Se oyó un suave chirrido de ruedas en medio del silencio, y entró un agente de servicio que empujaba un carrito para servirles a todos café.
—Has dicho que a las siete tenéis que hacerle una recomendación al presidente —dijo Ford.
—¿Qué opciones tenemos? Lockwood abrió las manos.
—¿Doctor Chaudry?
Chaudry se frotó su bien cincelada mejilla con una mano.
—Tenemos media docena de satélites en la órbita de Marte. Habíamos planeado reasignarlos todos a una nueva misión, la de localizar la fuente de los ataques, pero ahora parece que las coordenadas ya las tiene usted.
—Sí —admitió Mickelson—, y con ellas podríamos usar uno o más de los satélites como arma, y estrellarlo a toda velocidad contra el arma extraterrestre.
Chaudry sacudió la cabeza.
—Tendría la misma eficacia que tirarle un huevo a un tanque.
—La segunda opción —prosiguió Mickelson sin dejarse distraer— es lanzarle una bomba atómica.
—El margen de lanzamiento no empezaría hasta dentro de seis meses, como mínimo,—dijo Chaudry— y el viaje a Marte duraría bastante más de un año.
—La opción nuclear es nuestro único medio eficaz de ataque —dijo desde una pantalla el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor.
Chaudry se volvió hacia él.
—Almirante, dudo que el arma extraterrestre se quede esperando a que le tiren una bomba atómica.
—Le recuerdo una vez más que la palabra indicada es «máquina». No tenemos la seguridad de que sea un arma —dijo Lockwood.
—¡Pues claro que es un arma, hombre! —dijo Mickelson.
—¡No hay más que verla!
Chaudry intervino con calma.
—Es un artefacto procedente de una civilización que tiene un refinamiento tecnológico tremendo. Sinceramente, me asombra que crean que podemos destruirlo con una bomba atómica. Parecemos un comité de cucarachas que discute cómo matar al exterminador. Cualquier opción militar es inútil, además de sumamente peligrosa. Cuanto antes lo reconozcamos, mejor será.
Se hizo un silencio tenso. En la sala de reuniones empezaba a hacer calor. Ford aprovechó la ocasión para quitarse la chaqueta y dejarla como si tal cosa en el respaldo del asiento. El cebo, pensó; ahora, que el pez mordiera el anzuelo. O topo, más que pez.