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—Un… arma —repitió despacio Ford.

Abbey miró a Jackie, que escuchaba en silencio.

—Exacto.

Ford se pasó una mano por el pelo rizado.

—¿Por qué lo piensas?

—«Una vez eliminado lo imposible…».

—Ya me sé la cita —la interrumpió Ford.

—Elemental, querido Watson. A: tiene pinta de arma. B: disparó un agujero negro en miniatura que atravesó la Tierra. Él se apoyó en el respaldo.

—Eso no se ajusta del todo a los hechos. Aun suponiendo que «disparase» con la intención de destruir la Tierra, falló. Y no ha vuelto a intentarlo. Si es un arma, parece que ha renunciado.

—¿Cómo sabes que ha renunciado? Puede que se avecine otro disparo.

Ford sacudió la cabeza.

—Y esos extraterrestres agresivos… ¿están en algún sitio? ¿Viven en Deimos? Abbey resopló.

—Los extraterrestres hace tiempo que no están.

—¿Que no están? ¿Cómo lo sabes?

—Fíjate en la foto: es un objeto abandonado, lleno de polvo y de muescas. No lo cuida nadie. Quizá lo dejaran los extraterrestres, y ellos se dieran el piro.

—¿Para qué?

—A saber. Poco antes de que esa cosa disparase al azar contra nosotros, el MMO pasó cerca de Deimos, la barrió con el radar y le hizo fotos. Tal vez eso fue lo que la despertó. Puede que hace millones de años, al pasar y encontrar un planeta habitable, los extraterrestres dejasen un arma para ocuparse de cualquier civilización tecnológica que pudiera amenazarlos en un futuro. Podría haber miles o millones de estas armas sembradas por toda la galaxia, ¡qué narices!

—Espero no ofenderte si doy mi sincera opinión sobre tus teorías.

Abbey esperó, cruzándose de brazos.

—Muy buenos guiones de La dimensión desconocida.

—Piénsalo —dijo Abbey—, y a ver si no llegas a la misma conclusión. Ford suspiró.

—De acuerdo, ya lo pensaré, pero voy a decirte algo que quizá te interese: según mis fuentes del gobierno, no era un agujero negro en miniatura, sino un trozo de materia extraña, más exactamente un objeto que se llama strangelet.

—¿Qué porras es eso?

—Una forma de materia superdensa —explicó Ford—, una acumulación de partículas que reciben el nombre de quarks y que forman un estado degenerado… Se considera que algunas estrellas que parecen de neutrones en realidad podrían ser estrellas extrañas, o estrellas de quarks, y estar compuestas de materia extraña. ¿Has leído algo de Kurt Vonnegut?

—¡Claro que sí! —contestó Abbey.

—Sus libros me encantan.

—¿Te acuerdas de aquella sustancia que sale en Cuna de gato con el nombre de «hielo-nueve»? Un tipo especial de hielo que, al entrar en contacto con agua normal, la convertía en hielo a temperatura ambiente.

—Sí, ya me acuerdo.

—Pues la materia extraña es así: al entrar en contacto con materia normal, empieza a transformarla y devorarla, convirtiéndola en materia extraña. Lo malo es que la materia extraña es tan densa que cualquier cosa que toque se comprime casi hasta cero.

Si la Tierra se convirtiese en materia extraña, quedaría reducida al tamaño de una naranja.

—Uf.

—Lo peor es que es un proceso inestable. Después, la Tierra explotaría con tal fuerza que arrancaría las capas exteriores del Sol y trastocaría el sistema solar. Hasta podría convertir el Sol en materia extraña, desencadenando una explosión realmente gigantesca. Lo curioso es que un strangelet muy pequeño podría atravesar toda la Tierra sin apenas llamar la atención, siempre y cuando fuera bastante deprisa. No convertiría mucha materia; seguiría tranquilamente su camino sin que la Tierra se viera perjudicada. Ahora bien, si fuera más despacio, y se quedase atascada dentro de la Tierra…, entonces adiós, sistema solar.

—¿Por qué no hizo un agujero más grande al salir, provocando un volcán o algún tipo de erupción?

—Buena pregunta. Un strangelet no genera onda expansiva, ya que absorbe toda la materia que toca. Devora la materia a su paso, dejando un túnel cuyo vacío quedaría sellado de inmediato por la presión geológica. Los únicos indicios de su paso serían un pequeño agujero de entrada, otro mayor de salida y una firma sísmica fuera de lo común.

Abbey silbó.

—Todo esto refuerza mi teoría. Un strangelet sería el arma definitiva. Piénsalo.

Ford se levantó, dejando la taza en la mesa.

—No sé lo que saben de esto en Washington, pero tengo que llevarles el disco. A vosotras tendré que dejaros aquí. No me atrevo a poneros al cuidado de la CÍA, ni siquiera de la policía local, porque no sé quién nos persigue. Cabe la posibilidad de que nos enfrentemos a un organismo clandestino de nuestro propio gobierno.

—Pero ¿y tú? Si vas a Washington te pueden mandar a Guantánamo, o vete a saber dónde…

—No tengo más remedio. Creo que puedes haber acertado, y que la cosa tal vez sea un arma. Es posible que esté en jaque la supervivencia de la Tierra.

Abbey asintió con la cabeza.

—Más seguras que en esta isla no podéis estar. Quedaos escondidas, y sabréis de mí en cinco días como máximo. ¿Estaréis bien?

—Perfectas, tranquilo.

Ford se volvió y cogió a Abbey por los brazos.

—Hoy, al anochecer, cuando haya menos posibilidades de que alguien vea el barco, me llevarás a tierra firme.—Hizo una pausa y murmuró—: Un arma… Es exactamente eso.