Abbey consultó los archivos del disco duro de ciento sesenta terabytes e hizo un muestreo aleatorio. Había cientos de miles, o quizá millones, de imágenes de Marte: imágenes espectaculares, sorprendentes y extraordinarias de cráteres, volcanes, desiertos, campos de dunas, montañas y llanuras. No menos espectaculares eran las imágenes por radar, cortes en la corteza marciana. En cambio, los datos de rayos gamma eran simples tablas de números y una sucesión de gráficos indescifrables. En aquel caso no había imágenes, solo números.
Le llamó la atención una carpeta titulada ANOMALÍA GAMMA. Contenía un solo archivo, que tenía una extensión pps: una presentación de PowerPoint, creada en el disco hacía solo unas semanas.
Clicó en el archivo pps. Se abrió una ventana, y empezó la presentación.
El detector de centelleo de rayos gamma Compton
del MMO: análisis de datos de emisión anómalos
de rayos gamma de alta energía
Mark Corso, técnico superior de análisis de datos
Tenía buena pinta. Debía de ser la presentación que había irritado al jefe, Derkweiler, y había desembocado en el despido. La obsesión de Corso. Clicó en la página siguiente, donde había un esquema del planeta Marte con las trayectorias orbitales del satélite MMO dibujadas a su alrededor, superponiendo las múltiples órbitas. Lo siguiente era un gráfico titulado «Firma teórica de una fuente puntual de rayos gamma en la superficie de Marte», que estaba compuesto por una onda cuadrada sin complicaciones. Después venía otro gráfico con la etiqueta «Firma real de rayos gamma», de difícil lectura, y en último lugar se combinaban ambos, mostrando coincidencias que a Abbey le parecieron bastante inconsistentes, con grandes barras de error y mucho ruido de fondo. A duras penas había picos y valles, y las firmas teórica y real parecían desfasadas.
Clicó otra vez, pero allí terminaba todo.
¿Qué significaba aquello? Obviamente, era una presentación oral, sin textos escritos que la acompañasen.
Volvió a cucar desde el principio hasta el final, tratando de entenderlo. «Firma teórica de una fuente puntual de rayos gamma en la superficie de Marte». Pensó en sus clases de física del primer año en Princeton, y en lo que se suponía que tenía que saber acerca de los rayos gamma. Eran la parte más energética del espectro electromagnético, y tenían más energía que los rayos equis. Rayos gamma, rayos gamma… Tal como le había dicho a Ford, Marte no debería emitir ninguno. ¿O sí? Se reprochó no haber estudiado más.
Buscó «rayos gamma» en Google, y se puso al corriente. Solo los producían acontecimientos de violencia extrema: supernovas, agujeros negros, estrellas de neutrones, aniquilaciones materia-antimateria… Leyó que en el sistema solar solo había una manera natural de que se crearan rayos gamma: cuando llegaban del espacio exterior rayos cósmicos de gran potencia y golpeaban la atmósfera o la superficie de un planeta. Cada impacto de los rayos cósmicos escindía átomos de materia, produciendo un fogonazo de radiación gamma. De resultas de ello, todos los planetas del sistema solar, bañados en un bombardeo difuso de rayos gamma procedentes del espacio exterior, emanaban un tenue resplandor de rayos gamma. Era un brillo difuso, que abarcaba todo el planeta.
Leyó varios artículos, pero la conclusión siempre era la misma: que ningún proceso natural conocido podía crear una fuente puntual de rayos gamma en el sistema solar. Nada más lógico que el interés de Corso: él había encontrado una fuente puntual de rayos gamma en Marte, y en la NPF no le creía nadie. A menos que se lo inventase todo… Difícil saberlo.
Fijó la vista en la pantalla del ordenador. Después de frotarse los ojos, echó un vistazo al reloj. Las tres de la madrugada. ¿Dónde estaba Ford?
Suspiró, se levantó y buscó en el minibar. Vacío. Se había bebido todas las Coca-Cola Light, se había comido todas las bolsas de Cheetos y acabado con todas las barritas Mars. Tal vez le conviniera dormir. Sin embargo, la idea del sueño no la atraía. Estaba demasiado preocupada por Ford. Empezó a repasar los datos, por hacer algo, y a buscar el Mars Mapping Orbiter en Google. Lo habían lanzado hacía pocos años, y un año después se había puesto en órbita alrededor de Marte. Un módulo orbital repleto de cámaras y espectrómetros, con un georradar y un detector de centelleo de rayos gamma. Objetivo: cartografiar Marte. Transportaba el telescopio más potente enviado jamás al espacio: el HiRISE, del que, aun siendo secreto, se consideraba que podía ver un objeto de treinta centímetros de diámetro desde más de doscientos kilómetros. Durante los pocos meses que llevaba siendo operativo, el MMO había devuelto más datos a la Tierra que todas las misiones espaciales anteriores juntas.
Y al parecer, gran parte de esos datos —por no decir todos— estaban en el disco duro.
Reordenó las carpetas por fecha. La primera de todas era reciente, muy reciente. Se llamaba MÁQUINA DE DEIMOS.
Intrigada por el nombre, la abrió y vio que contenía más de treinta archivos, con nombres como DEIMOS-GRANDE y VOLTAIRE-ORIG, siguiendo con VOLTAIRE-DETALLE, y una serie titulada VOLTAIRE1 a VOLTAIRE33.
Los clicó uno tras otro, empezando por imágenes borrosas de colores falsos, cada una más nítida que la anterior. Todas eran de una construcción de aspecto extraño, un cilindro hueco rodeado de proyecciones esféricas sobre una base de cinco lados.
Hundida en el polvo. Parecía salida de un decorado de cine, o de algún tipo de proyecto artístico.
Procedió a abrir todas las imágenes de Voltaire, y finalmente los archivos más grandes de arriba, DEIMOS-GRANDE y DEIMOS-ORIG. Al mirar fijamente las imágenes, lo entendió poco a poco, y se le aceleró el pulso al darse cuenta desde dónde había sido fotografiada aquella extraña construcción. Casi no podía respirar. Era increíble, asombroso…
Oyó un paso al otro lado de la puerta; luego un golpe, y el clic de la cerradura. Abrieron.
Abbey se incorporó.
—¡No te vas a creer…!
Ford hizo que se callara con un gesto tajante.
—Apágalo y guárdalo, que tenemos que irnos. Ahora mismo.