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Cuando Ford entró en el vestíbulo de vidrio y cromo del hotel Watergate, el subdirector, que debía de estar al acecho, irrumpió de detrás del mostrador, juntando las manos por delante. Era bajo, llevaba el uniforme negro de hotel y tenía una expresión amanerada y obsequiosa.

—¿Señor Ford?

—Dígame.

—Perdone mi inquietud, pero es sobre la joven de la habitación que reservó usted.

Ford detectó un matiz de reproche en el tono nervioso del subdirector. Tal vez hubiera sido un error alojarla en el Watergate. Hoteles más tranquilos y baratos los había de sobra en Washington. Levantó las cejas.

—¿Qué pasa?

—Lleva dos días sin salir de la habitación, y sin dejar que entre nadie a limpiar ni a reponer el minibar; recibe comida a domicilio a todas horas de la noche y no se pone al teléfono de la habitación.

—Se retorció literalmente las manos.

—Bueno, y… hace una hora se han quejado de ruidos.

—¿Ruidos?

—Berridos. Gritos de alegría. Parecía como una especie de… fiesta.

Ford intentó mantener la seriedad de su rostro.

—Voy a ver qué pasa.

—Estamos preocupados. Acabamos de reformar el hotel.

Cualquier deterioro en las habitaciones es responsabilidad de los clientes…

El tono de reproche dejó paso a un silencio de lo más elocuente.

Ford metió una mano en el bolsillo y puso un billete de veinte en la del subdirector.

—No pasará nada, se lo aseguro.

El empleado del hotel miró el billete con desdén mientras se lo guardaba en el bolsillo, y se retiró otra vez a su puesto. Ford fue a los ascensores, diciéndose que la propuesta le estaba saliendo más cara de lo que se había imaginado.

Llamó a la puerta. Le abrió Abbey. Estaba todo hecho un desastre, con platos sucios, cajas de pizza y cartones vacíos de comida china amontonados en la entrada, desprendiendo olor a rancio. En el cubo de basura había tantas latas de Coca-Cola Light que se caían. El suelo estaba lleno de papeles, y la cama totalmente deshecha.

La chica vio su mirada.

—¿Qué pasa?

—En los hoteles grandes como este tienen la anticuada costumbre del servicio de habitaciones. ¿Te suena de algo?

—Si hay alguien limpiando no puedo concentrarme.

—Me dijiste que tardarías una hora.

—Pues me equivoqué.

—¿Equivocarte? ¿Tú?

—Mira, lo mejor sería que te sentases y echases un vistazo a lo que he descubierto.

Ford se fijó en ella: estaba consumida, con el pelo revuelto y enredado, los ojos rojos y la misma ropa con la que parecía haber dormido. En cambio, su expresión era de victoria en estado puro.

—No me digas que has resuelto el problema.

—¿A los váteres les dan por el culo?

Ford hizo una mueca.

—Deberías publicar un diccionario con tus expresiones —Abbey abrió el minibar y sacó una Coca-Cola Light—. ¿Quieres una?

Ford se estremeció.

—No, gracias.

Abbey se sentó en la silla de delante del ordenador. Él lo hizo a su lado.

—Era un problema un poco más difícil de lo que pensaba.

—Bebió un largo sorbo, prolongando la espera.

—Todo objeto del sistema solar dibuja una curva, que puede ser una elipse o una hipérbole. Una órbita hiperbólica significa que el objeto procede de fuera del sistema solar, y volverá a salir de él moviéndose a una velocidad superior a la de escape. En cambio, nuestro objeto X seguía una órbita elíptica.

—¿Objeto X?

—De alguna manera hay que llamarlo —Ford se echó hacia delante.

—¿Me estás diciendo que su origen estaba dentro del sistema solar?

—Exacto. Yo tenía el ángulo de entrada en la Tierra y una foto del objeto X al entrar, pero me faltaba su velocidad. Resulta que la Universidad de Maine en Orono tiene una estación de seguimiento de meteoroides. No disponían de ninguna foto del objeto X, pero sí de una grabación de su huella acústica (los impactos sonoros), y les daba una velocidad exacta de veinte coma nueve kilómetros por segundo, mucho más lenta que los casi doscientos mil kilómetros por hora que la prensa dijo al principio.

Ford asintió con la cabeza.

—De momento te sigo.

—Es decir, que era una órbita elíptica. El apogeo, el punto más alejado del Sol, es donde probablemente empezara su viaje.

—Entiendo.

Abbey pulsó unas cuantas teclas, haciendo aparecer un esquema del sistema solar. Después tecleó una orden, y apareció una elipse.

—Esto es la órbita del objeto X. Haz el favor de fijarte en que el apogeo queda justo en la órbita de Marte. Ahora viene lo fuerte: si extrapolas hacia atrás, te da que Marte estaba exactamente en este punto de su órbita cuando X emprendió su viaje hacia la Tierra.

Se apoyó en el respaldo.

—El objeto X —dijo— llegó de Marte.

La habitación del hotel quedó un buen rato en silencio. Ford miraba fijamente la pantalla. Aquello parecía increíble.

—¿Estás segura?

—Lo he revisado tres veces.

Se echó hacia atrás, acariciándose la barbilla.

—Parece que tendremos que ir a donde sepan de Marte.

—¿Y eso dónde es?

Reflexionó un instante.

—Justo ahora están cartografiando el planeta. En la NPF, la National Propulsión Facility de Pasadena, California. Será cuestión de ir a echar un vistazo, por si han encontrado algo fuera de lo normal.

Abbey le miró con la cabeza ladeada.

—Hay una cosa que no entiendo, Wyman. ¿Tú por qué haces esto? ¿En qué te beneficia? Porque no te paga nadie, ¿verdad?

—Me preocupa profundamente. No sé muy bien por qué, pero las alarmas internas se me han disparado como locas, y no podré descansar hasta tener una respuesta.

—¿Qué te preocupa, exactamente?

—Si era un agujero negro en miniatura, al planeta le ha besado la Parca. Así de cerca hemos estado de la extinción. ¿Y si hay más en el lugar de origen?