HOSPITAL

Notas sobre desintoxicación. Paranoia de la carencia inicial… Todo parece azul… Carne muerta, pastosa, atonal.

Pesadillas de la carencia. Un café con espejos en las paredes. Vacío… Esperando algo… Un hombre aparece por la puerta lateral… Un árabe flaco, bajito, con una chilaba parda, barba gris y cara gris… Tengo en la mano una vasija de ácido hirviendo… Sobrecogido por las convulsiones de la necesidad inaplazable, se lo arrojo a la cara…

Todos parecen drogadictos…

Un paseíto por el patio del hospital… Alguien ha usado mis tijeras en mi ausencia, están manchadas de una sustancia pringosa de un castaño rojizo… Seguro que la zorra de la criada arreglándose los trapos…

Europeos horrendos alborotan por la escalera; interceptan a la enfermera cuando necesito mi medicina, me echan meadas en el lavabo cuando me lavo, ocupan el retrete horas y horas, probablemente tratando de pescar el dedil lleno de brillantes que se embutieron en el culo.

En realidad el clan de los europeos entero se ha instalado aquí al lado… La madre tiene que operarse, y la hija la acompaña para asegurarse de que la vieja zorra está bien servida. Visitas extrañas, presumiblemente parientes… Uno de ellos lleva unas gafas que parecen esos chismes que los joyeros se enroscan en los ojos para examinar las piedras… Seguramente un tallador de diamantes acabado… El hombre que desgració el diamante Throckmorton, y fue expulsado de la industria… Todos aquellos joyeros vestidos de etiqueta, alrededor del Diamante, esperando a su Hombre. Un error de una milésima de centímetro arruinaría totalmente la piedra, y han traído expresamente de Amsterdam a aquel tipo para hacer el trabajo… Y se presenta borracho a morir con un enorme martillo pilón y deja el diamante hecho polvo.

No localizo a estos ciudadanos… ¿Vendedores de drogas de Aleppo…? ¿Traficantes de abortones de Buenos Aires? ¿Compradores de diamantes ilegales de Johannesburgo…? ¿Mercaderes de esclavos de Somalia? Colaboradores, como mínimo…

Sueños continuos de droga: estoy buscando un campo de amapolas… Contrabandistas con sombrero vaquero negro me indican el camino de un café del Oriente Medio… Hay un camarero que vende opio yugoslavo.

Compro una pápela de heroína a una lesbiana malaya que lleva trinchera blanca con cinturón… Recojo el sobre en la sala tibetana de un museo. La tía trata de robármelo varias veces… Busco un sitio para picarme…

El punto crítico de la carencia no es la fase inicial de malestar agudo, sino el paso final para quedar fuera del medio de la droga… Hay un intervalo terrorífico de pánico celular, la vida suspendida entre dos maneras de ser… En ese punto, el anhelo de droga se concentra en un último, absoluto deseo, y parece cobrar un poder nunca soñado: las circunstancias ponen la droga en tu camino… Te encuentras un pincheta de aquellos tiempos, un enfermero del rollo, un matasanos de receta fácil…

Un guarda con uniforme de piel humana, chaqueta negra de piel con botones amarillos de dientes cariados, una camisa elástica de cobre indio bruñido, pantalones de adolescente nórdico tostado por el sol, sandalias de suela de pie calloso de campesino malayo joven, un pañuelo pardo-ceniza anudado a la camisa. (El pardo-ceniza es un color como un gris bajo piel morena. Se encuentra algunas veces en mestizos de negro y blanco, en los que la mezcla no liga y los colores están separados como agua y aceite…)

El Guarda va de figurín, como no tiene nada que hacer se gasta toda su paga en comprarse ropa cara y se cambia tres veces al día delante de un enorme espejo de aumento. Tiene una cara suave de guapo latino, con bigotito fino, ojos negros, pequeños, inexpresivos y lascivos, ojos de insecto que no sueñan.

Cuando llego a la frontera el Guarda se precipita fuera de su caseta, lleva un espejo con marco de madera colgado del cuello… Es la primera vez que le sucede que alguien llegue hasta la frontera. El Guarda se ha herido la laringe al desprenderse el marco del espejo… Ha perdido la voz. Abre la boca y se ve la lengua dando saltos en el interior. La cara suave, joven e inexpresiva y la boca abierta con la lengua que se mueve dentro son algo increíblemente repugnante. El Guarda levanta una mano. Todo su cuerpo se sacude con una negación convulsiva.

Sigo adelante y suelto la cadena que cierra la carretera. Cae sobre el pavimento con sonido metálico. Atravieso. El Guarda queda allí, de pie entre la bruma, mirándome pasar. Luego engancha de nuevo la cadena, vuelve a la caseta y comienza a arrancarse pelos del bigote.

Acaban de traer lo que llaman almuerzo… Un huevo duro ya pelado que parece un objeto raro, nunca visto… Un huevo muy pequeño de un color pardo-amarillento… Quizá sea de ornitorrinco. La naranja tiene un gusano enorme y poca cosa más… el que llega primero tiene ración doble… En Egipto hay un gusano que se mete en los riñones y crece desmesuradamente. Al final, el riñón no es más que una fina corteza en torno al gusano. Los gourmets intrépidos estiman la carne del Gusano más que cualquier otra vianda. Se dice que es increíblemente sabrosa… Un forense de Interzonas al que llaman Ahmed Autopsias hizo una verdadera fortuna con el tráfico de este Gusano.

Justo enfrente de mi ventana está la escuela francesa y disfruto mirando a los chicos con mis prismáticos de ocho aumentos… Tan cerca que podría alargar la mano y tocarlos… Llevan pantalón corto… Puedo ver la carne de gallina de sus piernas en la fría mañana de primavera… Me proyecto a través de los prismáticos, a través de la calle, un fantasma bajo el sol de la mañana, atormentado por una lujuria descarnada.

¿He contado lo de cuando Marv y yo pagamos 60 centavos a dos niños árabes para que follasen delante de nosotros? Entonces le pregunto a Marv:

—¿Crees que lo harán?

Y él dice:

—Creo que sí. Tienen hambre.

Y yo digo:

—Pues entonces me gusta más todavía.

Me hace sentirme como un viejo verde, pero son cosas de la vida, como dijo Soberba de la Flor cuando la pasma le soltó un sermón por liquidarse a una ja y llevarse a la muerta a un motel y echarle un polvo…

—Se las quería dar de estrecha —dice—. No tengo por qué aguantar ese disco. (Soberba de la Flor era un criminal mexicano condenado por varios asesinatos más bien gratuitos.)

El retrete lleva cerrado por lo menos tres horas. Creo que lo están usando de quirófano…

ENFERMERA. —No le encuentro el pulso, doctor.

DR. BENWAY. —A lo mejor se lo metió en un dedil por el jebe.

ENFERMERA. —¿Adrenalina, doctor?

DR. BENWAY. —El sereno se la chutó toda para divertirse. —Mira a su alrededor y coge uno de esos desatascadores de goma con un mango que se usan para retretes atascados… Avanza sobre la paciente—. Haga una incisión, doctor Limpf —dice a su aterrado ayudante—. Voy a darle masaje cardíaco.

Limpf se encoge de hombros e inicia la incisión. El doctor Benway lava el desatascador agitándolo en la taza del water…

ENFERMERA. —¿No deberíamos esterilizarlo, doctor?

DR. BENWAY. —Probablemente, pero no hay tiempo. —Se sienta en el desatascador como si fuera un bastón-asiento, y contempla cómo el ayudante hace la incisión—. Vosotros los jóvenes sois unos inútiles que no podéis sajar un grano sin bisturí eléctrico con drenaje automático y sutura más automática todavía… Dentro de poco estaremos operando por control remoto a unos pacientes que nunca habremos visto… No serviremos más que para apretar botones. La cirugía ya no necesitará habilidad… Ni conocimientos ni técnica… ¿Les he contado que una vez realicé una apendicectomía con una lata de sardinas oxidada? Y otra vez me encontré sin instrumental alguno y quité un tumor uterino con los dientes. Eso fue en el Alto Effendi, y además…

DR. LIMPF. —La incisión está lista, doctor.

El doctor Benway hace entrar la ventosa del desatascador por la incisión y bombea arriba y abajo. La sangre salta sobre los médicos, la enfermera y las paredes… La ventosa produce un chapoteo espantoso.

ENFERMERA. —Creo que está muerta, doctor.

DR. BENWAY. —Bueno, son gajes del oficio. —Cruza la habitación hacia el botiquín…—. ¡Algún jodido drogadicto me ha cortado la cocaína con detergente! ¡Enfermera! ¡Mande al chico a buscarme esa receta a paso ligero!

El doctor Benway opera en un auditorio lleno de estudiantes:

—Bien, jóvenes, no verán ustedes realizar esta operación con mucha frecuencia y hay una buena razón para ello… No tiene el más mínimo valor médico. Nadie sabe cuál era su finalidad, ni si tenía alguna finalidad. Personalmente creo que se trató de una creación puramente artística desde el principio. Al igual que el torero logra eludir con su habilidad y sabiduría el peligro que él mismo ha provocado, el cirujano hace peligrar deliberadamente al paciente de esta operación, para luego, con increíble rapidez y celeridad, rescatarle de la muerte en la última fracción de segundo disponible… ¿Alguno de ustedes ha visto actuar al doctor Tetrazzini? Digo actuar a sabiendas, porque sus operaciones eran auténticas. Comenzaba lanzando un bisturí sobre el paciente desde la puerta y luego hacía su entrada de bailarín de ballet. Su velocidad era increíble: «Así no les dejo tiempo para morirse», decía. Los tumores le provocaban un frenesí de rabia. «¡Jodidas células sin disciplina!», refunfuñaba avanzando sobre el tumor como un navajero.

Un joven se lanza al teatro de operaciones y avanza hacia el paciente empuñando un bisturí.

DR. BENWAY. —¡Un espontáneo! ¡Deténganlo antes de que me destripe al paciente!

Los subalternos forcejean con el espontáneo al que finalmente expulsan de la sala. El anestesista se aprovecha de la confusión para arrancar un grueso empaste de oro al paciente…

Paso ante la habitación 10 de la que me echaron ayer… Un parto, según creo… Cubetas llenas de sangre y compresas y sustancias femeninas sin nombre, suficientes para polucionar un continente… Si alguien va a visitarme a mi antigua habitación se creerá que he dado a luz un monstruo y el Departamento de Estado está intentando echar tierra al asunto.

Música de Soy un americano… Un viejo vestido de diplomático, con chaqueta negra y pantalón a rayas está sobre un estrado envuelto en una bandera norteamericana. Un tenor acabado, con corsé —en un traje de Daniel Boone a punto de estallar— canta Barras y estrellas acompañado por una orquesta completa. Canta con un ligero ceceo…

DIPLOMÁTICO (leyendo un gran rollo de cinta de telégrafo que no deja de crecer y enrollársele en los pies). —Y negamos categóricamente que un solo ciudadano varón de Estados Unidos de América…

TENOR. —Deciz, no veiz… —Se le quiebra la voz, que salta a un falsete agudo.

En la sala de control, el Técnico se prepara un bicarbonato y eructa en la mano: «¡Ese puto tenor no es más que un artista del culo!», murmura agriamente. «¡Mike! Grompf» El grito se termina en un eructo. «Córtale el micro a ese marica pedorro y que se pire. Se le acabó el cuento desde ya… Mete a la marimacho aquella que se cambió de sexo… Por lo menos es un tenor con toda la barba… ¡Traje! ¡Y yo qué cojones sé de eso! No soy un figurinista marica de esos de guardarropía, ¿que? ¿Qué la guardarropía está cerrada por medidas de seguridad? ¿Y yo qué soy, un pulpo? Vamos a ver…, ¿qué tal un número indio? ¿Pocahontas o Hiawatha…? No, eso no vale. Algún ciudadano soltará la gracia de que hay que devolvérselo a los indios… ¿Un uniforme de la Guerra Civil con guerrera del Norte y pantalones del Sur por lo que se han vuelto a juntar? Puede salir de Buffalo Bill o de Paul Revere, o el ciudadano ese seguirá de coña, bueno pues de soldado de infantería o de artillero o de soldado desconocido… Eso es lo mejor… Taparla con un monumento y así nadie tiene que verla…»

La Lesbiana, oculta en un Arco de Triunfo de papier maché, hincha sus grandes pulmones y suelta un monstruoso berrido.

—Decid, ondea aún la bandera de barras y estrellas…

Un gran desgarrón rasga de arriba abajo el Arco de Triunfo. El Diplomático se lleva una mano a la frente…

DIPLOMÁTICO. —Que un solo ciudadano de Estados Unidos haya dado a luz, ni en Interzona ni en ningún otro lugar…

—Sobre la tierra de los hombres LIBREEEEES…

La boca del Diplomático sigue moviéndose pero nadie logra oírle. El Técnico se aprieta los oídos con las manos: «¡Madre de Dios!», grita. Empieza a vibrarle el paladar como un arpa de dientes y de repente se le escapa de la boca… Le tira un mordisco, cabreado, falla y se tapa la boca con la mano.

El Arco de Triunfo se derrumba con estrépito dejando ver a la Lesbiana de pie sobre un pedestal sólo con un taparrabos de piel de leopardo y una gigantesca delantera postiza… Está allí de pie con una sonrisa estúpida flexionando sus músculos enormes… El Técnico se arrastra por el suelo de la sala de control buscando su paladar y bramando órdenes ininteligibles: «¡E tupetoni o! ¡Cota ete e ahí!»

DIPLOMÁTICO (secándose el sudor del entrecejo). —A criatura alguna de cualquier género o tipo…

—Y el solar de los bravos.

Al Diplomático se le ha puesto la cara gris. Se tambalea, se enreda en la cinta, se desploma sobre la barandilla, le brota sangre de ojos, nariz y boca, se muere de una hemorragia cerebral.

DIPLOMÁTICO (con voz apenas audible). —El Departamento niega… antinorteamericano… Destruido… perdón que nunca fue… Categor… (Muere.)

En la Sala de Control los paneles de instrumentos explotan… Fuertes descargas eléctricas restallan por la habitación… El Técnico, con el cuerpo desnudo, quemado, negro, se tambalea como un figurante del Gotterdämmerung, gritando: «¡Tupe toni o! ¡Ete ahí!»

El estallido final deja al Técnico reducido a cenizas.

Probar toda la noche

que allí permanecía nuestra bandera…

Nota sobre el hábito. Me pincho Eucodal cada dos horas. Tengo un sitio en el que puedo meter la aguja directamente en una vena, se queda abierta como una boca roja, llagada, hinchada y obscena, suelta una lenta gota de sangre y pus después del pinchazo…

El Eucodal es una variante química de la codeína, dihidroxicodeína.

Tiene un coloque más parecido a la C que a la M… Si te metes perico por la cañería te sube una oleada de placer puro a la cabeza… A los diez minutos quieres otro pinchazo… El placer de la morfina es en las vísceras… Después de un pinchazo se escucha el propio cuerpo… En cambio la C intravenosa es electricidad en el cerebro que activa las conexiones del placer de la coca. Con la C no hay síndrome de carencia. Es una necesidad puramente cerebral, una necesidad sin cuerpo ni sensaciones. La necesidad de un fantasma terrenal. El ansia de C dura sólo unas horas, mientras permanecen estimulados los conductos de la coca. Luego, se olvida. El Eucodal es como una combinación de opiáceos y coca. Nadie como los alemanes para confeccionar una mierda verdaderamente maligna. El Eucodal, como la morfina, es seis veces más fuerte que la codeína. La heroína seis veces más fuerte que la morfina. La dihidroxiheroína debería ser seis veces más fuerte que la heroína. Es perfectamente posible sintetizar una droga tan adicta que un pinchazo produzca una adicción para toda la vida.

Nota sobre el hábito, continuación: Al coger la aguja la mano izquierda busca automáticamente el cordón para hacer el lazo. Lo tomo como una señal de que puedo pinchar la única vena utilizable en el brazo izquierdo. (Los movimientos de atar son tales que normalmente te atas el brazo con el que alcanzas el cordón.) La aguja penetra fácilmente al borde de una callosidad. Palpo alrededor. De pronto, un delgado chorro de sangre entra en la jeringa, firme y preciso como un cordón rojo durante unos segundos.

El cuerpo sabe en qué venas te puedes pinchar y transmite su sabiduría con los movimientos espontáneos que hace al prepararse para recibir el pinchazo… Hay veces que la aguja señala como una varita de zahorí. Otras veces hay que esperar el mensaje. Pero cuando llega, siempre pincho en sangre.

Una orquídea roja floreció en la base del cuentagotas. Dudó un segundo cumplido, luego apretó la goma y observó el líquido que se precipitaba hacia la vena como aspirado por la silenciosa sangre sedienta. En el cuentagotas quedó una fina capa de sangre iridiscente, y el collar de papel blanco empapado en sangre, como un vendaje. Llenó el cuentagotas de agua. Al vaciarlo otra vez, el chute le pegó en el estómago, un golpe blando, dulce.

Me miro los pantalones, asquerosos, no me los he cambiado desde hace meses… Los días se deslizaban, amarrados a una jeringuilla con un largo hilo de sangre… Estoy olvidando el sexo y todos los placeres corporales precisos, soy un fantasma drogado, gris. Los chicos hispanos me llaman El Hombre Invisible… el hombre invisible.

Veinte planchas todas las mañanas. La droga elimina la grasa, deja los músculos prácticamente intactos. El adicto parece necesitar menos tejido… ¿Sería posible aislar las moléculas de droga que eliminan la grasa?

Más y más interferencias en la botica, murmullos de control como un teléfono descolgado… Me paso todo el día, hasta las ocho de la tarde, para conseguir dos cajas de Eucodal…

Me estoy quedando sin venas y sin dinero.

Sigo muy pesado. Anoche me desperté porque alguien me apretaba la mano. Era mi otra mano… Me duermo leyendo y las palabras adquieren un significado cifrado… Obsesionado por las claves… El hombre contrae una serie de enfermedades que descifran un mensaje en clave…

Me pego un pinchazo delante de D. L. Me busco una vena en el pie desnudo y sucio… Los yonquis carecen de vergüenza… Son impermeables a la repugnancia ajena. Es poco probable que la vergüenza pueda darse en ausencia de libido sexual… La vergüenza del yonqui desaparece con su sociabilidad asexual, también dependiente de la libido… El adicto considera su cuerpo impersonalmente, como un instrumento para absorber el medio en el que vive, valora su tejido con las manos frías de un tratante de caballos: «Es inútil tratar de pinchar aquí. » Ojos de pez muerto que revolotean sobre una vena destrozada.

Estoy tomando unas nuevas pastillas para dormir que se llaman Soneryl… No te sientes amodorrado… Pasas a dormir sin transición, caes bruscamente en medio de un sueño… He pasado años en un campo de concentración, padeciendo desnutrición…

El Presidente es un yonqui, pero no puede picarse directamente por estar donde está, así que se pone bien por mediación mía… De vez en cuando establecemos contacto, y lo recargo. Para un observador casual, estos contactos parecen prácticas homosexuales, pero la excitación que generan no es realmente sexual, y su clímax está en la separación, al completarse la recarga. Los penes erectos se ponen en contacto (por lo menos al principio usábamos ese método, pero los puntos de contacto se desgastan igual que las venas). Ahora hay veces que tengo que meterle el pene debajo del párpado izquierdo. Claro que siempre puedo fijarle con una Recarga Osmótica, que corresponda a una subcutánea, pero eso es admitir la derrota. Una R. O. dejaría al Presidente de mal humor varias semanas, y podría muy bien precipitar una carnicería atómica: El Presidente paga un alto precio por su Cuelgue Oblicuo. Ha sacrificado todo el control, y depende tanto del otro como un niño antes de nacer. El Adicto Oblicuo sufre el espectro completo del horror subjetivo, el silencioso frenesí protoplasmático, la espantosa agonía de los huesos. Crecen tensiones, una energía pura sin contenido emocional acaba por abrirse paso por el cuerpo, haciéndolo retorcerse como un hombre en contacto con un cable de alta tensión. Si se le corta en seco la conexión de carga, el Adicto Oblicuo sufre unas convulsiones eléctricas tan violentas que los huesos se le descoyuntan y se muere con el esqueleto luchando por escapar de aquella carne insoportable y salir corriendo hacia el cementerio más cercano.

La relación entre un A. O. (Adicto Oblicuo) y su C. R. (Contacto de Recarga) es tan intensa que sólo pueden soportar la compañía del otro durante intervalos breves y poco frecuentes (por supuesto dejando aparte las sesiones de recarga, en las que cualquier contacto personal queda eclipsado por el proceso de recarga).

Leo el periódico… Algo sobre un triple asesinato en la rue de la Merde, en París: «Un ajuste de cuentas…» Sigo ojeando… «La policía ha identificado al autor… Pepe el Culito… el Culito, un diminutivo cariñoso.» ¿Dice realmente eso…? Intento enfocar las palabras… Se separan en un mosaico sin sentido…