De regreso al timón de su barco, Worth abrió una cerveza y contempló la trayectoria de la lluvia en las ventanas, que caía formando curvas siempre cambiantes. Las chicas llevaban como mínimo dos horas en la isla. «Debe de ser un tesoro de cojones», pensó.
Volvió a verificar el estado de la RG Mag del cuarenta y cuatro, la pistola que había usado para atracar el colmado de Harrison a los quince años: la levantó, apuntó con el cañón y la equilibró en su mano. Había intentado empeñarla hacía poco, a cambio de dinero para la meta, pero no la quería nadie. Decían que era una mierda. ¡Qué sabrían ellos! La otra noche había funcionado la mar de bien. Sonrió al acordarse de todas las ranas que él y su tío habían convertido en nubecitas rosas gracias a aquella pistola.
Apuntó con el cañón, fingiendo que su blanco era una gaviota mecida por el agua detrás de la baranda de popa. Lástima no poder cargársela; la nube de plumas sería preciosa, pero no podía arriesgarse a hacer tanto ruido.
—Pum, pum —dijo.
La gaviota alzó el vuelo.
Dejó el arma en el salpicadero, junto a cuatro cajas de balas, un cuchillo Bowie de hoja fija, alambre de embalar, cúteres, cuerda y cinta aislante. Esto último no creía que fuera a necesitarlo, pero lo había traído por si acaso. Bebió un poco más de cerveza y escuchó. Aparte del murmullo de la lluvia, todo estaba en silencio en la niebla, salvo el grito intermitente de una gaviota invisible. Ya empezaba a notar los primeros tirones del mono de la meta, pero no les hizo caso. Imposible estar flipado en el momento decisivo.
Sintió que el barco se movía un poco, por efecto de una brisa refrescante que hizo oscilar la popa. Hacía media hora que empezaba a haber olas, olas largas y bajas que anunciaban la inminencia del mal tiempo. Miró su reloj. Las cinco. Se estaba haciendo tarde. Sabía que el mar revuelto no les permitiría anclar junto a Shark Island para pasar la noche; era un lugar demasiado expuesto. Subirían el tesoro a bordo y saldrían pitando para las islas interiores, probablemente hacia la misma cala de Otter donde se habían refugiado tras lo de la isla del almirante.
Hizo un rápido repaso general. Todo estaba a punto.
Oyó encenderse el motor del Marea que estuvo un momento en punto muerto, hasta que levaron anclas. Probablemente estuvieran toqueteando la VHF y el radar, sin saber por qué no funcionaban. Por poca inteligencia que tuviesen, se habrían traído una radio portátil y un GPS de refuerzo, pero Worth no había encontrado ni lo uno ni lo otro al registrar el Marea.
El motor de este último aceleró. El chico vio moverse en su radar la mancha verde de la embarcación. Consultó el reloj y marcó la hora: las cinco y nueve.
Cambió a dos millas la configuración del radar, y al aumentar la ganancia vio que el Marea se desplazaba hacia el oeste, en dirección a las islas interiores, tal como esperaba. Cuando el Marea cruzó la línea de una milla náutica del radar, Worth puso en marcha el motor, levó el ancla y empezó a seguirlo de lejos. Entre aquel punto y la seguridad de las islas interiores había un trecho de diez kilómetros por mar abierto. Ellas iban a seis nudos. El mar se estaba poniendo bravo por momentos.
Más o menos después de una milla, redujo la velocidad. El Marea se había parado. Worth apagó rápidamente su motor y se quedó a la deriva, escuchando. Nada. El motor del Marea no daba más de sí: estaba parado en el agua, envuelto en niebla, a doce kilómetros de la costa, y sin comunicaciones.
Volvió a poner en marcha el motor y aceleró al máximo, directamente hacia el Marea. La imagen se acercó por el radar: un kilómetro, quinientos metros, doscientos cincuenta…
A cien metros estableció contacto visual: el Marea se materializó en la niebla. Una de las chicas estaba toqueteando la radio VHF, mientras la otra sujetaba la escotilla del motor y enfocaba el interior con la linterna. Las dos se volvieron, y se quedaron mirándolo.
«Hola, zorras».
A seis metros del Marea viró noventa grados a estribor, puso el motor en punto muerto y echó bruscamente marcha atrás, haciendo que se parara de golpe. Entonces cogió la culata de la RG con las dos manos, apuntó a las dos chicas y disparó.