MOMENTOS EMOCIONANTES
—¡Qué desastre! ¿Qué podemos hacer? —preguntó Jack, intranquilo—. Imposible quitar esa enorme cantidad de tierra y rocas. Tampoco hay que pensar en volver al caserón: caeríamos en manos de esa mala gente.
Jorge frunció el entrecejo y quedó pensativo. Comprendió que no podía seguir adelante ni retroceder. Y era evidente que tampoco podían quedarse allí sin hacer nada.
—Lo mejor será que vayamos a echar un vistazo al otro pasadizo, aunque está también obstruido —dijo Jorge—. Ya sabes a cuál me refiero: al que enlaza con el que va desde el viejo caserón a la playa.
—De acuerdo —aprobó Jack—. Quizás el desprendimiento de ese pasadizo no sea tan importante como nos parece. De todos modos, es lo único que podemos hacer.
Se dirigieron al punto de donde partía el ramal, se internaron en él y llegaron hasta donde los materiales desprendidos les cortaban el paso. Jorge retiró algunas rocas y calculó la profundidad que alcanzaba el desprendimiento.
—Creo —dijo—, que si nos ponemos los cuatro a trabajar, podremos despejar el paso. Se me ocurre una idea. El tapón es de trozos de roca. Yo se los iré pasando a Jack, y Jack a Paul. Paul se los entregará a Mike y éste los dejará a sus espaldas. Así parecerá que el desprendimiento ha ocurrido allí. Y si viene el señor Boroni verá que por aquí no se puede pasar y no sospechará que nosotros hemos pasado. Así que estaremos a salvo.
—¡Es una idea estupenda, Jorge! —exclamaron Jack y Mike, entusiasmados—. ¡Hala! ¡Empecemos!
—¿Yo qué tengo que hacer? —preguntó el príncipe, un tanto atemorizado, pero encantado de la compañía de Mike y Jack.
—No tienes más que coger las piedras que yo te vaya dando y entregárselas a Mike —le explicó Jack.
Empezaron la tarea. Jorge iba levantando los trozos de roca y pasándolos a sus ayudantes. Mike los amontonaba a su espalda de modo que pareciera que se habían desprendido del techo.
Cuando hubo retirado una considerable cantidad de fragmentos de roca, Jorge dirigió la luz de su linterna a los que quedaban y lanzó un grito de alegría.
—¡Vamos bien, amigos! ¡Ya veo la continuación del túnel! Sigamos quitando piedras y pronto tendrá el boquete anchura suficiente para que podamos pasar.
Siguieron trabajando afanosamente. Paul se cansó en seguida y tuvo que sentarse para tomar fuerzas. Pasaron dos horas. Jorge empezaba a impacientarse. No quería que el señor Boroni se enterase de la huida de los prisioneros antes de que estuviesen en el bote.
Al fin lograron ensanchar lo suficiente el agujero. Uno tras otro, y arrastrándose como lagartijas, pasaron por la estrecha canal. Cuando estuvieron todos al otro lado, Jorge hizo algo imprevisto.
Miró al techo del pasadizo, cogió una piedra y la lanzó con fuerza hacia arriba. Al chocar la piedra con el techo, cayó de éste una lluvia de tierra.
—¿Por qué has hecho eso, Jorge? —preguntó Jack.
—He provocado un pequeño desprendimiento —dijo Jorge, sonriendo a la luz de la linterna de Jack— para tapar el agujero abierto por nosotros. Así nuestro querido señor Boroni no podrá pasar y habremos ganado la partida.
—¡Buena idea! —exclamó Jack—. Y ahora sigamos adelante. Ya hemos perdido bastante tiempo.
—¡Chist! —dijo Jorge de pronto—. ¡Apagad las linternas! He oído algo, un ruido lejano.
Todos apagaron las linternas y escucharon en silencio.
—Sigamos —susurró Mike.
Jorge movió la cabeza negativamente y repuso en voz baja:
—No, es preferible esperar. Podrían oírnos, deducir adónde va a parar este pasadizo y correr a la playa para recibirnos. Sí, debemos quedarnos aquí, sin hablar ni movernos. Ve al lado de Paul, Jack: está muy asustado.
Permanecieron quietos y callados. Pronto oyeron las voces del señor Boroni y de Luis, que hablaban con otra persona. Las voces se acercaron al desprendimiento que obstruía el otro pasadizo.
—¡Mirad! —dijo Boroni—. No pueden haber pasado por aquí.
—Quizá se produjera el desprendimiento cuando ya habían pasado —dijo Luis.
Luego se oyó una voz que no conocían, agresiva y seca.
—¡Qué calamidad! Permitir que se os escaparan de las manos. ¿Estáis seguros de que no hay otro pasadizo?
—¡Aquí hay una bifurcación! —dijo la voz de Luis.
Los pasos se acercaron al desprendimiento que habían atravesado Jorge y los niños.
—Aquí hay un gran montón de piedras —dijo el señor Boroni, refiriéndose a las que había amontonado Mike—. Y detrás hay materiales de otro desprendimiento. No pueden haber pasado por aquí. Seguramente han huido por ese pasadizo que conduce a la «La Mirona». Habrán pasado antes del derrumbamiento. Lo mejor será que volvamos a la torre y vayamos a buscarlos a la «La Mirona». Seguro que estarán allí.
Las voces se alejaron. Cada vez eran más débiles. Al fin, se extinguieron. Jorge y sus acompañantes respiraron.
—Bueno, ya podemos seguir adelante —dijo Jorge alegremente—. Como os dije, no han sospechado que hemos huido por aquí. Y es que no saben que este túnel llega hasta la playa. Vámonos.
Siguieron avanzando por el pasadizo secreto. De pronto, hubieron de detenerse, pues a sus pies había una abertura y, además, el pasadizo terminaba allí. Jack dirigió la luz de su linterna hacia el fondo del hoyo.
—Aquí enlaza este pasadizo con el que va de la cueva al caserón —dijo—. No me extraña que no lo notásemos cuando pasamos por aquí abajo. ¿Cómo se nos iba a ocurrir mirar al techo para ver si había agujeros? Tendremos que saltar.
Uno tras otro fueron saltando al pasadizo inferior. Después continuaron la marcha hasta llegar a la cueva, bajaron los resbaladizos escalones con ayuda de la cuerda y salieron a la playa.
—¿Estarán aún las niñas en el bote? —preguntó Mike.
Sí, las niñas estaban en el bote, esperándolos con impaciencia, en compañía de Timy. No tenían ni la menor idea de lo que había ocurrido. Al principio estuvieron charlando. Luego empezaron a mirar hacia el camino, esperando ver aparecer a los muchachos. Pero no llegaban, y Nora empezó a impacientarse.
—¡Ya deberían estar aquí! —exclamó—. ¿Qué les habrá pasado?
—A lo mejor —dijo Peggy—, el señor Boroni estaba en la habitación con Mike y Paul, y Jack y Jorge han tenido que esperar a que se marchase.
—Es verdad —dijo Timy—. Bueno, tendremos que conformarnos y esperar. No podemos hacer otra cosa. ¿No tenéis frío?
—Mi abrigo da mucho calor —dijo Peggy—, pero siento mucho frío. Deben de ser los nervios.
Esperaron una hora más. Ya estaban inquietas y preocupadas, aunque Timy se esforzaba por aparecer tranquila. De pronto, Nora gritó:
—¡Mirad! ¡La luz de una linterna en la cueva! ¡Deben de ser ellos!
¡Y lo eran! Jack, Mike, Paul y Jorge corrían en silencio por la playa. Estaban cansados, extenuados, y sabían que aún les faltaba un buen rato de esfuerzo con los remos, pero sentían una gran satisfacción ante el feliz resultado de su aventura.
—¡Mike! ¡Mike! —exclamó Nora, tan contenta al ver de nuevo a su hermano, que las lágrimas empañaban sus ojos.
Mike abrazó a Nora y a Peggy, dio un beso a Timy y entró en el bote, seguido de los demás muchachos. Afortunadamente, el bote era grande y cabían todos en él sin apreturas.
—Bueno, os dejo —dijo Timy—. Déjame pasar, Jorge. ¿Te has olvidado de que no voy con vosotros?
—¡Oh Timy! ¡Cuánto me habría gustado que vinieses! —exclamó Peggy, sinceramente apenada al tener que separarse de ella—. ¡Que todo te vaya bien, querida! Ya sabes que Jorge volverá en seguida, tan pronto como nos haya dejado con su hermano.
—Adiós a todos —dijo Timy, saliendo del bote—. ¡Cuidaos mucho! Si sé algo nuevo sobre el príncipe, os lo comunicaré. ¡Buena suerte!
—¡Buena suerte! —dijeron en voz baja los niños.
Jorge apoyó la punta del remo en el embarcadero, empujó con fuerza y el bote se alejó mar adentro. Jorge empezó a remar. La figura de Timy fue reduciéndose y al fin desapareció en la oscuridad.
El bote cabeceaba, mecido por las olas, en medio de la noche. Jack se apoderó del otro par de remos y empezó a remar con todas sus fuerzas para ayudar a Jorge. Hablaban en voz muy baja, porque Jorge les había dicho que los sonidos se oyen desde mucho más lejos en el agua.
—¡Ya te hemos libertado, Paul! —le dijo Jack—. Estás a salvo, pues no creo que el señor Boroni nos pueda encontrar en nuestra isla secreta. Vamos a pasar unas vacaciones inolvidables. Será fantástico volver a estar allí, completamente solos.
Todos lanzaron exclamaciones de aprobación, y empezaron a soñar en su maravillosa isla, aquella isla que estaban a punto de volver a ver.