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Randall Worth rodeó Thrumcap Island a bordo de su PC-6 de siete metros, el Old Salt, con un traqueteo de motor diésel que dejaba una nube de gases de color bourbon en el agua. La radio de frecuencia modulada, puesta en una emisora de rock, vomitaba estática con la definición justa para que adivinase la canción que podía estar sonando.

Worth pescaba langostas él solo, sin segundo de a bordo, porque no había nadie dispuesto a trabajar para él. Mejor; así no tenía que repartir los beneficios. Hacía poco, algún cabrón le había cortado la mitad del sedal por haberlo pillado pescando crías. A la mierda. A la mierda todos.

Después de echar la última trampa, puso el barco en punto muerto, con el timón todo a estribor. El sedal salió disparado. El flotador chocó con el agua, seguido por la boya. Durante unos instantes el joven dejó el barco a la deriva, mientras se acababa una lata de Coors Light y la tiraba por la borda. Después se limpió la boca y miró el tablero de instrumentos. El motor se enfriaba, los inyectores estaban hechos polvo, y por el escape húmedo salía combustible que formaba un arco iris en el agua. Las bombas de sentina se activaban cada pocos minutos para vomitar agua aceitosa por el lado. Worth escupió otra vez, dejando en la cubierta un gargajo que parecía una ostra sin concha. Dio una patada a la manguera de agua no tratada, e hizo salir el escupitajo por los imbornales.

Esperaba que su deteriorado barco durase el resto de la temporada. Luego lo aseguraría y lo hundiría. Bastaba con poner un fusible en mal estado en la bomba de sentina, dejar el barco amarrado y esperar dos días.

Cuando Thrumcap Island pasó a estribor, apareció a lo lejos el perfil de Crow Island, con la enorme cúpula blanca de la antigua estación terrestre elevándose como una burbuja. Justo en ese momento salía del puerto el ferry de Crow Island, que se alejó pesadamente, rodeando la punta rumbo a Friendship. Al volverse hacia tierra firme, Worth vio con sorpresa que había un barco amarrado en un rincón tranquilo del paso de Marsh Island. Aguzó la vista.

El Marea. El barco de Abbey Straw.

Redujo enseguida la velocidad, y mientras lo observaba ascendió por su columna vertebral un sentimiento de rabia, que se esparció por su cerebro como el agua en una esponja. Negrata de mierda… No se le iba de la cabeza el comentario sobre lo de «más adentro, más adentro»; y encima lo había hecho delante de la cabrona de Jackie Spann, que se merecía un buen golpetazo en la cabeza. Estaban en Louds Island, buscando el tesoro de Dixie Bull. En el pueblo se rumoreaba que Abbey había conseguido un mapa.

Con el barco a merced de la marea, Worth sacó la última lata de Coors de las anillas de plástico y luego las tiró por la borda. «A ver si se estrangulan unas cuantas focas».

Se echó un buen trago de cerveza al gaznate, antes de poner la lata en el soporte que estaba atornillado al tablero de instrumentos. Empezaba a notarse tenso, irritable, con un hormigueo en la piel. Las llagas de la meta. Se empezó a rascar nerviosamente la mejilla, y al levantarse una costra sin querer notó humedad de sangre en la punta de los dedos.

Soltó una palabrota. Agachado en la minúscula cabina, sacó una pipa de cristal de detrás de unos bártulos, metió una piedra y encendió un Bic con una mano temblorosa, orientando la llama a la burbuja. De repente se oyó un ruido de cocción. Chupó con fuerza, llenando de humo la burbuja antes de aspirarlo a sus pulmones. Acto seguido se apoyó en el casco, cerró los ojos y dejó que le llegara el subidón, una sensación de euforia tan intensa que por un instante casi le hizo sentirse un ser humano de verdad.

Volvió a guardar la pipa y la meta detrás de los aparejos de pesca, y se metió de un salto en la cabina, sintiéndose en la cima del mundo. Al ver otra vez el Marea que proyectaba una larga sombra en el agua, el corazón se le llenó de una ira incontenible. Estaban buscando tesoros, y con un mapa hasta podían encontrarlos.

De repente tuvo una idea, una buena idea; de hecho, la mejor que había tenido en su vida.

Miró su reloj: las cuatro. Evidentemente, las dos chicas pasarían la noche en el barco. Así él tendría tiempo de ir a Round Pond, llenar el depósito y cargar cerveza y cecina en King Ro. Podía hacerle una visita a su contacto, y conseguir más meta, aparte de cobrar el dinero que le debían por lo que había levantado de aquella mansión de Ripp Island. Podía estar de vuelta en Louds al amanecer.

Riéndose en voz alta, subió a tres mil revoluciones, giró el volante y, pasando de nuevo junto a Thrumcap Island, rodeó el extremo sur de Louds en dirección al puerto de Round Pond.

Con el dinero del tesoro se compraría un barco nuevo, y le pondría este nombre: Calavera y Tibias.