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Jackie se rio.

—¿Sabes que estás loca de verdad? Suerte tendremos si llegamos a puerto con esta tormenta. ¿Y tú quieres que crucemos la bahía de Muscongus para enviar un mensaje? ¿No puede esperar hasta mañana?

—No tenemos ni idea de cuándo puede volver a dispararse el arma, y algo me dice que el siguiente disparo podría ser el final.

—¿Cómo quieres que una máquina extraterrestre sepa inglés?

—Es una máquina muy avanzada, y lleva como mínimo dos meses escuchando los rollos que pegamos por la radio, desde que la despertaron.

—Si es tan avanzada, llámala por VHF.

—Vamos, Jackie, no digas tonterías. Aunque pudiera distinguir nuestras llamadas radiofónicas entre miles de millones de señales, no se lo tomaría como algo oficial. Lo que hace falta es una señal fuerte y potente que le transmita un mensaje claro; algo que se parezca a un comunicado oficial de la Tierra.

El padre de Abbey se volvió para mirarla.

—¿Por qué no puede resolverlo el gobierno?

—¿Dejar esto en manos del gobierno? Para empezar, no quieren ver el problema. O se enzarzan en reuniones interminables, o disparan al tuntún. En ambos casos, podemos darnos por muertos. Encima, creo que la CÍA (entre otros) ha intentado matarnos. Hasta a Ford le daban miedo. Estamos solos, y tenemos que actuar ahora mismo.

—Llegar hasta Crow implica cruzar la gran ola de marea de Ripp Island, y luego cinco kilómetros de mar abierto —le planteó su padre.

—Con esta tormenta no podremos llegar.

—Pues tenemos que llegar.

—¿Y después? —insistió Jackie.

—¿Entramos como Pedro por su casa y les decimos: «¿Nos prestáis vuestra estación terrestre para hacer una llamada a unos extraterrestres de Marte»?

—Si hace falta, les obligaremos a ello.

—¿Con qué? ¿Con un garfio de barco?

Abbey la miró de hito en hito.

—Nada, Jackie, que no lo pillas, ¿eh? Están atacando la Tierra. Y quizá nosotros seamos los únicos que lo saben.

—Menos rollo y vamos a votar —dijo esta. Miró a Straw.

—¿Usted qué dice? Yo voto por Vinalhaven.

Abbey miró a su padre, que sostuvo su mirada con los ojos rojos y la barba chorreante.

—Abbey, ¿estás segura?

—No del todo.

—O sea, que es más bien una suposición con fundamento.

—Sí.

—Parece una locura.

—Ya lo sé, pero no lo es. Papá, por favor, fíate de mí, aunque solo sea esta vez.

Straw se quedó un buen rato callado. Después asintió con la cabeza y se volvió hacia Jackie.

—Nos vamos a Crow Island. Jackie, te quiero de observadora. Abbey, tú en las cartas de navegación. Yo llevaré el timón.