Ford escuchaba los ruidos nocturnos de la jungla, con las piernas cruzadas en el suelo y la mirada fija en la hoguera. La selva oscura los rodeaba como una húmeda mazmorra.
Khon tendió una mano, levantó la tapa del cazo puesto al fuego y removió su contenido con un palo. Después, con tono de gran escepticismo, dijo—: Bueno, ¿y ahora qué? ¿Cómo piensas volar la mina?
Ford suspiró.
—Durante los campos de la muerte —dijo Khon— vi cómo le pegaban a mi tío un tiro en la cabeza. ¿Sabes cuál era su delito? Ser dueño de un cazo.
—¿Por qué era un delito capital?
—Los jemeres rojos son así. Es su manera de pensar. Ser dueño de un cazo significaba que uno no estaba imbuido del espíritu colectivo, el espíritu comunista. Les daba lo mismo que tuviera un hijo de cinco años medio muerto de hambre. Vaya, que ejecutaron al niño ante sus ojos y luego lo mataron a él. Para que veas con quién te enfrentas, Wyman.
Ford partió una rama y echó los trozos al fuego.
—Explícame lo del Hermano Número Seis.
—En los años cincuenta formó parte del grupo de estudiantes de Pol Pot en París. Entró en el Comité Central en la época de los campos de la muerte, con el nombre de Ta Prak.
—¿Tiene antecedentes?
—Una familia culta de Phnom Penh. El muy cerdo ordenó ejecutar a su propia familia: hermanos, hermanas, madre, padre y abuelos. Hacía gala de ello, como demostración de la pureza de sus ideales.
—Qué simpático.
—En el 98, después de la muerte de Pol Pot, desapareció en el norte y empezó a traficar con drogas y piedras preciosas. Sus «ideales revolucionarios» degeneraron en la criminalidad.
—¿Y ahora qué le motiva?
—La supervivencia pura y dura.
—¿El dinero no?
—Para sobrevivir hace falta dinero. ¿Qué coño quiere el Hermano Número Seis? Pues voy a decírtelo: vivir tranquilo lo que le queda de vida y morir de muerte natural. Es lo que quiere el asesino en serie: morirse de viejo, rodeado de hijos y nietos. Casi tiene ochenta años, pero se aferra a la vida como un hombre joven. Todo el horror del valle, de la mina, de la esclavitud, tiene una sola razón de ser: exprimir al máximo esos últimos años de vida. Ten en cuenta que si el muy cabrón se relajase, ni que fuera un segundo, sería hombre muerto, y él lo sabe. No lo apoyan ni sus propios soldados.
—Y de repente cae en sus manos un asteroide.
Khon miró a Ford fijamente, desde el otro lado de la hoguera.
—¿Un asteroide?
Ford asintió con la cabeza.
—La explosión de la que hablaban los monjes, el cráter, los árboles abatidos, las piedras preciosas radiactivas… Todo apunta hacia un impacto de asteroide.
Khon se encogió de hombros y echó una rama al fuego.
—Que se encargue tu gobierno.
—¿Has visto cómo buscaban los niños entre el montón de piedras? Los está matando. O destruimos la mina, o morirán.
Después de un rato de silencio, Khon buscó algo en su mochila y sacó una pequeña botella.
—Johnnie Walker etiqueta negra —dijo.
—Despeja la cabeza.
Se la lanzó a Ford, que desenroscó el tapón nuevo y levantó la botella.
—Salud.
Después de dos tragos se la dio al camboyano, que bebió un poco y la dejó entre los dos. A continuación Khon levantó la tapa del arroz, asintió, apartó el cazo del fuego y sirvió arroz humeante en platos de zinc.
Ford cogió el suyo. Comieron en silencio, mientras el fuego quedaba reducido a brasas y ceniza.
«Vivir tranquilo lo que le queda de vida y morir de muerte natural». Si en esos momentos al Hermano Número Seis no le impulsaba nada más, quizá no fuera tan difícil encargarse de él, a fin de cuentas.
—Khon, se me está ocurriendo algo.