A. J. se vuelve hacia sus invitados:
—Mis queridos coños, pijas e indefinidos, esta noche les ofrezco… al mundialmente conocido empresario de cine porno y TV por circuito cerrado, al auténtico, al único, al Gran Degüellazorras.
Señala hacia un telón de terciopelo rojo de veinte metros de alto. Un rayo rasga la cortina de arriba abajo. Queda al descubierto el Gran Degüellazorras. Tiene un rostro inmenso, inmóvil como una urna funeraria chimú. Viste de rigurosa etiqueta, con capa y monóculo azules. Ojos grises enormes de minúsculas pupilas negras que parecen escupir agujas. (Sólo el Factualista Coordinado puede resistir su mirada.) Cuando se irrita, la fuerza que despide lanza el monóculo hasta la pared de enfrente. Más de un actor con mala estrella ha sentido la explosión helada de su disgusto:
—¡Largo de mi estudio, comicucho barato, quieroynopuedo! ¡A ver si te crees que me vas a colar ese orgasmo falsificado! ¡A mí, al GRAN DEGÜELLAZORRAS! ¡Yo sé si te corres sólo con mirarte el dedo gordo del pie! ¡Imbécil! ¡Escoria sin seso! ¡Maleta insolente! Vete y que te den por el saco a ver si aprendes que para trabajar con Degüellazorras hay que tener sinceridad y arte y dedicación. Nada de trucos falsos, de suspiros doblados, ni de cagadas de pega, ampollas de leche escondidas en la oreja ni pinchazos de yohimbina entre bastidores. (La yohimbina, derivada de la corteza de un árbol del África Central, es el afrodisíaco más seguro y eficaz. Actúa por dilatación de los vasos sanguíneos de la superficie cutánea, especialmente en la región genital.)
Degüellazorras lanza el monóculo. Sale volando del campo visual y regresa a su ojo como un bumerang. Hace una pirueta y desaparece entre una bruma azul, fría como aire líquido… Fundido…
En pantalla. Chico pelirrojo, ojos verdes, piel blanca, algunas pecas… besando a una chica morena, delgada, con pantalones. Vestimenta y peinado sugieren los bares existencialistas de todas las capitales del mundo. Están sentados en una cama baja cubierta de seda blanca. La chica le desabrocha los pantalones con dedos suaves y le saca la polla, pequeña y muy dura. En su punta reluce como una perla una gota de lubricante. Le acaricia suavemente el glande:
—Desnúdate, Johnny.
Se quita la ropa con movimientos rápidos y seguros y queda desnudo delante de ella, de pie, con la pija latiendo. La chica le hace un gesto para que se dé vuelta y él da unos cuantos pasos alrededor, con la mano en la cadera, parodiando a un modelo. Ella se quita la blusa. Tiene unos pechos altos y pequeños con pezones erectos. Se quita las bragas. Pelo púbico negro y brillante. El se sienta junto a ella y trata de cogerle un pecho. Ella detiene sus manos.
—Querido, quiero meterte la lengua por el culo —susurra.
—No, ahora no.
—Por favor, me apetece.
—Bueno, vale, voy a lavarme el culo.
—No, te lo lavaré yo.
—Oh, mierda, si no está sucio.
—Sí, lo está. Venga, vamos allá, Johnny.
Lo lleva al cuarto de baño.
—Muy bien, bájate.
Se pone de rodillas y le inclina hacia delante, hasta hacerle apoyar la barbilla en la alfombra de baño.
—Alá —dice él.
Mira para atrás y sonríe a la chica forzadamente. Ella lava el culo con jabón y agua caliente, metiéndole el dedo por el ojete.
—¿Duele?
—Nooooooo.
—Ven conmigo, pequeño. —Le lleva al dormitorio. El se tumba boca arriba, levanta las piernas hasta la cabeza y las sujeta abrazándolas por las rodillas. Ella se arrodilla y le acaricia los muslos, los huevos, hace correr los dedos por el perineo. Le separa las nalgas, se inclina y empieza a lamer el ano, describiendo un lento círculo con la cabeza. Oprime los bordes del orificio metiendo la lengua más y más adentro, haciéndole cerrar los ojos, retorcerse. Los huevos apretados, pequeños… Una gran perla guarda equilibrio sobre la punta de la pija circuncisa. La boca se cierra sobre el glande. Chupa rítmicamente, subiendo y bajando, haciendo una pausa al llegar arriba y moviendo la cabeza circularmente. Una mano juguetea suavemente con los cojones, se desliza hacia abajo y hace entrar el dedo del medio por el culo. Cuando chupa hasta la raíz de la polla, le da golpecitos burlones en la próstata. El chico sonríe con una mueca y se tira un pedo. Ahora ella se la chupa frenéticamente. El cuerpo empieza a contraerse, se encoje hacia el mentón. Cada contracción va siendo más larga.
—¡Yyyyyyyyy! —grita el chico, los músculos tensos, el cuerpo entero tratando de vaciarse a través de la pija. La chica bebe el semen que le llena la boca a borbotones calientes. El otro deja caer las piernas sobre la cama. Arquea la espalda y bosteza.
Mary se ajusta su pene de goma:
—Acero Tercer Dan de Yokohama —dice acariciando el aparato. Salta leche a través del cuarto.
—Asegúrate de que sea leche pasteurizada. No vayas a meterme alguna de esas enfermedades de las vacas, como el ántrax o el muermo o la fiebre aftosa…
—Cuando anduve de Pepito travestí en Chicago, trabajaba de exterminador. Ligaba con chicos guapos por la emoción de que me pegasen como a un hombre. Después cacé al chaval aquel, le gané a base de judo supersónico que aprendí de un viejo monje zen, una lesbiana. Lo ato, le quito la ropa con una navaja de afeitar y me lo jodo con el Acero Primer Dan. Se siente tan liberado que no lo castro, literalmente se corre por encima de mi pulverizador de chinches.
—¿Qué pasó con el Acero Primer Dan?
—Un virago me lo partió en dos. El apretón vaginal más terrorífico que sentí nunca. La tía era capaz de partir una tubería de plomo. Era uno de sus trucos de salón.
—¿Y el Acero Segundo Dan?
—Lo hizo trizas a bocados un candirú hambriento del Alto Culodemandril. Y esta vez no digas «Yyyyyyyyy».
—¿Por qué no? Es muy de chico.
—Muchachito, prueba tus pesos con la madame.
Mira hacia el techo, manos debajo de la cabeza, pija latiendo.
—¿Qué voy a hacer? No puedo cagar con su chisme metido. Me gustaría saber si es posible reír y correrse al mismo tiempo. Me acuerdo, durante la guerra, en el Jockey Club de El Cairo, Lu, mi compañero de culo y yo, un par de caballeros por ley del Congreso… nada podía habernos hecho algo así a ninguno de los dos… Así que nos echamos a reír con tantas ganas que nos meamos por encima y el camarero dice: «¡Malditos fumetas, largo de aquí!» Quiero decir que si puedo mearme de risa, tendría que poder correrme de risa. Así que cuéntame algo realmente divertido en cuanto empiece a venirme. Te darás cuenta por ciertos estremecimientos premonitorios de la glándula prostática…
Mary pone un disco, be-bop, cocaína metálica. Engrasa el chisme, dobla las piernas del chico hacia arriba hasta la cabeza y se lo mete por el culo con una serie de movimientos como de sacacorchos de sus caderas fluidas. Describe una lenta circunferencia, girando sobre el eje del aparato. Frota los duros pezones sobre su pecho, le besa el cuello y barbilla y ojos. El desliza las manos por su espalda hasta las nalgas, la empuja más adentro. Ella gira más deprisa, más deprisa. El cuerpo del chico tiembla y se retuerce con espasmos convulsivos.
—Por favor, date prisa —dice ella—. Se está enfriando la leche.
Pero él ya no la oye. Aplasta su boca contra la de él. Los dos rostros corren juntos. La esperma golpea los pechos de la chica con cálidos y leves lametones.
Mark está de pie junto a la puerta. Lleva un jersey de cuello alto, negro. Rostro frío, guapo, narcisista. Ojos verdes y pelo negro. Mira a Johnny con ligero desdén, cabeza ladeada, manos en los bolsillos de la chaqueta, un airoso gángster de ballet. Agita la cabeza y Johnny entra delante de él en el dormitorio. Mary va detrás.
—Muy bien, chicos —dice, sentándose desnuda en un estrado de seda roja que domina la cama—. ¡Vamos a ello!
Mark empieza a desnudarse con movimientos fluidos, girando las caderas. Se desprende del jersey de cuello alto dejando ver un bello torso blanco en una parodia de danza del vientre. Johnny con camisa de polo, cara helada, respiración acelerada, labios secos, se quita la ropa y la va dejando caer al suelo. Mark deja resbalar sus calzoncillos hasta un pie. Levanta la pierna como una corista y los manda al otro lado de la habitación. Ahora está desnudo, la pija rígida, tensándose hacia arriba, hacia afuera. Pasea lentamente los ojos por el cuerpo de Johnny. Sonríe y se humedece los labios.
Mark pone una rodilla en el suelo, tirando de Johnny por un brazo, contra la espalda. Se incorpora y lo lanza sobre la cama, a un par de metros. Johnny aterriza de espaldas y rebota. Mark salta encima y le aferra los tobillos, le levanta las piernas hasta la cabeza. Los labios de Mark se retraen en una mueca tensa.
—Bien, Johnny, bien.
Contrae el cuerpo, lento y seguro como una máquina bien engrasada, mete la pija por el culo de Johnny. Johnny deja salir un fuerte suspiro, se retuerce en éxtasis. Mark enlaza las manos detrás de los hombros de Johnny, lo empuja hacia abajo contra su pija enterrada hasta la empuñadura en el culo de Johnny. La respiración silba fuerte entre los dientes. Johnny chilla como un pájaro. Mark frota su cara contra la de Johnny, desaparecida la mueca dura, tiene expresión inocente, infantil, cuando todo su líquido entra a borbotones en el cuerpo estremecido de Johnny.
Un tren brama a través de él, silbando… sirena de barco, señales antiniebla, cohete que explota sobre marismas petrolíferas… barracas de feria abriéndose a un laberinto de imágenes porno… salvas de rigor en el puerto… un grito desesperado por el blanco pasillo de un hospital… cruza una calle ancha, polvorienta, entre palmeras, silba por el desierto como una bala (alas de buitres chasqueando en el aire seco), mil adolescentes se corren a la vez en letrinas y retretes mugrientos de escuelas públicas, desvanes, sótanos, casetas de jardín, norias, casas abandonadas, cuevas de caliza, barcas de remos, garajes, cobertizos, escombreras de las afueras de una ciudad ventosa, paredes de adobe (olor a excremento seco)… polvo negro volando sobre cuerpos esbeltos, bronceados… pantalones harapientos dejados caer sobre unos pies descalzos, sangrantes, agrietados… (lugar donde los buitres pelean por las cabezas del pescado)… en las marismas de la jungla, peces viciosos lanzan dentelladas a la esperma que flota, blanca, sobre las aguas negras, los mosquitos de las playas pican el culo bronceado, los monos aulladores como el viento entre los árboles (una tierra de grandes ríos color tierra que arrastran flotando árboles enteros con serpientes de vivos colores en las ramas, lémures pensativos contemplan la orilla con ojos tristes), avión rojo traza arabescos en la sustancia azul del cielo, una serpiente de cascabel ataca, una cobra se yergue, se extiende, escupe veneno blanco, lluvia silenciosa y lenta de escamas de ópalos y perlas cae a través de un aire transparente como glicerina. El tiempo salta como una máquina de escribir estropeada, los chicos ya son viejos, caderas jóvenes estremeciéndose y retorciéndose con espasmos juveniles se ensanchan y ablandan, asentadas en la taza de un retrete, un banco del parque, un muro de piedra bajo el sol de España, la cama hundida de una habitación amueblada (fuera, casas baratas de ladrillos rojos, luz diáfana del sol de invierno)… retorciéndose y temblando en ropa interior sucia, buscándose una droga en el amanecer enfermo sin droga, en un café moro murmurando y babándose—, los árabes susurran Medyub y se escabullen (un Medyub es un tipo determinado de lunático religioso musulmán… generalmente epiléptico entre otros trastornos).
—Los musulmanes han de tener sangre y semen… Mirad, mirad cómo la sangre de Cristo se vierte en el espermamento —aúlla el Medyub… Se yergue gritando y de su última erección brota un chorro de sangre negra y espesa, y allí queda, una estatua blanca, como si hubiera atravesado toda la Gran Barrera, con la misma inocencia y tranquilidad con la que un niño salta la cerca para pescar en el estanque prohibido —a los pocos segundos ha cogido un enorme barbo— de una caseta negra saldrá a toda prisa el Viejo, maldiciendo con un horquilla en la mano y el chico se escapará riendo por los campos de Misouri —en su carrera ve una hermosa sagitaria rosa y la corta al pasar con una elástica inclinación de músculos y huesos jóvenes— (sus brazos se funden con el campo, yace muerto junto a la cerca de madera con una escopeta al lado, su sangre sobre la helada arcilla roja embebe el rastrojo invernal de Georgia)… El barbo colea a su espalda… Llega a la cerca y lanza el barbo por encima sobre la yerba salpicada de sangre… el pescado se contorsiona y golpea la yerba. Salta la cerca. Recoge el pescado y desaparece por un camino de arcilla roja tachonado de piedras entre robles y placamineros de hojas pardas y rojizas que caen con el viento de un atardecer de otoño, verdes y empapadas de rocío en los amaneceres de verano, se recortan, negras, en los claros días de invierno… el Viejo lanza maldiciones tras él… los dientes se le vuelan de la boca y silban sobre la cabeza del chico, se dobla hacia adelante, los tendones del cuello tensos como flejes de acero, lanza un chorro espeso de sangre negra junto a la madreselva. Le brotan espinas entre las costillas, se rompen las ventanas de la caseta, astillas de vidrios llenos de polvo en la masilla negra —las ratas se pasean por el suelo del dormitorio oscuro y mugriento, en las tardes de verano los chicos se la menean y se comen las frutas que caen de su cuerpo y sus huesos, bocas embadurnadas de jugo morado…
El viejo yonqui ha encontrado una vena… la sangre florece en el gotero como una flor china… se mete la heroína y el chico que se la meneaba hace cincuenta años resplandece inmaculado a través de la carne destrozada, la letrina se llena del dulce olor a nueces de machos jóvenes en celo…
¿Cuántos años enganchados en una aguja de sangre? Con las manos caídas sobre los muslos se sienta contemplando el amanecer de invierno con los ojos acabados de la droga. El viejo marica se sienta cuando pasan los adolescentes indios, abrazados por hombros y cinturas, y contrayendo su carne moribunda quisiera ocupar esas nalgas, esos muslos jóvenes, esos huevos tensos, esas pollas eyaculantes.
Mark y Johnny están sentados cara a cara en un sillón vibrador, Johnny ensartado en la pija de Mark.
—¿Listo, Johnny?
—Ponlo en marcha.
Mark da un manotazo a la llave y el sillón vibra… Mark inclina la cabeza mirando hacia Johnny, cara distante, ojos fríos y burlones ante la cara de Johnny… Johnny grita y gime… Su cara se desintegra como fundiéndose por dentro… Johnny grita como una mandrágora y al soltar el esperma cae desmayado, se derrumba sobre el cuerpo de Mark, un ángel cabeceando. Mark da unas palmaditas en el hombro de Johnny con aire ausente… Habitación como de gimnasio… El suelo es de gomaespuma forrada de seda blanca… Una pared es de cristal… El sol que está saliendo llena la habitación de luz rosa. Johnny aparece con las manos atadas, entre Mary y Mark. Johnny ve el patíbulo y se desploma con un fuerte:
—¡Ohhhhhhhhhh! —La barbilla se abate sobre la pija, las piernas doblándose por las rodillas. Chorro de esperma que traza un arco casi vertical ante su cara… Mary y Mark, de pronto, están impacientes y excitados… Empujan a Johnny hacia el estrado de la horca cubierto de camisetas y calzoncillos mohosos. Mark está ajustando el nudo corredizo.
—Bueno, allá vas. —Mark empieza a empujar a Johnny fuera de la plataforma.
Mary:
—No, déjame a mí.
Cierra las manos tras las nalgas de Johnny, apoya su frente contra la de él, le sonríe y retrocede empujándolo fuera del estrado, al vacío… La cara de Johnny se hincha de sangre… Mark se acerca con un movimiento elástico y le parte el cuello… ruido como de astilla partida entre toallas mojadas. Un estremecimiento recorre el cuerpo de Johnny de arriba abajo… un pie aletea como un pájaro atrapado… Mark se ha encaramado a un trapecio y mima los movimientos de Johnny, se retuerce, cierra los ojos y saca la lengua… La pija de Johnny se endereza y Mary la guía dentro de su coño, se frota contra él en una danza del vientre, gimiendo y chillando de gusto… sudor chorreándole por todo el cuerpo, le cuelgan mechones de pelo mojado por la cara.
—¡Corta la cuerda, Mark! —grita. Mark se acerca con una navaja automática y corta la soga, sujetando a Johnny cuando cae y depositándolo de espaldas con Mary todavía empalada y frotándose sin parar… Desgarra labios y nariz de Johnny a mordiscos y le sorbe los ojos que hacen ploop… Arranca grandes bocados de las mejillas… Luego le devora la picha… Mark va hacia ella que levanta la vista de los genitales a medio comer de Johnny, tiene la cara cubierta de sangre, los ojos fosforescentes… Mark le pone el pie en el hombro y la tumba de espaldas de una patada… Salta sobre ella jodiéndola enloquecido… Ruedan de un extremo a otro de la habitación, dan vueltas como un molinillo, saltan por los aires como un pez enorme enganchado en el anzuelo.
—Déjame ahorcarte, Mark… Déjame ahorcarte… Por favor, Mark, ¡déjame ahorcarte!
—Claro que sí, pequeña. —La pone de pie brutalmente y le ata las manos a la espalda.
—No, Mark. ¡No! ¡No! ¡No! —grita Mary cagándose y meándose de terror mientras él la arrastra hasta el estrado. La deja sobre la plataforma entre una pila de condones usados, mientras prepara la cuerda al otro lado de la habitación… y vuelve trayendo el dogal en una bandeja de plata. La pone en pie de un tirón y le ajusta el nudo corredizo. Le mete la pija hasta dentro y valsea por la plataforma y salta al vacío describiendo un amplio arco…
—¡Yyyyyyyy! —grita y se convierte en Johnny. El cuello de Mary se rompe. Una enorme ola fluida ondula a través de su cuerpo. Johnny se deja caer al suelo, firme y alerta como un animal joven.
Da saltos por la habitación. Con un grito de deseo que hace temblar la pared de cristal salta al vacío. Masturbándose sin descanso, casi mil metros hacia abajo, la esperma flota a su lado, grita sin pausa contra el astillado azul del cielo, el sol naciente ardiendo en su cuerpo como gasolina, hacia abajo pasa entre grandes robles y placamineros, cipreses de las marismas y caobos, hasta deshacerse en un líquido tibio sobre una plaza en ruinas pavimentada de caliza. Yerbas y raíces crecen entre las piedras, unos pernos herrumbrosos de un metro de espesor se hunden en la piedra blanca, la mancha del color mierda del orín.
Johnny empapa de gasolina a Mary con una obscena jarra chimú de jade blanco… Riega su propio cuerpo… Se abrazan, caen al suelo y ruedan hasta quedar bajo una gran lente de aumento instalada en el techo… Estallan en llamas con un grito que hace trizas la pared de cristal, ruedan en el vacío, jodiendo y gritando por el aire, estallan en sangre y llamas y hollín sobre las rocas pardas bajo un sol del desierto. Johnny salta por la habitación en agonía. Con un grito que hace trizas la pared de cristal, se planta con los brazos abiertos frente al sol naciente, la pija eyaculando sangre… Un dios de mármol blanco, una serie de explosiones epilépticas se precipita en el viejo Meydub que se retuerce entre mierda y basura junto a una pared de adobe bajo un sol que hiere y pone la carne de gallina… Es un chico durmiendo apoyado en la pared de la mezquita, eyacula una polución mortuoria soñando con un millar de coños color de rosa y suaves como conchas marinas, sintiendo la delicia punzante del vello púbico rozar su pene.
Johnny y Mary en la habitación de un hotel (música de Saint Louis Este Toodleoo). En la ventana abierta, una cálida brisa agita las cortinas de un rosa desteñido… Croan ranas en solares vacíos donde crece maíz y chiquillos cazan culebras verdes bajo estelas de caliza rotas manchadas de mierda y enlazadas con alambre de espinas oxidado…
Neón —verde clorofila, morado, naranja— en destellos.
Con su calibrador, Johnny extrae un candirú del coño de Mary… Lo echa en una botella de mescal donde se convierte en un gusano de maguey. Le hace una irrigación vaginal de ablandador de huesos de la selva, los dientes vaginales salen mezclados con sangre y quistes… El coño resplandece dulce y fresco como yerba de primavera… Johnny lame el coño de Mary, despacio al principio, con creciente excitación separa los labios y lame el interior sintiendo el cosquilleo de los pelos en la lengua tumefacta.
Mary yace con los brazos echados para atrás, pechos apuntando hacia arriba, traspasada por clavos de neón… Johnny le alza el cuerpo, su pija, con un ópalo redondo de resplandeciente lubricante en la ranura abierta, resbala sobre el vello púbico y se hunde en el coño hasta la empuñadura, se sumerge succionado por la carne hambrienta… Se le hincha la cara de sangre, luces verdes explotan detrás de sus ojos y cae por una montaña rusa entre chicas gritando…
Los pelos húmedos de detrás de sus cojones se secan como yerba bajo la brisa cálida de primavera. Valle alto de la selva, enredaderas que entran por la ventana. La pija de Johnny se hincha, se abren grandes brotes frescos. Una larga raíz de tubérculo sale del coño de Mary buscando la tierra. Los cuerpos desintegrándose con explosiones verdes. La caseta se derrumba, ruinas de piedra rota. El chico es una estatua de caliza con una planta que le nace en la polla, los labios abiertos en la sonrisa a medias de un yonqui pasado.
El Sabueso ha guardado la heroína en un billete de lotería.
Un chute más —la cura mañana.
El camino es largo. Frecuentes erecciones y descensos.
Largo camino sobre el pedregoso reg hasta el oasis de palmeras, donde los chicos árabes cagan en el pozo y rock’n’roll sobre la arena de playa dominguera comiendo perritos calientes y escupiendo dientes de oro en pepitas.
Sin dientes, venidos de un hambre de siglos, las costillas se marcan tanto que podrían usarse como tabla de lavar, se bajan temblando de la piragua y pasean por la costa de la Isla de Pascua con piernas rígidas y quebradizas, como zancos… Dan cabezadas tras las ventanas de los clubs… sumidos en la pesadez de la carencia-serenidad de vender un cuerpo delgado.
Las palmeras se han muerto por falta de contactos, el pozo se ha llenado de mierda seca y mosaico de un millón de periódicos:
«Rusia desmiente… El Secretario del Interior considera con intensa inquietud… La trampilla se abrió a las 12.02 minutos. A las 12.30 horas el doctor se fue a comer unas ostras, volvió a las dos horas y dio al ahorcado unas palmaditas joviales en la espalda: “Qué, ¿todavía no se ha muerto usted? Me parece que tendré que ayudarle un poco. ¡Ja! ¡Ja! No puedo dejarle asfixiarse a este ritmo, el presidente me llamaría la atención. Y menudo desastre si el carro de los muertos se lo lleva vivo. Se me caerían los cojones de vergüenza y tendría que ponerme de aprendiz como un buey veterano. Una, dos, tres, ¡abajo!”»
El planeador cae silencioso como una erección, silencioso como cristal engrasado que el joven ladrón parte con manos de mujer vieja y ojos arruinados de droga… Con una explosión sin ruido, penetra en la casa allanada, sin pisar los cristales engrasados, un reloj suena con fuerza en la cocina, un bufonazo caliente le revuelve el cabello, la cabeza se desintegra con una perdigonada lobera… El Viejo saca el cartucho y da un salto en torno a la escopeta:
—¡Oh, caramba, chicos! Estaba a huevo… Como pescar en la pecera… Encontrar dinero en el banco… Era un paquete, con un cartucho bien engrasado en el cerebro y ya lo tienes tumbado en una postura poco decente… ¿Puedes oírme desde donde estás, chico? También yo fui joven una vez y oí los cantos de sirena del dinero fácil y las mujeres y el culo apretado de los chavales y por todos los santos no me calentéis que acabaré por contaros un cuento que os va a poner la pija dura y empezaréis a chillar para que vengan la perla rosada de un coñito joven o la canción de la mucosa castaña y palpitante de un culo de chaval a haceros sonar la pija como un disco… y cuando tocas la próstata perlas y brillantes afilados se amontonan en los cojones dorados del muchacho, inexorables como una piedra en el riñón… Perdona que tuviera que matarte… La yegua gris vieja ya no es lo que era… No puedo decepcionar al público… tengo que conseguir que el teatro se venga abajo con ese número, todo o nada… Como un león viejo destrozado por la caries necesita un buen dentífrico, amident mantiene su mordisco fresco en todo momento… Seguro que los viejos leones son unos devoradores de chicos… ¿Y quién se lo va a echar en cara con lo dulces y fríos y rubios que están en el depósito de Saint James? Vamos, hijo, no me vengas con el rigor mortis. Un poco de respeto con las pollas viejas… También tú acabarás teniendo un polvo de viejo aburrido algún día… Oh, ah, tú seguro que no… Tú has pisado el silo del cambio como aquel Ingenuo Congelado de Shropshire, el desvergonzado catamita de Housman… Pero no se puede matar a todos los chicos de Shropshire… los han ahorcado tantas veces que lo resisten todo igual que los gonococos medio castrados por la penicilina reúnen fuerzas suficientes para multiplicarse geométricamente… Propugnemos, pues, una absolución honorable y terminemos con esas bestiales exhibiciones en las que el agente de la ley percibe una libra de carne.
Sheriff:
—Les bajaré los pantalones por una libra, señores. En pie. Una exposición seria y científica sobre el punto exacto del Centro de la Vida. Ese individuo tiene veintitrés centímetros, señoras y caballeros, mídanlo ustedes mismos desde dentro. Sólo por una libra, un absurdo billete de tres dólares por ver al chico correrse tres veces por lo menos —nunca me rebajo a juzgar a un eunuco— y completamente contra su voluntad. En el momento en que su cuello se parta, les juro que este individuo se pondrá en presenten armas y se correrá por encima de ustedes.
El chico, de pie en la trampilla, descansa alternativamente sobre una y otra pierna:
—¡Rediós! ¡Lo que hay que tragar en este oficio! ¡Seguro que alguno de estos viejos horrendos se pone a tocar!
Cae la trampilla, la soga canta como viento en los alambres, el cuello se quiebra con un sonido seco, fuerte y claro como un gong chino.
El chico se corta la cuerda con una navaja automática, sale corriendo detrás de un maricón que chilla por el pasillo central. La maricona se lanza a través de la luna de un espectáculo sexy de feria y chupa el ojete de un negro que sonríe. Fundido en negro.
(Mary, Johnny y Mark, con los dogales en torno al cuello, hacen una reverencia. No son tan jóvenes como aparentan en las películas porno… Se les ve cansados y de mal humor.)