Druss es, realmente, el primero de mis héroes, y está basado en la visión idealizada que tenía un niño de su padrastro.
Bill Woodford se convirtió en mi padrastro en 1954, y cambió mi vida de muchas formas. Probablemente, el mejor ejemplo de ello es algo que ocurrió poco después de que se casara con mi madre. Yo tenía seis años y sufría terribles pesadillas en las que unos vampiros venían a beber mi sangre. No sé muy bien cuál era el origen de esos sueños, pero aún recuerdo el terror que me causaban. Mi madre me llevaba a ver a especialistas que me aseguraban que los vampiros no existían, pero los sueños continuaban.
Una noche en la que me desperté gritando, Bill entró en mi habitación. Le dije que un vampiro venía a por mí. Él dijo: «Lo sé, hijo; lo he visto. Le he roto el cuello. No pienso tolerar la presencia de vampiros en mi casa». Nunca volví a soñar con vampiros.
Druss es Bill, sin duda.
Después de la publicación de Leyenda, en 1984, escribí una precuela titulada Druss el Legendario. Los editores la rechazaron por dos motivos. En primer lugar, Druss, de joven, era demasiado parecido a Conan: invulnerable y letal. En segundo lugar, la mayoría de sus andanzas tempranas estaban esbozadas en Leyenda, y eso eliminaba el efecto sorpresa de la precuela.
Así que lo dejé correr y me dediqué a escribir otras historias. Con el paso de los años, más y más aficionados me escribían solicitando las primeras aventuras de Druss. Hablé de ello con mis editores y mis lectores de manuscritos. ¿Se venderían? No podíamos decidirnos.
Entonces me entrevistó un periodista de una publicación de ciencia ficción. Durante la entrevista dije que estaba considerando la idea de escribir una nueva novela de Druss.
La reacción fue abrumadora. Llegaron cartas de todo el mundo, preguntando cuándo se publicaría.
Eso respondió a la cuestión de las posibles ventas.
Pero no me bastaba. La auténtica duda que tenía era saber si se podría compensar la falta de novedades en el argumento.
En 1990, durante una convención, pregunté a un aficionado —que conocía tan bien Leyenda que era capaz de citar literalmente párrafos enteros— qué era lo que podía recordar sobre los primeros años de la vida de Druss. Me contestó: «Perdió a Rowena, siguió su pista y la encontró. Después participó en la batalla de Skeln. Llegó a ser conocido como la Muerte Plateada entre los Sathuli y como Mensajero de la Muerte entre los Nadir». A continuación nombró a otros personajes a los que Druss hacía referencia en Leyenda: Sieben el poeta, Eskodas, Bodasen y el príncipe Gorben, que llegó a ser rey.
Me sentí muy desanimado.
—No tiene mucho sentido que leas la precuela, entonces —dije—. Ya sabes todo lo que ocurre.
—Sé qué hizo, pero me encantaría leer cómo lo hizo —fue su respuesta.
—Eso me gustaría averiguar a mí también —contesté.
Fue un inmenso placer volver a caminar por las colinas junto a Druss. Tanto, que unos años después añadí a la serie un tercer libro, Mensajero de la Muerte. Y si Dios quiere, habrá otro más antes de que Druss se retire a descansar definitivamente.