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Los altavoces de la Sala de Crisis recogieron la señal lejana y metálica de un teléfono: una vez, dos, y una rápida respuesta.

—Estación terrestre de Crow Island.

—Soy Wyman Ford, desde la Sala de Crisis de la Casa Blanca. Silencio.

—Yo soy la doctora Simic, directora técnica de la estación terrestre de Crow Island. Tengo una noticia… realmente asombrosa.

La voz era firme, pero denotaba un ligero temblor.

—Adelante —dijo Ford.

—La escuchamos.

—Les paso a Abbey Straw, que es quien ha establecido contacto, y ella se lo explicará. Pero antes les diré que es del todo fiable. Lo hemos comprobado varias veces.

A continuación se oyó la voz de Abbey, aguda y nerviosa.

—¿Hola?

—¿Abbey?

—¿Wyman? Joder, tío, no te lo vas a creer… —Ford se apresuró a interrumpirla.

—Abbey, estoy en la Sala de Crisis de la Casa Blanca, con el presidente. Te escuchamos todos por el altavoz.

—Ah… —silencio.

—Disculpen la procacidad.

—¿Qué pasa?

—Hemos mandado un mensaje a Deimos usando la estación terrestre.

—¿Por qué?

—¡Ya lo sabes! Lo que intentaba la cosa extraterrestre con estos disparos era enviarnos un mensaje, decirnos algo. Es evidente que quería una respuesta, que intentaba solicitar una respuesta. Si no, ¿por qué no nos destruyó con el primer disparo? Fue el típico cañonazo sobre proa, para hablar en jerga marinera.—Hizo una pausa.

—He pensado que más valía contestar, para que el siguiente disparo no acabara con todo.

—¿Cuál era el mensaje?

—Primero deja que me explique. Piénsalo un poco: un cañonazo sobre proa. ¿Por qué lo hacen los barcos? Para que otro barco pare, se rinda y les permita abordarlo, ¿no? Pues he supuesto que era lo que quería la cosa, y le he mandado el mensaje que quería oír.

Una pausa.

—¿Cuál? —preguntó Ford.

—Lo que digo: ¿qué haces con un cañonazo de esos? Rendirte. O sea, que he mandado este mensaje: «NOS RENDIMOS». Un silencio largo, estupefacto.

—Ay, Dios mío —dijo el asesor de Seguridad Nacional. A Mickelson se le puso la cara lívida.

—¿Y la respuesta?

—La leo tal como está escrita. Era un poco confusa, «RENDIR ACEPTADO. ESPERAR QUE VENIMOS».

—¿Se ha rendido? —tronó el presidente.

—¿Se ha rendido de parte de los Estados Unidos de América?

—¿Quién grita tanto?

—Soy el presidente.

—Ah… Perdón. No, señor, no me entiende. ¡De rendirnos nada! ¡Caray, si es lo que hacían siempre en las batallas navales del pasado! Fingían rendirse, y luego destrozaban a la flota de abordaje cuando menos se lo esperaba. Lo que estamos haciendo es ganar tiempo, nada más. Si Dios no acaba de revocar la velocidad de la luz, la avanzadilla extraterrestre de Deimos tardará muchos años en comunicarse con su planeta de origen; y es la única manera de que vengan. Pasarán veinte o treinta años, o siglos, antes de que lleguen, dependiendo de a cuántos años luz estén, los muy puercos. El mensaje nos ha dejado tiempo para prepararnos, armarnos y prevenir la invasión.

—¿Ha dicho «invasión»? —preguntó Mickelson.

—Sí, eso, «invasión».

Un silencio ensordecedor.

—¡No se habrán creído que nos rendiríamos de verdad! —dijo Abbey.

—Y un cuerno. Vamos a pelear.