Al entrar en el viejo edificio Corso se movió con lentitud, intentando no despertar a su madre. Profirió una palabrota al tropezar con la alfombra del recibidor. Cuando llegó a la sala de estar, cerró la puerta corredera para atenuar el ruido. Acababa de terminar su turno en Moto's, aunque se había quedado un poco más, para tomarse un par de copas. Era la una de la noche, las once en California.
Las once. Se hundió en el sofá, sintiéndose alterado. Durante el día había hablado con Marjory, una conversación muy insatisfactoria, abreviada por el hecho de que ella estuviera en el trabajo. Corso se había largado cuando solo llevaban saliendo una semana; lo de ellos dos era algo salvaje, erótico, pero que no funcionaría a distancia.
Qué mala suerte, por Dios. Nunca se había divertido tanto con ninguna chica. Además, tenía una necesidad desesperada de hablar con alguien, de que le aconsejase una persona familiarizada tanto con los actores como con el escenario.
Cogió el teléfono y marcó el número. Sonó cuatro veces antes de que se oyera la voz de Marjory, aguda y lejana.
—¿Mark?
—Sí, hola, soy yo.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, tranquila, muy bien. Oye, tengo que hablarte de algo…, de algo del trabajo. Algo importante de verdad.
Silencio.
—¿Qué pasa con el trabajo?
El tono de Marjory parecía receloso. Le había dejado bastante claro que no quería implicarse en sus desventuras ni poner en peligro su carrera a causa de él.
—Tengo un disco duro de la NPF, uno de los clasificados. Contiene todas las imágenes de alta resolución.
—Mierda, Mark, no me lo digas. No lo quiero oír.
—Tienes que oírme. He descubierto algo en el disco, algo increíble.
—De verdad que no quiero oír ni una palabra más. Voy a colgar.
—¡No, espera! He encontrado una imagen de una… máquina u objeto extraterrestre en… —hizo una pausa. «No le digas la verdadera ubicación», pensó.
—En Marte.
Silencio.
—Espera, espera. ¿Qué acabas de decir?
—Que he encontrado una imagen; una imagen muy, muy clara de una construcción muy, muy antigua en la superficie de Marte. Inconfundible.
—Has estado bebiendo.
—Sí, pero estos descubrimientos los hice estando sobrio. Marjory, sabes que no soy tonto; sabes que quedé primero de mi promoción en el MIT, y que era el técnico más joven de toda la misión Marte. Sabes que si te digo que es verdad, lo es. Creo que esta máquina es la fuente de los rayos gamma.
La oía respirar al otro lado de la línea.
—Hay muchas formaciones geológicas que pueden parecer artificiales.
—No es ninguna formación. Tiene unos seis metros de diámetro, y consiste en un tubo cilíndrico perfecto con un reborde que se proyecta unos dos metros de diámetro sobre la superficie. Alrededor hay cinco proyecciones perfectamente esféricas, y todo el conjunto está montado en una plataforma pentagonal parcialmente cubierta de regolita.
—¿Cómo sabes que es antiguo?
—Por la regolita. Además, se ven muescas y erosiones de micrometeoroides. Tiene que tener muchos millones de años.
Otro silencio.
—¿En qué punto de Marte está? Quiero ver las imágenes.
—Perdona, pero eso no te lo voy a decir.
—¿Por qué no?
—Porque lo he encontrado yo, y pienso llevarme el mérito. Seguro que me entiendes.
—Sí, pero… ¿qué piensas hacer? ¿Cómo vas a llevarte el mérito?
—He llamado a Chaudry.
—Madre mía… ¿Le has contado que robaste un disco confidencial?
—Bueno, no es que lo robara yo, pero sí, se lo he dicho. Le he dicho que si vuelve a contratarme volveré con el disco, quedará todo olvidado y compartiremos el descubrimiento. Si no, mandaré el disco duro al FBI, y su carrera profesional se irá al carajo.
—Dios mío… ¿Y…?
—Pues que el muy estúpido no se ha creído lo de la máquina extraterrestre. Me ha dicho que soy un mentiroso psicópata. Ni siquiera se ha creído que tenga un disco duro confidencial, así que como demostración le he enviado por correo electrónico un detalle de una imagen de alta resolución. No es de la máquina, como comprenderás; si no, la encontraría usando el archivo de datos. Lo que le he enviado ha sido otra imagen de altísima resolución. No sabes la prisa se ha dado en devolverme la llamada, el muy cabrón…
—Estás loco.
—Hay mucho en juego.
—¿Y…?
—Digamos que me ha salido el tiro por la culata. Ha dicho que no pensaba ayudarme ni loco, y que ahora yo no podía perjudicarle en absoluto, porque si mando el disco anónimamente al FBI, y le pillan a él, me acusará. «Si caigo yo, caes tú», me ha dicho. No hay ganador posible.
Una larga pausa.
—La verdad es que tiene razón.
—Sí, ahora me doy cuenta. Me ha hecho tablas, el muy hijo de puta.
—¿Y ahora qué?
—Esto no se ha acabado ni por asomo. Estoy pensando en llevar el disco al Times. Juro por Dios que el mérito será para mí, aunque sea lo último que haga.—Corso vaciló.
—Necesito la opinión de otra persona. Necesito oír lo que piensas. Le he dado tantas vueltas que estoy a punto de explotar.
Durante un buen rato oyó el silbido de las llamadas de larga distancia, y una vaga música de fondo.
—De momento no hagas nada —dijo lentamente Leung.
—No estoy muy segura de que sea una buena idea lo de ir al Times. Déjame pensarlo un par de días, ¿de acuerdo? Tú, mientras tanto, no hagas nada.
—Date prisa. Estoy desesperado.