Comida del Partido Nacionalista con vistas al Mercado. Puros, whisky, eructos discretos… El líder del Partido se pasea en chilaba, tomando whisky y fumando un puro. Lleva zapatos ingleses caros, calcetines chillones, ligas, piernas musculosas, peludas… En conjunto, aspecto de gángster triunfador disfrazado.
LÍDER (señalando con gesto dramático). —Mire allí. ¿Qué ve usted?
LUGARTENIENTE. —Hum. Bueno, veo el Mercado.
LÍDER. —No, no ve eso. Ve hombres y mujeres. Gente normal y corriente haciendo las cosas normales y corrientes de todos los días. Viviendo sus vidas normales y corrientes. Eso es lo que necesitamos…
Un golfillo trepa hasta la barandilla de la terraza.
LUGARTENIENTE. —¡No, no queremos comprar condones usados! ¡Largo!
LÍDER. —¡Espera…! Ven aquí, muchacho. Siéntate… Toma un cigarro… Tómate una copa.
Da vueltas alrededor del chico como un gato montes cachondo.
—¿Qué piensas de los franceses?
—¿Hu?
—Los franceses. Esos cabrones colonialistas que os están chupando los glóbulos vitales.
—Mire, míster. Chuparme los glóbulos son doscientos francos. No he bajado la tarifa desde el año de la peste, cuando murieron todos los turistas, hasta los escandinavos.
LÍDER. —¿Ve usted? Un chico de la calle perfecto, sin adulteraciones.
—Usted sí que sabe encontrarlos, jefe.
—M. I. nunca falla.
LÍDER. —Mira, chico, vamos a decirlo de otra manera. Los franceses os han arrebatado vuestra herencia.
—¿O sea, como el Banco de la Amistad…? Tienen a un eunuco egipcio sin dientes para hacer el trabajo. Suponen que provoca menos antagonismo, ¿sabe?, siempre se baja los pantalones para que se vea su estado. «Mire, soy un pobre eunuco viejo y sólo trato de mantener mi hábito. Me gustaría darle otro plazo para el riñón artificial, señora, pero tengo que cumplir con mi trabajo, y punto… Desconectadla, chicos.» Deja ver las encías con un gruñido imperceptible. «Por algo me llaman Nellie el Embargos.»
»Así que desconectan a mi propia madre, esa santa zorra vieja, y empieza a hincharse y a ponerse negra y el zoco apesta a meados y los vecinos protestan a la Junta de Sanidad y mi padre dice: “Es la voluntad de Alá. Ya no volveré a tirar mi dinero por la cañería como si lo meara.”
»Los enfermos me dan asco. Cuando alguien empieza a hablarme del cáncer de próstata o de su tabique podrido y sus secreciones de pus, le digo: “¿Te crees que tengo el más mínimo interés en que me expliques tu asqueroso estado? No me interesa nada de nada.”
LÍDER. —Muy bien. Corta. Odias a los franceses, ¿no es cierto?
—Míster, yo odio a todo el mundo. El doctor Benway dice que es cosa metabólica, algo que tengo en la sangre… Los árabes y los norteamericanos la tenemos especial… El doctor Benway está preparando un suero.
LÍDER. —Benway es un agente occidental infiltrado.
LUGARTENIENTE 1.° —Un puerco judío francés…
LUGARTENIENTE 2.° —Un culo cagado de negro judío comunista de mierda.
LÍDER. —¡Cállate, imbécil!
LUGARTENIENTE 2.° —Perdone, jefe. Estoy para que me destinen a oficinas.
LÍDER. —No te acerques a Benway. (Aparte: «Me pregunto si se tragará esto. Nunca se sabe lo primitivos que son.») En confianza, hace magia negra.
LUGARTENIENTE 1.° —Tiene un demonio contratado.
—¡Aja…! Bueno, tengo que ir a ver a un cliente norteamericano con tela en cantidad. Un tío con clase de veras.
LÍDER. —¿No te das cuenta de que es una vergüenza arrendar tu culo a pijos infieles y extranjeros?
—Bueno, hay otros puntos de vista. Que ustedes lo pasen bien.
LÍDER. —Igualmente. —Sale el chico—. No tienen solución, se lo aseguro, no tienen solución.
LUGARTENIENTE 1.° —¿Qué es eso del suero?
LÍDER. —No lo sé, pero suena peligroso. Será mejor que situemos un localizador telepático sobre Benway. No hay que fiarse de él. Puede hacer casi cualquier cosa… Convertir una matanza en una orgía sexual…
—O en una broma.
—Exactamente. Un tipo habilidoso… Sin principios…
UN AMA DE CASA NORTEAMERICANA (abriendo una caja de Lux). —¿Por qué no tiene una célula fotoeléctrica que abra la caja en cuanto me vea y se ponga sola en el Sirviente Perfecto Automático para que la meta en el agua…? El Sirviente Perfecto está sin control desde el jueves y está empezando a pasar a lo físico sin que le haya puesto ese programa para nada… Y el Sistema de Trituración de Basuras me tira mordiscos y el cerdo del Turmix viejo queriendo meterme mano todo el rato… Tengo un catarro horroroso y el intestino fatal, estreñido… Voy a poner al Sirviente Perfecto el programa para que me dé lavativas.
VENDEDOR (está entre Latah agresivo y Emisor tímido). —Recuerdo cuando viajaba con K. E., el hombre con más ideas de toda la industria de electrodomésticos.
»—¡Imagínate! —suelta—. ¡Una desnatadora en su cocina!
»—Se me va la cabeza sólo de pensarlo, K. E.
»—Puede que falten cinco, diez, sí, tal vez veinte años… Pero llegará.
»—Esperaré, K. E. Esperaré todo lo que haya que esperar. Cuando empiecen a llamar a los primeros números en el más allá, allí estaré.
»K. E. fue el que sacó el Pulpo para salones de masaje, peluquerías y baños turcos, un chisme para administrar al cliente lavativas, masajes inmorales y champúes al mismo tiempo que le corta las uñas de los pies y le quita las espinillas. Y el Doctor Para Todo, para médicos muy ocupados que te quitaba el apéndice, te corregía una hernia, te operaba las almorranas y te hacía la circuncisión. Bueno, K. E. es un vendedor tan atómico que si se queda sin Pulpos sobre la marcha le vende un Doctor Para Todo al peluquero y algún ciudadano se despertará con las almorranas cepilladas…
»—Dios mío, Basilio, ¿qué clase de antro es éste? Me han violado en pandilla.
»—Bueno, se lo juro, lo único que quería era hacerle nuestra lavativa de regalo, gratuita, del día de Acción de Gracias. K. E. ha debido de venderme el material equivocado otra vez…
CHAPERO. —¡Lo que hay que aguantar en este trabajo! Si te cuento las proposiciones que me hacen no te lo creerías… Quieren jugar a latahs, quieren fusionarse con mi protoplasma, quieren una sesión de pinchar figuras, quieren chuparme los orgones, quieren quedarse con mi experiencia anterior y dejarme viejos recuerdos que me dan asco…
»Estaba jodiéndome el individuo aquel y pienso: “Por fin un cabrito normal”, pero empieza a correrse y se convierte en una especie de cangrejo espantoso… Le dije: “Mira, tío, no tengo por qué aguantarte el numerito éste… puedes ir a montarlo a un cabaret de locas.” Hay gente que no tiene clase. Y otro personaje, un individuo espantoso, se sienta ahí y telepatiza y suelta la leche en los calzoncillos. Muy desagradable.
Los jóvenes vagabundos retroceden en medio de la confusión más absoluta hasta la linde de la red soviética donde los cosacos ahorcan a los rebeldes a los sones salvajes de las gaitas y los chicos suben por la Quinta Avenida para ser recibidos por Jimmy Walkover con las llaves del Reino y no hay ninguna atadura, llévalas sueltas en el bolsillo…
¿Por qué esa palidez, esa debilidad, bello bujarrón? Olor a sanguijuelas muertas en una lata oxidada abrochadas sobre la herida viva, sorben el cuerpo y la sangre y los huesos de Criiiiisto, le dejan paralítico de cintura para abajo.
Entrega tus papeles, chico, tu dulce papito pasó el examen tres años antes y sabe todas las respuestas para los Campeonatos del Mundo.
Traficantes de abortones persiguen a una vaca preñada hasta que alumbra. El campesino inicia la covada, se revuelca en la mierda dando gritos. El veterinario pelea con un esqueleto de vaca. Los traficantes se ametrallan entre sí, regatean silos y tractores, artesas de grano, pacas de heno, pesebres, por el enorme establo rojo. Ha nacido el tercero. Las fuerzas de la muerte se funden en la mañana. Un joven campesino se arrodilla con devoción… Su garganta late bajo el sol naciente.
Yonquis sentados en las escaleras de la Audiencia esperando al Hombre. Aldeanos sureños con stetsons negros y levis raídos amarran a un chico negro a una vieja farola de hierro y lo empapan con gasolina ardiendo… Los yonquis se precipitan sobre él para aspirar el humo de la carne hasta bien dentro de sus pulmones doloridos… Un verdadero alivio…
EL OFICIAL DEL JUZGADO. —O sea, que yo estaba sentado delante de la tienda de Jed, allí en Coño Lamido, con la picha tan tiesa como un pino teca y apretando contra el levis, latiendo al sol… Bueno, pues pasa el bueno del doctor Scranton, un buen muchacho, no hay en todo el valle un tío mejor que el doctor Scranton. Tiene el ojo del culo prolapsado y cuando quiere que se lo follen te acerca el culo sacando un metro de in-tes-ti-no… Si está por la labor, suelta un trozo de tripa por la ventana de su despacho hasta la cervecería de Roy y lo pone a buscar una picha a tientas, palpando como un lución… Así que el bueno de Scranton ve mi pija y se para como un perro haciendo la muestra y me dice: «Luke, ¿te tomo el pulso desde aquí?»
Browbeck y el joven Seward luchan contra los capadores de cerdos por establos, gallineros y perreras alborotadas… caballos que relinchan dejando al aire grandes dientes amarillos, vacas que mugen, perros que aúllan, gatos que se aparean entre llantos de niño, una piara de cerdos enormes organiza un griterío tremendo, los lomos erizados. Browbeck el Nervioso ha caído bajo la espalda del joven Seward, aferra los intestinos azules que brotan de una raja de veinte centímetros. El joven Seward corta la pija de Browbeck y la blande, latiendo, en el rosa brumoso de la aurora…
Browbeck grita… los frenos del metro escupen ozono…
—¡Atrás, amigos…! ¡Atrás!
—Dicen que le empujó alguien.
—Andaba dando bandazos como si no viese bien.
—Demasiado humo en los ojos, seguro.
En la taberna, Mary la Gobernanta Lésbica resbala sobre una compresa ensangrentada y cae al suelo… Un maricón de al menos ciento cincuenta kilos la pisotea hasta machacarla, mientras relincha apasionadamente.
Canta con una voz de falsete espantosa:
Pisa los racimos en las cubas que guardan las uvas de la ira,
Desata el rayo fatal de su espada terrible y veloz.
Desenfunda una espada de madera dorada y da tajos al aire. Se le suelta el corsé que sale zumbando contra la diana de los dardos.
El estoque del torero viejo pincha en hueso y sale zumbando contra el corazón del Espontáneo, deja clavado en el burladero su valor por demostrar.
—O sea, que un maricón elegante llega de Coño Lamido, Texas, a Nueva York, y resulta que es el marica más elegante de todos y se lo rifan todas las viejas del tipo de las que se nutren de mariquitas jóvenes, esas viejas depredadoras sin dientes, demasiado débiles y demasiado lentas para atrapar otras presas. Viejas tigresas apolilladas que se vuelven devoradoras de maricas por cojones… Así que como el individuo aquel era una mariquita muy dispuesta y mañosa, empezó a hacer cosas de pedrería y joyería. Todas las zorras viejas del Gran Nueva York quieren que les haga un aderezo y empieza a hacer dinero, el 21, el Morocco, el Stork, pero no hay tiempo para el sexo, todo el rato preocupado por su reputación… Empieza a jugar en las carreras; se supone que hay algo masculino en lo de jugar, sabe Dios por qué, y se imagina que será bueno para el negocio que lo vean por el hipódromo. Hay pocos maricones que apuesten a los caballos, y los que apuestan pierden más que los otros, son unos jugadores fatales, se meten de cabeza a todo cuando van perdiendo y se retiran cuando ganan… en fin, la misma historia de sus vidas… Y hasta los niños saben que en el juego hay una ley: el ganar y el perder vienen por rachas. Métete a fondo cuando estés ganando, retírate cuando pierdas. (Una vez conocí a un marica que metía la mano en el cajón, pero no metía dos mil a ganador por una cabeza o a Sing-Sing. No, Gertrie, no… Oh, no, sólo dos pavitos cada vez…)
»Así que pierde y pierde y vuelve a perder. Un día, en el momento de ir a poner una piedra en una joya, se le ocurre lo de siempre. “Naturalmente, luego la devolveré.” Ultimas palabras de lo más conocidas. Y aquel invierno, diamantes, esmeraldas, rubíes, perlas y zafiros imperiales del gran mundo van siendo empeñados uno tras otro y sustituidos por imitaciones falsas…
»La noche de inauguración de la temporada de ópera llega una vieja cacatúa creyéndose resplandeciente con su tiara de brillantes. Y se le acerca otra vieja puta y le dice: “Oh, Miggles, cómo eres de lista… dejar las buenas en casa… debemos de estar locas para andar tentando al destino.”
»—Te equivocas, querida. Estas son las piedras buenas.
»—Pero, Miggles, mi amor, estás loca… Pregúntale a tu joyero… Bueno, pregúntaselo a cualquiera. Ja ja ja.
»O sea que convoca a toda prisa un aquelarre. (Lucy Bradshinkel, mira tus esmeraldas.) Todas las brujas aquellas examinan sus piedras como un individuo que descubre síntomas de lepra.
»—¡Mi rubí sangre de pichón!
»—¡Mis opeloz neglos! Vieja zorra casada tantas veces con tantos amarillos y tantos hispanos que confundes los acentos con los pedos…
»—¡Mi zarifo imperial! —chilla una poule de luxe—. ¡Oh, qué espanto!
»—¡Pero si parecen totalmente de Woolworth…!
»—No hay más que una solución. Voy a llamar a la policía —dice un vejestorio valiente y decidido; y sale pisando fuerte con sus tacones bajos y llama a la bofia.
»Total, que a la maricona joven le caen dos años; en la trena conoce a un elemento que es una especie de chulo barato y nace el amor o por lo menos un facsímil que deja a ambas partes convencidas de ello. Y como exige el guión, los sueltan casi a la vez y fijan su residencia en un piso del Lower East Side… Y cocinan en casa y los dos trabajan en cosas modestas pero legales… Y así Brad y Jim son felices por primera vez.
»Entran fuerzas del mal… Lucy Bradshinkel viene a decir que todo está perdonado. Confía en Brad y quiere ponerle un estudio. Tendrá que cambiarse a la zona de las calles Sesenta Este, naturalmente… “Este sitio es imposible, querido, y tu amigo…” Y una gente conocida quiere a Jim para que lleve un coche. Es subir un peldaño, ¿entiendes? Que te lo ofrezcan unos individuos que apenas si te conocen de vista, quiero decir.
»¿Volverá Jim a delinquir? ¿Sucumbirá Brad a los halagos de un vampiro envejecido, una loba voraz…? No hace falta decir que las fuerzas del mal son rechazadas y salen gruñendo y rezongando amenazadoras:
»—Esto no le va a gustar nada al Jefe.
»—No sé cómo se me habrá ocurrido perder el tiempo con una mariquita como tú, ordinario.
»Los chicos pronto están junto a la ventana de su aposento, abrazados, mirando el puente de Brooklyn. Un tibio viento de primavera agita los rizos negros de Jim, los suaves cabellos teñidos con henna de Brad.
»—Bueno, Brad, ¿qué hay de cena?
»—Vete a la habitación y espera. —Lo echa de la cocina con un gesto juguetón y se pone el delantal.
»La cena es el coño de Lucy Bradshinkel, saignant a la papillote de tampax. Los chicos comen alegremente mirándose a los ojos. Les resbala la sangre por la barbilla.
Que el azul del alba atraviese la ciudad como una llamarada… Los patios están limpios de fruta y los cubos de ceniza dejan ir a sus muertos encapuchados…
—¿Cuál es el camino de Tipperary, señora?
Más allá de las colinas y lejos, hacia las praderas azules… A través de la hierba abonada, harina de huesos, hasta el estanque helado donde los peces de colores esperan inmóviles la primavera.
La calavera grita y rueda escaleras arriba para arrancar de una dentellada la pija del marido infiel que se aprovecha del dolor de oídos de su esposa para hacer lo que no debe. El joven marino de agua dulce se pone el sueste y pega a su mujer en la ducha hasta matarla.
BENWAY. —No te lo tomes tan a pecho, niño… «Jeder macht eine kleine Dummheit.» (Todos cometen alguna estupidez.)
SCHAFER. —Le aseguro que no puedo evitar una sensación… no sé, de maldad en este asunto.
BENWAY. —Música celestial, muchacho… Somos hombres de ciencia… Científicos puros. Investigación desinteresada y maldito sea quien diga: ¡Alto, eso es demasiado! Esa gente no son más que charlatanes políticos.
SCHAFER. —Sí, sí, por supuesto… pero sin embargo… no puedo quitarme ese hedor de los pulmones…
BENWAY (irritado). —Ninguno de nosotros puede… Nunca hemos olido nada ni remotamente parecido… ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! ¿Qué sucedería si administrásemos curare y pulmón de acero durante un ataque de manía agudo? Posiblemente el paciente, incapaz de descargar sus tensiones mediante actividad motriz, sucumbiría de inmediato, como una rata de la selva. Una causa de muerte interesante, ¿eh?
Schafer no ha oído:
—¿Sabe? —dice impulsivamente—, me parece que voy a volver a la cirugía normal de toda la vida. El cuerpo humano es de una ineficencia escandalosa. En vez de tener una boca y un ano que se estropean, ¿por qué no tenemos un solo agujero para todo, para comer y para eliminar? Podríamos ocluir boca y nariz, rellenar el estómago y hacer un agujero para el aire directamente en los pulmones, que es donde debía de haber estado desde el principio…
BENWAY. —¿Y por qué no un glóbulo para todo? ¿Le conté alguna vez lo del hombre que enseñó a hablar a su culo? Movía el abdomen entero arriba y abajo, ¿entiende?, pedorreaba las palabras. Nunca había oído nada semejante.
»El habla del culo aquel tenía una especie de frecuencia intestinal. Te pegaba justo en los labios, y te entraban las ganas. Como cuando el colon avisa y sientes una especie de frío por dentro y sabes que no tienes más remedio que soltar la tripa, ¿entiendes? Pues aquella voz te pegaba justo ahí abajo, un sonido espeso, pringoso, borboteante, un sonido que se podía oler.
»El hombre trabajaba por las ferias, ¿entiende?, y al principio era como un número de ventrílocuo nuevo. Y muy divertido, además, por entonces. Hacía un número que se llamaba “El Ojo Mejor” que era la monda, se lo juro. Se me ha olvidado cómo era, pero era muy divertido. Algo como: “Oye, tú, ¿sigues ahí abajo todavía?”
»—¡No! ¡Me he ido a cagar!
»Al cabo de un tiempo, el culo empezó a hablar por sí solo. Salía a escena sin nada preparado y el culo se ponía a improvisar y le daba la réplica en los chistes todas las veces.
»Luego fue desarrollando una especie de dientes, como ganchos ásperos curvados para adentro, y empezó a comer. Creyó que era algo simpático y montó un número con eso, pero el ojete se dedicaba a comerle los pantalones y quedar al aire y empezar a hablar por la calle, vociferando que quería igualdad de derechos. Y además se emborrachaba y le daban lloronas, que nadie le quería ni le besaban, todas las bocas. Y acabó por pasarse hablando todo el día y otra vez, darle puñetazos, meterle velas encendidas dentro, pero nada servía de nada y el ojete le dijo: “Al final serás tú el que se calle, no yo. Porque ya no haces ninguna falta. Y puedo hablar y comer y cagar.”
»Después empezó a despertarse por las mañanas con algo como una cola de renacuajo por la boca, llena de una gelatina transparente. Lo que los científicos llaman T. N. D., un Tejido No Diferenciado, que se reproduce en todo tipo de zonas del cuerpo humano. Se lo arrancaba de la boca y se le quedaban trozos pegados en las manos como gelatina de gasolina ardiendo y allí nacían, crecían en cualquier sitio en que le cayera una gota encima. Hasta que por fin se le obturó la boca y se le hubiera amputado espontáneamente la cabeza entera (¿sabías que en algunas zonas de África, y sólo entre los negros, se da una enfermedad en la que el dedo meñique se amputa espontáneamente?), de no ser por los ojos, ¿entiendes? Lo único que el ojo del culo no podía era ver. Necesitaba los ojos. Pero las conexiones nerviosas quedaron bloqueadas e infiltradas y atrofiadas y el cerebro no podía seguir dando órdenes. Estaba atrapado en el cráneo, tapiado. Durante un tiempo podía verse a través de los ojos cómo sufría el cerebro, silencioso e impotente, pero seguramente se murió porque los ojos se apagaron, y ya no reflejaban más sentimientos que un ojo de cangrejo en la punta de una antena.
»Es el sexo que escapa al censor, se cuela entre los distintos despachos, porque siempre hay un intersticio, en la música popular, en las películas de serie B, que deja ver la podredumbre fundamental de Norteamérica, que salta como un forúnculo aplastado, que salpica pegotes de T.N.D. que caen por todas partes y hacen brotar formas espantosas. Unas estarán formadas enteramente de tejido eréctil, como de pene, otras serán vísceras apenas recubiertas de piel, racimos de tres y cuatro ojos apiñados, revoltijos de boca y ojos de culo humanos agitados y servidos según salgan.
»El resultado final de la representación celular completa es el cáncer. La democracia es cancerígena y su cáncer es la burocracia. Una oficina arraiga en un punto cualquiera del Estado, se vuelve maligna como la Brigada de Estupefacientes, y crece y crece reproduciéndose sin descanso hasta que, si es controlada o extirpada, asfixia a su huésped, ya que son organismos puramente parásitos. (En cambio, una cooperativa puede vivir sin Estado. Es una ruta a seguir. Crear unidades independientes que satisfagan las necesidades de quienes participan en el funcionamiento de cada unidad. Una oficina opera a partir del principio contrario inventar necesidades para justificar su existencia.) La burocracia es tan nefasta como el cáncer, supone desviar de la línea evolutiva de la humanidad sus inmensas posibilidades, su variedad, la acción espontánea e independiente, y llevarla al parasitismo absoluto de un virus.
»(Se cree que el virus es una degeneración de una forma de vida más completa. Es posible que en otros tiempos tuviese incluso vida independiente. Ahora ha descendido a la línea divisoria entre materia viva y muerta. Sólo presenta cualidades de ser vivo si tiene un huésped, si usa la vida de otro: es la renuncia a la vida misma, una caída hacia el mecanismo inorgánico, inflexible, hacia la materia sin vida.)
»La burocracia muere cuando se derrumba la estructura del Estado. Las oficinas son tan incapaces e inadecuadas para tener existencias independientes como una solitaria sin tripa, o un virus que ha matado a su huésped.
»Una vez en Timboctú vi un chico árabe que tocaba la flauta con el culo, y los mariquitas me contaron que en la cama era algo único. Te tocaba una canción subiendo y bajando por el órgano, apretando en los puntos erógenos, distintos en cada persona, claro está. Cada amante tenía su propia canción, la perfecta para él, para llevarle al orgasmo. El chico era un artista a la hora de improvisar nuevas combinaciones y orgasmos especiales, algunos eran notas en lo desconocido, arpegios de apariencia discordante que se desparraman súbitamente y se entrechocan con un impacto vistoso, cálido y dulce.
El «Gordo» Terminal ha organizado una batida de babuinos culirrojos en motocicleta.
Los Cazadores se han reunido en el bar El Enjambre a tomar un desayuno de caza. Los Cazadores se pavonean como unos imbéciles narcisistas, con sus cazadoras de cuero negro y sus cinturones claveteados, sacando músculo que hacen tocar a los maricas. Todos llevan enormes pectorales postizos. De vez en cuando, uno de ellos tira a un marica al suelo y le mea encima.
Beben ponche Victoria, una mezcla de paregórico, cantáridas, ron moreno fuerte, coñac Napoleón y aguardiente. Lo sirven de un gran babuino dorado hueco, agachado de pavor, que tira viajes a la lanza que lleva clavada en un costado. Si se le retuercen los huevos, sale el ponche por la pija. De tanto en tanto, suelta un sonoro pedo y le salen del culo entremeses calientes. Cada vez que eso sucede, los cazadores braman de risa animal, y los maricas chillan y se retuercen.
El Montero Mayor es el Capitán Siempredura, que fue expulsado del 69.° de la Reina por afanar un suspensorio en una partida de strip-poker. Motos que se inclinan, saltan, dan vueltas de campana. Babuinos que escupen, chillan, cagan, luchan cuerpo a cuerpo con los Cazadores. Motos sin piloto se arrastran por el polvo como insectos paralíticos, atacando a babuinos y Cazadores…
El Líder del Partido avanza en triunfo entre las masas vociferantes. Un anciano cargado de dignidad se caga ante su vista e intenta ofrecerse en sacrificio bajo las ruedas del automóvil.
LÍDER. —No sacrifiques tu reseca persona bajo las ruedas de mi flamante Buick Roadmaster automático, descapotable, neumáticos con banda blanca, ventanillas hidráulicas y toda clase de cromados. Es un truco barato de moros (¡ojo con el acento, Iván!), guárdalo para abono… Diríjase al servicio de conservación para consumar sus excelentes propósitos…
Las tablas de lavar han caído, se mandan las sábanas a la lavandería para quitarles esas manchas culpables… Emmanuel profetiza el Segundo Advenimiento…
Al otro lado del río, hay un chico con el culo como un melocotón; no era nadador, ay, y perdí a mi Clementina.
Un yonqui está sentado con la aguja en espera del mensaje de la sangre, y el timador palpa al primo con dedos de ectoplasma podrido…
La Hora de Higiene Mental del Doctor Berger… Fundido en negro.
TÉCNICO. —Bueno, escucha, lo repetiré bien despacio. «Sí» —asiente con la cabeza—. Y acuérdate de la sonrisa… sonrisa —enseña unos horrorosos dientes postizos como si parodiara un anuncio de pasta dentífrica—. «Nos gusta la tarta de manzana y nos gustan nuestros vecinos. Así de sencillo…», y haz que suene sencillo, a cosa de campo… Pon una expresión bovina, ¿vale? ¿Quieres la centralita otra vez? ¿O el cubo?
SUJETO (psicópata criminal reformado). —¡No…! ¡No…! ¿Qué es bovino?
TÉCNICO. —Que parece una vaca.
SUJETO (con cabeza de vaca). —Muuu, muuu.
TÉCNICO (echándose atrás). —¡Demasiado! ¡No! Limítate a parecer normal, ¿entiendes?, sencillo como un buen paleto…
SUJETO. —¿Un primo?
TÉCNICO. —Bueno, un primo exactamente no. Este individuo no tiene malicia. Ha tenido una ligera concusión… ¿Te das cuenta? Del tipo emisor y receptor telepáticos extirpados. Aspecto de recluta… Cámara, acción.
SUJETO. —Sí, me gusta la tarta de manzana —su estómago gorgotea larga y sonoramente. Estelas de saliva le cuelgan de la barbilla…
El doctor Berger levanta la vista de sus notas. Parece un búho judío con gafas negras, le molesta la luz. Dice:
—Me temo que sea un sujeto inutilizable… Ocúpese de que pase a liquidación.
TÉCNICO. —Bueno, podríamos quitar el gorgoteo de la banda sonora, meterle una sonda en la boca y…
BERGER. —No… Es inutilizable —mira al sujeto con asco, como si hubiera cometido un faux-pas tremendo, buscar ladillas en el vestidor de la duquesa, por ejemplo.
TÉCNICO (resignado y exasperado). —Traigan al sarasa curado.
Entra el homosexual reformado… Camina encerrado en una línea invisible de metal incandescente. Se sienta ante la cámara y empieza a colocar el cuerpo en postura de campesino. Los músculos se ponen en su sitio como elementos de un insecto seccionado. Cara blanda y borrosa de estupidez pura:
—Sí —asiente y sonríe—, nos gustan nuestros vecinos. Así de sencillo —asiente y sonríe y asiente y sonríe y…
—¡Corten! —grita el Técnico. Se lleva al homosexual curado que asiente y sonríe.
—Vamos a verlo.
El Asesor Artístico mueve la cabeza:
—Le falta algo. Le falta salud, para ser exactos.
BERGER (se levanta de un brinco). —¡Ridículo! Si es la salud personificada.
ASESOR ARTÍSTICO (muy digno). —Bien, si puede usted iluminar mi ignorancia sobre el tema, doctor Berger, le agradecería que lo hiciera… Si puede llevar todo el proyecto usted solo con su mente privilegiada, no sé para qué tiene necesidad de un asesor artístico —sale con la mano en la cadera cantando por lo bajo «Cuando tú te hayas ido… yo seguiré estando aquí».
TÉCNICO. —Traigan al escritor curado… ¿Que tiene qué? ¿Budismo…? Ah, que no puede hablar. Pues a ver si empieza por ahí, ¿vale? —se vuelve hacia Berger—. El escritor no puede hablar… Sobreliberación, diría yo. Desde luego, podríamos doblarle…
BERGER (cortante). —No, eso no nos sirve… que traigan a otro.
TÉCNICO. —Estos dos han sido mis niños mimados. Les he dedicado más de cien horas extras que todavía no me han sido compensadas.
BERGER. —Reclamación por triplicado… Formulario seis mil noventa.
TÉCNICO. —¿Ahora va a explicarme cómo reclamar? Vamos, doctor, usted dijo una vez que «hablar de un homosexual curado es como: cómo puede un individuo estar completamente sano con cirrosis terminal». ¿No recuerda?
BERGER. —Oh, sí. Eso está muy bien visto, desde luego —gruñe rabioso—. Pero no pretendo ser escritor —escupe la palabra con un odio tan feroz que el Técnico retrocede aterrado…
TÉCNICO (aparte). —Tiene un olor insoportable. A cultivos de reproducciones podridas… a pedo de planta carnívora… a eructo de Schafer —parodia la manera académica—. Curioso reptil… La cuestión es, doctor, ¿cómo pretende usted que un cuerpo goce de buena salud si le han lavado el cerebro…? O dicho de otra manera, ¿puede un sujeto estar sano in absentia, por poderes?
BERGER (se levanta de un salto). —¡Yo tengo la salud…! ¡Toda la salud! ¡Salud suficiente para el mundo entero, para todo el jodido mundo entero! ¡Lo curo todo!
El Técnico le mira con acritud. Se prepara un bicarbonato y se lo bebe y eructa en la mano.
—Hace veinte años que la dispepsia me tiene mártir.
Dice Lu el Amable papi del cerebro lavado:
—A mí me van sólo los hombres, y estoy encantado… Un secreto, chicas: uso dan de acero japonés, ¿y vosotras no? Nunca me ha dejado tirado. Además, así es más higiénico y se evita cualquier clase de contacto molesto, pueden dejarte paralítico de cintura para abajo. Las mujeres sueltan jugos venenosos…
»O sea que le dije, digo: “Doctor Berger, no se crea que me va a encajar sus viejas beldades cansadas de lavarse el cerebro. Soy la maricona más antigua de todo el Alto Culodemono…”»
Cambia de envoltura en cueva de ladrones donde las golfantes te meten siempre un clavo que gane la casa 666 y menudas guarras las tías están todas enfermas purgaciones podridas hasta el corazón de mi pija por consumar. ¿Quién mató al Primavera…? El gorrión cae bajo mi fiel Webley, y de su pico brota una gota de sangre.
Lord Jim se ha puesto de un amarillo subido bajo la luna triste y marchita de la mañana, como humo blanco contra el azul y un viento de primavera azota las camisas en los riscos calizos al otro lado del río, Mary, y el amanecer se parte en dos trozos como Dillinger escapando hacia la Historia. Olor a neón y gángsters atrofiados y el delincuente manqué se arma de valor para forzar un retrete de pago aspirando en un cubo de amoníaco…
—Al saco —dice—. A éste le doy por el saco, y al saco.
LÍDER (sirviéndose otro whisky). —Los próximos disturbios serán como un partido de fútbol. Hemos importado de Indochina mil latahs de primera, bien alimentados… Lo único que necesitamos es un buen agitador que los dirija.
Recorre la mesa con los ojos.
LUGARTENIENTE. —Pero, jefe, ¿no podemos hacer que empiece uno y que los otros vayan imitándolo tipo reacción en cadena?
La Recitadora serpentea por el mercado:
—¿Qué hace un latah cuando está solo?
LÍDER. —Eso es cuestión técnica. Habrá que consultar a Benway. Yo, por mi parte, creo que alguno debiera llevar la operación hasta el final.
—No lo sé —dijo a falta de los puntos y calificaciones necesarios para tener seguro el nombramiento.
—No tienen sensibilidad —dijo el doctor Benway—, sólo reflejos… Es imprescindible distraerlos.
—La edad para consentir es cuando aprenden a hablar.
—Que todos tus problemas sean pequeños —dijo un pederasta a otro.
—Lo que es mal augurio, querido, es cuando empiezan a probarse tus trajes y no puedes evitar la sensación de ser un doble…
Una loca frenética trata de aferrarse a la chaqueta de sport que se lleva el chico. Suelta un chillido:
—¡Mi chaqueta cachemir de doscientos dólares!
—Y entonces se lió con un latah; el idiota del viejo quería tener a alguien completamente dominado… El latah imita todas sus expresiones y sus hábitos y acaba simplemente por sorberle toda su persona, como un muñeco de ventrílocuo, algo siniestro… «Me has enseñado todo lo que eres… necesito un nuevo amigo.» Y el pobre Bubu no pudo ni contestarle porque no le quedaba ni identidad.
YONQUI. —De modo que estamos en esta ciudad sin caballo, únicamente jarabe para la tos.
PROFESOR. —La coprofilia… señores… podría ser denominada el… ejem vicio redundante…
—Veinte años de artista de películas porno y nunca he tenido que caer tan bajo como para fingir un orgasmo.
—La mala pécora drogada colgó al niño antes de que naciera… Las mujeres son mal asunto, niño…
—Me refiero al sexo a nivel consciente, muerto… es igual que llevar ropa vieja a la lavandería…
—Y en pleno arrebato de pasión me dice: «¿No tendrás una horma que te sobre?»
—Me contó que una vez la metieron en una mezquita cuarenta moros y la violaron, se supone que por turnos… Aunque son poco disciplinados… muy bien, ponte al final de la cola, Alí. La verdad, queridos míos, uno de los rollos de peor gusto que he oído jamás. A mí me acababa de violar un grupo selecto de pelmazos cualificados.
Un grupo de nacionalistas acérrimos está sentado ante el Sargazo, miran por encima del hombro a las locas y parlotean en árabe… Clem y Jody aparecen deslumbrantes caracterizados de Capitalistas de manual soviético.
CLEM. —Hemos venido para sacar provecho de vuestro atraso.
JODY. —En palabras del Bardo Inmortal, a engordar a costa de estos moros.
NACIONALISTA. —¡Puerco! ¡Asqueroso! ¡Hijo de perra! ¿No ves que mi gente tiene hambre?
CLEM. —Así es como me gustan.
El nacionalista cae muerto, envenenado de odio… El doctor Benway llega de inmediato:
—¡Todo el mundo atrás! Déjenme aire —toma una muestra de sangre—. Bien, bien, no se puede hacer nada. Cuando te llega la hora, te llega.
El regreso del marica, el árbol de Navidad arde alegremente sobre los montones de basura del pueblo, los chicos se la menean en los retretes de la escuela. ¿Cuántos espasmos jóvenes sobre la vieja tapa de roble desgastada, brillante como oro…?
Largo sueño en el valle del Río Rojo, ventanas negras y huesos de chicos colgados de telas de araña.
Dos maricones negros se gritan:
MARICA 1.° —Cierra el pico, chocho barato y con granuloma… ¡Si en el ambiente todos te llaman Lu la Asquerosa!
RECITADORA. —La chica de la ingle interesante.
MARICA 2.° —Miau, miau —se ponen piel de leopardo y garras de acero.
MARICA 1.° —Oh, oh. Una dama de la buena sociedad.
Huye dando gritos por el Mercado. El travestí le persigue gruñendo y rugiendo…
Clem pone la zancadilla a un espástico y le quita las muletas… Se pone a imitarlo con descaro retorciéndose y babándose…
Se oyen disturbios a lo lejos… mil lulús de Pomerania en la histeria.
Cierres de tiendas caen como guillotinas. El pánico succiona a los clientes hacia el interior, vasos y bandejas quedan suspendidos en el aire.
CORO DE MARICAS. —Nos violarán a todos. Lo sé, lo sé.
Se precipitan hacia la farmacia y compran una caja entera de vaselina perfumada.
LÍDER (alza la mano con dramatismo). —La Voz del Pueblo.
Pearson el Cambiazos trasquila la yerba corta sujeto al tiránico comandante de Karma, oculto en un descampado, entre las culebras, venteado por el perro escrutable…
El Mercado está vacío, excepto un viejo borracho de nacionalidad indeterminada que se ha privado con la cabeza en una meadera. Los alborotadores irrumpen en el Mercado chillando y aullando «¡Mueran los franceses!», y despedazan al borracho.
SALVADOR HASSAN (retorciéndose ante el ojo de la cerradura). —¡Mira qué expresiones, el ser protoplasmático entero, bellísimo, todos exactamente iguales!
Un mariquita cae al suelo gimiendo en un orgasmo:
—¡Oh, Dios mío, esto es demasiado excitante! Como un millón de pijas empalmadas latiendo.
BENWAY. —Me gustaría hacerles un análisis de sangre a esos chicos.
Un hombre portentosamente anodino, barba gris y chilaba marrón caída, canta sin separar los labios con un ligero acento indefinible:
—Ay mis muñecas, mis queridas lindas bonitas muñecas.
Patrullas de policías de finos labios, narices grandes y ojos grises y helados penetran en el Mercado por todas las calles de acceso. Golpean con pies y porras a los manifestantes, con brutalidad fría y metódica.
Los manifestantes son retirados en camiones. Los cierres se levantan, los ciudadanos de Interzonas salen a la plaza salpicada de dientes y sandalias y resbaladiza de sangre.
El cofre del marino muerto está en la embajada, y el vicecónsul avisa a su madre.
No hoy… Mañana… Madrugada… N’existe plus… Si lo supiera se lo diría con mucho gusto. En cualquier caso es un mal movimiento hacia el Ala Oriental… Se fue por una puerta invisible… Aquí no… Mire por todas partes… No bueno… No good… Yo buscando. Volvel vielnes.
(Nota: los pinchetas de los viejos tiempos, los veteranos con la cara marcada por el tiempo gris de la droga lo recordarán… Eran los años veinte, muchos trancantes chinos consideraron que Occidente era tan poco de fiar, tan poco honrado, tan falso, que cerraron la tienda en bloque, y cuando algún yonqui occidental iba a comprar, decían:
—No tenel… Volvel vielnes…)