76

En cuanto Abbey acabó la llamada de identificación y quitó el dedo del botón de transmisión, se oyó inmediatamente una voz ronca.

—¿Abbey? ¡Ya te tengo!

Era la del asesino. Seguramente había vuelto a su barco, y tenía vigilado el canal de emergencia.

—La has cagado, so cabrón —empezó a decir ella.

—Ay, ay, ay… No uses palabras malsonantes en una frecuencia oficial del gobierno, en la que te puede oír tu padre.

—¿Mi… qué?

—Tu padre. Está aquí, en el barco. Nos lo estamos pasando en grande.

Abbey se quedó un momento sin palabras. El viento sacudía la cabina de control, y una lluvia súbita azotó las ventanas. Un relámpago surcó el cielo, seguido por el restallar de un trueno.

—Repito: tu padre, el señor George Straw, está aquí conmigo, en el barco —dijo tranquilamente el asesino.

—Pásate al canal setenta y dos, y así charlamos.

Abbey sabía que el canal setenta y dos era una desconocida frecuencia no comercial, que nadie usaba.

Antes de que pudiera responder, la radio chisporroteó.

—Aquí el cuartel de Rockland de la guardia costera…

Abbey cortó al operador y marcó 72.

—Eso está mucho mejor —dijo la voz.

—¿Quieres saludar a tu papi?

De pronto Abbey se encontró mal físicamente. Aquello no podía ser verdad. Oyó un ruido ahogado, una palabrota y el ruido de un golpe.

—Que hables con ella.

Otro golpe.

—¡Para! —berreó Abbey.

—Abbey —dijo la voz distorsionada de su padre—, no te acerques. Vete volando al puerto y ve directamente a la policía… Otro golpe fuerte, y un gruñido.

—¡Que pares, pedazo de cabrón! Se oyó otra vez la voz del asesino.

—Vuelve al dieciséis y dile a la guardia costera que no pasa nada. Si no, tu padre es comida para peces.

Con un sollozo Abbey volvió a marcar el canal dieciséis, y explicó a la guardia costera que se trataba de una falsa alarma. El operador empezó a aconsejarle que pusiera inmediatamente rumbo a puerto, por la tormenta. Abbey acabó la transmisión y volvió a sintonizar el canal setenta y dos. Miró a Jackie, pero lo único que hacía su amiga era mirarla a ella, horrorizada. Una ola grande zarandeó el barco, que guiñó al sufrir el timón un giro brusco.

De pronto Jackie se aferró al timón y accionó un poco la palanca. El barco guiñó nuevamente en sentido contrario, y recibió de refilón la siguiente ola en la aleta de estribor.

—Ya piloto yo. Tú ocúpate de él.

Abbey asintió, aturdida. El viento, que aumentaba por segundos, convertía la superficie ondulada del mar en un panal de espuma.

En el canal setenta y dos, el asesino emitió una risa grave y dijo—: ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?

—Por favor, no le haga daño a…

Otro golpe, y un gemido.

—¿Cuál es vuestra posición?

—La bahía de Penobscot.

—Escúchame con atención. El plan es el siguiente: tú me das tus coordenadas GPS, y yo voy hasta allí y te devuelvo a tu padre.

—¿Qué quiere?

—Solo la promesa de que te olvidarás de todo esto, ¿de acuerdo?

—¡Abbey! —Un grito débil.

—No lo escuches… Otro golpe.

—¡No, por favor! ¡No le haga daño!

—Abbey —dijo la voz tranquila del asesino—, ten en cuenta que estamos en un canal abierto, ¿me explico? Voy para allá. Si sigues mis instrucciones no habrá ningún problema.

—Le he entendido.

—Muy bien; y ahora dame tus coordenadas GPS.

Jackie se acercó, cogió el micro y apagó el botón de transmisión, para que no las oyese nadie.

—Abbey, sabes que es mentira. Nos va a matar.

—Sí, ya lo sé —dijo ella ferozmente.

—Tú déjame pensar.

El oleaje no había dejado de crecer mientras hablaban. Cada nueva ola zarandeaba de un lado al otro el Marea II, cuyo motor giraba laboriosamente.

—¿Abbey? ¿Estás ahí?

Abbey volvió a coger el micro.

—¡Me lo estoy pensando! —Se volvió hacia Jackie.

—¿Qué hacemos?

—Pues… no lo sé.

—¿Hola? ¿Hace falta que le pegue otra paliza a tu papi, para que te lo acabes de pensar?

—Estoy justo al suroeste de Devil's Limb —dijo Abbey.

—¿Devil's Limb? ¿Y qué carajo haces tan lejos?

—Íbamos hacia Rockland —contestó, pensando a mil por hora.

—¡Y una mierda! ¡Si estás tan lejos, dame las coordenadas!

Abbey tecleó en la carta digital, fijó un punto cercano a Devil's Limb y leyó al asesino las coordenadas falsas.

—Madre mía —dijo al cabo de un momento el asesino.

—Yo hasta allá no voy. Vuelve tú para aquí.

Abbey sollozó.

—¡No podemos! ¡Casi no nos queda gasolina!

—¡Zorra mentirosa! ¡O te vienes ahora mismo para aquí, o tu papá se va al agua, a pescar!

—No, por favor —gimió Abbey.

—Sus disparos han cortado una de las tuberías del combustible. ¡Casi no nos queda nada!

—¡No me lo creo!

—La hemos sellado justo ahora. ¡Es la verdad!

Paf.

—¿Lo has oído? ¡Por volver a mentir!

Abbey tragó saliva. Tenía que arriesgarse.

—¡Créaselo, por favor! —suplicó, controlando su voz.

—¿Por qué piensa que estaba llamando a la guardia costera?

—Me da lo mismo. Con este tiempo no salgo a mar abierto ni loco.

El Marea II fue azotado por una ráfaga de viento, con su carga de lluvia que entró por las ventanas rotas. Otra ola empujó lateralmente el barco. Abbey tuvo que cogerse a los soportes del techo para no caerse.

—¡Nos va a matar! —susurró Jackie.

—¿Qué coño haces?

—Estoy… fingiendo que me rindo.

—¿Y luego?

—No lo sé.

—¿Me oyes? —dijo la voz.

—O te vienes pitando, o se lo echo de cebo a los peces.

Pulsó el botón de transmisión.

—Oiga, por favor, no sé cómo hacer que se lo crea, pero le juro que digo la verdad. Nos ha dejado el barco reventado, y una de las balas ha agujereado un tubo de combustible. Tráigame a mi padre y haré lo que me diga. Usted gana. Nos rendimos. Hágame caso, por favor.

—¡Yo tan lejos no voy! —chilló él.

—Pues para ir al puerto de Rockland no tiene más remedio que pasar por aquí.

—¿Para qué coño voy a ir al puerto de Rockland?

—¡Con esta tormenta no podrá llegar a ningún otro sitio! ¡No sea idiota, me conozco este mar! Si pretende ir a Owls Head, se estrellará en el Nubble.

Oyó una sarta de palabrotas.

—Mejor que no me engañes, porque tu padre está esposado a la baranda. Si se hunde mi barco, se hunde él.

—Le prometo que no es mentira. Usted venga y tráigame a mi padre, por favor.

—Deja abierto el canal setenta y dos, y estate atenta a mis instrucciones. Corto.

La transmisión se apagó con un chorro de estática.

—¿Qué vamos a hacer? —exclamó Jackie.

—¿Tienes un plan para después de rendirnos, o qué?

—Ir a Devil's Limb.

—¿Con una tormenta así? Pero ¡si está en el quinto pino! —Exacto.

—¿Tienes algún plan?

—Cuando lleguemos lo tendré.

Jackie sacudió la cabeza, aceleró y puso el barco rumbo a Devil's Limb a través de un mar agitado.

—Más te vale pensar deprisa.