6

NINGUNA ARMA DE ESTE MUNDO

Pequeños copos de una nieve temprana habían comenzado a caer como plumas desde un cielo gris acero mientras Clary y su madre se apresuraban por la Greenpoint Avenue, con la cabeza agachada para protegerse del helado viento que llegaba del East River.

Jocelyn no había dicho ni una palabra desde que habían dejado a Luke en la comisaría abandonada que hacía las veces de cuartel general de la manada. Todo estaba envuelto como en una neblina: la manada entrando a salvar a su líder, el botiquín de curas y Clary y su madre tratando de ver a Luke mientras los lobos parecían cerrar filas contra ellas. Sabía que no lo podían llevar a un hospital mundano, pero había sido duro, más que duro, dejarlo allí, en la habitación blanqueada que les servía de enfermería.

No era que Jocelyn y Clary no les gustasen a los lobos. Simplemente era que la prometida de Luke y su hija no pertenecían a la manada. Nunca pertenecerían a ella. Clary estuvo buscando a Maia, para tener una aliada, pero no estaba allí. Al final, Jocelyn envió a su hija a esperar en el pasillo, porque la sala estaba demasiado abarrotada. Clary se sentó en el suelo, con la mochila en el regazo. Eran las dos de la mañana, y nunca se había sentido más sola. Si Luke moría…

Casi ni recordaba su vida sin él. Gracias a él y a su madre, sabía lo que era ser querida de forma incondicional. Luke alzándola para subirla al tronco de un manzano, en su granja al norte del estado, era uno de sus primeros recuerdos.

En la enfermería, Luke respiraba entonces con dolorosos estertores mientras que su tercero al mando, Bat, abría el botiquín. Clary recordó entonces que se suponía que la gente respiraba con estertores cuando iba a morir. No podía recordar lo último que le había dicho a Luke. ¿No se suponía que se recordaba lo último que se le decía a alguien que se moría?

Cuando por fin Jocelyn salió de la enfermería, agotada, le tendió la mano a Clary y la ayudó a levantarse del suelo.

—¿Está…? —había comenzado Clary.

—Está estable —respondió Jocelyn. Luego miró a un lado y otro del pasillo—. Tenemos que irnos.

—¿Irnos adónde? —Clary estaba anonadada—. Pensaba que nos quedaríamos aquí, con Luke. No quiero dejarlo.

—Yo tampoco. —Jocelyn lo dijo firme, y eso hizo pensar a Clary en la mujer que había dado la espalda a Idris, a todo lo que había conocido, y se había marchado para comenzar una nueva vida sola—. Pero tampoco podemos permitir que Jace y Sebastian vengan aquí. No es seguro para la manada, ni para Luke. Éste es el primer lugar donde Jace te buscaría.

—Entonces, ¿dónde…? —empezó a decir Clary, pero supo la respuesta incluso antes de acabar la frase, y guardó silencio. ¿Adónde iban últimamente si necesitaban ayuda?

En ese momento, una fina capa blanca cubría el agrietado pavimento de la avenida. Jocelyn se había puesto un abrigo largo antes de dejar la casa, pero debajo aún llevaba la ropa manchada con la sangre de Luke. Su boca era firme, y su mirada no se apartaba de la calle que tenía ante ella. Clary se preguntó si su madre se habría marchado así de Idris, con las botas con cenizas enganchadas, ocultando la Copa Mortal bajo el abrigo.

Clary sacudió la cabeza para aclarársela. Se estaba imaginando cosas que no había presenciado; quizá su mente estuviera vagando para alejarse del horror que acababa de contemplar.

Inesperadamente, la imagen de Sebastian clavándole el cuchillo a Luke la invadió, así como el sonido de la querida voz de Jace diciendo: «Daño colateral».

«Porque a menudo sucede con lo que es precioso y está perdido, que al encontrarlo puede que no sea igual que lo que fue».

La chica se estremeció y se subió la capucha para cubrirse el cabello. Los blancos copos de nieve ya habían comenzado a mezclarse con los mechones rojos. Aún estaban calladas, y la calle, flanqueada de restaurantes polacos y rusos entre barberías y salones de belleza, estaba desierta en la noche blanca y amarilla. Un recuerdo le destelló tras los párpados: uno real esta vez, no un vuelo de la imaginación. Su madre la hacía apresurarse por una calle negra como la noche entre montones de nieve sucia apilada. Un cielo bajo, gris y plomizo…

Había visto esa imagen antes, la primera vez que los Hermanos Silenciosos habían escarbado en su mente. En ese momento se dio cuenta de qué era. La memoria de una vez que su madre la había llevado a casa de Magnus para que le borrara los recuerdos. Debía de ser en pleno invierno, y en su recuerdo reconocía Greenpoint Avenue.

Ahora, el almacén de ladrillo rojo en el que vivía Magnus se alzaba ante ellas. Jocelyn abrió la puerta de vidrio de la entrada, y ambas entraron, Clary tratando de respirar por la boca mientras su madre pulsaba el timbre del mago, una, dos y tres veces. Al final, la puerta se abrió y ellas se apresuraron a subir la escalera.

La puerta del apartamento de Magnus estaba abierta; el brujo estaba apoyado en el marco de la puerta, esperándolas. Iba vestido con un pijama de color amarillo canario, y en los pies llevaba unas zapatillas verdes con rostros de extraterrestres de los que despuntaban unas esponjosas antenas. Su cabello era una masa negra enredada, rizada y de punta, y sus ojos verde dorado las miraron parpadeando cansados.

—Hogar de San Magnus para los Cazadores de Sombras Descarriados —dijo con una profunda voz—. Bienvenidas. —Hizo un amplio gesto con el brazo—. Las habitaciones de invitados están por ahí. Limpiaos los pies en la alfombra.

Entró en el apartamento y se quedó junto a la puerta para dejarlas pasar antes de cerrarla. Ése día, la casa estaba decorada en una especie de estilo victoriano falso, con sofás de altos respaldos y grandes espejos dorados por todas partes. De las columnas colgaban lámparas con forma de flores.

Había tres habitaciones de invitados en un corto pasillo que salía del salón principal; al azar, Clary escogió una de la derecha. Estaba pintada de naranja, como su antigua habitación en Park Slope, y tenía un sofá cama y una pequeña ventana que daba a las oscuras ventanas de un restaurante cerrado. Presidente Miau estaba hecho un ovillo en la cama, con la nariz bajo la cola. Clary se sentó junto a él y le acarició las orejas; al instante notó el ronroneo que hacía vibrar todo el cuerpecito peludo. Mientras lo acariciaba, se fijó en la manga de su jersey. Estaba manchada de sangre seca y oscura. La sangre de Luke.

Se puso en pie y casi se arrancó la prenda. Sacó un pijama limpio y una camiseta térmica negra con cuello en V de la mochila, y se los puso. Se miró un momento en la ventana, que le mostraba un pálido reflejo; el cabello le caía tieso, húmedo de nieve; las pecas le resaltaban como manchas de pintura. Tampoco importaba su aspecto. Pensó en Jace besándola, parecía como si hiciera meses en vez de sólo unas horas; el estómago le dolió como si se hubiera tragado pequeños cuchillos.

Se agarró al borde de la cama durante un momento, hasta que el dolor se calmó. Luego respiró hondo y volvió al salón.

Su madre estaba sentada en una de las sillas de respaldo dorado, con sus largos dedos de artista rodeando un tazón de agua caliente con limón. Magnus estaba acostado en un sofá de color rosa intenso; tenía los pies sobre la mesita de centro, con las zapatillas verdes puestas.

—La manada lo ha estabilizado —explicaba Jocelyn con voz exhausta—. Pero no saben durante cuánto tiempo. Pensaban que tal vez hubiera habido polvo de plata en la hoja, pero parece ser otra cosa. La punta del cuchillo… —Alzó la mirada, vio a Clary y guardó silencio.

—No pasa nada, mamá, soy lo bastante mayor para saber la verdad.

—Bueno, no saben qué es exactamente —continuó Jocelyn a media voz—. La punta del cuchillo de Sebastian se ha roto contra una de las costillas y se le ha incrustado en el hueso. Pero no se la pueden sacar. Se… mueve.

—¿Se mueve? —Magnus parecía confuso.

—Cuando trataron de extraérsela, se hundió en el hueso y casi lo partió —explicó Jocelyn—. Es un licántropo, y sana en seguida, pero tiene eso ahí dentro, destrozándole los órganos internos e impidiendo que se le cierre la herida.

—Metal demoníaco —afirmó Magnus—. No es plata.

Jocelyn se inclinó hacia él.

—¿Crees que puedes ayudarlo? Cueste lo que cueste, lo pagaré…

El brujo se puso en pie. Sus extravagantes zapatillas y el cabello revuelto de haber dormido parecían totalmente incongruentes con la gravedad de la situación.

—No lo sé —contestó.

—Pero curaste a Alec —replicó Clary—. Cuando el Demonio Mayor lo hirió…

Magnus había comenzado a ir de arriba abajo.

—Sabía lo que le pasaba. No sé qué clase de metal demoníaco es éste. Podría experimentar, probar diferentes hechizos, pero no será la manera más rápida de ayudarlo.

—¿Y cuál es la más rápida? —preguntó Jocelyn.

—Los Praetor —contestó Magnus—. La Guardia Lobo. Conocí al hombre que la fundó… Woolsey Scott. Debido a ciertos… incidentes, le fascinaban los detalles sobre cómo los metales y las drogas demoníacos actúan sobre los licántropos, del mismo modo que los Hermanos Silenciosos guardan registros de las maneras de curar a los nefilim. Por desgracia, a lo largo de los años, los Praetor se han vuelto muy cerrados y dados a los secretos. Pero un miembro de los Praetor podría acceder a esa información.

—Luke no es miembro —repuso Jocelyn—. Y su lista es secreta…

—¡Jordan! —exclamó Clary—. Jordan es uno de sus miembros. Él puede averiguarlo. Lo llamaré…

—Yo lo llamaré —la cortó Magnus—. No puedo entrar en el cuartel de los Praetor, pero sí enviar un mensaje que debería tener cierto peso. Volveré. —Fue a la cocina; las antenas de sus zapatillas se agitaban suavemente como algas en la corriente.

Clary se acercó a su madre, que tenía la mirada clavada en su tazón de agua caliente. Era uno de sus reconstituyentes favoritos, aunque Clary nunca había conseguido imaginarse por qué alguien querría beber agua caliente y amarga. Pese a que la nieve le había mojado el cabello, ya se le estaba secando y se le comenzaba a rizar, como le pasaba al de Clary cuando hacía mucha humedad.

—Mamá —dijo Clary, y su madre alzó los ojos—. El cuchillo que tiraste, en casa de Luke, ¿se lo tiraste a Jace?

—A Jonathan —contestó Jocelyn. Ella nunca lo llamaba Sebastian, y Clary lo sabía.

—Es que… —La chica respiró hondo—. Es casi lo mismo. Ya lo viste. Cuando heriste a Sebastian, Jace comenzó a sangrar. Es como si, de alguna manera, fueran el uno el reflejo del otro. Cortas a Sebastian y Jace sangra. Lo matas y Jace muere.

—Clary. —Su madre se frotó los ojos cansados—. ¿Podríamos no hablar de eso ahora?

—Pero has dicho que volvería a por mí. Jace, me refiero. Tengo que saber que no le harás daño…

—Bueno, eso no lo puedes saber. Porque no te lo prometeré, Clary. No puedo. —Su madre la miró con ojos inquebrantables—. Os vi salir del dormitorio a los dos.

Clary se sonrojó.

—No quiero…

—¿No quieres qué? ¿Hablar de eso? Pues lo siento. Tú lo has sacado. Tienes suerte de que yo ya no sea miembro de la Clave, ¿sabes? ¿Cuánto hace que sabes dónde está Jace?

—No sé dónde está. Ésta noche he hablado con él por primera vez desde que desapareció. Lo vi en el Instituto con Seba… con Jonathan, ayer. Se lo dije a Alec, a Isabelle y a Simon. Pero no podía decírselo a nadie más. Si la Clave lo atrapa… No puedo permitir que eso ocurra.

Jocelyn alzó sus verdes ojos.

—¿Y por qué no?

—Porque es Jace. Porque lo amo.

—No es él. Así de simple, Clary. Ya no es quien era. ¿No puedes ver que…?

—Claro que lo veo. No soy estúpida. Pero tengo fe. Ya lo he visto poseído antes, y lo vi librarse de la posesión. Creo que Jace sigue ahí dentro de algún modo. Creo que existe una manera de salvarlo.

—¿Y si no la hay?

—Demuéstramelo.

—Eso no puedo hacerlo, Clary. Entiendo que lo ames. Siempre lo has amado, incluso demasiado. ¿Crees que yo no amaba a tu padre? ¿Crees que no le di todas las oportunidades que pude? Y mira lo que pasó. Jonathan. Si no me hubiera quedado con tu padre, él no habría nacido…

—Ni yo —exclamó Clary—. Por si lo has olvidado, yo soy la pequeña. —Miró fijamente a su madre, con dureza—. ¿Estás diciendo que valdría la pena no haberme tenido nunca si hubieras podido librarte de Jonathan?

—No, yo…

Se oyó el chirrido de una llave en una cerradura, y se abrió la puerta del apartamento. Era Alec. Iba vestido con un largo guardapolvo negro abierto sobre un jersey azul, y tenía blancos copos de nieve sobre el cabello negro. Tenías las mejillas rojas como manzanas por el frío, pero aparte de eso, su rostro estaba muy pálido.

—¿Dónde está Magnus? —preguntó. Cuando miró hacia la cocina, Clary le vio un morado en el mentón, bajo la oreja, del tamaño de una yema de dedo.

—¡Alec! —Magnus entró derrapando en el salón y le lanzó un beso a su novio desde el otro lado de la estancia. Se había sacado las zapatillas e iba descalzo. Sus ojos de gato destellaron al mirar a Alec.

Clary conocía aquella mirada. Ésa era ella mirando a Jace. Pero Alec no se la devolvió. Se estaba sacando el abrigo y colgándolo de un gancho en la pared. Estaba visiblemente alterado. Le temblaban las manos y los anchos hombros estaban tensos.

—¿Has recibido mi mensaje? —preguntó Magnus.

—Sí. Sólo estaba a unas cuantas manzanas. —Alec miró a Clary y luego a su madre; la ansiedad y la incerteza se le mezclaron en la expresión. Aunque Alec había sido invitado a la fiesta de compromiso de Jocelyn, y se habían visto varias veces después de eso, no se conocían demasiado—. ¿Es cierto lo que ha dicho Magnus? ¿Has vuelto a ver a Jace?

—Y a Sebastian —contestó Clary.

—Pero Jace… —insistió Alec—. ¿Cómo… quiero decir, qué parecía?

Clary sabía exactamente lo que le estaba preguntado; por una vez, Alec y ella se entendían mejor que nadie más en la sala.

—No está engañando a Sebastian —respondió ella en voz baja—. Ha cambiado de verdad. No es en absoluto como acostumbraba.

—¿Cómo? —quiso saber Alec, con una extraña mezcla de rabia y vulnerabilidad—. ¿En qué es diferente?

Los vaqueros de Clary tenían un agujero en la rodilla; ella lo toqueteó, rascándose la piel de debajo.

—La forma en que habla; cree en Sebastian. Cree en lo que está haciendo, sea lo que sea. Le recordé que Sebastian mató a Max, y ni siquiera pareció importarle. —Se le quebró la voz—. Dijo que Sebastian era tan hermano suyo como Max.

Alec palideció, y las manchas rojas de las mejillas resaltaron como manchas de sangre.

—¿Dijo algo de mí? ¿O de Izzy? ¿Preguntó por nosotros?

Clary negó con la cabeza, casi incapaz de soportar la expresión en el rostro de Alec. Con el rabillo del ojo, vio a Magnus mirando también al chico, con el rostro cargado de tristeza. Se preguntó si aún tendría celos de Jace, o si sólo sufría por su novio.

—¿Por qué fue a tu casa? —Alec meneó la cabeza—. No lo entiendo.

—Quería que me fuera con él. Que me uniera a ellos. Supongo que quieren que su dúo malvado se convierta en un trío malvado. —Clary se encogió de hombros—. Quizá se sienta solo. Sebastian no puede ser una gran compañía.

—Eso no lo sabemos. Podría ser absolutamente fantástico jugando al Scrabble —soltó Magnus.

—Es un asesino psicópata —replico Alec tajante—. Y Jace lo sabe.

—Pero Jace ahora no es Jace… —comenzó el brujo, y se interrumpió al oír sonar el teléfono—. Yo lo cojo. ¿Quién sabe quién más podría estar huyendo de la Clave y necesitar un lugar donde quedarse? Y no es que falten hoteles en esta ciudad. —Fue hacia la cocina.

Alec se tiró sobre el sofá.

—Trabaja demasiado —dijo, y miró preocupado a su novio—. Se pasa las noches en vela tratando de descifrar esas runas.

—¿Lo está haciendo para la Clave? —quiso saber Jocelyn.

—No —contestó Alec lentamente—. Lo hace por mí. Por lo que Jace significa para mí. —Se alzó la manga y le mostró a Jocelyn la runa de parabatai en la parte interior del antebrazo.

—Sabías que Jace no estaba muerto —repuso Clary, empezando a atar cabos—. Porque eres su parabatai, porque eso os ata. Pero dijiste que notabas algo malo.

—Porque está poseído —concluyó Jocelyn—. Lo ha cambiado. Valentine dijo que cuando Luke se convirtió en un subterráneo, él lo notó. Ésa sensación de que ocurre algo malo.

Alec negó con la cabeza.

—Pero cuando Jace estuvo poseído por Lilith, yo no lo noté —explicó—. Ahora noto algo… malo. Algo que no cuadra. —Bajó la mirada—. Puedes notar cuándo muere tu parabatai, como si hubiera una cuerda que te atara a algo y se rompiera de pronto, y de repente estás cayendo. —Miró a Clary—. Lo sentí una vez, en Idris, durante la batalla. Pero fue tan breve…, y cuando regresé a Alacante, Jace estaba vivo. Me convencí de que lo había imaginado.

Clary meneó la cabeza, pensando en Jace y en la arena empapada de sangre junto al lago Lyn.

«No te lo imaginaste».

—Lo que noto ahora es diferente —continuó Alec—. Es como si él estuviera ausente del mundo, pero no muerto. No prisionero… Sólo como que no está ahí.

—Eso es —repuso Clary—. Las dos veces que vi a Sebastian y a él, se desvanecieron en el aire. Ningún Portal, sólo estaban ahí un minuto, y al siguiente ya no.

—Cuando habláis de «allí» o «aquí» —dijo Magnus, que volvía bostezando a la sala—, y de este mundo y de ese mundo, estáis hablando de dimensiones. Sólo hay unos cuantos magos que puedan hacer magia dimensional. Mi viejo amigo Ragnor podía. Las dimensiones no están unas junto a otras, están plegadas unas sobre otras, como el papel. Donde se intersectan, se pueden crear huecos dimensionales que evitan que la magia te pueda localizar. Después de todo, no estás «aquí», estás «allí».

—¿Puede ser ése el motivo por el que no logramos localizarlo? ¿Por lo que Alec puede sentirlo? —preguntó Clary.

—Podría ser. —Magnus parecía casi impresionado—. Significaría que no hay manera de encontrarlos si no quieren ser encontrados. Y si alguien lograra encontrarlos, no tendría forma de comunicárselo a nadie. Es magia complicada y cara. Sebastian debe de tener buenos contactos… —Sonó el timbre de la puerta, y todos pegaron un bote. El brujo puso los ojos en blanco—. Calmaos todos —dijo, y desapareció en la entrada. Volvió al cabo de un momento con un hombre envuelto en un hábito de color pergamino, con la espalda y los costados cubiertos de dibujos de runas de un oscuro color rojo marrón. Aunque llevaba subida la capucha, ocultándole el rostro, parecía estar totalmente seco, como si no le hubiera caído encima ni un solo copo de nieve. Cuando se bajó la capucha, Clary no se sorprendió al ver el rostro del hermano Zachariah.

De pronto, Jocelyn dejó el tazón sobre la mesita de centro. Estaba mirando al Hermano Silencioso. Con la capucha bajada, se le veía el cabello oscuro, pero su rostro estaba tan entre sombras que Clary no podía verle los ojos, sólo los altos pómulos grabados con runas.

—Tú —exclamó Jocelyn, y su voz se fue apagando—. Pero Magnus me dijo que tú nunca…

«Los acontecimientos inesperados requieren medidas inesperadas. —La voz del hermano Zachariah flotó por el interior de la cabeza de Clary; por la expresión de sus rostros supo que los demás también podían oírlo—. No diré nada a la Clave ni al Consejo de lo que pase esta noche. Si se me presenta la oportunidad de salvar al último del linaje Herondale, considero eso de mayor importancia que la lealtad que le debo a la Clave».

—Entonces, arreglado —dijo Magnus. Hacía una extraña pareja con el Hermano Silencioso; uno pálido y en un hábito gastado, el otro en un brillante pijama amarillo—. ¿Algo nuevo sobre las runas de Lilith?

«He estudiado las runas con detalle y he escuchado todos los testimonios presentados ante el Consejo —explicó el hermano Zachariah—. Creo que su ritual tenía dos aspectos. Primero empleó el mordisco del vampiro diurno para reavivar la consciencia de Jonathan Morgenstern. Su cuerpo seguía débil, pero su mente y su voluntad estaban vivas. Creo que cuando Jace Herondale se quedó solo en el tejado con él, Jonathan empleó el poder de las runas de Lilith y obligó a Jace a entrar en el círculo encantado que le rodeaba. En ese momento, la voluntad de Jace habría quedado sujeta a la suya. Creo que habría empleado la sangre de Jace para ganar la fuerza para levantarse y huir del tejado, llevándose a Jace consigo».

—Y de alguna manera, ¿todo eso creó una conexión entre ellos? —preguntó Clary—. Porque mi madre apuñaló a Sebastian, y Jace comenzó a sangrar.

«Sí. Lo que Lilith hizo fue una especie de ritual de unión, no muy diferente de nuestra ceremonia de parabatai, pero mucho más poderoso y peligroso. Ahora ambos están unidos de una forma inextricable. De morir uno, el otro le seguirá. Ninguna arma de este mundo puede herir sólo a uno de ellos».

—Cuando dices que están unidos de una forma inextricable —inquirió Alec, inclinándose hacia él—, ¿quieres decir…? Me refiero a que Jace odia a Sebastian. Sebastian asesinó a nuestro hermano.

—Y no veo cómo Sebastian le puede tener cariño a Jace. Toda su vida le ha tenido unos celos horrorosos. Pensaba que Jace era el favorito de Valentine —añadió Clary.

—Por no hablar de que Jace le mató —indicó Magnus—. Eso molestaría a cualquiera.

—Es como si Jace no recordara nada de eso —dijo Clary, frustrada—. No, no como si no lo recordara, más bien como si no lo creyera.

«Lo recuerda todo. Pero el poder de la unión es tal que el pensamiento de Jace pasa por encima de esos hechos y los rodea, como el agua rodea las rocas en el lecho de un río. Es como el hechizo que Magnus te puso en la mente, Clarissa. Cuando veías partes del Mundo Invisible, tu mente las rechazaba, se alejaba de ellas. No sirve de nada razonar con Jace sobre Jonathan. La verdad no puede romper su conexión».

Clary pensó en lo que había pasado cuando había recordado a Jace que Sebastian había matado a Max; cómo su rostro se había fruncido durante un instante, pensando, y luego se había relajado como si hubiera olvidado lo que ella le había dicho en cuanto acabó de decirlo.

«Un pequeño consuelo para vosotros puede ser que Jonathan Morgenstern está tan unido como vuestro Jace. No puede hacerle ningún daño, ni tampoco querría», añadió el hermano Zachariah.

Alec alzó las manos.

—¿Así que ahora se quieren? ¿Son grandes amigos?

El dolor y los celos eran evidentes en su tono.

«No. Ahora uno es el otro. Ven lo que el otro ve. Saben que el otro es, de algún modo, indispensable. Sebastian es el líder, el primario. Lo que él cree, Jace también lo creerá. Lo que quiere, Jace lo querrá».

—Está poseído —afirmó Alec con sequedad.

«En una posesión, a menudo hay parte de la conciencia original de la persona que continúa intacta. Los que han sido poseídos hablan de ver sus propios actos desde fuera, gritando, pero incapaces de hacerse oír. Pero Jace ocupa totalmente su cuerpo y mente. Se cree cuerdo. Se cree que es eso lo que quiere».

—Entonces, ¿qué quería de mí? —inquirió Clary con voz temblorosa—. ¿Por qué ha venido a mi habitación esta noche? —Esperaba que no se le sonrojaran las mejillas. Trató de apartar el recuerdo de besarlo, del peso de su cuerpo contra el de ella en la cama.

«Aún te ama —contestó el hermano Zachariah, y su voz era sorprendentemente amable—. Eres el punto central sobre el que gira su mundo. Eso no ha cambiado».

—Y por eso tenemos que marcharnos —apuntó Jocelyn, escueta—. Volverá a por ella. No podíamos quedarnos en la comisaría de policía. No sé dónde estaremos a salvo…

—Aquí —respondió Magnus—. Puedo poner salvaguardas que mantengan fuera a Jace y a Sebastian.

Clary vio el alivio en los ojos de su madre.

—Gracias —dijo Jocelyn.

Magnus agitó un brazo.

—Es un privilegio. Me encanta rechazar a cazadores de sombras furiosos, especialmente de la variedad poseída.

«No está poseído», les recordó el hermano Zachariah.

—Semántica —repuso Magnus—. La cuestión es: ¿qué pretenden esos dos? ¿Qué están planeando?

—Clary dice que cuando los vio en la biblioteca, Sebastian le dijo a Jace que pronto estaría dirigiendo el Instituto —comentó Alec—. Así que sí que planean algo.

—Seguir con el trabajo de Valentine, seguramente —aportó Magnus—. Abajo con los subterráneos, mata a los cazadores de sombras recalcitrantes, y bla, bla, bla.

—Tal vez. —Clary no estaba tan segura—. Jace dijo algo sobre Sebastian sirviendo a una causa mayor.

—Sólo el Ángel sabe qué querrá decir eso —repuso Jocelyn—. Durante años estuve casada con un fanático. Sé lo que quiere decir «una causa mayor». Significa torturar a inocentes, cometer asesinatos brutales y dar la espalda a tus antiguos amigos, y todo en nombre de algo que crees que es más importante que tú mismo, pero no es más que avaricia e infantilismo disfrazados en un lenguaje elegante.

—¡Mamá! —protestó Clary, preocupada al ver tanta amargura en Jocelyn.

Pero ésta estaba mirando al hermano Zachariah.

—Has dicho que ninguna arma de este mundo puede herir sólo a uno de ellos —recordó—. Ninguna arma que tú conozcas…

De repente, los ojos de Magnus se iluminaron, como los de un gato bajo un rayo de luz.

—Estás pensando…

—Las Hermanas de Hierro —dijo Jocelyn—. Son las expertas en armas y armamento. Podrían tener una respuesta.

Clary sabía que las Hermanas de Hierro eran la secta hermana de los Hermanos Silenciosos; a diferencia de ellos, no tenían ni la boca ni los ojos cosidos, sino que vivían en casi total soledad en paradero desconocido. No eran guerreras, eran creadoras: las manos que daban forma a las armas, las estelas y los cuchillos serafines que mantenían con vida a los cazadores de sombras. Había runas que sólo ellas podían tallar, y sólo ellas sabían moldear la sustancia blanco plateada llamada adamas para formar las torres de los demonios, las estelas y las piedras de luz mágica. Rara vez se las veía, no asistían a las reuniones del Consejo ni se aventuraban al interior de Alacante.

«Es posible», contestó el hermano Zachariah después de un largo silencio.

—Si pudiéramos matar a Sebastian…, si existiera una arma que pudiera matarlo sin matar a Jace, ¿significaría eso que Jace quedaría libre de su influencia? —preguntó Clary.

Hubo un silencio aún más largo.

«Sí —respondió el hermano Zachariah—. Ése sería el resultado más probable».

—Entonces, debemos ir a ver a las Hermanas. —El agotamiento cubría a Clary como una capa, haciendo que le pesaran los ojos y que notara un sabor amargo en la boca. Se frotó los ojos, tratando de eliminarlo—. Ya.

—Yo no puedo ir —indicó Magnus—. Sólo las cazadoras de sombras pueden entrar en la Ciudadela Infracta.

—Tú no vas —dijo Jocelyn a Clary con su tono más firme, con el de «no vas a salir a bailar con Simon después de la medianoche»—. Estás más segura aquí, protegida.

—Isabelle —dijo Alec—. Isabelle puede ir.

—¿Tienes idea de dónde está? —preguntó Clary.

—En casa, imagino —contestó Alec, alzando un hombro—. Puedo llamarla…

—Yo me encargo de eso —lo interrumpió Magnus; sacó el móvil del bolsillo y escribió un mensaje de texto con la habilidad de una larga práctica—. Es tarde, y no hace falta que la despertemos. Necesita descansar. Si tengo que enviar a una de vosotras a las Hermanas de Hierro, será mañana.

—Yo iré con Isabelle —afirmó Jocelyn—. Nadie me busca a mí en concreto, y es mejor que ella no vaya sola. Incluso aunque técnicamente no sea una cazadora de sombras, lo he sido. Sólo hace falta que una de nosotras esté en activo.

—Esto no es justo —protestó Clary.

Su madre ni siquiera la miró.

—Clary…

La chica se puso en pie.

—He sido prácticamente una prisionera durante las últimas dos semanas —indicó con voz temblorosa—. La Clave no me ha dejado buscar a Jace. Y ahora que él ha venido a mí, a mí, ni siquiera me dejas ir contigo a ver a las Hermanas de Hierro.

—Es peligroso. Jace seguramente te está buscando…

Clary perdió la paciencia.

—¡Siempre que tratas de mantenerme a salvo, me acabas destrozando la vida!

—¡No, cuanto más te lías con Jace, más destrozas tu vida! —le soltó su madre—. ¡Todos los riesgos que has corrido, todos los peligros a los que te enfrentas, son por su culpa! Te ha puesto un cuchillo al cuello, Clarissa…

—Ése no era él —replicó Clary con la voz más grave y letal que pudo modular—. ¿Crees que me quedaría ni un momento con el chico que me ha amenazado con un cuchillo, incluso si lo amara? Quizá llevas demasiado tiempo viviendo en el mundo de los mundanos, mamá, pero hay magia. La persona que me amenazó no era Jace. Era un demonio con su rostro. Y la persona que ahora buscamos tampoco es él. Pero si muere…

—No habrá oportunidad de recuperarlo —concluyó Alec.

—Puede que esa oportunidad ya no exista —repuso Jocelyn—. Dios, Clary, mira las pruebas. ¡Pensaste que Jace y tú erais hermanos! ¡Lo sacrificaste todo para salvarle la vida, y un Demonio Mayor le usó contra ti! ¿Cuándo te vas a enfrentar a la verdad de que vosotros dos no estáis hechos para estar juntos?

Clary se echó hacia atrás como si su madre le hubiera pegado. El hermano Zachariah estaba inmóvil como una estatua, como si nadie estuviera gritando. Magnus y Alec miraban; Jocelyn tenía las mejillas encendidas y los ojos le brillaban de rabia. Clary se contuvo y no dijo nada más; se dio la vuelta, fue por el pasillo hacia la habitación de invitados de Magnus, y se encerró dando un fuerte portazo.

—Muy bien, aquí estoy —dijo Simon. Un frío viento azotaba la extensión plana del jardín de la azotea, y él se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros. No notaba el frío, pero sentía que debía hacerlo. Alzó la voz—. Ya he aparecido. ¿Dónde estás?

El jardín de la azotea del hotel Greenwich, cerrado y por lo tanto sin gente, estaba diseñado como un jardín inglés, con setos cuidadosamente recortados, mobiliario de ratán y vidrio distribuido con elegancia, y parasoles que se sacudían bajo el viento. Las celosías de las rosas trepadoras, desnudas en el frío, formaban como una telaraña sobre los muros de piedra que rodeaban la azotea, sobre los cuales Simon atisbaba un reluciente panorama del centro de Nueva York.

—Aquí —dijo una voz, y una fina sombra se apartó de un sillón y se levantó—. Había comenzado a preguntarme si aparecerías, vampiro diurno.

—Raphael —repuso Simon con voz resignada. Caminó sobre las planchas de madera que corrían entre los parterres de flores y los estanques artificiales de cuarzo reluciente—. Yo mismo me lo preguntaba.

Al acercarse, vio a Raphael con claridad. Simon tenía una excelente visión nocturna, y sólo la capacidad de Raphael de mimetizarse con las sombras le había impedido verlo antes. El otro vampiro vestía un traje negro, con los puños remangados para mostrar el brillo de unas esposas en forma de cadenas. Aún tenía la cara de un angelito, aunque su mirada, al observar a Simon, era fría.

—Cuando el jefe del clan de vampiros de Manhattan te llama, Lewis, tú vienes.

—¿Y qué harías, si no? ¿Clavarme una estaca? —Simon abrió los brazos—. Inténtalo. Haz lo que quieres conmigo. Deja que se te vaya la olla.

—Dios, qué aburrido eres —exclamó Raphael. A su espalda, junto a la pared, Simon vio el brillo cromado de la moto de vampiro que había llevado a Raphael hasta allí.

Simon bajó los brazos.

—Tú eres quien me pidió que nos viéramos.

—Tengo un trabajo que ofrecerte —informó Raphael.

—¿En serio? ¿Os falta personal en el hotel?

—Necesito un guardaespaldas.

Simon lo miró fijamente.

—¿Has estado viendo El guardaespaldas? Porque no me voy a enamorar de ti ni voy a llevarte por ahí en mis fornidos brazos.

Raphael le lanzó una mirada agria.

—Te pagaría más para que estuvieras callado mientras trabajas.

Simon lo miró.

—Hablas en serio, ¿verdad?

—No me molestaría en venir a verte si no fuera en serio. Si tuviera ganas de bromear, pasaría el rato con alguien que me caiga bien. —Raphael volvió a sentarse en el sillón—. Camille Belcourt está libre por Nueva York. Los cazadores de sombras están totalmente ocupados con ese estúpido asunto del hijo de Valentine y no se molestarán en perseguirla. Para mí, ella representa un peligro inminente, porque quiere recuperar el control sobre el clan de Manhattan. La mayoría es leal a mí. Matarme sería la manera más rápida de volver a colocarse en lo alto de la jerarquía.

—De acuerdo —repuso lentamente Simon—. Pero ¿por qué yo?

—Tú eres un vampiro diurno. Otros me pueden proteger durante la noche, pero tú me puedes proteger durante el día, cuando la mayoría de los nuestros están indefensos. Y portas la Marca de Caín. Contigo entre ella y yo, no se atreverá a atacarme.

—Todo eso es cierto, pero no voy a hacerlo.

Raphael lo miró incrédulo.

—¿Por qué no?

Simon estalló.

—¿Estás de broma? Porque tú nunca has hecho ni la más mínima cosa por mí desde que me convertí en vampiro. En vez de eso, has hecho todo lo que has podido para fastidiarme la vida y matarme. Así que, si lo quieres en lenguaje de vampiros, me representa un gran placer, mi señor, deciros ahora: y una mierda.

—No te conviene convertirme en tu enemigo, vampiro diurno. Como amigos…

Simon rio incrédulo.

—Espera un segundo. ¿Éramos amigos? ¿Eso era ser amigos?

Los colmillos de Raphael se alargaron. Simon se dio cuenta de que estaba muy enfadado.

—Sé por qué te niegas, vampiro diurno, y no es por ninguna fingida sensación de rechazo. Estás tan involucrado con los cazadores de sombras que crees ser uno de ellos. Te hemos visto con ellos. En vez de pasar las noches cazando, como deberías hacer, las pasas con la hija de Valentine. Vives con un hombre lobo. Eres una desgracia.

—¿Son así todas tus entrevistas de trabajo?

Raphael le mostró los dientes.

—Debes decidir si eres un vampiro o un cazador de sombras, diurno.

—Entonces, elijo ser cazador de sombras. Porque no aguanto la mayoría de las cosas que he visto de los vampiros.

Raphael se puso en pie.

—Estás cometiendo un grave error.

—Ya te he dicho…

El otro vampiro alzó una mano, interrumpiéndolo.

—Se acerca una gran oscuridad. Barrerá la Tierra con fuego y sombras, y cuando desaparezca, tus preciosos cazadores de sombras ya no existirán. Nosotros, los Hijos de la Noche, sobreviviremos, porque vivimos en la oscuridad. Pero si persistes en negar lo que eres, también serás destruido, y nadie alzará la mano para ayudarte.

Sin pensarlo, Simon se llevó la mano a la Marca que tenía en la frente.

Raphael rio sin ruido.

—Ah, sí. La Marca del Ángel. En el tiempo de la oscuridad, incluso los ángeles serán destruidos. Su fuerza no te ayudará. Y será mejor que reces, diurno, por no perder esa Marca antes de que comience la guerra. Porque si lo haces, tendrás una cola de enemigos esperando para matarte. Y yo estaré a la cabeza.

Clary llevaba mucho rato tumbada de espaldas sobre el sofá cama de Magnus. Había oído a su madre recorrer el pasillo, entrar en la otra habitación y cerrar la puerta. A través de su puerta podía oír a Magnus y a Alec hablando en voz baja en el salón. Supuso que podría esperar a que se fueran a dormir, pero Alec había dicho que el brujo se pasaba las noches en vela estudiando las runas; aunque el hermano Zachariah parecía haberlas interpretado, no podía confiar en que Magnus y Alec se acostaran pronto.

Se sentó en la cama junto a Presidente Miau, que hizo un ruidito de protesta, y rebuscó en su mochila. Sacó una caja de plástico claro y la abrió. Ahí llevaba sus lápices Prismacolor, restos de carboncillo y su estela.

Se puso en pie y se metió la estela en el bolsillo de la chaqueta. Cogió el móvil de la mesa y escribió: «NOS VEMOS EN TAKI’S». Vio como se enviaba el mensaje, luego se guardó el móvil en el bolsillo y respiró hondo.

Sabía que no estaba siendo justa con Magnus. Éste había prometido a su madre que la cuidaría, y eso no incluía escaparse de su apartamento. Pero ella había tenido la boca cerrada. No había prometido nada. Y además, se trataba de Jace.

«Harías lo que fuera con tal de salvarlo, te cueste lo que te cueste, sea cual sea tu deuda con el Cielo o el Infierno, ¿verdad?».

Cogió la estela, colocó la punta sobre la pintura naranja de la pared y comenzó a dibujar un Portal.

Un seco golpeteo despertó a Jordan de un sueño profundo. Al instante saltó de la cama y aterrizó agazapado en el suelo. Años de entrenamiento con los Praetor le habían aguzado los reflejos y le habían acostumbrado a dormir ligero. Un rápido rastreo de vista y olfato le dijo que la habitación estaba vacía; sólo la luz de la luna entraba, formando un charco a sus pies.

De nuevo se oyeron golpes, y esta vez los reconoció. Alguien llamaba a la puerta. Normalmente dormía sólo con los bóxeres; agarró unos vaqueros y una camiseta, abrió la puerta de su cuarto de una patada y recorrió el pasillo. Si eran un puñado de estudiantes borrachos que se divertían llamando a todas las puertas del edificio, se iban a encontrar con todo un hombre lobo enfadado.

Llegó a la puerta, y se detuvo. De nuevo vio la imagen, como había hecho durante las horas que le había costado dormirse: Maia alejándose corriendo de él en el astillero. La expresión en su rostro cuando se apartó de él. Sabía que la había presionado demasiado, le había pedido mucho, demasiado pronto. Seguramente, lo había fastidiado completamente. A no ser… Quizá ella se lo replanteara. Hubo un tiempo en que su relación se había compuesto de apasionadas discusiones y reconciliaciones igual de apasionadas.

Con el corazón latiéndole con fuerza, abrió la puerta. Y se quedó parado. En el umbral estaba Isabelle Lightwood, con su larga melena negra y brillante cayéndole hasta la cintura. Llevaba botas negras de ante hasta las rodillas, vaqueros ajustados y un top de seda roja con el acostumbrado colgante rojo en el cuello, brillando oscuramente.

—¿Isabelle? —Jordan no pudo disimular la sorpresa en su voz, o, sospechaba, la decepción.

—Sí, bueno, yo tampoco te buscaba a ti —dijo ella, y se metió en el apartamento. Olía a cazadora de sombras, un olor como de vidrio calentado por el sol, y, bajo eso, un perfume de rosas—. Busco a Simon.

Jordan la miró con ojos entrecerrados.

—Son las dos de la madrugada.

Isabelle se encogió de hombros.

—Es un vampiro.

—Pero yo no.

—¡Ohhh! —Se le curvaron las comisuras de los rojos labios—. ¿Te he despertado? —Le movió el primer botón de la bragueta del pantalón, y le rozó el estómago con la punta de la uña. Jordan notó que se le tensaban los músculos. Izzy era espectacular, no se podía negar. También daba un poco de miedo. Se preguntó cómo el sencillo Simon conseguía arreglárselas con ella—. Quizá quieras abrocharte bien. Bonito bóxer, por cierto. —Pasó ante él, hacia el cuarto de Simon. Jordan la siguió, abotonándose los pantalones y mascullando que no había nada raro en llevar un dibujo de pingüinos bailarines en la ropa interior.

Isabelle metió la cabeza en la habitación de Simon.

—No está. —Cerró la puerta y se apoyó en la pared, mirando a Jordan—. ¿Has dicho que eran las dos?

—Sí. Seguramente estará en casa de Clary. Últimamente duerme allí muchas noches.

Isabelle se mordisqueó el labio.

—De acuerdo. Claro.

Jordan estaba comenzando a notar esa sensación ocasional de estar diciendo algo desafortunado, sin saber exactamente lo que era.

—¿Has venido aquí por algo? Quiero decir, ¿ha ocurrido algo? ¿Algo va mal?

—¿Mal? —Isabelle alzó las manos—. Quieres decir aparte de que mi hermano haya desaparecido y probablemente le haya lavado el cerebro un demonio malvado que asesinó a mi otro hermano, y que mis padres se van a divorciar, y que Simon está con Clary…

Se calló de golpe y pasó ante Jordan al salón. Él corrió tras ella. Cuando la alcanzó, ella ya estaba en la cocina, rebuscando en los estantes del armario.

—¿Tienes algo de beber? ¿Un buen Barolo? ¿Sagrantino?

Jordan la cogió por los hombros y la sacó suavemente de la cocina.

—Siéntate —le dijo—. Te traeré un tequila.

—¿Tequila?

—Es lo que hay. Eso y jarabe para la tos.

Isabelle agitó una mano, displicente, mientras se sentaba en uno de los taburetes ante la barra de la cocina. Él habría esperado que tuviera las uñas largas y pintadas de rojo o rosa, perfectas, que cuadraran con el resto de su persona, pero no… era una cazadora de sombras. Tenía las manos con cicatrices, las uñas cortas y cuadradas. En la mano derecha le brillaba oscura la runa de visión.

—Muy bien.

Jordan cogió la botella de Cuervo, la destapó y le sirvió un chupito. Le acercó el vaso por la barra. Ella lo vació al instante, hizo una mueca y dejó el vaso golpeando la barra.

—No es suficiente —dijo Isabelle; alargó la mano y le quitó la botella. Echó la cabeza atrás y tomó uno, dos, tres tragos. Cuando dejó la botella, tenía las mejillas rojas.

—¿Dónde has aprendido a beber así? —Jordan no estaba seguro de si debía estar impresionado o asustado.

—En Idris se puede empezar a beber a los quince años. Aunque nadie presta atención. Llevo bebiendo vino mezclado con agua, igual que mis padres, desde que era niña. —Isabelle se encogió de hombros. Al gesto le faltó un poco de su fluida coordinación habitual.

—De acuerdo. Bien, ¿quieres que le pase algún mensaje a Simon o hay algo que pueda decirle o…?

—No. —Echó otro trago de la botella—. Me he hinchado de licor y he venido a hablar con él, y claro, está en casa de Clary. Qué sorpresa.

—Creía que habías sido tú quien le dijo que debería ir allí.

—Sí. —Isabelle jugueteaba con la etiqueta de la botella de tequila—. Lo hice.

—Bien —repuso Jordan, en lo que pensó que era un tono sensato—. Dile que deje de hacerlo.

—No puedo hacer eso. —Parecía agotada—. Se lo debo a Clary.

Jordan se apoyó en la barra de la cocina. Se sentía un poco como un camarero en un programa de la tele, sirviendo sabios consejos.

—¿Qué le debes?

—La vida —contestó Isabelle.

Jordan se quedó parado. Eso iba un poco más allá de ser camarero y de su capacidad para dar consejos.

—¿Te salvó la vida?

—Salvó la vida de Jace. Podría haberle pedido cualquier cosa al ángel Raziel, y salvó a mi hermano. Hay muy poca gente en la que yo haya confiado nunca. Confiar de verdad. Mi madre, Alec, Jace y Max. Ya he perdido a uno de ellos. Clary es lo único que impidió que perdiera a otro.

—¿Crees que alguna vez podrás confiar en alguien que no sea de tu familia?

—Jace no es de mi familia. No realmente. —Isabelle evitó la mirada del chico.

—Ya sabes a lo que me refiero —insistió éste, echando una significativa mirada hacia el cuarto de Simon.

Izzy frunció el ceño.

—Los cazadores de sombras se rigen por un código de honor, licántropo —soltó, y por un momento fue toda arrogancia de nefilim; Jordan recordó por qué había tantos subterráneos a los que no les caían bien—. Clary salvó a un Lightwood. Le debo la vida. Si no puedo darle eso, y no sé de qué le iba a servir, puedo darle cualquier cosa que la haga ser menos desgraciada.

—No puedes darle a Simon. Él es una persona, Isabelle. Va a donde quiere.

—Sí —repuso ella—. Bueno, no parece molestarle ir a donde ella está, ¿verdad?

Jordan vaciló. Había algo en lo que decía Isabelle que resultaba raro, pero tampoco estaba totalmente equivocada. Simon tenía con Clary una tranquilidad que no parecía tener con nadie más. Como sólo se había enamorado de una chica en su vida, y como seguía enamorado de ella, Jordan no se consideraba cualificado para ofrecer consejos en ese tema, aunque recordaba a Simon advirtiéndole, con ironía, de que Clary tenía «la bomba nuclear de los novios». Jordan no estaba seguro de si bajo esa ironía se habían ocultado los celos. Tampoco estaba seguro de si alguna vez se podía olvidar totalmente a la primera chica que se había amado. Sobre todo si la tenías delante todos los días.

Isabelle chasqueó los dedos.

—Eh, tú. ¿Me estás escuchando? —Inclinó la cabeza hacia un lado y lo miró con dureza—. ¿Y qué pasa contigo y Maia?

—Nada. —Ésa sola palabra decía muchísimo—. No estoy seguro de si alguna vez dejará de odiarme.

—Puede que no —contestó ella—. Tiene razones para hacerlo.

—Gracias.

—Nunca doy falsas esperanzas —repuso Izzy, y apartó la botella de tequila. Los ojos con que miraba a Jordan eran oscuros y animados—. Ven aquí, chico lobo.

Había bajado la voz. Era suave, seductora. Jordan tragó saliva al notarse, de repente, la garganta seca. Recordó haber visto a Isabelle con su vestido rojo en el exterior de la Fundición y haber pensado: «Ésa es la chica con la que Simon estaba engañando a Maia». Ninguna de ellas daba la impresión de ser la clase de chica a la que se podía engañar y seguir viviendo después de ello.

Y tampoco ninguna de ellas era la clase de chica a la que se le decía no. Con cautela, Jordan rodeó la barra hacia Isabelle. Estaba a un par de pasos de ella cuando ésta le agarró por las muñecas y tiró de él hacia sí. Le subió las manos por los brazos, por la curva de los bíceps y los músculos de los hombros. El corazón de Jordan se aceleró. Notaba el calor que manaba de ella, y olía su perfume y el tequila.

—Estás muy bueno —dijo ella. Le puso las manos planas sobre el pecho—. Ya lo sabes, ¿verdad?

Jordan se preguntó si ella le notaría los latidos del corazón a través de la camisa. Sabía cómo lo miraban las chicas por la calle, y también algunos chicos; sabía lo que veía en el espejo todos los días, pero nunca se había parado a pensar en ello. Había estado centrado en Maia desde hacía tanto que nunca parecía que nada le importara más allá de si ella lo encontraría atractivo si se volvían a ver. Le habían tirado los tejos muchas veces, pero nunca chicas con el aspecto de Isabelle, y nunca de una forma tan directa. Se preguntó si ella lo besaría. Maia era la única persona a la que había besado desde los quince años. Pero la cazadora de sombras lo estaba mirando, y sus ojos eran grandes y oscuros, y sus labios estaban un poco abiertos y eran del color de las fresas. Se preguntó si, en caso de que lo besara, sabrían a fresa.

—Y no me importa —dijo ella.

—Isabelle, no creo que… Espera. ¿Qué?

—Debería importarme —continuó ella—. Quiero decir que hay que pensar en Maia, así que tal vez no te arrancaría la ropa alegremente de todas formas, pero la cuestión es que no quiero. Por lo general, querría.

—Ah —repuso Jordan. Se sintió aliviado, y también con una ligerísima decepción—. Bien… ¿eso es bueno?

—Pienso en él todo el rato —explicó ella—. Es horrible. Nunca me había pasado nada igual.

—¿Te refieres a Simon?

—Cabrón esmirriado y mundano —replicó ella y sacó las manos del pecho de Jordan—. Excepto que no lo es. Esmirriado, ya no. O mundano. Y me gustar pasar el rato con él. Me hace reír. Y me gusta cómo sonríe. ¿Sabes?, un lado de la boca se le sube y el otro… Bueno, vives con él. Debes de haberte fijado.

—No mucho, la verdad —contestó Jordan.

—Lo echo de menos cuando no lo tengo cerca —confesó Isabelle—. Pensaba… No sé, después de lo que pasó aquella noche con Lilith, las cosas cambiaron entre nosotros. Pero ahora está siempre con Clary. Y ni siquiera me puedo enfadar con ella.

—Tú has perdido a tu hermano.

Ella lo miró.

—¿Qué?

—Bueno, está haciendo todo lo que puede para que Clary se sienta mejor porque ella ha perdido a Jace —explicó Jordan—. Pero Jace es tu hermano. ¿No debería Simon estar haciendo todo lo posible para que tú también te sintieras mejor? Quizá no tendrías que enfadarte con ella, pero podrías enfadarte con él.

Isabelle lo miró un buen rato.

—Pero no somos nada —repuso ella—. No es mi novio. Sólo me gusta. —Frunció el ceño—. Mierda. No puedo creer lo que acabo de decir. Debo de estar más borracha de lo que pensaba.

—Ya lo he supuesto por lo que estabas diciendo antes. —Jordan le sonrió.

Ella no le devolvió la sonrisa, pero entornó los ojos mirándolo.

—No estás nada mal —dijo—. Si quieres, le puedo hablar bien de ti a Maia.

—No, gracias —contestó el chico, que no estaba seguro de qué entendería Izzy por hablar bien de alguien y no quería averiguarlo—. ¿Sabes?, cuando pasas por un mal momento, es normal querer estar con la persona que… —iba a decir «amas», se dio cuenta de que ella no había empleado esa palabra y cambió de tercio— te gusta. Pero no creo que Simon sepa lo que sientes por él.

Ella volvió a abrir mucho los ojos.

—¿Habla de mí?

—Cree que eres muy fuerte —contó Jordan—. Y que no le necesitas. Creo que se siente… superfluo en tu vida. Como si pensaras qué puede darte él cuando ya eres perfecta, o por qué ibas a querer a un tío como él. —Parpadeó; no había tenido intención de salir con ésas, y no estaba seguro de cuánto de eso era aplicable a Simon y cuánto a él y a Maia.

—¿Quieres decir que debería contarle lo que siento? —preguntó Isabelle con una vocecita.

—Sí. Sin duda. Dile lo que sientes.

—De acuerdo. —Agarró la botella de tequila y dio otro trago—. Iré ahora mismo a casa de Clary y se lo diré.

Un brote de alarma nació en el pecho de Jordan.

—No puedes. Son casi las tres de la madrugada…

—Si espero, perderé el valor —contestó ella, en ese tono razonable que sólo la gente borracha emplea. Dio otro trago a la botella—. Sólo iré allí, llamaré a la ventana y le diré lo que siento.

—¿Sabes cuál es la ventana de Clary?

Ella cruzó los ojos.

—Nooo.

A Jordan le pasó por la cabeza la horrible imagen de una Isabelle borracha despertando a Jocelyn y a Luke.

—Isabelle, no. —Fue a cogerle la botella de tequila, pero ella se la apartó de las manos.

—Creo que estoy cambiando de opinión sobre ti —dijo ella en un tono medio amenazador, que habría sido mucho más inquietante si Izzy hubiera podido centrar la mirada directamente en él—. Después de todo, no me caes tan bien. —Se puso en pie, se miró los pies con expresión sorprendida… y se fue hacia atrás. Sólo los rápidos reflejos de Jordan le permitieron sujetarla antes de que aterrizara en el suelo.