EL ÁLGEBRA DE LA NECESIDAD

«El Gordo» Terminal llega de los Tanques de Presión de la Ciudad, donde chorros abiertos de vida lanzan un millón de formas, comidas inmediatamente, quienes las comen anulados por pelusas de tiempo negro…

Pocos consiguen llegar a La Plaza, un sitio donde los Tanques vacían una corriente de mareas periódicas que trae formas de supervivencia armadas con defensas de barro venenoso, carne podrida, hongos y olores verdes que chamuscan los pulmones y atan el estómago con nudos apretados…

Porque los nervios de «El Gordo» estaban despellejados y pelados para sentir los espasmos de muerte de un millón de excitaciones frías… «El Gordo» aprendió El Algebra de la Necesidad y sobrevivió…

Un viernes «El Gordo» se dejó caer por La Plaza, un feto simiesco, gris translúcido, con ventosas en las pequeñas manos blandas de un púrpura grisáceo y una boca redonda de lamprea, de cartílago frío y gris, forrada de negros dientes eréctiles en busca de las marcas dejadas por los pinchazos de la droga…

Y un tipo rico pasó y clavó la vista en el monstruo y «El Gordo» rodó por el suelo meándose y cagándose de miedo, y se comió su propia mierda, y el tipo aquel, conmovido ante semejante tributo a la potencia de su mirada, dejó caer una moneda de su bastón de los viernes (el viernes es el domingo musulmán cuando habitualmente los ricos distribuyen limosnas).

Así que «El Gordo» aprendió a servir La Carne Negra y creció hasta que su cuerpo se convirtió en una cosa barriguda como un acuario…

Y sus ojos muertos de periscopio barrieron la superficie del mundo… Entre su estela de adictos, unos monos de un gris translúcido se clavaron como harpones en las marcas de la droga y allí se colgaron para chupar, y todo eso vino a confluir en «El Gordo», así que su sustancia crecía y crecía llenando plazas, restaurantes y salas de espera del mundo con fluido gris de la droga.

Los Boletines procedentes del Cuartel General del Partido son redactados en forma de charadas obscenas por hebefrénicos y latahs y monos, los Sollubis pedorrean en código, los negros abren y cierran la boca y envían mensajes con sus dientes de oro, los perturbadores árabes envían señales de humo lanzando grandes eunucos adiposos —son los que hacen el mejor humo, suspendido en el aire negro y sólido como mierda— en hogueras de gasolina ardiendo en un montón de basura mosaico de melodías, tristes flautas de mendigos jorobados, viento frío, soplando desde una tarjeta postal del Chimborazo, flautas del Ramadán, música de piano en calle barrida por el viento, fragmentarias comunicaciones de la policía, folleto de propaganda sincronizado con un SOS por riña callejera.

Dos agentes se han identificado el uno al otro gracias a las actividades sexuales que registran extraños micrófonos, se pasan jodidos secretos atómicos en un código tan complicado que solamente dos físicos de todo el mundo pretenden entenderlo, y cada uno de ellos se opone categóricamente a la interpretación del otro. Después, el agente receptor será ahorcado, culpable de posesión dolosa de un sistema nervioso y repetirá el mensaje en los espasmos del orgasmo transmitidos por electrodos conectados al pene.

Ritmos respiratorios de viejo cardíaco, movimientos de una bailarina del vientre, chuf chuf chuf de una motora surcando el agua aceitosa. El camarero deja caer una gota del martini del Hombre del Traje de Franela Gris, el cual coge el tren de las 6.12 horas sabiendo que ha sido localizado.

Yonquis salen por la ventana del retrete del restaurante chino cuando el tren elevado pasa retumbando. El Cojo, hicieron con él un rodeo en el Waldorf y parió una camada de ratas. (Hacer el rodeo: en la germanía de Nueva York significa liquidar al hijoputa dondequiera que se lo encuentre. Una rata es una rata es una rata es una rata. Es un confidente.) Vírgenes prudentes contemplan absortas al coronel inglés que cabalga blandiendo en su lanza un pécari aullando. El marica elegante que patrocina el bar de la esquina de su calle para que reciba un boletín de la Madre Muerta, vive en sinapsis y evocará a la excitante Institutriz Castigadora. Los chicos que se masturban en el retrete de colegio se reconocen entre sí como agentes de Galaxia X, se citan en un local nocturno de ínfima categoría donde se sientan miserables y siniestros bebiendo vinagre de vino y comiendo limones para confundir al saxo tenor, un árabe progre con gafas azules, sospechoso de ser Emisor del Enemigo. La red mundial de yonquis, conectados a un cable de semen rancio… tratando de picarse en habitaciones amuebladas… temblando en el amanecer enfermo… (Los hombres del viejo Pete fuman el Humo Negro en la trastienda de una lavandería china. El Niño Melancólico muere de una sobredosis de Tiempo o de un corte de la respiración durante el pavo frío en Arabia-París-Ciudad de México-Nueva York-Nueva Orleans— Los vivos y los muertos… en carencia o colocados… colgados y descolgados y colgados de nuevo… llegan con la onda luminosa de la droga y El Contacto está comiendo chop suey en la calle Dolores… mojando un bollo en Bickfords… perseguido por La Bolsa por una manada de gente que ladra. Palúdicos del mundo se unen en un estremecido protoplasma. El miedo sella el mensaje de estiércol con una cuenta uniforme. Incontrolados ruidosos copulan ante los aullidos de un negro que arde. Bibliotecarios enfermos de soledad se unen en besos del alma que apestan a halitosis. ¿Esa sensación persistente hermano? ¿Dolor de garganta tenaz e inquietante como viento abrasador de la tarde? Bienvenido al Club Internacional de la Sífilis— «Mezodiz Epizcopal God damn iz» (frase utilizada en EEUU. para demostrar el deterioro del habla típico de la paresia) o el primer toque del chancro nos convierte en miembros por derecho propio. El vibrante zumbido silencioso de lo profundo del bosque y de los acumuladores de orgones, el súbito silencio de ciudades cuando los policías yonquis e incluso los Oficinistas suenan abriendo canales de colesterol en busca de contacto. Fuegos de artificio del orgasmo estallan sobre el mundo. Una fumeta se pone en pie de un salto gritando: «¡Me dio el muermo!», y se hunde en la noche mexicana abatiendo los terminales cerebrales del mundo. El Verdugo grita al oído de su implacable víctima. Navajeros abrasados por adrenalina. El cáncer está a la puerta con un Telegrama Cantado…