El cuarto de baño está tan frío que no consigo sacar los hombros del agua. Lucie nos ha lavado el pelo creándonos todo tipo de peinados vertiginosos. «¡Mírate, mamá! ¡Tienes cuernos en la cabeza!».

Ya lo sabía.

No era muy divertido, pero me hizo gracia.

—¿Por qué te ríes?

—Porque soy tonta.

—¿Por qué eres tonta?

Nos secamos bailando.

Camisones, calcetines, zapatos, jerséis, batas y más jerséis.

Mis muñecos Michelín bajaron a cenar.

La luz se apagó justo cuando Babar jugaba con el ascensor de un gran almacén bajo la mirada furiosa del ascensorista. Marion se puso a llorar.

—Esperadme, voy a volver a encender la luz.

—¡Uh! Uhuhuhuhu…

—Para, Barbie girl, que asustas a tu hermana.

—¡No me llames Barbie girl!

—Pues entonces para.

No era el disyuntor, ni los plomos. Las persianas golpeaban, las puertas crujían y toda la casa estaba sumida en la oscuridad.

Hermanas Brontë, rogad por nosotras.

Me preguntaba cuándo volvería Pierre.

Bajé el colchón de las niñas a la cocina. Sin radiador eléctrico, era imposible dejarlas dormir allí arriba. Estaban nerviosísimas. Apartamos la mesa y colocamos la cama improvisada cerca de la chimenea.

Me tumbé entre las dos.

—¿Y Babar? No nos has terminado el cuento…

—¡Shh, Marion, shh! Mira delante de ti. Mira el fuego. Él te va a contar un cuento…

—Sí, pero…

—Shh…

Se durmieron enseguida.

Yo escuchaba los ruidos de la casa. Me picaba la nariz y me frotaba los ojos para no llorar.

«Mi vida es como esta cama —pensé—. Frágil. Incierta. En suspenso».

Acechaba el momento en que la casa iba a echarse a volar.

Pensaba en que me habían soltado como un lastre.

Es curioso cómo las expresiones no son sólo expresiones. Uno tiene que haber tenido mucho miedo para comprender «sudor frío», o haber sentido mucha angustia para que «un nudo en el estómago» dé de sí todo lo que tiene que dar, ¿no?

«Soltar como un lastre» es lo mismo. Es una expresión buenísima. ¿A quién se le habrá ocurrido?

Soltar el lastre para que el globo ascienda.

Soltar el lastre de la parienta.

Soltar amarras, desplegar sus alas de albatros y follar en otros parajes.

No, de verdad, la expresión no puede ser más acertada…

Me estoy volviendo mala, es buena señal. Unas semanas más y seré un horror.

Porque la trampa, justamente, es pensar que estamos amarrados. Tomamos decisiones, nos metemos en créditos, en compromisos, y corremos algún que otro riesgo. Compramos casas, ponemos bebés en habitaciones rosas y dormimos todas las noches abrazados. Nos maravillamos de esa… ¿Cómo llamábamos a eso? Esa complicidad. Sí, así es como lo llamábamos, cuando éramos felices. O cuando no lo éramos tanto…

La trampa es pensar que tenemos derecho a ser felices.

Mira que somos bobos. Tan ingenuos como para creer un solo momento que controlamos el curso de nuestras vidas.

El curso de nuestras vidas se nos escapa, pero qué importa. No tiene mucho interés…

Lo ideal sería saberlo antes.

«Antes», ¿cuándo?

Antes.

Antes de pintar las habitaciones de rosa, por ejemplo…

Al final tiene razón Pierre, ¿para qué mostrar uno su vulnerabilidad?

¿Para llevarse golpes?

Mi abuela solía decir que a los buenos mariditos se les retenía en casa cocinándoles cositas ricas. A mí eso no se me da bien, abuela, no se me da bien… Para empezar, no sé cocinar, y además nunca me ha gustado retener a nadie.

¿Ah, sí? ¡Pues estamos apañadas, hija mía!

Me sirvo un poco de coñac para celebrarlo.

Una lágrima y a la cama.