5

El anciano

1

—Mientras vosotros os dedicabais a flipar —les dijo Bryson—, yo estaba instalando un localizador en el aura de Kaine. La próxima vez sabremos si se acerca.

Michael se encontraba sentado con él y con Sarah en la casa de un árbol, a las afueras de Sangre vital, un lugar que habían codificado, o construido, en secreto. Se trataba de un bosquecillo que, según creía Michael, ni siquiera los programadores del juego conocían.

—¿Ya nos has subido el localizador? —le preguntó Sarah. Se le daba bien conseguir que mantuvieran la concentración.

—Sí.

—Bien. Y creo que si usamos mi programa del Escondite y el de Capa y Espada de Michael, lograremos evitar a esa alimaña durante un tiempo.

—O al menos ir dos pasos por delante de él —añadió Michael.

Sarah y él habían colaborado en la creación de dos programas de enmascaramiento de datos que les habían resultado útiles en más de una ocasión.

Permanecieron en silencio durante un rato, entrecerrando los ojos y concentrándose en el acceso a los códigos fuente del mundo que los rodeaba. Michael encendió las pantallas y se conectó con sus amigos; compartieron códigos, instalaron los programas y se aseguraron de que estaba todo en red y listo para funcionar. Holgaba decir que tendrían que haber sido más avispados desde un principio, pero, en ese primer momento, les había parecido un juego inofensivo. Y eso, se dijo Michael, había sido una verdadera estupidez.

Cuando terminó de codificar, abrió los ojos y se los frotó; la vista siempre quedaba algo borrosa después de conectar con el código. Se puso de rodillas y miró por la ventana orientada hacia la parte del bosquecillo que conducía de vuelta a las zonas principales de Sangre vital. Pese a que esa zona más distante se veía borrosa, puesto que la programación era más mediocre, a Michael le gustaba. La casa del árbol que habían construido con sus propios trucos de programación era un refugio cálido y bien protegido, y por eso resultaba confortable y seguro. «Solamente me faltan unos calcetines de punto y una gorra de lana para ser, oficialmente, una abuelita», pensó con sonrisa avergonzada. Sin embargo, una parte de él todavía temía aquello en lo que estaban a punto de meterse. Una parte muy importante.

—¿Y ahora? —preguntó Bryson. La pregunta resultaba evidente.

—Por los jugadores de toda la vida —respondió Sarah—. Empezaremos por ellos.

Michael se recuperó del canguelo y dejó que su lado más aventurero tomara de nuevo las riendas.

—Desde luego —contestó al tiempo que se volvía y se sentaba de nuevo—. Esos abuelos del barrio comercial sabrán algo, si es que alguien sabe algo. Si les damos una cuantas fichas para el casino, no habrá quien los calle.

Sarah estaba asintiendo en silencio, pero tenía la mirada fija en la misma ventana por la que Michael estaba mirando. Jamás miraba a nadie a la cara cuando estaba muy concentrada.

—Intento recordar el nombre del barbero. Debe de tener mil años.

—Conozco a ese carcamal —dijo Bryson—. Recurrimos a él cuando necesitábamos la clave para la misión de Plutón. Ese tío necesita comprarse un programa de aliento mentolado. Tuve que estar respirando por la boca todo el rato; echaba una peste horrible.

Michael rio.

—Si tuvieras a todos los jugadores de la ciudad en la puerta de casa pidiéndote consejo, tú también harías lo posible por ponérselo difícil. Y, por cierto, se llama Cutter.

—Pues allí es adonde iremos —dijo Sarah—. Iremos a meter las narices.

2

El casco antiguo era el lugar más visitado de la Red Virtual, la Nueva York del mundo simulado. Y el barrio comercial siempre estaba hasta la bandera. Al principio a Michael le preocupaba quedar tan expuesto, pero, en cuanto estuvo allí, se dio cuenta de que resultaría más fácil confundirse entre la multitud y pasar desapercibidos si los vigilaban. Sobre todo con sus programas de ocultación mejorados y funcionando a pleno rendimiento.

Dos centros comerciales, cada uno de ellos con miles de tiendas, galerías, restaurantes, puntos para descarga de programas, bares recreativos y cualquier otro negocio que a uno se le ocurriera, flanqueaban una enorme explanada de varios kilómetros de largo. Además de los negocios había asombrosas fuentes, muñecos hinchables gigantescos y montañas rusas. Michael siempre había sido un consumidor compulsivo en ese lugar, como todo el mundo. Ese espacio se había ideado con dos objetivos: proporcionar entretenimiento y dejar a los clientes sin los ahorros de toda una vida. Las cosas solían costar lo mismo en el Sueño que en el Despertar, pero en el primero había muchas más alternativas. Sobre todo si uno sabía codificar.

Sarah tuvo que tirar de Bryson —por la oreja— unas cinco veces, para poder llegar al largo y estrecho callejón que estaban buscando. Este salía de la vasta explanada y conducía a una zona llamada Ciudad Sombría, con lugares menos convencionales, como salones donde realizaban tatuajes digitales y tiendas de empeño, dispuestos a lo largo de una calle adoquinada. Al verlos Michael tuvo la sensación de haber retrocedido varios cientos de años en el tiempo. Incluso vio pasar un caballo al trote.

—El local de ese tipo está por allí —dijo Sarah, señalando.

Ninguno de ellos había dicho gran cosa desde que habían dejado la explanada, y Michael sabía exactamente por qué. Allí había mucha menos gente, lo que significaba que si alguien estaba mirando Michael y sus amigos serían fácilmente localizables. El chico depositó toda su confianza en el localizador de Bryson, pues estaba seguro de que sabrían si Kaine había logrado esquivar los programas de enmascaramiento de datos y volvía a acercarse. De ser así, podrían buscar un portal y elevarse hasta el Despertar antes de que volviera a lanzarlos a la oscuridad abismal.

La tienda de Cutter tenía el apropiado nombre de Barbería del Viejo. No hacía falta ser un genio para saber que una persona en un mundo simulado no necesitaba cortarse el pelo, pero a la gente le iba otro rollo. Cuanto más parecido a la vida real, mejor. Un ochenta por ciento de las personas que se encontraban en el Sueño se habían programado para tener pelo. Si tenías habilidad para la codificación y te morías por llevar coleta, podías acceder al código y programarlo en un pispás.

—¿Qué hacemos? —preguntó Bryson cuando se detuvieron a escasos metros de la puerta del local—. ¿Entramos como si nada y empezamos a hacer preguntas a ese tío?

Michael se encogió de hombros.

—Apuesto a que se lo gasta todo en juego siempre que puede. Le programaremos un bono para el próximo torneo de póquer y no se callará hasta que nos larguemos, os lo aseguro.

—¿Y a quién va a pelar?

Sarah se echó la melena hacia atrás, como protegiéndose.

—A mí no. Creo que no es peluquero de mujeres.

—Despéinate un poco —le ordenó Michael a Bryson—. Estamos perdiendo el tiempo.

3

Había transcurrido al menos un año desde la última vez que Michael había ido a sacar información a Cutter —algo relacionado con un truco para un juego de artes marciales—, por eso había olvidado el aspecto tan peculiar del tipo. Si era posible que alguien hubiera programado su aura a semejanza de un trol, ese era Cutter. Y allí estaba, dando tijeretazos a la cabellera de un desconocido. Michael y sus amigos esperaron con paciencia hasta que a Bryson le llegó el turno de pasar por las tijeras.

La cabellera de Cutter no era más que un penacho de pelillos canosos, que se había peinado en forma de cortinilla para taparse la calva, llena de manchas rojas. Tenía más pelos asomándole por las orejas que en la cabeza. Era bajito, achaparrado y viejo, y con cada palabra que pronunciaba, Michael pensaba que se desplomaría en cualquier momento, muerto de viejo. Sorprendentemente a la mayoría de las personas les gustaba que su personalidad en la Red Virtual fuera un reflejo de su personalidad real, así que Michael podía imaginar cómo sería encontrarse a Cutter en el Despertar. Un momento para recordar, estaba seguro.

—Malditos mocosos, ¿qué hacéis ahí plantados, mirándonos como una bandada de buitres a una rata moribunda? —Movía los dedos con más rapidez de lo que hubiera imaginado Michael para un hombre de su edad; iba dando tijeretazo tras tijeretazo. Resultaba evidente que no estaba acostumbrado a que la gente lo mirase tan de cerca.

—Estamos aquí para algo más que donar pelo a su suelo —dijo Sarah, hablando con una firmeza que Michael no le había escuchado jamás.

—¡Oh!, ¿de veras? —preguntó y carraspeó. Michael imaginó que aquel hombre tenía más mocos en la garganta que un bebé con sinusitis—. Bueno, ¿por qué no me iluminas, jovencita?

Sarah se quedó mirando a su amigo, que era quien debía darle el pie. El chico se acercó a Cutter y susurró:

—Queremos información sobre un jugador llamado Kaine. Dicen que está preparando algo gordo… —Hizo una pausa, pues se le ocurrió, demasiado tarde, que debería haber mostrado algo más de respeto—. Esto… señor, por favor.

—Guárdate esos refinamientos para otro —le respondió Cutter.

A Michael le llegó el tufo de su aliento y tuvo que retroceder para no soltar una arcada.

Esperaba que el viejo siguiera hablando, que empezara a revelar lo que sabía, pero Cutter no añadió nada más. No había dejado de dar ni un solo tijeretazo, y Bryson estaba empezando a quedar muy guapo.

Sarah lo intentó por su cuenta.

—¡Venga ya! Sabemos que todos los rumores del sueño acaban llegando hasta aquí, tarde o temprano. Díganos lo que sabe sobre Kaine y sobre dónde oculta sus secretos.

—O sobre dónde podemos averiguarlo —añadió Bryson.

Cutter soltó una risotada.

—Si sois tan listos, ya sabréis cómo se consigue la información por aquí. Lo único que he logrado hasta ahora es un dolor de cabeza y un puñado de pelos virtuales acumulándoseme en el suelo.

Por algún motivo, esa última frase hizo que Michael reaccionara sin pensar y dejó escapar una risilla nerviosa.

Cutter se quedó mirándolo.

—Ríete lo que te dé la gana. Yo no soy el que necesita algo. Lo último que recuerdo es que tú sí.

Sarah fulminó a Michael con su mirada castigadora, esa que solo las chicas saben lanzar.

—Lo sentimos, señor. De verdad. Está claro que no tenemos ni idea de cómo hacer esto. Nunca hemos hecho nada parecido.

Michael hizo una mueca de disgusto al oírlo; el hombre podía ser viejo, pero estaba claro que los recordaba. El chico metió baza para tapar la mentira.

—Podemos darle algo a cambio de la información. Un abono completo de fin de semana para el torneo de póquer del Casino. —Solo esperaba que sus padres no se percataran del dinero que les faltaría en la cuenta corriente.

Cutter le clavó los ojos; al fondo de la mirada del anciano Michael vislumbró una claridad que jamás había visto, y supo que lo habían conseguido.

—Incluyendo las copas —dijo el hombre—. Quiero barra libre, os lo advierto.

—Está bien —respondió Michael—. Y ahora, empiece a largar.

—Puede que no os guste lo que tengo, pero es lo mejor que he conseguido. Y vais a tener que confiar en mí cuando os diga que os estoy guiando por el camino correcto para encontrar lo que andáis buscando.

—Está bien —contestó Sarah—. Vamos a oírlo.

Cutter había dejado de cortar el pelo a Bryson, aunque Michael no podía recordar cuándo lo había hecho. Sacudió la espalda de la capa que su amigo llevaba puesta y luego se la quitó. Bryson dio las gracias a toda prisa y se levantó para colocarse junto a sus amigos, con la misma expresión expectante que Michael por saber lo que el barbero tenía que decir.

—A lo largo de estos años, me han llegado muchos rumores al local —explicó el anciano—. Pero vosotros preguntáis por la información más terrible que he escuchado en mis ocho décadas de vida.

Esto impacientó aún más a Michael.

—¿Y?

—Hay muchas noticias sobre el tal Kaine, que está por ahí, eso seguro. No planea nada bueno. Secuestros, lobotomías… Además dicen que hay un lugar donde esconde algo. No se sabe qué está ocultando ni dónde. Solo que es algo gordo.

—Todo eso ya lo sabemos —comentó Sarah—. ¿Cómo podemos encontrarlo a él o ese lugar? ¿Por dónde empezamos?

Cutter frunció los labios con un gesto que bien podría haber sido una sonrisa, aunque Michael no lo tenía muy claro. Parecía una mueca más bien.

—Será mejor que esa noche de póquer valga la pena, chavales, porque he contado a menos gente lo que estoy a punto de revelaros que dedos tengo en el pie derecho. Y perdí uno por culpa de un perro rabioso en Des Moines.

—¿Adónde vamos? —insistió Michael, con todos los músculos en tensión por la impaciencia.

Cutter se acercó a ellos, precedido por el hedor de su aliento, que flotaba en el ambiente, incluso antes de que volviera a hablar.

—Tenéis que ir al club Negro y Azul. Localizad a Ronika. Esa vieja bruja es la única que puede deciros cómo encontrarlo…

—¿Encontrar el qué? —respondieron los tres a la vez.

—Lo que os llevará hasta Kaine. —Cutter volvió a hacer ese gesto tan misterioso entre mueca y sonrisa, luego habló con un susurro ronco—. La senda.

Michael frunció el ceño. Eran dos sencillas palabras, pero la forma en que el hombre las había pronunciado le heló la sangre.