Simic observó a Abbey con una mirada penetrante en sus ojos grises.
—¿Se trata de algún tipo de broma?
—Lo decimos muy en serio —dijo Abbey.
—Necesitamos que reoriente la parabólica.
Simic respondió inmediatamente.
—De acuerdo.
—La apuntará hacia Deimos. La conoce, ¿no? Una de las lunas de Marte. Lo puede hacer, ¿verdad?
Simic cruzó los brazos, y la mirada de sorpresa fue dejando paso a la hostilidad.
—Quizá.
—¿Sí o no? Me imagino que podrá conseguir las coordenadas de la posición actual de Deimos por internet.
—Tal vez si me explicasen qué pasa…
Straw levantó la pistola.
—Doctora Simic, por favor, responda a las preguntas y haga exactamente lo que le dice. ¿Me ha entendido?
—Sí.
—La expresión de la doctora Simic se mantuvo perfectamente serena, sin dejarse intimidar.
—Puedo orientar la parabólica hacia Deimos. Si me pudieran explicar qué quieren, eso me iría bien para ayudarlos.
Abbey lo pensó durante unos instantes. Al menos valía la pena intentarlo.
—¿Ha visto qué le ha pasado esta noche a la Luna?
—¿El impacto de asteroide?
—No ha sido ningún impacto de asteroide. No ha tenido nada de natural. Era un disparo de advertencia, una demostración de poder.
—Pero… ¿poder de quién?
—Hace un tiempo, el satélite Mars Mapping Orbiter captó la imagen de un aparato en la luna más pequeña de Marte, Deimos. Un aparato que llevaba mucho tiempo en aquel sitio, tal vez desde antes de que apareciese el Homo sapiens en la Tierra. Lo construyó una especie extraterrestre. Por lo visto se trata de un arma, que fue la que lanzó el disparo a la Luna. No era un asteroide normal, sino un trozo de materia extraña, un strangelet. Ya vio usted lo que pasó: el proyectil atravesó la Luna de parte a parte y salió por el otro lado.
Simic miró a Abbey y tragó saliva, con mucho escepticismo en su mirada.
—Hace dos meses —continuó Abbey—, el aparato de Deimos también disparó contra la Tierra. El proyectil pasó justo por encima de aquí y cayó en Shark Island, antes de atravesar la Tierra y salir en Camboya.
—¿De dónde ha sacado toda esta… información?
—Tenemos acceso a datos clasificados del gobierno, de la National Propulsión Facility.
Simic parpadeó.
—Francamente, lo que me cuenta es absurdo, una locura, y tengo serias dudas sobre su cordura.
—Eso ya es cosa suya —dijo Abbey.
—Lo que va a hacer es orientar la parabólica hacia Deimos, y yo le mandaré un mensaje al aparato extraterrestre.
Simic movió la boca.
—¿Un mensaje? ¿Como si llamara por teléfono?
—Más o menos.
—¿Qué mensaje?
Había llegado el momento de la verdad. La invadió una sensación de pánico y cansancio. ¿Qué decir? Recordó sin querer la larguísima noche, el ataque a la isla, la aterradora lucha en Devil's Limb y el ruido de la proa en la carne del asesino al lanzarle a morir a un mar turbulento.
De pronto supo exactamente qué mensaje enviar. La respuesta estaba en lo ocurrido aquella noche. Tan simple, tan lógico… y tan perfecto. O… tal vez desastroso.