado los mapas y ya hemos elaborado un plan. Vamos a por ello.

—Si morimos nos harán volver al principio —añadió Sarah—. Así que, si nos pasa a uno de nosotros, los otros dos tendrán que forzar su propia muerte. No podemos separarnos si vamos a entrar todos.

Michael no estaba totalmente de acuerdo.

—No sé. Lo que de verdad importa es que averigüemos dónde está el portal a la Senda; no podemos perder ni una sola oportunidad una vez que nos encontremos en el campo de batalla. En realidad no pasaremos por el portal hasta que volvamos a estar todos juntos. Si alguien muere, los demás lo esperan.

—Vale —afirmó Bryson con una mirada burlona y arrogante—. Me aseguraré de aguantar hasta que me alcancéis, chicos. Ahora, vamos. —Sin esperar una respuesta, se dirigió hacia la puerta, la abrió y entró.

4

Se trataba de un vestíbulo anticuado con una alfombra roja, y carteles de otros juegos, enmarcados con bombillas, cubrían las paredes; las luces parpadeaban en los marcos girando en el sentido de las agujas del reloj. Había un puesto de chucherías y palomitas en el centro del vestíbulo, y el olor a maíz inflado inundaba el aire. Michael vio a una adolescente de pelo negro y llamativo lápiz de ojos rojo tras la caja registradora, masticando un chicle como si quisiera pulverizarlo hasta dejarlo reducido a nada.

A la derecha se encontraba la taquilla, detrás de cuyo mostrador había una mujer mirando con el ceño fruncido a los recién llegados, con los brazos cruzados sobre su enorme busto. Toda ella era enorme, en realidad. Tenía la espalda ancha, el cuello grueso y la cabeza grande. No llevaba maquillaje, y su cabellera canosa era fibrosa y amorfa. «¡Qué bellezón!», pensó Michael.

—Hummm… Tengo miedo —susurró Bryson—. ¿Podría uno de vosotros comprar las entradas, por favor? Creo que esa mujer se cargó a la mitad de mi pueblo cuando yo era pequeño.

Sarah rio, tal vez más alto de lo que pretendía.

—Ya lo haré yo, osito.

—Te acompaño —susurró Michael—. Creo que me he enamorado.

—¿Qué queréis? —preguntó la mujer refunfuñando cuando se presentaron delante del mostrador—. Las palomitas están ahí. —Hizo un gesto con la cabeza para señalar el quiosco, pero no movió ni un solo músculo del resto del cuerpo.

—No estamos aquí por las palomitas —respondió Sarah con frialdad.

—Entonces ¿para qué estáis aquí, listilla? —La mujer tenía una forma muy desagradable de hablar, emitiendo los sonidos por una comisura de la boca.

Sarah miró a Michael, entre entretenida y extrañada.

—¡Oye! —espetó la mujer—. Te he preguntado a ti, no a tu novio.

Sarah volvió la cabeza para enfrentarse a la mujer.

—Bueno, evidentemente, queremos jugar al juego. ¿Demonios de la Destrucción? ¿El del cartel gigante a la derecha de la puerta de entrada a este sitio? A lo mejor le suena.

Michael hizo una mueca. Sarah estaba pasándose.

La taquillera rio, con un grave gruñido más propio de un hombre.

—Venga ya, mocosos. No estoy de humor.

Michael intentó entrarle con amabilidad.

—Señora, de verdad que queremos jugar. Tenemos el día libre en la escuela. Y yo he estado estudiando todo lo relativo a Groenlandia.

La mujer descruzó los brazos y puso las manos encima del mostrador, luego se inclinó hacia delante. A Michael le llegó un tufo como de meado de gato.

—Hablas en serio, ¿verdad?

Michael sabía que su expresión delataba la perplejidad que sentía.

—Esto… sí. ¿Por qué se comporta así? Solo queremos tres entradas para el juego.

En realidad la mujer relajó un poco el gesto.

—De verdad no lo entiendes, ¿no? ¿De verdad no estás haciéndote el listillo?

Michael respondió sacudiendo la cabeza.

—Chaval, no puedes jugar a este juego si eres menor de veinticinco. Y, ahora, largo de aquí.

5

Los tres volvieron a salir del edificio un tanto impactados y muy confundidos.

—Pero ¿qué narices…? —preguntó Bryson, echando un vistazo a la chapucera puerta—. Hasta ahora solo había oído decir que este juego es una mierda. ¿Qué puede tener que lo haga ser un S. A.?

«S. A.» significaba «Solo para adultos», y Michael estaba igual de perplejo.

—A lo mejor, cuando dicen que solo juegan los viejos, lo dicen con conocimiento de causa. Son los únicos a los que se les permite el acceso.

—De ninguna manera —respondió Sarah—. Si hubiera algo que realmente lo convirtiera en un S. A., ya lo sabríamos todo, porque todos los chavales del planeta intentarían colarse. Deben de hacerlo para generar interés. Seguramente acaban de cambiarlo.

Una vez más, al igual que el extraño ataque de jaqueca en el callejón, Michael no creía que aquello ocurriera por casualidad.

—Es más probable que alguien no quiera que juguemos. Esta sería una forma fácil de ponernos una piedra en el camino.

Sarah fue sarcástica.

—Pues lo único que han hecho es añadir una o dos horas más al viaje. Las clasificaciones de los juegos jamás nos han detenido.

—¿A que no? —dijo Bryson. Luego soltó una risotada siniestra—. ¿Cómo olvidar nuestras aventuras en Maldición en Las Vegas?

—¡Oh, tío…! —fue la respuesta de Sarah.

—Vamos a ponernos manos a la obra —sugirió Michael.

Fueron hacia un banco con vistas al mar, cerraron los ojos para concentrarse en el código y empezaron a manipularlo.

6

Dos horas más tarde, seguían sin obtener resultados.

Lo intentaron todo, compartiendo su experiencia de años de juego, programación, hackeado y otras actividades ilegales. Pero nada funcionó. No era que los cortafuegos y escudos que protegían Demonios de la Destrucción fueran impenetrables, es que eran esquivos. Casi como si no existieran; y si uno no localizaba el muro, no podía escalarlo. Después de buscar y buscar, todos estuvieron de acuerdo en la inutilidad de seguir intentándolo. Michael jamás se había encontrado con algo así.

—Esto es raro —dijo, mirando al mar infinito. El cielo estaba encapotado—. Me pregunto incluso si el juego es real. Quién sabe, a lo mejor, si hubiéramos sido adultos, la mujer nos habría puesto cualquier otra excusa para dejarnos fuera. No tiene sentido, ¿verdad?

Sarah estaba mirándose los zapatos, totalmente concentrada en algo.

—A lo mejor el juego es una pasada, una verdadera pasada y superpopular entre la gente mayor, y no quieren que lo sepamos ni que participemos de la acción. A lo mejor usa una tecnología de seguridad que ni siquiera conocemos. Sea como sea, ¿qué vamos a hacer? No creo que podamos usar el mismo truco que en el Negro y Azul.

Michael se levantó. La determinación prendió en su interior como un hornillo. Iba a entrar en el juego, sin importar quién quisiera impedírselo.

—Venga —dijo—. Lo haremos a la antigua.

—¿Sí? —preguntó Bryson, sorprendido.

—Sí, así lo haremos. Voy a volver a entrar. —Michael partió con paso decidido, sin saber de dónde procedía ese arranque repentino de valentía y sin importarle. Sus amigos se apresuraron para alcanzarlo.

7

En realidad Michael no contaba con ningún plan. Y sabía que tendrían que salvar más obstáculos que los retrasarían, distintos a la chica que masticaba chicle ruidosamente y la mujer a la que consideraba un muro de piedra. Los creadores del juego debían de tener otras formas de evitar que entraran. Pero él estaba dispuesto a salvar cualquier escollo. Se sentía animado y listo para el combate.

Bryson lo agarró del hombro y lo hizo volverse justo cuando llegaron a la puerta destartalada.

—¿Qué? —preguntó Michael—. Si intentas detenerme, a lo mejor me rajo.

—Llámame loco, pero ¿no deberíamos hablarlo antes? No sé, ¿planear algo, quizá?

Michael sabía que debía tranquilizarse, pero no quería.

—Piensa en todos los follones en los que me has metido en estos años. Ahora me toca a mí. Tú sígueme. No puede irnos tan mal ahí dentro; saben que la gente no intentará colarse así como así. Las pruebas visuales serían demasiado reveladoras, y los responsables acabarían en la cárcel. Pero nosotros estamos lo bastante desesperados como para intentarlo, así que, vamos.

Sarah estaba sonriéndole con las cejas ligeramente enarcadas, como si estuviera impresionada.

—Me gusta esta faceta tuya.

—Sí, ya lo sé. Vamos. —El chico se giró de nuevo y abrió la puerta.

8

En cuanto entraron, Michael intuyó que la enorme mujer que había tras el mostrador de la taquilla sabía que iban a darle problemas.

Les hizo un gesto de negación con el dedo.

—No, no, no, no vais a hacerlo. Os lo veo en la mirada. Ya os lo he dicho, hoy no pienso dejaros entrar en el juego. Así que dad media vuelta y salid otra vez por la puerta.

Michael no había dejado de caminar, no había ralentizado el paso ni un ápice. Siguió andando hacia la parte trasera de la sala, con Bryson y Sarah pisándole los talones. Cuando llegó al quiosco de palomitas se dio cuenta de que la chica de pelo negro había dejado de mascar chicle. Se quedó mirándolos, pasmada, al verlos pasar.

—¿Por qué te habrán dejado trabajar en un lugar así? —le preguntó Michael, pero ella no respondió.

Muro de Piedra estaba saliendo de detrás del mostrador, con las fofas carnes del brazo meneándose mientras lo agitaba para indicarles que se detuvieran.

—Alto ahí, señorito, ahora mismo. Alto. Ahora. Mismo. —Se desvió para cortarles el paso, pero caminaban demasiado deprisa para ella.

Michael no conocía la distribución del lugar, pero, por lo que intuía, aparte del sitio por donde habían entrado, solo había una salida del vestíbulo, que tenía que ser la entrada a Demonios de la Destrucción. Era un oscuro pasillo que partía del rincón derecho de la sala. Y hacia allá se dirigían.

De pronto una voz atronadora inundó el ambiente. Una voz grave con un fuerte acento sureño.

—¿Os apetece que os deje la cara hecha un colador?

Michael frenó en seco, se volvió y oyó dos clics metálicos: el sonido de una pistola al ser cargada. Cuando vio de dónde procedía la voz, se le cortó la respiración, que se le atascó en el cogote, como si el aire se hubiera convertido en bolas de algodón. La misma chica que masticaba chicle y actuaba como si no le importara un comino el resto del mundo estaba de pie sobre el quiosco de las palomitas, sujetando dos escopetas recortadas, con los cañones apuntados en dirección a Michael y sus amigos.

—Me llamo Ryker —dijo la chica—. Y no pienso dejar que unos gamberros como vosotros entren al juego durante mi turno. No pienso permitirlo, no puedo hacerlo, ni lo haré. Y ahora sacad vuestros escuálidos culos de aquí antes de que empiece a disparar.

Michael se había quedado de piedra, con la mirada clavada en la extraña persona que sostenía las recortadas y que se llamaba Ryker.

—¿Te has creído que soy una payasa de rodeo? —preguntó ella levantando algo más sus armas—. Será un poco asqueroso tener que recoger vuestros cuerpos, pero podéis jurar que lo haré. Perderé hasta el último centavo de mi paga si entráis. ¡Ahora, piraos!

En algún momento, durante la perorata de la chica, Michael decidió que no iba a marcharse. Si tenía que experimentar el horror de que le disparasen, pues adelante. Se despertaría en su ataúd y volvería a toda prisa. Esa chica no iba a echarlo sin luchar.

—¡Está bien! —gritó—. Nos quedaremos paseando en la entrada.

Levantó las manos y se dirigió lentamente hacia ella. Sabía que solo tenía una oportunidad, y esperaba que sus amigos no acabaran siendo tiroteados.

—Ándate con ojo —le advirtió Ryker—. Un solo movimiento más y vas a sufrir de lo lindo antes de volver a elevarte para regresar al Despertar. ¿Qué ha sido ese ruido?

Michael dio otro lento paso hacia la chica. Se encontraba a pocos metros de ella.

—Mira, te juro que no queremos hacerte ningún daño. Solamente tenemos un par de preguntas.

—¡He dicho que te andes con ojo! —Le apuntó con ambas recortadas a la cara.

Michael debería de haberse sentido aliviado al ver que Bryson y Sarah ya no estaban directamente expuestos al peligro, pero deseó que la chica hubiera seguido como antes y hubiera apuntado esas estúpidas cosas hacia ellos.

Otro paso. Luego otro. Con las manos arriba, los ojos abiertos como platos y expresión de inocencia, Michael avanzaba con paso firme sin hacer movimientos bruscos. Ya estaba muy cerca.

—¡Alto! —gritó Ryker.

Michael paró en seco.

—Vale. Vale. —Bajó las manos y fingió que iba a dar media vuelta y dirigirse de nuevo hacia la puerta—. Siento que hayamos…

Se volvió de golpe y saltó al aire, levantando los brazos al mismo tiempo. Golpeó con fuerza los cañones de ambas armas, y las levantó hacia el techo justo en el momento en que la chica apretó los gatillos. Dos detonaciones idénticas retumbaron en la atmósfera. La munición acribilló el techo y las paredes, rompió cristales y astilló la madera. Michael cayó sobre Ryker, y ambos salieron rodando por el techo del quiosco de palomitas hasta caer al suelo. Ella luchó por zafarse, pero él estaba encima y era más corpulento. Michael logró, a base de forcejeos, quitarle las pistolas de las manos y le apuntó con una de ellas a la cara.

—Se han vuelto las tornas —dijo resollando—. No me pongas a prueba.

Ryker se retorcía debajo de él, pero con menos fuerza que antes.

—¡Qué animal, apuntar con algo así a la cara de una chica! ¿Tu padre también zurraba a tu madre?

—¡Oh, cierra el pico! Eras tú la que amenazaba con matarnos. —Le propinó un suave toquecito en la nariz con la punta del cañón, luego se levantó.

—¡Ay! —gritó ella. Michael jamás había visto una expresión de ferocidad como esa en el rostro de una chica.

—Eso ha sido peligroso —comentó Sarah con parquedad.

Michael la miró y vio que tanto ella como Bryson seguían exactamente en el mismo lugar donde los había dejado.

—Ha funcionado, ¿verdad? —Entonces, Michael cayó en la cuenta de algo—. ¡Eh! ¿Adónde ha ido la mujer?

Bryson señaló la taquilla.

—Ha corrido hacia allí y se ha escondido debajo del mostrador.

Michael supo de inmediato que algo no marchaba bien. Se encaramó al quiosco y se unió a sus amigos al tiempo que pasaba una de las recortadas a Bryson.

—Vamos a salir de aquí.

Fue entonces cuando Muro de Piedra apareció de pronto por detrás del mostrador, con sus enormes brazotes cruzados a la altura del pecho, igual que la primera vez que la habían visto.

—Habéis escogido el día equivocado para tocarme las narices. ¿De verdad creíais que os iba a dejar entrar aquí, tan alegremente, y que os iba a dejar jugar a un juego que tenéis prohibido? ¿Eh? ¿Sí?

Una especie de silbido se oyó de pronto, procedente de todas las direcciones al mismo tiempo. Michael giró sobre sí mismo para identificar de dónde venía, y le costó un rato darse cuenta de que habían aparecido varios agujeros en las paredes y en el techo. Antes de que pudiera advertir a sus amigos, unos gruesos cabos de cuerda negra empezaron a salir disparados de las aberturas, reptando por los aires como serpientes voladoras.

Se volvió para salir corriendo, pero las cuerdas se hallaban por todas partes. Uno de los cabos se le enrolló en el tobillo, lo apretó con fuerza, como si estuviera vivo.

Cuando Michael se agachó para quitarse la cuerda, esta tiró de él y lo lanzó hacia arriba.

9

A Michael se le revolvió el estómago al tiempo que su cuerpo se retorcía; la cuerda tiraba de él hacia atrás y hacia delante, como lo hace un perro con su presa. Y al igual que la presa de un perro, Michael se sentía desorientado. Sin embargo, de algún modo consiguió hacerse con la recortada. Mientras iba volando alrededor de la sala, centró todas sus energías en conseguir amartillarla. Las luces destellaban y los colores del vestíbulo comenzaron a girar hasta fundirse en uno solo. Empezó a dolerle la cabeza, como si estuviera a punto de sufrir otro ataque.

Agarró el arma con ambas manos, hizo fuerza para doblarse hacia delante, apuntó y se aseguró de no resbalar. Entonces disparó.

El arma retrocedió y lo arrojó hacia atrás. Vio cómo iba acercándose el suelo a toda velocidad, hasta que impactó contra él aterrizando con la cara. A pesar del dolor, sintió que la cuerda de la pierna se soltaba; había dado en el blanco.

El resto de los cabos se acercaron aún más, retorciéndose y enroscándose en el aire. Los había a docenas, y Michael observó con detenimiento la sala para averiguar qué había ocurrido con sus amigos. Bryson permanecía pegado a una pared, tenía un cable negro alrededor del muslo y otro que lo sujetaba por el brazo, y estaba luchando por liberarse. Sarah había evitado que la capturasen al instante, pero tenía el cabo suelto de una de las cuerdas en las manos e intentaba impedir que se le enrollase en la cara, como si fuera una cobra tensándose para atacar.

Una cuerda alcanzó a Michael, le subió reptando por la pierna y empezó a enrollársele en la rodilla. Él la agarró y tiró de ella, al tiempo que saltaba para escapar. A continuación apartó otra que se le aproximaba a la cabeza de un manotazo. Sarah perdió la batalla: la cuerda negra se le había enrollado en el cuello y la arrastraba hacia la pared donde se encontraba Bryson, con los ojos cerrados y ya sin luchar. Aterrorizado ante la idea de que hubieran hecho daño a su amigo, Michael se lanzó corriendo en esa dirección, pero lo detuvieron en seco las cuerdas que lo ataban por ambos lados. Se echó al suelo y salió rodando, sin dejar de dar patadas al aire para apartar los cabos de cuerda.

Una sensación agotadora, desesperante, intentó privarlo de vitalidad. ¿Cómo diantre lograrían salir vivos de esa? No le quedaba más que una bala en la recámara; Bryson se había visto arrastrado por toda la estancia y había ido a parar a los pies de la taquilla, por detrás de la cual Muro de Piedra permanecía de pie como una estatua, observando en silencio. Había algo en ella que impulsó a Michael a observarla con mayor detenimiento: sí que era como una estatua de piedra, su quietud no resultaba natural. Tenía la mirada vidriosa y los ojos clavados en algún punto distante. Michael jamás había visto nada parecido.

Una cuerda se enrolló con fuerza a la cintura de Michael y tiró de él de vuelta a la lucha. Fue demasiado tarde cuando trató de agarrarla y quitársela del cuerpo; estaba bien sujeta. El cable tiró de él y lo arrastró por el suelo, y el chico luchó por liberarse mientras se deslizaba en dirección a sus amigos, ambos atados contra la pared por muchas más cuerdas que antes. A Michael empezó a resbalársele la pistola de las manos, pero la sujetó con fuerza, pues sabía que esa última bala era su única oportunidad de salvarse.

Otra cuerda empezó a enrollársele al tobillo izquierdo; la apartó de una patada. Aunque apareció otra por la derecha, directa a la pistola, él la esquivó con el cañón del arma y a punto estuvo de apretar el gatillo en un acto reflejo. Con ambas manos libres, por el momento, agarró la recortada con firmeza y la apuntó a unos sesenta centímetros del cabo de cuerda que tenía enrollado a la cintura. El disparo lo lanzó de nuevo al suelo, y quedó atontado un instante. Pero fue capaz de liberarse de la bobina ya laxa. Salió rodando y tiró el arma, pues ya no le servía para nada; se levantó como pudo, apartando a manotazos las cuerdas. Fue entonces cuando cayó en la cuenta: entendió lo que estaba haciendo la vieja. Por qué estaba tan quieta y concentrada.

Estaba controlando el movimiento de las cuerdas.

10

A Michael solo le quedaba una oportunidad.

Muro de Piedra se encontraba a poco más de nueve metros de distancia, detrás del mostrador de la taquilla. Justo delante la pistola de Bryson estaba al alcance de la mano. Entre el arma y Michael, los cabos de cuerda negra surcaban el aire como vides vivas, tendiendo una red de trampas. Michael salió disparado hacia delante.

Las cuerdas lo atacaron a un tiempo, formando un enjambre procedente de todas las direcciones. Michael braceaba como loco, saltaba y se retorcía, bullendo de adrenalina. Una cuerda lo levantó y lo arrojó contra el suelo, donde impactó con el estómago. Dos cuerdas se apresuraron reptando hacia su torso y él se volvió, las agarró y tiró de ellas. Pateó y se agitó, golpeó con fuerza y lanzó puñetazos. Sin saber cómo, logró volver a ponerse en pie y seguir avanzando, de forma que se acercó varios centímetros a su objetivo. Las cuerdas se aproximaron nuevamente.

Siguió hacia delante con todas sus fuerzas, movido por el instinto. Debía de tener una pinta ridícula, como un bailarín con un ataque de nervios. Avanzó tambaleante hacia el arma, acercándose cada vez más. Una cuerda topó con su brazo y se le enrolló con fuerza antes de que pudiera reaccionar. Lo lanzó al aire al tiempo que él la agarraba con la otra mano y se la arrancaba. Por suerte había tirado de él hacia la dirección correcta: fue a dar contra el suelo y avanzó deslizándose hasta que golpeó con la cabeza contra la base de la taquilla. Tenía la pistola justo delante de la cara.

La cogió y la levantó fuertemente con ambas manos. Antes de que pudiera incorporarse, aparecieron volando las cuerdas y fueron a por sus piernas, cintura y pecho, y se enroscaron con fuerza a su alrededor. Mientras luchaba por zafarse, intentando mover los brazos a ambos lados, las demás cuerdas lo levantaron por los aires.

Salió disparado hacia arriba y entonces pudo ver a Muro de Piedra, con los rasgos todavía pétreos. Michael solo tenía un instante, las cuerdas negras estaban agarrándolo por los brazos, tratando de quitarle el arma. Apuntó al pecho de la mujer. Sin embargo, todo se detuvo antes de que pudiera apretar el gatillo.

Las cuerdas lo soltaron. Cuando Michael impactó contra el suelo, el ruido de las cuerdas al retirarse inundó la sala: un siseo sonoro y metálico emitido mientras reptaban de regreso a sus guaridas. Se quedó sin respiración por el golpe, rodó hasta quedar boca arriba y ver a sus amigos. Ellos también estaban libres. Volvió a mirar a Muro de Piedra, y descubrió su cuerpo tirado sobre el mostrador.

—Pero ¿qué…? —empezó a decir aunque se quedó sin palabras.

—La he hackeado —le dijo Bryson desde detrás, con la voz temblorosa por el agotamiento—. Es una tangente, la he bloqueado. No había logrado hacerlo jamás, he tenido suerte, he encontrado un punto débil. Por los pelos.

«Por eso tenía los ojos cerrados», pensó Michael, tan aliviado que sintió ganas incluso de reír.

—Vamos allá —dijo Sarah.

Y Michael entendió exactamente qué había querido decir. Que entraran en el juego.