Sin opción a opinar
Hasta ese momento, Michael había creído que lo del suicidio de Tanya había sido terrible, pero esta vez apenas tenía fuerzas para salir del ataúd. No se molestó siquiera en ponerse calzoncillos. Tembloroso, empapado en sudor, se desplomó sobre la cama. Una parte de su ser seguía flotando en el particular teatro sideral de Kaine, rodeado por los horrores que había vaticinado para Michael en un futuro. Que había vaticinado para su mente, significara lo que significara eso.
Eso le puso la piel de gallina. Tras una vida buscando experiencias cada vez más salvajes, se había metido en dos líos dentro de la Red Virtual que le hacían anhelar los días en los que todo era divertido, y no tan brutal. No le importaba lo que le ofreciera la SRV, ni con lo que lo amenazaran si no colaboraba. Ver a alguien arrancándose el núcleo delante de sus narices, y la visión del castigo que le infligiría Kaine si Michael lo buscaba, le habían hecho cambiar de opinión. ¿Y si ese tipo lograba dar con él aunque se encontrara en el Despertar? Michael jamás había tenido esa sensación de parálisis, de indefensión, ni dentro de la Red Virtual ni fuera de ella.
No sabía cómo cumplir con la misión que la Red Virtual le había encomendado. Disparar a alienígenas, rescatar a princesas de las garras de los goblins, enfrentarse al drama diario de Sangre vital y luego elevarse para ir a hacer los deberes era algo que estaba bien, y Bryson y Sarah siempre podían estar allí para hacerlo con él. Acababa de regresar a su vida normal y aburrida. No quería volver a cruzarse jamás con Kaine.
Con ese firme convencimiento, Michael logró, por fin, quedarse dormido.
A la mañana siguiente, un domingo triste y nublado en consonancia con el humor de Michael, Helga le hizo comer cereales para el desayuno, arguyendo que tenía dolor de cabeza. Él quiso decirle que ella no tenía ni idea de lo que era un dolor de cabeza. Tuvo ganas de contarle hasta el último detalle del momento tan entretenido que había pasado con Kaine el día anterior, y de preguntarle si creía que ese tipo de experiencia le parecía peor que un par de horas pasando la escoba, quitando el polvo con un trapo y estando entre cestos de ropa sucia.
Pero quería demasiado a Helga, y le avergonzó incluso el haberlo pensado.
Así que, en lugar de todo eso, le dijo que lo sentía mucho y se comió tres boles de los cereales que ella había dispuesto sobre la encimera. Luego se dio una ducha de agua caliente muy, pero que muy larga. Al cabo de un rato se sintió algo mejor; el recuerdo de su encuentro con el ciberterrorista empezó a desvanecerse, como si hubiera sido una desagradable pesadilla.
El resto del día lo pasó intentando olvidar todo. Corrió un par de kilómetros, se echó una siesta y tomó un almuerzo perfecto: bocadillos, patatas fritas y pepinillos. Al final se sentó en la silla para mantener su inevitable conversación con Bryson y Sarah sobre las rarezas de Kaine. Cuando el audiopad proyectó la pantalla de red delante de Michael, ya había mensajes de sus dos amigos en el Boletín.
Parecía que todos estaban de acuerdo. Los juegos eran juegos, pero tratar con un tío psicótico que estaba aterrorizando a la gente y que no podía ser combatido por una organización tan poderosa como la SRV, bueno, en opinión de Michael, era algo muy distinto. Sus amigos admitieron que la oferta no había estado mal, pero… No, gracias. Kaine era demasiado peligroso y hacía que las amenazas de la SRV parecieran una nadería. La proeza de programación que había realizado para atraparlos resultaba inimaginable.
Cuando se preguntaron si Michael debía informar a la SRV sobre la decisión que había tomado con sus amigos, él supuso que no. No quería hablar con esa gente. Con suerte, las amenazas habrían sido un farol. A lo mejor habían planteado el mismo reto a una serie de jugadores, esperando que alguno accediera. Michael no pretendía averiguarlo, tenía cierto miedo de volver al Sueño, pero imaginaba que Kaine los dejaría en paz si no empezaban a meter las narices donde no debían. Siempre que hicieran caso de su advertencia.
Michael y sus amigos terminaron la conversación diciendo que se encontrarían más tarde en Sangre vital, que irían a jugar y dejarían atrás todo aquel asunto.
Sin embargo, las cosas no fueron tal como habían planeado cuando, al cabo de un rato, Michael se acomodó en el ataúd esa misma tarde. En lugar de sumergirse en la Red Virtual, lo único que vio fueron unas grandes letras negras:
ACCESO DENEGADO POR LA SRV
Le habían bloqueado el acceso.
Michael salió del ataúd y corrió hacia el sillón, intentó encender su auricular; no funcionaba. Corrió al sofá que estaba delante de la pantalla de pared y toqueteó los botones del mando a distancia. Nada. Oyó que Helga deambulaba por el piso, resoplando y resollando, intentando hacer llamadas. Sin embargo también los habían dejado sin cobertura de móvil. Michael regresó a la silla e intentó hackear, como pudo, la pantalla de red, pero no hubo forma.
Bloqueada. Por completo.
Lo único que pudo hacer fue meterse en la cama, quedarse ahí tumbado y mirar fijamente al techo, sintiéndose cada vez peor. ¿Cómo diantre se había metido en aquel lío? En cuestión de uno o dos días, la SRV se había apoderado de su vida y se había visto amenazado por un loco. Añoraba los días en que el colegio y algún que otro dolor de estómago eran lo único de lo que podía quejarse.
Cualquiera que acabara de conocerlo habría adivinado lo que iba a pensar a continuación. Sí, le habían enseñado algo más horrible que nada de lo que hubiera visto jamás, con sus ojos virtuales o reales, y le habían advertido de que ese sería su futuro si hacía lo que quería la SRV. No le cabía ninguna duda de que la Red Virtual podía programarse para que así fuera. Kaine estaba en lo cierto: cuando tenías el poder de hacer que alguien viera y experimentara cualquier cosa, había, sin duda, cosas peores que la muerte. Esa trinchera abismal había sido cavada justo delante de Michael.
A continuación alguien le había denegado el acceso, y eso sí que no podía soportarlo.
Lo que era más importante, las palabras de la agente Weber le obsesionaban ahora más que nunca. Lo había amenazado, a él y a su familia, y denegarle el acceso solamente era el principio de lo peor, que aún estaba por llegar. Michael tenía que aclarar las cosas. A lo mejor había renunciado al reto demasiado deprisa.
Se levantó de la cama y decidió dejar de lamentarse. Sabía que la SRV le daría otra oportunidad, había sido testigo de lo que intentaban combatir. Y si habían acudido a él en busca de ayuda significaba que estaban muy desesperados. Las atrocidades de la visión generada por Kaine empezaban a desvanecerse; el lado más sereno y racional de Michael había empezado a pensar que aquello no era muy distinto a cualquier otra experiencia de la Red Virtual. Nada de todo aquello era real; mientras tuviera cuidado, podría hacerlo. Durante sus años de vagabundeo por la Red Virtual, no había encontrado a nadie mejor que él en la codificación ni con mejores dotes de hacker, ni nadie que se hubiera acercado más a Sangre vital profunda con tanta rapidez. Kaine era bueno, pero, al fin y al cabo, solo era un jugador más.
Michael estaba listo para el reto y se sentía algo avergonzado de haberse amedrentado en un principio. ¿Cómo había podido pasar por alto las amenazas contra su familia?
Su vecina de al lado, la señora Perkins, estuvo a punto de sufrir un infarto cuando Michael aporreó su puerta. La abrió con los ojos como platos, con la mitad de la cara cubierta de una crema grasienta y una mano en el pecho.
—Bueno, Michael —dijo, entornando los ojos con gesto de asombro—. ¡Jesús, María y José! ¿Qué ocurre? Casi me da…
—Un infarto, ya lo sé. Escuche, necesito que me haga un favor.
La señora puso las manos en jarra.
—Bueno, pues me gustaría que fueras algo más educado, si eso es lo que quieres.
Michael adoraba a la señora Perkins. De todo corazón. Olía a talco para bebés y gel mentolado, y era la mujer más encantadora del planeta. No obstante, en ese preciso momento lo único que deseaba era apartarla del camino para llegar hasta su teléfono.
El chico se obligó a serenarse y dijo:
—Lo siento muchísimo. Es algo urgente.
—Disculpas aceptadas, corazón. ¿Qué puedo hacer por ti?
Por algún motivo, se dibujó una sonrisa en el rostro de Michael.
—¿Podría llamar a la oficina local de la SRV? Dígales que su vecino Michael le ha dicho que vuelve a participar. Dígales que encontraré lo que andan buscando.
Su acceso fue restablecido de inmediato. Supo por un mensaje en su tablón que Bryson y Sarah habían pasado por lo mismo y que se lo habían tomado con la misma seriedad que él. Las clases del lunes fueron lo más agonizante que Michael había tenido que padecer sentado en toda su vida, pero esa noche volvió a conectar con sus amigos, y resolvieron iniciar su investigación la tarde siguiente.
Estaban decididos a actuar con más cautela y discreción. Usarían sus habilidades para la codificación y sus dotes de hackers como jamás lo habían hecho. Michael imaginó que la SRV tendría un motivo para haberlos escogido a sus amigos y a él, y agradeció que les recordasen la gran empresa que tenían por delante.
«Podemos hacerlo», se repetía. Una y otra vez.