EL CAUTIVO DE LA TORRE
Los cuatro niños tenían los nervios en tensión. Sólo hablaban del pasadizo secreto y del cautivo de la torre. Pero cuando Timy estaba delante no mencionaban nada de esto.
—Debemos mantener este asunto en secreto —dijo Mike—. Estoy seguro de que Timy se asustaría si se enterase. Lo que no sé es cómo podremos vigilar la torre del caserón durante el día sin que Timy nos vea. Por la noche será fácil, pero durante el día será casi imposible.
—Desde luego —dijo Peggy—, no podremos estar en nuestras habitaciones mientras Timy haga limpieza, pero, una vez la haya hecho, vigilaremos por turno desde la habitación de arriba. Entonces ya no habrá que temer que Timy se entere. Los turnos pueden ser largos, de unas tres horas por ejemplo. No hará falta que estemos vigilando constantemente: podremos leer o hacer alguna otra cosa, y echar una ojeada de cuando en cuando. Yo me entretendré haciendo una labor de punto.
—Empezaremos mañana por la mañana —dijo Jack—. Ojalá no se le ocurra a Timy ir a la habitación de arriba. Si nos encontrara a uno de nosotros solo, creería que estamos reñidos.
Cuando se fueron a la cama observaron la torre, pero no vieron nada de particular. En la ventana no había nadie. Pero en la habitación había una luz encendida.
—Tiene que haber alguien allí —dijo Jack—. De lo contrario, no estaría encendida aquella luz… Me parece que esta noche no podré dormir. No hago más que pensar en pasadizos secretos.
Estuvieron un gran rato despiertos en la cama, pero al fin se quedaron dormidos. Soñaron con cuevas, pasadizos, torres y cautivos: corrieron dormidos tantas aventuras como habían corrido despiertos.
Apenas se levantó a la mañana siguiente, Mike miró hacia la torre, pero no vio a nadie. Después, antes de bajar a tomar el desayuno, la observó Jack. Y profirió un grito.
—¡Hay alguien en la ventana!
Mike acudió corriendo al lado de Jack, pero éste lo apartó de un empujón.
—No te acerques. Del mismo modo que nosotros los vemos a ellos, ellos nos ven a nosotros. Me parece que el que está asomado a la ventana es el señor Boroni.
Los dos niños se retiraron un poco de la ventana para que no los pudiesen ver desde el caserón. Sí, era el señor Boroni y miraba hacia ellos.
—No te muevas, Mike —dijo Jack—. Boroni mira hacia aquí. Quiere averiguar lo que podemos ver desde esta torre. Estoy seguro.
Al cabo de un rato el señor Boroni se retiró de la ventana. Timy los llamó de nuevo para que bajasen a tomar el desayuno y Peggy subió al cuarto de los chicos para ver por qué no bajaban.
Aquel día empezaron los cuatro su vigilancia por turno, y alrededor de las seis de la tarde, estando Peggy de guardia, vieron por primera vez al prisionero.
Jack se había entretenido haciendo un barquito de madera con su navaja. Había trabajado pacientemente durante tres horas, sentado a un lado de la ventana para que el señor Boroni no lo viese si se le ocurría observar de nuevo la torre de «La Mirona». A cada momento, Jack dirigía una mirada a la lejana torre del caserón. Así pasó su turno, sin que lograse ver nada.
Llegó Peggy para relevarlo. Y cuando Jack se levantaba de la silla y Peggy se disponía a empezar su labor de punto, los dos vieron una figura en la ventana de la torre. Jack lanzó una exclamación de sorpresa.
—¡Es un niño! Debe de tener siete u ocho años.
—No parece inglés —dijo Peggy—. Es moreno y tiene los ojos negros.
El niño estaba asomado a la ventana. Jack lo observó con los prismáticos. Con ellos lo veía tan cerca como si sólo los separasen unos metros.
—Está muy pálido, y también muy triste —dijo Jack—. Parece estar llorando.
—Déjame verlo —dijo Peggy tomando los prismáticos de manos de Jack—. Sí, está muy triste. Es natural: lo tienen prisionero.
—Hagámosle señas —dijo Jack—. Se alegrará de ver a otros niños.
Jack se asomó a la ventana y empezó a mover los brazos. Al principio, el prisionero no lo advirtió. Pero al fin, aquellos brazos que se agitaban atrajeron su atención y miró a Jack. Éste empezó a bracear con tal furor, que por poco se cae por la ventana. Peggy se colocó al lado de su amigo y entonces fueron cuatro los brazos que se agitaban en el aire. El niño les sonrió y les devolvió el saludo.
—¡Nos ha visto! —exclamó Jack alegremente—. Bueno, ahora viene lo difícil. ¿Cómo le preguntaremos quién es?
Peggy tuvo una excelente idea.
—Escribamos grandes letras, cada una en una hoja de papel. Luego vamos enseñándole estas letras de modo que formen palabras. Así podremos decirle lo que queramos.
—Bien pensado —dijo Jack—. Como parece que va a llover, nos reuniremos los cuatro en una habitación y escribiremos las letras. Timy espera una visita y no vendrá a ver qué hacemos.
—¿Tendrá tinta? —dijo Peggy—. Ya se lo preguntaré. Yo tengo papel de cartas.
De pronto, el niño prisionero desapareció de la ventana y ya no volvió a asomarse.
—Debe de ser que ha oído subir a alguien —dijo Jack— y no quiere que sospechen que nos ha visto y nos ha hecho señas.
Mike y Nora llegaron en este momento al jardín. Empezaba a llover. En seguida, y corriendo, subieron a la habitación de vigilancia para averiguar por qué ni Jack ni Peggy habían ido a la playa cuando estaban libres.
Al oír el relato de Jack sobre el niño prisionero lamentaron no haberlo podido ver. Jack les explicó también su plan de escribir grandes letras en hojas de papel para comunicarse con el cautivo, ocurrencia que les hizo sonreír de satisfacción.
Peggy corrió a preguntar a Timy si tenía tinta negra; pero la respuesta fue negativa.
—Sólo tengo tinta azul —dijo Timy, revolviendo su escritorio—. Pero mira, aquí hay unos carboncillos. ¿Os servirán?
—¡Oh, sí! —exclamó Peggy—. Gracias, Timy. ¿Verdad que no te importará que juguemos esta tarde en el cuarto de Mike? Después de todo, tendrás una visita que te hará compañía.
—No, no me importará —dijo Timy—. Por el contrario, me encantará no teneros delante. Haced lo que queráis, pero dejad las ventanas abiertas. Así estaréis más frescos.
—¡Oh, no te preocupes por eso! Tener abiertas las ventanas es muy importante para nosotros —dijo Peggy riendo. Y corrió escaleras arriba con los carboncillos.
Primero entró en su habitación para proveerse de papel y luego subió a la de los chicos. Repartió las hojas entre todos y abrió la caja de carboncillos.
—Nos vamos a poner las manos perdidas —anunció—. Estos carboncillos son estupendos, ¿verdad, Mike? Las letras se verán perfectamente: el prisionero las podrá leer sin dificultad.
—Hacedlas por lo menos de un palmo de altura y tan gruesas como podáis —dijo Jack mientras trazaba una enorme A—. Yo haré las siete primeras del abecedario; tú, Mike, las siete siguientes; tú Peggy, siete más, y tú, Nora, las restantes. Mirad la A que he dibujado. Seguro que el prisionero la verá perfectamente.
Pronto tuvieron hechas las letras. No cesaban de observar la torre, pero el niño no volvió a asomarse. El cielo estaba cubierto y oscureció rápidamente. Una luz apareció en la ventana de la torre del caserón, y el cautivo se asomó, pero se retiró en seguida.
—No podremos comunicarnos con él hasta mañana —dijo Jack—, aunque ya tenemos preparadas las letras. ¡Es una lástima!
Al día siguiente, los cuatro niños continuaron su vigilancia por turno, y, alrededor de las dos de la tarde, Jack y Nora vieron al prisionero. Éste se asomó a la ventana, sacando por ella casi medio cuerpo.
—Está mirando por todo el jardín —dijo Jack—. Quiere asegurarse de que no hay nadie que pueda verlo comunicarse con nosotros por señas.
Jack empezó a mover los brazos, y el niño le vio y agitó los suyos.
—Bueno, vamos a probar las letras —dijo Jack, nervioso—. Nora, dame las letras que te vaya pidiendo. Le enviaré un mensaje. Supongo que sabrá leer.
—¿Qué dirá el mensaje? —preguntó Nora.
—Pues dirá, sencillamente: «SOMOS AMIGOS» —respondió Jack—. Empieza a darme las letras, Nora.
La niña le fue entregando, una por una, las letras trazadas con carboncillo que Jack le pedía. Primero una S, luego una O, etc., hasta completar la frase. El prisionero miraba atentamente las hojas de papel.
Cuando Jack hubo terminado la frase, el cautivo sonrió y agitó los brazos. Luego empezó a transmitir letras con las manos, pero Jack no podía verlas desde tan lejos. Echó mano de los prismáticos y volvió a mirar al prisionero. Éste empezó de nuevo su mensaje.
Poco a poco, moviendo las manos, el niño del caserón formó esta breve frase:
«ESTOY PRISIONERO».
Mike y Peggy acababan de subir en busca de sus trajes de baño. Pero al ver lo que ocurría, se sentaron en la cama de Mike. Y pudieron oír a Jack, que iba diciendo en voz alta las letras que el niño le transmitía desde el caserón.
—Jack, pregúntale quién es —le gritó Nora.
Y Jack empezó a formar la pregunta con las grandes letras escritas.
La contestación los dejó paralizados de sorpresa.