MIKE, CAPTURADO
—¿Por qué no bajará Paul? —preguntó Jack, impaciente—. No hay motivo para que tarde tanto. La escala ya está fija.
Mike miró hacia arriba. La luna iluminaba la torre y la escala que descendía en línea recta a ras de la pared.
—Es extraño —dijo Mike—. A lo mejor le da miedo bajar por la escala.
—¿Qué estará haciendo? —exclamó Jack—. No podemos estar aquí toda la noche.
Los perros se acercaron. Ya se habían comido los huesos. Olisquearon a los dos niños y les lamieron las manos. Jack los acarició.
—No ladréis a Paul cuando baje por la escala —les dijo—. Es amigo nuestro. Es importante que no hagáis ruido. ¿Oís, Tinker y Don?
Los dos perros movieron la cola. No entendían las palabras de Jack, pero les gustaba oír su voz. Jack observaba con impaciencia la escala. Se acercó a ella y la sacudió. Pero no obtuvo respuesta.
—Subiré a ver qué pasa —dijo Mike—. Quizás esté esperando a que uno de nosotros suba a decirle que ya puede bajar.
—Bien pensado —dijo Jack—. Yo sujetaré la escala. ¡Buena suerte!
Mike empezó a subir. La ascensión no fue difícil porque la luna iluminaba la pared de la torre. Desde «La Mirona», las niñas vieron perfectamente a Mike con los prismáticos, y se extrañaron de que subiera él, en vez de bajar el príncipe Paul.
Mike siguió subiendo. Al fin llegó a la ventana. Asomó la cabeza cautelosamente y vio al príncipe en el fondo de la habitación, sentado en una cama y visiblemente asustado. De pronto, alguien dijo:
—¡Atrápalo!
El señor Boroni apareció en la ventana y sujetó fuertemente a Mike.
Éste no opuso resistencia, por temor a caerse, y en seguida se sintió arrastrado hacia el interior de la habitación por unos fuertes brazos. El señor Boroni lo dejó en el suelo y tiró con violencia de la escala, arrancándola de las manos del sorprendido Jack.
—Ahora tenemos dos prisioneros —dijo Luis, al que Mike vio sentado detrás del señor Boroni.
Mike no dijo nada. Permaneció inmóvil, mirando duramente al príncipe.
—Te quería avisar, pero no me he atrevido —dijo Paul—. Han entrado y me han visto atando la escala. Entonces me han obligado a sentarme en la cama y te han esperado suponiendo que subirías.
—Y ha subido —dijo el señor Boroni—. Y ya no bajará. Mañana, Luis, tapiaremos esta ventana para que ni Paul ni este niño curioso puedan hacer señales a sus amigos. Tendrán que privarse de su compañía hasta el jueves, día en que nos llevaremos a Paul a algún sitio donde no haya niños curiosos que meten las narices en todas partes, con lo que sólo consiguen complicarse la vida.
—Se te han aguado las vacaciones, muchacho —dijo Luis—. Pero estoy seguro de que Paul se alegrará, ya que va a tener compañía… Así aprenderás a no meterte en lo que no te importa.
Los dos hombres salieron de la habitación y cerraron la puerta con llave. A Mike le faltó el tiempo para asomarse a la ventana.
—¡Jack! ¡Jack! —lo llamó en voz baja—. ¿Estás ahí?
—Sí —dijo Jack, que estaba escondido detrás de un arbusto—. ¿Qué ha pasado?
—Me esperaban y me han atrapado. Ahora estoy prisionero —le explicó Mike—. Pero no saben que tú estás ahí. Vuelve a «La Mirona» y a ver si entre los tres se os ocurre algo para sacarnos de aquí. No nos podréis hacer señales porque mañana tapiarán la ventana. El jueves se llevarán a Paul a otra parte. Creo que han decidido soltarme entonces, pero debéis rescatarnos antes. De lo contrario, no volveremos a ver al príncipe, pues no sabemos adónde piensan llevárselo.
Jack lo escuchó en silencio. Estaba enojado contra sí mismo por haber dejado subir a Mike. Debió pensar que podía haber alguien esperándole.
—De acuerdo, Mike —dijo al fin—. De un modo u otro, os libertaré. ¡Ánimo y adiós!
Deslizándose entre los árboles, llegó al muro. Una vez allí, se encaramó al gran árbol y, después de pasar de rama en rama, saltó al exterior. Miró en todas direcciones para asegurarse de que nadie le había podido ver y se dirigió a la «La Mirona».
Las niñas lo recibieron llorando. Con los prismáticos lo habían visto todo.
—¡Jack! ¡Oh, Jack! —exclamó Nora entre lágrimas—. ¿Cómo podremos rescatar a Mike? ¿Por qué lo dejaste subir? Nosotras veíamos que alguien lo esperaba, pero no podíamos avisaros. ¡Ha sido horrible!
—Hemos tenido mala suerte —dijo Jack—. He sido un idiota al dejarlo subir. No se me ha ocurrido pensar que podrían estar esperándonos.
—¿Qué haremos ahora? —dijo Nora, secándose las lágrimas—. Tenemos que rescatarlo como sea. ¿Qué dirá Timy mañana, cuando no lo vea a la hora del desayuno?
—¡No hay que desesperarse! —dijo Jack—. Como sabemos dónde está Mike, podemos ir a explicar el caso a la policía. Ella se encargará de devolvernos a vuestro hermano.
—Sólo hay un policía en estos lugares —dijo Peggy—. Es un hombre gordo y viejo, y ni siquiera vive en el pueblo.
—Voy a decírselo a Timy —exclamó Nora de pronto—. Si no se lo decimos hoy, tendríamos que decírselo mañana. De modo que no adelantaríamos nada. No podría dormir si no le expusiera a una persona mayor lo que le ha pasado al pobre Mike.
—Pero no debemos despertar a Timy a medianoche —dijo Jack—. Tengamos paciencia hasta mañana. Mike está bien. En la habitación hay una cama: la vi por la cerradura.
—¡Quiero decírselo a Timy! —volvió a insistir Nora lloriqueando.
La afligida Nora estaba convencida de que debía contárselo todo a una persona mayor. Incluso tenía la esperanza de que Timy fuera al viejo caserón para pedir que dejaran en libertad a Mike.
—Bueno, ya que te empeñas, iremos a decírselo a Timy —dijo Jack, que en el fondo también lo estaba deseando—. Quizá se le ocurra alguna solución.
Los tres niños bajaron la escalera de la torre, atravesaron la cocina y subieron al dormitorio de Timy. Llamaron a la puerta.
—¿Quién? —preguntó Timy.
—Somos nosotros —dijo Nora—. ¿Podemos entrar?
—¡Claro que podéis! —respondió Timy—. ¿Es que alguno de vosotros está enfermo?
Los niños abrieron la puerta. Timy encendió la luz, se incorporó en la cama y les dirigió una mirada escrutadora. Llevaba el pelo suelto y no parecía la misma Timy con moño que los niños estaban acostumbrados a ver.
—¿Dónde está Mike? —preguntó—. ¿Está enfermo?
Los niños se sentaron en la cama y le contaron toda la aventura del caserón. Le explicaron que un pasadizo secreto iba desde la playa hasta la bodega del viejo edificio, que en la torre había un príncipe prisionero. Y cómo habían capturado a Mike.
Timy los escuchó boquiabierta, interrumpiéndoles para hacerles preguntas. Cuando le contaron lo de Mike se horrorizó.
—¿De modo —preguntó cuando los niños terminaron su largo informe— que éste era vuestro secreto? ¡No cesaba de preguntarme qué haría esa gente en el viejo caserón, pues estaba segura de que no hacían nada bueno! ¡Pobre príncipe! ¡Es un crimen tenerlo secuestrado! Leí en un periódico que había desaparecido y que nadie sabía dónde estaba, pero no podía sospechar que estuviese tan cerca.
—¿Cómo rescataremos a Mike? —preguntó Nora, ya más tranquila por habérselo contado todo a Timy—. Y a Paul tenemos que liberarlo antes del jueves.
Timy estuvo unos instantes reflexionando. Luego dijo algo que hizo latir de esperanza los corazones de los niños.
—Mi abuelo me habló de un pasadizo secreto que hay entre la torre de esta casa y la del viejo caserón. Los contrabandistas de entonces lo utilizaban con frecuencia para pasar de una casa a otra sin que los viesen. Si lo encontramos, podremos ir a la torre del viejo caserón y traernos a Mike y a Paul sin que nadie se entere.
—¡Oh, Timy! —gritaron, alborozados, los tres niños—. ¡Tenemos que encontrar ese pasadizo!
—Mañana por la mañana lo buscaremos —dijo Timy—. Lo mejor será que se lo contemos todo a Jorge y le pidamos ayuda. La fuerza es necesaria para desobstruir ese pasadizo. Mi abuelo me dijo que había que apartar una gran piedra de la pared de la torre para entrar en el paso secreto. Nosotros no podemos mover esa piedra. En cambio, Jorge es muy fuerte. Y, además, sabe guardar un secreto.
Después de charlar unos momentos más con Timy, los niños se fueron a la cama. Pero antes recibieron otra alegría. Echaron una mirada a la torre y, a la luz de la luna, vieron a Mike asomado a la ventana. Los saludó agitando los brazos en el aire. Parecía muy contento, pero más contentas se pusieron Peggy y Nora al verlo.
—¡Pobre Mike! —dijo Jack mientras se acostaba—. Me alegro de que no esté triste.
—Y yo —dijo Nora—. ¡Tenemos que encontrar a toda costa nuestro pasadizo secreto! ¡Qué sorpresa recibirá Jorge cuando se lo contemos todo! ¡Tengo unas ganas de que sea ya mañana!