No puede decirse que conozcas a una familia porque conozcas a sus miembros. Es la conjunción de todos ellos, su sociedad, lo que les otorga un sentido. Cualquier individuo inmerso en el mundo es uno más; en familia es hijo, padre, hermano, nieto. Yo accedí a la familia Belitre por medio de Nacho.

Nacho era el tercero de los hermanos. Nos conocimos años antes, cuando estudiábamos COU en un instituto que ese mismo curso había dejado de ser exclusivamente femenino. La complicidad entre nosotros surgió de inmediato. Éramos los dos únicos chicos frente a una clase de treinta y tres chicas. Los dos veníamos de colegios de curas y, al entrar en el aula, nos rendíamos a una hasta entonces desconocida mezcla de aromas de mujer. Durante aquel año, Nacho rompió el corazón a muchas de ellas. Yo era el hombro sobre el que lloraban. Pero ésta no es mi historia. Ni siquiera la de Nacho. Es la historia de su familia. De todos ellos.

Al comenzar aquel verano de 1986 yo aún apenas sabía nada de los Belitre. Ni tan siquiera había visto el árbol genealógico bendecido por el Papa que decoraba una pared de casa de los abuelos. Bajo el sello vaticano se leía:

SU SANTIDAD BEATÍSIMO PADRE JUAN PABLO II

BENDICE ESTA FAMILIA

Abelardo Belitre (y Alma)

Félix (y Paula)   Alejandro

Félix   Basilio   Nacho   Gaspar   Matías   Lucas

(28)      (22)        (20)        (14)        (12)      (9)

He añadido bajo sus nombres, la edad que tenían los hermanos en el momento en que comienza esta historia.