Dedico Mensajero de la Muerte, con cariño, a los Hotz de Baars: a Big Oz, que cruzó el valle de los ordenadores muertos y encontró las novelas perdidas en el vacío: un hombre dispuesto a compartir generosamente su tiempo, su energía y su talento, pero nunca sus galletas; a Young Oz, que me hizo comprender que Civilization estaba por encima de mis posibilidades; a su hermana Claire, que no escatimó las exquisiteces salidas de la barbacoa; y a Alison, por la hospitalidad en Upthorpe.
Doy las gracias a Liza Reeves, mi editora; a los lectores del manuscrito Val Gemmell, Edith Graham y su hija Stella, y ala correctora Jean Maund. También he de expresar mi agradecimiento a los numerosos lectores que me han escrito a lo largo de los años solicitando nuevas historias de Druss.
El volumen de correo ha crecido tanto últimamente que ya no puedo contestar a todas las cartas; sin embargo, las leo todas y tomo nota de las cuestiones que plantean.