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Burr arrojó el cigarrillo a la estela, y una vez más miró a través de los prismáticos. El sol ya se había puesto, y apenas quedaban barcos de pesca, pero aún veía traquetear alguna que otra embarcación llena de trampas rumbo a algún que otro puerto. De vez en cuando había visto yates o veleros aislados, pero del Marea II ni rastro. No se había dado cuenta de lo grande que era la costa, ni de lo numerosas que eran las puñeteras islas. De todos modos, parecía probable que estuviesen escondidos, o dedicándose a sus actividades —fueran cuales fuesen— lejos de miradas indiscretas. Por primera vez empezó a preocuparle el que quizá no pudiera cumplir la misión.

Encendió otro cigarrillo, el octavo. Normalmente los dosificaba, y no pasaba de los siete diarios, pero estaba teniendo un mal día.

Entró en la cabina abierta, y miró fijamente la carta digital.

—¿Dónde estamos ahora?

—Saliendo de la bahía de Muscongus por el norte.

—¿Hacia dónde?

—Al final del canal está la bahía de Penobscot —Burr gruñó e inhaló.

—Casi es de noche. Creo que deberíamos buscar algún sitio donde pernoctar.

—De pernoctar nada. Seguiremos buscando. Tenemos radar y GPS. Podemos navegar de noche entre las islas, buscando barcos en sitios apartados.

Burr gruñó de nuevo.

—¿Y cómo los vería en la oscuridad?

—Esta noche hay luna llena. En el agua, con luna llena es casi como de día.

Echó un vistazo al cielo.

—¿Y lo de la tormenta?

—Ya lo pensaremos cuando empiece. Este barco tiene buen aguante.

—De acuerdo.

Se acercó a la baranda y acabó de fumar el cigarrillo. Oscurecía, y no había señales de tormenta. Tiró la colilla por la borda. A lo lejos vio la imprecisa silueta de otro langostero que navegaba por el fondo del canal. Apareció detrás de una isla grande, pero no se dirigía a tierra firme, sino todo lo contrario. Burr levantó rápidamente los prismáticos. Había la luz justa para leer el nombre pintado en la popa.

Marea II.

Controlando a duras penas su entusiasmo, examinó el barco con mayor atención, y le pareció ver dos siluetas en la cabina de control: Ford y la chica. Era una suerte increíble. El barco iba hacia un grupo de islas, al este del canal.

Ya tenía pensado qué haría al encontrar a su presa. Acercó la mano a la funda de la pistola y sacó la Desert Eagle. El silenciador no le hacía falta; era muy pesado, y la costa quedaba como mínimo a dos kilómetros. Se situó detrás de Straw, que acababa de levantar los prismáticos para mirar el barco. Una rápida aspiración de aire.

—¿Ve aquel barco? —exclamó Straw.

—¡Es el Marea III! Van hacia las islas de Muscle Ridge —dio media vuelta.

—Bueno, lo hemos conseguido. Su plan ha salido bien. Ahora llamaremos a la caballería y echaremos el guante a ese cabrón.

Levantó la mano hacia la VHF.

Burr le aplicó suavemente el cañón en la nuca.

—Haga exactamente lo que le digo, Straw, o lo mato.