Los agentes acompañaron a Ford a la sala de reuniones. Al verlo entrar, Lockwood saltó de su asiento, en el extremo de una mesa rodeada de pantallas planas y ocupada por hombres de traje y uniforme que, a juzgar por lo serios y cariacontecidos que estaban, ya debían de estar al corriente de la situación, al menos de manera parcial.
—¡Wyman, por Dios, llevamos horas tratando de localizarte! Tenemos entre manos una situación excepcional. El presidente necesita una recomendación para las siete.
—Te traigo información de vital importancia —dijo Ford mientras dejaba sobre la mesa el maletín y miraba a su alrededor para formarse una idea del público.
Junto a Lockwood estaba el general Mickelson, con el pelo canoso peinado de cualquier manera, el uniforme —no de gala— arrugado y una tensión inhabitual en su atlético cuerpo. Un lado de la mesa lo ocupaba un contingente de miembros de la NPF, entre los que reconoció a Chaudry y a Derkweiler. También había una mujer asiática, con una placa donde ponía Leung. Al fondo se sentaban varios científicos de la OSTP y altos cargos de la Seguridad Nacional, y las pantallas de videoconferencia recogían las imágenes del presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, de Manfred, el asesor de Seguridad Nacional (NSA), del director de la NASA y del director de Inteligencia Nacional (DNI). La larga mesa de cerezo estaba cubierta de blocs, papeles y portátiles. En las sillas de las paredes tomaban notas varios secretarios y asistentes. El ambiente era tenso, al borde de la desesperación.
Ford abrió su maletín y extrajo el falso disco duro, que depositó sobre la mesa con la misma suavidad que si fuera de cristal de Baccarat. A continuación sacó la impresión grande de Voltaire33, la más nítida de la serie ampliada en el Kinko's, y la desenrolló.
—Esto, señoras y señores —dijo—, es una imagen tomada por el Mars Mapping Orbiter el 23 de marzo.
Esperó un segundo antes de mostrársela a todos.
—Representa un objeto en la superficie de Marte. Yo creo que este objeto disparó en abril contra la Tierra, y esta noche le ha disparado a la Luna.
Otro momento de suspensión estupefacta. De pronto, la mesa estalló en comentarios, preguntas y objeciones. Ford esperó a que se calmase el tumulto para decir—: La imagen procede de este disco duro de aquí.
—¿En qué punto de Marte está?
Lo había dicho la tal Leung.
—Sale todo en el disco —dijo Ford.
—Todo.—Y añadió, mintiendo—: Así, a bote pronto, no sé las coordenadas.
—¡Imposible! —replicó Derkweiler.
—¡Hace tiempo que lo habríamos visto en nuestros exámenes generales!
—Si no lo vieron antes es porque estaba escondido en la sombra de un cráter, y era casi invisible. Para sacar esta imagen de la oscuridad se necesitó un tiempo enorme de procesamiento y mucha pericia.
Chaudry se levantó de la mesa, con una mirada de recelo a Ford, y alargó el brazo para coger el disco. Le dio la vuelta entre sus manos de color caoba, mientras sus ojos negros lo examinaban con intensidad. Su coleta californiana desentonaba entre los hombres trajeados de Washington.
—No es un disco de la NPF.—Dirigió a Ford una mirada penetrante.
—¿De dónde ha sacado este disco?
—Del difunto Mark Corso —contestó Ford.
Chaudry palideció ligeramente.
—Un disco como este no lo puede copiar ni sacar nadie de la NPF. Nuestros protocolos de encriptación y de seguridad son inviolables.
—¿Hay algo imposible para un técnico informático que sepa lo que se hace? Si lo duda, compruebe el número de serie del lateral.
Chaudry examinó un poco más el disco.
—Sí, parece un número de serie de la NPF, pero esta… imagen suya… Me gustaría ver el original. Que sepamos, podría estar hecho con Photoshop.
—La prueba está aquí mismo, dentro del disco, en los datos binarios originales del MRO.
—Ford sacó un papel del bolsillo de su traje y se lo enseñó a los asistentes.
—El problema es que la contraseña de la NPF de este disco está cambiada. Yo tengo la nueva contraseña de acceso, sin la cual el disco es inservible.—Sacudió un poco el papel.
—Es auténtica, se lo aseguro.
La tal Marjory Leung se había levantado de su asiento.
—Perdone, pero ¿ha dicho el «difunto». Mark Corso?
—Sí. Mark Corso fue asesinado hace dos días.
Leung se tambaleó como si fuera a caerse.
—¿Asesinado?
—Exactamente. Y parece que a su predecesor, el doctor Freeman, también lo asesinaron. Tanto a él como a Corso los mató un profesional, alguien que buscaba precisamente el disco duro que está sobre la mesa.
Un profundo silencio se apoderó de la sala.
—Así que ya ven —dijo Ford—: Tenemos mucho trabajo por delante. Por lo visto, no solo está siendo atacado el mundo, sino que nos ha traicionado uno de los nuestros.