Abbey vio que el cuerpo salía despedido por los aires con un chasquido nauseabundo, y desaparecía en el mar con la cabeza por delante. La fuerza de la colisión la arrojó a ella de bruces contra la baranda curva, y estuvo a punto de caerse. Jackie hizo rugir los motores del Marea II al poner marcha atrás, con grandes remolinos en la proa. Mientras su amiga se aferraba, jugándose la vida, el Marea II se detuvo, se escoró hacia un lado y estuvo a punto de volcar. Tras unos instantes de terror, retrocedió y se enderezó. Abbey no había tenido la oportunidad de subir al otro barco. El impulso del Marea II metió al Halcyon en medio de las olas, y una de las grandes se lo llevó hacia las rocas con un ruido escalofriante. Abbey, horrorizada, vio a su padre en la cabina de control mientras intentaba quitarse las esposas que lo retenían al timón.
Sin esperar órdenes, Jackie revertió hacia delante la dirección del Marea II y lo acercó a la popa destrozada de la otra embarcación.
—¡Papá!
Con el cortapernos en la mano, Abbey dio un salto descomunal desde la proa y aterrizó en la popa del Halcyon, que se estaba hundiendo. Una ola lo elevó por segunda vez hacia las rocas, con un crujido enorme, y arrojó al suelo a la chica, que cogiendo con fuerza el cortapernos, y aferrándose a un trozo roto de baranda, intentó ponerse en pie y mantener el equilibrio, a pesar del constante vaivén y de que se estuviera partiendo la cubierta. La espectral luz de un relámpago bañó la escena, como un preludio al restallido de un trueno. Abbey dio tumbos hacia la cabina. Dentro estaba su padre, todavía esposado al timón.
—¡Papá!
—¡Abbey!
En ese instante surgió de la oscuridad una ola vertiginosa, que se cernió sobre el barco como una montaña. Abbey se cogió con los dos brazos a la baranda para soportar el fuerte impacto, que arrojó la embarcación contra la pared de roca y aplastó la cabina como si fuera un vaso de plástico. Sepultada en remolinos, se aferró a la vida, intentando que la fuerza del agua en retirada no la arrancase del barco. Tras una espera que se le hizo eterna, cuando sus pulmones ya estaban a punto de explotar, el torbellino perdió fuerza y ella pudo salir a la superficie, respirando a bocanadas. Hecho pedazos en cuestión de segundos, el barco flotaba de costado, con el casco partido, las cuadernas a la vista, la cabina de control hecha pedazos… y el timón bajo el agua. Su padre.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, se agarró a la baranda y trepó a los restos de la cabina de control. El barco se hundía muy deprisa. Todo estaba bajo el agua.
—¡Papá! —gritó.
—¡Papá!
El barco recibió otra ola que lanzó a Abbey contra la pared reventada de la cabina, con tal fuerza que le arrancó el cortapernos de las manos. La herramienta desapareció en el agua oscura.
Contuvo la respiración y buceó. Sus ojos, abiertos en la opaca turbulencia, vieron agitarse una pierna, un brazo… Su padre. Esposado al timón. Bajo el agua.
El cortapernos.
Se impulsó con las dos piernas hacia el fondo de la cabina de control, que se había quedado al revés, mientras buscaba a tientas como una loca el cortapernos. El tenue resplandor que se filtraba del foco del Marea II le ofreció bastante luz para guiarse. Las rocas puntiagudas del fondo estaban cortando y serrando la parte inferior de la cabina de control, atascada en el arrecife, pero debajo de ellas solo había una gran sima negra. El cortapernos se había hundido en el abismo. La corriente creaba remolinos, y el agua estaba llena de escombros y del combustible que salía a chorros del motor destrozado, obstruyendo casi por completo la visión. Era inútil. Sin el cortapernos, su padre no tenía ninguna posibilidad. Abbey no pudo seguir conteniendo la respiración, y salió a la superficie para tragar aire. Después volvió a zambullirse, con la descabellada esperanza de bajar hasta el fondo y recuperarlo.
Lo vio de repente: se había quedado colgado de un marco roto de ventana, y se balanceaba encima de las profundidades marinas. Lo cogió y nadó hacia el timón. Su padre ya no se agitaba. En esos momentos flotaba en silencio. Abbey se cogió al timón para estabilizarse, fijó el cortapernos alrededor de la cadena de las esposas y lo apretó de golpe. La cadena se partió. Soltó el cortapernos, cogió a su padre por el pelo y lo arrastró hacia arriba. Salieron a la superficie dentro de la cabina de control, justo cuando otra ola golpeaba nuevamente el barco y lo volcaba. De pronto estaban bajo el agua. Abbey no soltó el pelo de su padre. A continuación lo sacó otra vez a la superficie. Esta vez emergieron bajo el casco de la cabina, en una bolsa de aire.
—¡Papá, papá! —chilló al zarandearlo, intentando mantener la cabeza de su padre por encima del agua.
—¡Papá! —resonó hueca su voz en el pequeño espacio de aire de debajo del casco.
Él tosió y se atragantó.
Abbey lo sacudió.
—¡Papá!
—Abbey… Dios mío… ¿Qué pasa?
—¡Estamos atrapados debajo del casco!
Un impacto tremendo hizo temblar el interior. El casco vibró y rodó de lado. Poco después lo partió otro golpe atronador, abriéndolo con un chirrido insoportable, y dejó entrar agua y salir aire.
—¡Abbey! ¡Sal!
En pleno caos líquido, sintió un gran empujón. De pronto estaban justo al lado de las rocas, donde rompía la espuma, arrastrados por una corriente submarina hacia el oleaje aniquilador.
—¡Abbey!
Vio el Marea II a unos diez metros, y a Jackie en la borda, con un salvavidas. Jackie lo arrojó hacia ellos, pero la cuerda era demasiado corta. Poco después, el padre de Abbey salió a la superficie. Ella lo cogió por un puñado de pelo y, propulsándose con toda la fuerza de sus piernas y un brazo, lo arrastró hacia el salvavidas. Jackie puso marcha atrás y los sacó de donde pudieran ser absorbidos por las olas. Después los subió por la borda, uno tras otro, y los dejó caer despatarrados en cubierta.