El Marea II capeó otra ola espeluznante. A través de la tromba de agua, Abbey vislumbró una mancha de aguas blancas. Según la carta digital estaban a unos centenares de metros de la primera de las tres grandes rocas.
—¡Allí! ¡Delante!
—Ya lo veo —dijo Jackie con calma, moviendo suavemente el timón.
—Voy hacia sotavento.
Al entrar en la zona de aguas protegidas de detrás de las rocas, el mar se serenó. Seguía habiendo un vaivén descomunal, pero con bastante menos espuma y viento. Mientras el barco subía y bajaba, Abbey vio tronar un mar inmenso en la base de las rocas, con olas que en algunos casos alcanzaban siete metros o más, y que irguiéndose contra las rocas explotaban hacia arriba como a cámara lenta, formando grandes nubes de agua atomizada.
—Bueno —dijo Jackie al dar la vuelta al barco, en una maniobra lenta y cerrada—, ¿cuál es el plan?
—Pues… —Abbey vaciló.
—Fingimos rendirnos. Él se nos lleva a su barco, y entonces buscamos nuestra oportunidad.
Jackie se quedó mirándola.
—¿A eso lo llamas plan?
—¿Qué otra cosa podemos hacer?
—Nos va a matar: pam, pam, ya está. No habrá tiempo de «buscar nuestra oportunidad». Y no te engañes: no te entregará a tu padre. Mira, Abbey, yo quiero salvar a tu padre, pero no quiero tirar mi vida a la basura, ¿me entiendes?
—Estoy pensando —dijo Abbey, sin aliento. Jackie giró despacio el barco, sin apartarse de la costa de sotavento.
—No respires tan deprisa, que llegará en cualquier momento. Concéntrate. Eres lista. Puedes hacerlo.
Abbey se volvió hacia el radar para ver si podía localizar el barco que se aproximaba. Jugó con la ganancia, intentando eliminar la lluvia y los ecos de mar. La pantalla era un borrón de estática. Poco a poco, al manipular los diversos parámetros, empezó a obtener una imagen de los enormes arrecifes de estribor, grandes manchas verdes sobre la pantalla, expuestas al mar. Después vio otra mancha más pequeña que aparecía y desaparecía… moviéndose hacia ellas.
—Ya está —dijo.
—Aquí los tenemos. Mete el barco por aquel canal que hay entre las dos rocas.
—¿Estás loca? ¡Si es un canal estrecho, con olas que rompen en los dos lados!
—Pues entonces dame a mí el timón.
—No, ya lo hago yo.
—Mete el barco, para que no pueda vernos por el radar.
Jackie se quedó mirándola, pálida.
—¿Y luego?
—Necesitamos armas.
Abbey abrió la puerta de la cabina y se apoyó en las barandas para bajar por los escalones, que temblaban. Con una sensación atroz de déjà vu al entrar, sacó la caja de herramientas y cogió un pequeño cortapernos de marinero, un instrumento estándar de a bordo, para cuando se atasca algún perno, abrazadera o eje. También cogió un cuchillo de pescar y un destornillador de estrella largo. Volvió e hizo chocar las herramientas con el salpicadero.
Cogió a Jackie por los hombros, y acercó mucho su cara a la de su amiga.
—¿Quieres un plan? Pues ya lo tienes. Embestir. Abordar. Matarlo. Soltar a papá.
—Como los embistamos, nos hundimos los dos.
—Si les damos de lado, a popa de la cabina de control, no.
Solo se le subirá la orza a la borda. Yo saltaré a su barco, y entonces tú echas marcha atrás y retrocedes antes de que el barco se parta el espinazo. El Marea II es fuerte como una roca.
—¿Embestir, abordar y matar? ¡Si va armado! ¿Qué tenemos nosotras, un cuchillo de pesca?
—¿Se te ocurre otro plan mejor?
—No.
—Pues entonces, a conformarse con lo que hay.
La mancha verde de la pantalla del radar se acercaba lentamente. Al mirar el agua oscura, Abbey vio un destello de luz.
—¡Lleva encendidas las luces de situación! ¡Vamos, en marcha!
Jackie aceleró y puso el barco tras la roca, con retrocesos y frenéticos virajes, luchando contra el viento, el mar y una corriente muy fuerte que corría entre las rocas. El fragor de las olas era ensordecedor, y el viento lanzaba jirones de espuma por encima del barco. Jackie tuvo que emplearse a fondo para que el barco no abandonase el centro del canal, fuera del alcance de las olas que se erguían y azotaban las columnas de piedra.
—¿Cómo sabré el momento de salir y de embestirle?
—Se pondrá a sotavento —dijo Abbey—, como acabamos de hacer nosotras. Nos buscará con el foco. Un blanco lento. Cuando no nos vea, llamará. Será nuestra señal. Espera a que se ponga a popa, y entonces sales a toda máquina y lo ensartas. Toma, un cuchillo.
Jackie cogió el cuchillo largo de pescar y se lo deslizó en el cinturón.
Abbey se metió en un bolsillo un destornillador largo y fino, e introdujo el cortapernos en una trabilla.
—Yo estaré en la baranda de proa, preparada para saltar.
El mar empujaba el barco hacia las rocas. Jackie lo controló con gran esfuerzo, tratando de impedir que el oleaje lo absorbiese.
—No saldrá bien…
—Ni lo digas.