8

Un hombre muy bajito

1

Michael yacía en su cama, abatido. Helga se mostraba más amable que nunca, le llevaba té caliente, sopa y plátanos —era lo único que toleraba— siempre que tocaba la campanilla que ella le había dejado sobre la mesilla de noche. Sus padres habían tenido que volver a prolongar su estancia fuera, así que, con Helga y él solos, se respiraba una gran tranquilidad en el piso. El chico tenía las persianas cerradas y no escuchaba música ni veía la televisión. Pero la señal de que algo iba realmente mal era que apenas consultaba su pantalla de red.

Le dolía muchísimo la cabeza. Y además tenía náuseas. Náuseas constantes e implacables. Sentía ganas de vomitar, como mínimo, una vez cada hora o cada dos horas. De ahí el extraño menú que pedía a Helga. Mientras permanecía tumbado, muerto de dolor, tuvo mucho tiempo para pensar en lo que había ocurrido en el sótano del club Negro y Azul.

Los KillSims. Lo que le habían hecho a Ronika. ¿Hasta dónde había llegado la bestia con Michael? ¿Le habría succionado parte de su esencia? ¿Cuánto le había faltado para convertirse en otra de las víctimas comatosas de Kaine? ¿Había sufrido lesiones físicas incurables? Con los ojos cerrados y la sensación de que iba a estallarle la cabeza, estaba seguro de que así era. Le preocupaba estar volviéndose tonto con cada minuto que pasaba, haber olvidado todo cuanto había aprendido y experimentado en la Red Virtual.

Sabía que esas ideas eran una locura, e intentó mantener una actitud optimista. Con suerte habrían detenido aquello a tiempo y su dolor de cabeza iría mitigándose poco a poco. No podía ni imaginar pasar el resto de su vida sintiéndose así.

Aunque, sorprendentemente, la jaqueca no le hacía desear acabar con todo aquello. Lo único que conseguía era que odiara a Kaine y que se hallara más seguro de lo que estaban haciendo. No se detendría hasta encontrar el lugar que estaba buscando la SRV. Con o sin amenazas, resultaba sencillo. Como en muchos juegos a los que Michael había jugado antes, todo consistía en matar o que te mataran.

Salvo que esta vez era real. Y el dolor de cabeza no le permitía olvidarlo.

Permaneció en cama un día y medio.

2

Dos días después de su encuentro con Ronika, Michael tenía la cabeza mucho mejor. Pudo levantarse y caminar, ducharse e incluso contemplar la luminosidad de la mañana sin sentir ganas de tirarse al suelo, hecho un ovillo, de dolor. Lleno de vitalidad, animado, se sentó en el sillón e invitó a Bryson y a Sarah a una conversación privada sobre el Boletín. Se unieron a él diez minutos después.

Brystones: Ya era hora. ¿Ya se te ha ido ese horrible dolor de cabeza? Helga te ha dado un beso, ¿eso te ha curado? No me lo cuentes, no quiero imaginarlo.

Sarahbobara: Bryson, tienes carta blanca para decir lo que quieras, porque nos salvaste. Te doy una semana antes de volver a hacerte de madre.

Brystones: Eso sí que no quiero imaginarlo.

Mikethespike: Me preocupaba que esa cosa me hubiera causado daños irreversibles. Todavía me preocupa, pero al menos estoy mejorando. Y ya puedo hablar y teclear sin cubrirme de babas.

Sarahbobara: Eso es bueno.

Brystones: Entonces ¿cuándo vamos a hacerlo? ¿Encontrar la Senda?

Sarahbobara: Cuanto antes.

Michael soltó un suspiro aliviado; todavía querían colaborar. Quizá estuvieran asustados como él, pero seguían teniendo ganas de participar. En todo caso, el jugador y sus perros solo habían conseguido encenderles el ánimo.

Michael y sus amigos siguieron hablando sobre el colegio y sobre cómo ajustarían sus agendas. No tardaron en decidir que un par de días de inasistencia por «enfermedad» no harían daño a nadie, al menos, no tanto como el que podrían hacerles la SRV o Kaine. La idea les llevó a pensar en Ronika, y Michael sintió una punzada de culpabilidad. Tal vez estuviera tendida en algún lugar del Despertar, en estado vegetativo, como las otras víctimas a las que habían descubierto. A lo mejor ese era el sentido de la existencia de los KillSims. Pero ¿cómo estaba relacionado todo aquello?

Sarah sugirió que pasaran el día revisando los comentarios de jugadores de Demonios de la Destrucción, el juego en el que Ronika había dicho que encontrarían la entrada a la Senda. Quizá encontraran alguna pista sobre cómo localizar ese punto débil en el código. Luego podrían descansar toda la noche y disfrutar de un sueño reparador.

Se pondrían en marcha al amanecer.

3

El timbre de la casa de Michael sonó a media tarde. Estaba inmerso en el análisis de Demonios de la Destrucción. Sabía que se trataba de un juego de guerra basado en hechos históricos, lo cual era parte de la razón por la que le gustaba a la mayoría de los carrozas. Ningún chico de su edad sentía interés por algo que había ocurrido hacía un montón de años. Sin embargo, para poder introducirse en el juego, Michael supuso que debía conocer los detalles de la batalla. Llevaba una hora leyendo cosas sobre la guerra de Groenlandia, en 2022, en la que varias naciones lucharon de forma encarnizada por una enorme veta de oro descubierta un año antes. Todo el mundo quería explotarla, por supuesto, y todos tenían motivos por los que podían reclamar la tierra. Los pormenores de la contienda interesaron a Michael más de lo que había esperado.

Las facciones enfrentadas usaron tácticas de guerrilla y algunas armas primitivas, porque había tantos bandos que el uso de armas nucleares o bombas de grandes dimensiones era demasiado peligroso. Las armas con mayor radio de alcance en su detonación habrían eliminado a algún enemigo, pero cabía la posibilidad de que barrieran, además, alguna facción aliada. Fue una batalla terrible, que se libró durante dos años antes de que todos depusieran las armas ante tanta muerte sin sentido. Todo gracias al esfuerzo de inteligentes líderes mundiales.

Los Demonios de la Destrucción habían sido un grupo real de mercenarios que combatieron durante la guerra de Groenlandia, contratados —algunas veces por más de un bando— para localizar blancos específicos y eliminarlos. Y eso sería lo que Michael y sus amigos harían en el juego. Irrumpir en pleno campo de batalla, armados solo con metralletas, y encontrar, antes de que los mataran, la trinchera de la que les había hablado Ronika. Esperaban que sus dotes de hackers estuvieran a la altura de las circunstancias.

Michael ignoró el timbre cuando sonó por primera vez, la investigación era mucho más emocionante de lo que había imaginado, y se preguntaba por qué no habría probado nunca aquel juego. Supuso que Helga abriría la puerta, pero, cuando el timbre volvió a sonar, recordó que la niñera se había tomado el día libre para ir a visitar a su hermana.

Sin parar de remugar por el camino, Michael presionó el audiopad para apagar la pantalla de red y se dirigió hacia la puerta de entrada. Cuando la abrió, le sorprendió no ver a nadie. Un escalofrío le recorrió el cuerpo de los pies a la cabeza; nada le parecía una casualidad desde que se hallaba metido en algo tan serio. Miró a ambos lados del recibidor y a la escalera, pero no vio nada. Estaba a punto de cerrar la puerta y echar el pestillo cuando vio una nota que alguien había pegado por fuera.

Era un breve mensaje manuscrito en un pequeño pedazo de papel:

Nos vemos en el callejón donde te recogimos. Ahora.

4

No se pensó dos veces si debía hacer lo que le ordenaban. Sabía que podía tratarse de una trampa, aunque era poco probable. Kaine no parecía tan peligroso en el mundo real, por qué, Michael lo ignoraba. Además ¿cómo iba a saber nadie dónde lo había recogido la SRV ese día? Por otro lado estaba la agente Weber. No podía permitirse el lujo de mosquearla.

Tardó solo veinte minutos en llegar hasta allí. Abandonó la calle principal y se adentró en el alargado y solitario callejón. No se veía ni un alma, ni un solo coche, pero sí había varios contenedores enormes en plena calzada, y algo indicó a Michael que allí era donde encontraría a la persona con la que debía reunirse. Si bien hacía calor, soplaba una agradable brisa que enfrió el sudor que le empapaba el cuello. Había basura suelta que pasaba volando y danzaba en el aire. El callejón era gris y lúgubre.

Cuando se acercó al primer contenedor, el corazón empezó a latirle más deprisa y dudó antes de echar un vistazo a la parte trasera. Se tranquilizó al ver a un hombre muy bajito con un traje de tres piezas. El desconocido no parecía peligroso. Llevaba una barba larga, lo que resaltaba aún más su calvorota, y las manos metidas en los bolsillos.

—¿Es usted…? —empezó a preguntar Michael, pero el hombre lo interrumpió.

—Sí, Michael. Ahora, acércate para que la gente no te vea desde la calle. —Hizo un gesto rápido con la cabeza, señalando al chico hacia dónde ir. Luego retrocedió un par de pasos, con la expresión lúgubre de un director de pompas fúnebres.

Michael tuvo que contener una risita al llegar a su altura. El tipo era bajito. Tan bajito que parecía sacado de una tira cómica.

—¿Para qué quería verme?

—Informa sobre los avances —respondió el hombre. Evitaba mirar a Michael directamente a los ojos. Su mirada iba de izquierda a derecha, como si esperase un ataque en cualquier momento. Lo que no favorecía que Michael se sintiera muy seguro—. Qué ha ocurrido, qué habéis averiguado, qué planes tenéis, esa clase de cosas.

—Pues, bueno, hemos…

El hombre lo interrumpió de nuevo.

—Y que sea rapidito. No deben vernos juntos. Tengo muchos asuntos que atender.

—Está… bien —dijo Michael. «Vaya tío más raro», pensó—. Creo que vamos por buen camino, pero Kaine ya nos ha atacado dos veces.

—¿«Kaine»? —preguntó el hombrecillo al tiempo que daba un paso hacia delante y miraba directamente al chico por primera vez—. ¿Estás del todo seguro que era él en persona?

Michael buscó las palabras adecuadas, pues de pronto se sintió inseguro.

—Bueno, sí, eso creo. Supongo que no lo sabíamos con certeza la segunda vez. Eran KillSims, y Ronika dedujo que los había enviado Kaine.

—Ronika. ¿Quién es Ronika?

—¿De verdad que no lo sabe?

—Ya te lo he dicho, quiero que me lo cuentes tú. Cuéntamelo todo.

—¿Cómo sé que es usted quien dice ser? En realidad… —Michael dudó antes de volver a hablar— ni siquiera me ha dicho quién es.

El granujilla estaba claramente molesto.

—Soy el agente Scott y trabajo para la agente Weber. Eso es todo cuanto tienes que saber. Estamos quedándonos sin tiempo.

Como Michael no respondió, el desconocido entornó los ojos y presionó su audiopad. Una insignia de la SRV apareció flotando entre ambos y, un tanto avergonzado por tener que agacharse para verla bien, Michael la miró con detenimiento fingiendo saber qué estaba buscando. Con la esperanza de que el hombre no estuviera marcándose un farol con aquello, asintió en silencio.

—Está bien —añadió Scott—. Ahora cuéntamelo todo.

Así lo hizo el chico. Le contó que había estado atrapado en un vacío espacial y que había oído —y visto— las terribles amenazas de Kaine; le habló de Cutter, de Ronika y del Negro y Azul, de los KillSims, de la Senda, del Desfiladero Consagrado, al que esta última, supuestamente, conducía; del plan de entrar a Demonios de la Destrucción a la mañana siguiente… De todo.

Cuando Michael terminó, el agente Scott se rascó la perilla, apoyando el codo sobre la palma de la otra mano, y se quedó mirando al suelo con cara de concentración. Era como el Sherlock Holmes más bajito del mundo. Michael esperó con paciencia, intentado reprimir un nuevo ataque de risa.

Al final el agente volvió a centrar su atención en el chico.

—Pues adelante, seguid. Pero no deis por sentado que Kaine es el único que os persigue ni el único que intenta deteneros. ¿Me entiendes? Aceptad que todas las personas con las que os encontréis son enemigos.

—Eso sí que suena divertido —murmuró Michael, aunque tenía el estómago revuelto.

—¿Me entiendes? —volvió a preguntar el hombre pausadamente.

Michael quería recordarle que él era el más alto. Pero se limitó a asentir en silencio.

—Michael, necesito una confirmación verbal.

—Sí, lo entiendo.

—Bien. —El agente Scott parecía satisfecho. Tras un nuevo vistazo a ambos lados del callejón desierto, se acercó más a Michael—. Seguimos teniendo vuestras tres auras etiquetadas con localizadores. Podríamos encontraros incluso si están activados vuestros códigos de ocultación, así que no os preocupéis. Sabremos dónde estáis, y podremos enviaros a la caballería cuando por fin entréis en ese Desfiladero Consagrado del que habéis oído hablar. Si el programa de la Doctrina de la Mortalidad permanece oculto en algún lugar, tiene que ser allí. Así que espabilad y andaos con ojo.

—Sí, señor. —De pronto, el hombre ya no le parecía tan bajo.

—Bien. Muy bien. Entonces me voy.

—Esto… ¿Señor? —preguntó Michael, dubitativo—. Si nos metemos en líos antes de llegar al Desfiladero Consagrado, ¿van a ayudarnos?, ¿ya que estarán vigilando?

El agente Scott negó con la cabeza como si jamás hubiera oído una pregunta más ridícula.

—No funciona así. No podemos actuar como si supiéramos lo que ocurre. Tenemos a muchos equipos trabajando en esto, y solo podemos esperar que uno de vosotros logre el acceso. Hasta que lo hagáis, no podemos ayudar.

—¿Y si nos matan? —inquirió Michael—. ¿O nos borran el aura, como le ocurrió a Ronika?

El pequeño hombre sonrió por primera vez desde que se habían encontrado.

—Estad atentos. Kaine es algo… escurridizo. Eso es todo cuanto puedo decir.

Y con esas palabras se volvió y empezó a alejarse por el callejón.

5

Michael se quedó junto al contenedor hasta que el agente desapareció al doblar la esquina. «Qué hombrecillo tan raro», volvió a pensar, y al final se le escapó la risita que había estado conteniendo, seguramente, para liberar tensión más que nada. Aunque no lograba recordar cuándo había sido la última vez que se había reído o incluso la última vez que se había sentido bien. El día en el que hubiera tenido la más mínima alegría.

Se volvió para regresar a casa, pero no había llegado ni a la mitad del callejón cuando un dolor lacerante en la cabeza lo sobrecogió. Fue tan intenso que se tomó la cabeza entre las manos y cayó de rodillas al suelo. Apenas era consciente de los rugidos que emitía y que reverberaban contra las paredes del callejón con aspecto de desfiladero.

El dolor era mucho peor que el que había experimentado mientras permaneció metido en cama tras el ataque de los KillSims. La jaqueca palpitaba con cada latido. Con los ojos cerrados con fuerza, gateó a ciegas hacia un lado del callejón y encontró la pared a tientas. Se sentó y apoyó la espalda contra ella, masajeándose las sienes. Poco a poco, intentó abrir los ojos, pero la luminosidad del día era como una nueva oleada de agonía que recorría su cabeza. Había algo raro en ese lugar. Entreabrió los ojos, tratando de descubrir qué estaba pasando.

La calzada que tenía delante empezó a estremecerse y a formar ondas como si se hubiera convertido en un río de petróleo gris. Los contenedores que tenía a la derecha comenzaron a levitar en el aire y a girar en círculos. No paraban de aparecer y desaparecer destellos e imágenes de cuerpos a su alrededor. Los edificios que flanqueaban el callejón estaban retorcidos, inclinados en direcciones imposibles, desafiando las leyes de la física. El cielo se había tornado de un horrible color violeta, amoratado y moteado con nubes rojo oscuro. Aterrorizado, Michael cerró los ojos con fuerza y se hizo un ovillo sobre el asfalto, rogando por que el episodio finalizara.

Al cabo de unos segundos, todo acabó. El dolor de cabeza desapareció. Ya no había jaqueca latente. Sencillamente había terminado, como si nunca lo hubiera sentido.

Aliviado, aunque preocupado, abrió los ojos y vio que todo había vuelto a la normalidad. Todavía tembloroso, se puso en pie y miró a ambos lados del callejón. No había nada fuera de lo normal.

Lo único que pudo hacer fue seguir con lo que estaba haciendo minutos antes. Una vez más, empezó a caminar por el callejón para volver a casa, en esa ocasión, con un pensamiento aterrador: ese KillSim le había hecho algo. Algo terrible.

6

Cuando Michael llegó a casa, fue directamente a su habitación y encendió su pantalla de red. Se le había ocurrido algo durante el camino de regreso: incluso antes de hablar con sus amigos sobre lo que acababa de pasarle, necesitaba averiguar qué le había sucedido a Ronika en la vida real después del ataque del KillSim.

Le costó casi dos horas encajar todas las piezas. Y no resultó agradable.

Evidentemente Ronika no era el nombre real de la mujer. Y en su posición, la de gerente de un club como el Negro y Azul dentro de la Red Virtual, habría hecho todo cuanto estuviera en su mano para asegurarse de que la gente no descubriera su verdadera identidad en el Despertar. Pero, después de analizar hasta la última noticia del InfoBlog, de estudiar fechas y horas, y compararlas con el momento en que sus amigos y él habían estado en el club, Michael pudo componer una historia plausible.

Había una mujer en Connecticut llamada Wilhelma Harris, cuyo trabajo consistía en supervisar la seguridad del cortafuegos para una empresa neoyorquina de desarrollo de software para juegos de la que Michael había oído hablar. La descripción de su trabajo, así como lo que el chico averiguó sobre su estilo de vida, indicaban que se encontraba casi siempre en el sueño y que tenía pocos amigos o familiares en el mundo real. Esa misma mujer había sido localizada por la policía deambulando por las calles de su barrio, en el centro de la ciudad —justo después de que Michael hubiera sido testigo de cómo un KillSim eliminaba a Ronika en su club—, con lo que describían como «mirada perdida», y afirmaban que había reaccionado con agresividad cuando la habían abordado. Luego había entrado en estado de coma, en el que seguía desde entonces.

La policía pedía que se presentaran amigos y familiares porque su ataúd estaba cortocircuitado y no había ni rastro de su existencia en la Red Virtual; era como si jamás se hubiera sumergido en el Sueño. También informaban de que sus constantes vitales eran muy débiles y de que era posible que no viviera mucho más.

Y luego venía lo más fuerte: tenía una perra, y la inscripción de su placa identificativa decía RONIKA.

Tenía que ser ella.

Michael lo apagó todo y fue a tumbarse a la cama. Mientras miraba al techo, pensó en lo que habían visto que le ocurría a la dueña del club. Su piel, su pelo y su ropa transformándose en cenizas digitales para luego desaparecer y desintegrarse entre destellos. Había sido eliminada por un KillSim. Y Michael se preguntó qué le habrían hecho a su cuerpo real.

«En coma. Constantes vitales débiles. Podría no vivir mucho más».

Al margen de lo que le hubiera ocurrido a ella, habían iniciado el mismo proceso con Michael. Podría haber quedado lesionado.

Al recordar la intensidad del dolor que le había lacerado la cabeza en el callejón y las salvajes imágenes que le habían horrorizado en esos breves instantes, decidió no contárselo a sus amigos. El día siguiente sería importante, y tenían grandes planes. Quizá pudiera contárselo por el camino.

Le costó mucho tiempo relajarse. Justo antes de quedarse dormido, cayó en la cuenta, algo confuso, de que Helga debía de haber decidido quedarse a dormir en casa de su hermana. No volvería al piso.