Burr acercó el micro de la VHF al pescador y se lo puso en las manos esposadas. En esos momentos daba lo mismo lo que dijera; Burr solo quería recordarle a la chica que su padre estaba vivo y en gravísimos apuros, a fin de mantenerla amedrentada, presa del pánico y más fácil de manipular.
—¿Papá? ¿¿Papá?? ¿Te encuentras bien?
—¡Abbey! ¡Vete de una puñetera vez! ¡Tu barco no lo puede aguantar! ¡Vete!
—Papá… —un silencio ahogado.
—Nos hemos quedado sin gasolina.
—Abbey, caray, que tiene una pistola. ¡Avisa a la guardia costera! No te dejes engañar…
Burr le arrancó el micro. Era un canal perdido, que no usaba nadie, y tal como estaban transmitiendo, a un cuarto de vatio, la señal no podía llegar a tierra firme, y menos con aquel tiempo. Pero ¿qué sentido tenía arriesgarse?
—¿Lo has oído? —dijo por el micro.
—Todo va a salir bien. Vas a recuperar a tu padre. Os necesito vivos. Es la única manera de conseguir el disco. Piénsalo. Me sirves más viva que muerta. Necesitamos llegar a un acuerdo, pero será mejor hacerlo donde no nos vayamos a ahogar. ¿Me oyes?
—Lo oigo —respondió lacónicamente Abbey.
Burr cortó la comunicación pensando que probablemente no le creyesen, pero ¿qué podían hacer? Todas las cartas las tenía él. ¿Quizá tenían un plan absurdo? Claro, pero seguramente no funcionaría.
Una ola elevó el barco, que dio un bandazo a estribor. ¡Madre de Dios! No había estado atento. Se estaba acercando una pared de agua como de dos pisos, más negra que una Guinness, con espuma en la cresta. Giró el timón hacia ella. El barco subió rápidamente. Sin embargo, no logró girarlo del todo antes de que la cresta chocara estrepitosamente con el casco, empujando el barco y lanzando un agua de ébano encima de la borda. El barco se escoró bajo el peso.
Patinó por la base de la ola, mientras el agua se arremolinaba en los imbornales y la cubierta se apartaba treinta grados de la horizontal. Aferrado al timón, mudo de espanto, Burr trató de girarlo, pero era como si se lo impidiese un peso enorme que presionaba el barco hacia abajo. Empujó al máximo la palanca, pero no oyó ninguna respuesta en el motor; solo el crujido de los miles de litros de agua que barrían la embarcación. De pronto, el timón empezó a soltarse, y el barco se estremeció como si hubiera disminuido el peso del mar. Se fue enderezando, mientras escupía agua por la popa y los flancos.
Burr nunca había pasado tanto miedo. Miró la carta digital: estaban a medio camino de Devil's Limb. Al menos detrás del arrecife estarían al abrigo de aquel mar demencial. Iban a seis nudos. ¿Cuánto tardarían? Diez minutos. Diez minutos más de infierno.
—Déjame coger el timón —le pidió el pescador.
—Si no, hundirás el barco.
—Vete a la mierda.
Burr se hizo fuerte, mientras se les echaba encima otra gran ola de cresta blanca y el barco ascendía con gran rapidez por la montaña de agua embravecida, que al estamparse contra él hizo temblar y crujir la cabina como si fuera a hacerse pedazos. Si liquidaba la electrónica… no habría nada que hacer.
Se aferró al timón, mientras el barco caía vertiginosamente por la espalda de otro abismo sin fondo y el agua formaba remolinos en sus pies al deslizarse hacia los imbornales.
—Desátame —dijo Straw—, o nos iremos los dos a pique.
Burr hurgó en un bolsillo y sacó la llave. Le tendió la mano.
—Desátate tú mismo y trae las esposas.
Con el timón en una mano, sacó la pistola y vigiló a su rehén, que tras abrir las esposas se acercó aguantándose en la baranda.
El barco se bamboleó un momento en la hoya, en medio de un silencio inquietante, y empezó a subir. Se estaba poniendo otra vez de costado.
—¡Dame el timón! —exclamó Straw, arrebatándoselo.
Burr se apartó, apuntándolo con la pistola.
—Espósate al timón.
El pescador se empezó a pelear con el timón, sin hacerle ni caso, y aumentó la potencia mientras el barco trepaba por la cara de la ola, cada vez más empinada. De pronto el viento aulló a su alrededor; el aire estaba lleno de agua, y todo era ruido y confusión. La embarcación atravesó la cresta y volvió a caer, enderezándose al bajar por la voraginosa sima.
—¡Te he dicho que te esposes al timón!
Burr pegó un tiro al techo para subrayar la orden.
El pescador esposó su muñeca izquierda al timón. Burr se acercó y comprobó que estuviera bien atado. Después cogió la llave y la echó al mar.
—Sigue directamente rumbo al arrecife. Al primer truco, te mato. Y luego mato a tu hija.
El barco se elevó a merced de otra ola. Un relámpago partió en dos el cielo con un bramido espantoso, iluminando brevemente una selva de agua.
Burr se preparó para la arremetida de la siguiente ola. Fuertemente aferrado al timón, con la cara hacia la oscuridad, Straw no decía nada.