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Sintiendo una presencia en la puerta de su cubículo, Mark Corso se irguió y dejó de trabajar, usando disimuladamente un codo para tapar con algunos papeles los gráficos de rayos gamma en los que había estado enfrascado.

—Hola, doctor Derkweiler —dijo, componiendo a la fuerza una expresión de respeto.

Derkweiler entró.

—Solo quería saber cómo iba el procesamiento de imágenes del SHARAD.

—Casi está acabado.

Tarareando en voz baja, el supervisor se inclinó por encima de su hombro y echó un vistazo a los papeles y listados que había en la mesa, todos ellos bien alineados.

—¿Dónde está?

—Aquí.

—Corso no estaba muy seguro de dónde los tenía. Sabía que estaban entre los otros papeles, pero no se atrevía a hojearlos por miedo a destapar los gráficos de rayos gamma.

—Se los dejaré encima de la mesa antes de irme.

Derkweiler alargó una pezuña y movió algunos papeles.

—La mesa bien ordenada; no como los demás, que somos un desastre. Mejor para usted.

Su aliento olía a Tic Tac de naranja.

Más movimiento de papeles.

—¿Qué es esto? —Bajó la mano y sacó del fajo una impresión de ordenador: un gráfico de rayos gamma.

—Diría que ha estado trabajando con aquellos datos de rayos gamma, pero claro, eso es imposible; las imágenes del SHARAD me las había prometido ayer.

—Aún no he acabado. Las tendrá en su mesa antes de las cinco. Pero que conste, doctor Derkweiler, que forma parte de mis obligaciones el analizar todos los datos electromagnéticos, incluidos los rayos gamma.

Chupa que te chupa los Tic Tac.

—Señor Corso, me parece que aquí hay un malentendido de base sobre cómo funciona este departamento. Trabajamos como un equipo, y el jefe del equipo soy yo. Perdone, pero creía haber dejado claro que su prioridad número uno eran las imágenes del SHARAD. La próxima semana quiero que esté todo listo, todo, y que lo presente en la reunión.

Corso no dijo nada.

—¿Lo ha entendido, señor Corso?

—Sí —respondió.

Esperó a que Derkweiler se hubiera ido para dejarse caer en la silla, tembloroso. Era un hombre intolerable, una mediocridad que inexplicablemente había alcanzado un cargo de supervisor, y se regodeaba en él cada segundo. Miró con el ceño fruncido los gráficos de rayos gamma que estaban encima de los otros papeles. Mucho tendría que hincar los codos para tener acabados los datos de imágenes del SHARAD a las cinco. ¿Por qué insistía tanto Derkweiler en las imágenes del SHARAD? Ni que fuese inminente lo de Marte… Al mismo tiempo, los datos de rayos gamma eran francamente raros. Corso había dado un paso más que Freeman. Si Derkweiler no se daba cuenta de su valor, seguro que lo haría Chaudry.

Llamaron suavemente a la puerta abierta. Al volverse vio a Marjory Leung apoyada en el marco de la puerta, como una gacela, con una pierna recta y la otra ladeada, sonriendo y flexionando como un arco su larga figura.

—Hola —dijo.

Corso sonrió, sacudiendo la cabeza.

—¿Se ha ido?

—Justo ahora está doblando la esquina.

Se pasó una mano por el pelo.

—Adelante.

Leung se dejó caer en la silla del rincón y, al echar la cabeza hacia atrás, su larga melena se derramó por el respaldo.

—¿Comemos? Corso sacudió la cabeza.

—Tengo que acabar estos datos.

—¿Cómo va?

—Son números, pura rutina. Me he estado dedicando en exclusiva a los rayos gamma.

—¿Has avanzado algo?

Él desvió la mirada hacia la puerta abierta. Entendiendo el mensaje, Leung la cerró.

—Poca cosa. Estoy casi seguro de que está en algún punto de la superficie, sea lo que sea. La periodicidad se parece demasiado a la rotación del planeta para que no lo esté. He estado revisando las imágenes por si encontraba algún objeto visual que pudiera corresponder al emisor de rayos gamma. Marte es grande, y tenemos más de cuatrocientas mil fotos de alta resolución. Es como buscar una aguja en un pajar.

Ella se irguió. Corso la vio desperezarse. La camisa, al subir, dejó a la vista su vientre plano. Se le despertó un recuerdo muy gráfico de la noche que habían pasado juntos.

—Pues si no puedes comer —dijo ella, moviendo la cabellera—, ¿qué tal si cenamos?

—Con mucho gusto.

—El gusto será mío —repuso la joven.