9

A Malory no le gustaba que le dijesen que se diera prisa, especialmente cuando no le habían proporcionado una buena razón para hacerlo. De modo que, por principios, se tomó su tiempo en llegar a la mansión de los Vane.

Tenía muchas cosas en la cabeza, y un trayecto por el campo era justo lo que necesitaba para alinear sus pensamientos de una forma organizada. Le encantaba conducir su pequeño coche por aquella carretera sinuosa que bordeaba el río, y el modo en que el sol brillaba a través de las hojas de los árboles y trazaba diseños de luz sobre la calzada.

Si supiera pintar, haría un trabajo acerca de eso: cómo la luz y las sombras jugaban sobre algo tan ordinario como una carretera comarcal. «Si supiera pintar», pensó de nuevo; pero no sabía, pese a todo el deseo, todo el estudio, todos los años de intentos.

Había alguien que sí sabía, y tanto que sí.

Había tratado de localizar a Dana y Zoe antes de salir en coche. En realidad se suponía que estaba trabajando con ellas, no con Flynn. Él era como un… complemento. Un complemento muy atractivo, sexy e interesante. Vaya, a ella le chiflaban los complementos.

Esa no era una línea de pensamiento productiva.

Apagó la radio del coche y se sumió en el silencio. Lo que necesitaba hacer era dar con Dana y Zoe y contarles lo que había descubierto. Quizá si lo dijese en voz alta, alguna de ellas tres podría descifrar qué significaba. Porque, de momento, no tenía ni la menor idea.

Todo lo que sabía, de forma instintiva, era que era importante. Incluso vital. Si no era la respuesta, era una de las migas de pan que indicarían el camino hasta la respuesta.

Dejó la carretera para internarse en un sendero privado. Allí no había verjas, ni muros alrededor de la propiedad. Los Vane eran lo bastante ricos para ahorrarse todo eso. Malory se preguntó por qué no habrían escogido comprar el Risco del Guerrero en vez de levantar su casa junto al río, cerca del pueblo.

Entonces el edificio apareció ante su vista y contestó a su pregunta. Era precioso, y de madera. Un magnate maderero difícilmente construiría o compraría algo de piedra o ladrillo. Edificaría, tal como había hecho, algo que ilustrara las bondades de su producto.

La madera era de un color dorado como la miel, ribeteada de cobre que los años y el tiempo habían vuelto de un verde sutil. Había una complicada disposición de terrazas y balcones a los pies o sobresaliendo de ambas plantas. El tejado subía y bajaba media docena de veces, con una especie de simetría artística que proporcionaba armonía al conjunto.

Los jardines eran informales, adecuados al lugar y el estilo, pero Malory se imaginó que todos los arbustos, árboles y arriates habían sido meticulosamente seleccionados y colocados.

Dio su aprobación al detallado diseño y a la ejecución.

Detuvo el coche al lado de una furgoneta de mudanzas, y estaba a punto de apearse cuando oyó unos ladridos salvajes y alegres.

—Oh, no, esta vez no. Sé cómo manejarte, amigo.

Metió la mano en una caja que había en el suelo y sacó una enorme galleta para perros. Cuando la familiar cara de Moe se pegó a la ventanilla del coche, Malory bajó el cristal.

—¡Moe, coge la galleta! —exclamó mientras la lanzaba tan lejos como pudo.

Cuando el perro echó a correr para atraparla, bajó del coche y salió disparada hacia la casa.

—¡Buen trabajo! —Flynn la recibió en la puerta.

—Aprendo deprisa.

—Estoy seguro de eso. Malory Price, Brad Vane. Yo he llamado primero —añadió como sutil advertencia al ver que los ojos de Vane brillaban con interés.

—¡Oh! Bueno, no puedo culparte por eso. —Brad sonrió a Malory—. Aun así, es un placer conocerte, Malory.

—¿De qué estáis hablando?

—De cosas de chicos —dijo Flynn, y bajó la cabeza para besarla—. Solo estaba poniendo a Brad al día. ¿Dana y Zoe están de camino?

—No. Dana está en el trabajo y no he podido encontrar a Zoe. Les he dejado mensajes a las dos. ¿Qué es lo que ocurre?

—Querrás verlo por ti misma.

—¿Ver qué? Me has arrastrado hasta este lugar… No te ofendas —agregó mirando a Brad—, tienes una casa preciosa. Me has arrastrado hasta aquí sin ninguna explicación. Y estaba ocupada. El factor tiempo…

—Empiezo a pensar que el tiempo es un factor real. —Flynn la empujó suavemente para guiarla a la sala principal.

—Perdona el desorden. Hoy hay muchas cosas entrando y saliendo. —Brad apartó con el pie un pedazo de la lámpara rota—. Flynn me ha dicho que dirigías la galería de arte del pueblo.

—Sí, hasta hace poco. ¡Oh, qué habitación tan fabulosa…!

Se detuvo y absorbió el espacio. Necesitaba cuadros, esculturas, más color y textura. Un lugar tan maravilloso merecía arte.

Si ella tuviese carta blanca y un presupuesto ilimitado, podría convertir aquella estancia en una vitrina de exposición.

—Debes de estar deseando desempaquetar tus cosas —le dijo a Brad—, instalarte y… ¡Oh, Dios mío!

La sorpresa la dejó de piedra en cuanto vio el cuadro. El apabullante impacto del descubrimiento provocó que la sangre le retumbara en el cuerpo, y enseguida se encontró buscando a tientas las gafas en el bolso y arrodillándose ante la obra para examinarla de cerca.

Los colores, la pincelada, la técnica, incluso el escenario, eran los mismos. «Los mismos —pensó—, igual que los del otro». Los tres personajes principales también coincidían.

—Después del robo de las almas —afirmó—. Están aquí, en primer plano, en esta urna sobre un pedestal. Dios mío, mirad cómo la luz y el color parecen latir dentro del cristal. Es una genialidad. Ahí, al fondo, están las dos figuras del primer cuadro dándonos la espalda. Se marchan. Los han expulsado. Están a punto de atravesar esa bruma. La Cortina de los Sueños. Las llaves. —Se echó el pelo hacia atrás y lo mantuvo recogido con una mano mientras miraba más de cerca—. ¿Dónde están las llaves? ¡Ahí! Podéis verlas en una cadena que la figura femenina lleva en la mano. Ella es su custodia.

Para poder ver con más detalle, hurgó en su bolso hasta dar con un saquito de fieltro que contenía una pequeña lupa con mango de plata.

—Lleva una lupa en el bolso —exclamó Brad atónito.

—Sí. —Flynn sonrió como un tonto—. ¿No es magnífica?

Concentrada en el cuadro, no se preocupó por los comentarios y miró a través de la lente de aumento.

—Sí, sí, las llaves tienen el mismo diseño. Ahora no son parte del fondo, como en la otra pintura. Esta vez no hay ningún tipo de simbolismo, sino hechos. Ella tiene las llaves. —Bajó la lupa y retrocedió un poco para tener una vista completa del cuadro—. La sombra continúa en los árboles, aunque más lejana. Apenas puede verse su silueta. Ya ha hecho su trabajo, pero sigue observando. Se regodea.

—¿Quién? —quiso saber Brad.

—Silencio. Está trabajando.

—Hay mucha tristeza en el cuadro —prosiguió Malory—, mucha aflicción en la luz, en el lenguaje corporal de la pareja que se encamina a esa cortina de niebla. Los personajes principales parecen serenos en sus féretros de cristal, pero no lo están. No es serenidad, sino vacío. Y hay una gran desesperación en la luz encerrada en la urna. Es doloroso, y es brillante.

—¿Es del mismo artista? —le preguntó Flynn.

—Desde luego. No es obra de un aprendiz ni de un imitador, y tampoco es un homenaje. Pero solo es mi opinión. —Se sentó sobre los talones—. Yo no soy una autoridad.

«Pues podrías haberme engañado», pensó él.

—Entre tú y Brad, creo que tenemos toda la autoridad que necesitamos.

Malory se había olvidado de Brad, y se ruborizó un poco, avergonzada. Lo único que le había faltado era besuquear el cuadro, arrodillada ante él como una suplicante.

—Lo siento. —Aún de rodillas, alzó la vista hacia Brad—. Me he dejado llevar. ¿Podrías decirme dónde adquiriste esto?

—En una pequeña casa de subastas de Nueva York: Banderby’s.

—He oído hablar de ellos. ¿Y el artista?

—Desconocido. Solo se puede ver una firma parcial…, una inicial en realidad. Quizá una R o una P, seguida del símbolo de la llave.

Malory se encorvó para estudiar la esquina inferior izquierda.

—¿Está datado y autentificado?

—Por supuesto: siglo XVII. Aunque el estilo tiene un aire más contemporáneo, la obra pasó por pruebas exhaustivas. Si conoces Banderby’s, sabrás que son tan meticulosos como serios.

—Sí, sí que lo sé.

—Yo encargué otras pruebas por mi cuenta. Es una pequeña costumbre mía —añadió—. Los resultados coincidieron.

—Tengo una teoría… —empezó Flynn, pero Malory lo detuvo con un gesto de la mano.

—¿Puedo preguntarte por qué lo compraste? Banderby’s no es famoso por sus gangas, y esta pieza es de un autor desconocido.

—Una de las razones es que me impresionó cuánto se parecía la figura del medio a Dana. —Era bastante cierto, aunque no era toda la verdad—. El cuadro en general, su poder, me atrajo nada más verlo, y después me cautivaron los detalles. Y… —comenzó con voz dubitativa mientras paseaba su mirada por la pintura. Después, sintiéndose como un tonto, se encogió de hombros y añadió—: Podría decir que me habló. Deseé tenerlo.

—Sí, eso lo entiendo. —Se quitó las gafas, las plegó, las guardó cuidadosamente en su funda y las metió en el bolso—. Flynn debe de haberte contado lo de la pintura del Risco del Guerrero.

—Sí, claro que se lo he contado —respondió Flynn—. Y cuando he visto esta he supuesto…

—¡Chist! —Malory le dio un golpecito en la rodilla y luego alzó una mano para que la ayudase a ponerse en pie—. Esto tiene que ser una serie. Hay otro cuadro que va antes, después o en medio de estos. Pero deben ser tres. Sistemáticamente tres: tres llaves, tres hermanas. Nosotras tres.

—Bueno, nosotros somos cinco —señaló Brad—; pero sí, te sigo.

—Y me has seguido a mí cuando te he dicho lo mismo hace media hora —se quejó Flynn—. Mi teoría.

—Lo siento. —Malory le dio una palmadita en el brazo—. Está todo dándome vueltas en la cabeza. Casi puedo distinguir las piezas, pero no llego a ver su forma, ni adónde van o qué significan. ¿Te importa si nos sentamos?

—Desde luego que no. —Inmediatamente, Brad la cogió del brazo y la condujo hasta un sofá—. ¿Puedo traerte algo de beber?

—¿Tienes coñac? Ya sé que es temprano, pero me sentaría muy bien un poco.

—Lo encontraré.

Flynn se sentó junto a ella cuando Brad salió de la habitación.

—¿Qué ocurre, Mal? De repente te has puesto un poco pálida.

—Me duele. —Se giró de nuevo hacia el cuadro; luego cerró los ojos mientras se le llenaban de lágrimas—. Incluso aunque encandila mi mente y mi espíritu, me duele mirarlo. Vi cómo sucedía eso, Flynn. Sentí cómo les sucedía a ellas.

—Lo sacaré de aquí.

—No, no. —Lo agarró de la mano, y su contacto la reconfortó—. Se supone que el arte ha de conmoverte de algún modo. Ese es su poder. ¿Cómo será el tercero? ¿Y cuándo?

—¿Cuándo?

Ella sacudió la cabeza.

—Me pregunto cuánta flexibilidad tiene tu mente. Yo acabo de empezar a descubrir que la mía es muy flexible. ¿Se lo has contado todo a Brad?

—Sí. —Al observarla, advirtió que había algo, algo que Malory no estaba muy segura de poder decir—. Puedes confiar en él, Mal. Puedes confiar en mí.

—La cuestión es si vosotros confiaréis en mí cuando os haya dicho lo que he averiguado esta mañana y lo que creo que significa. Quizá tu viejo amigo me saque educadamente a empujones y eche el pestillo detrás de mí.

—Nunca les cierro la puerta a las mujeres hermosas. —Brad regresaba con una copa de coñac. Se la tendió a Malory y luego se sentó frente a ella, en la mesita de centro—. Venga, bébetelo de un trago.

Eso hizo ella, tomándose el coñac como si fuese un medicamento. El líquido descendió suavemente por la garganta y alivió su estómago revuelto.

—Es un crimen tratar un Napoleón de una forma tan desconsiderada. Gracias.

—Ha reconocido el coñac —le dijo Brad a Flynn. El color comenzaba a regresar a las mejillas de Malory. Para darle tiempo para que se recobrara del todo, le dio un codazo a Flynn—. ¿Cómo te las arreglaste para lograr que una mujer con buen gusto y clase te mirase dos veces?

—Hice que Moe la derribara y la inmovilizase contra el suelo. ¿Estás mejor, Mal?

—Sí. —Resopló—. Sí. Tu cuadro es del siglo XVII… ¿Estás absolutamente seguro de eso?

—Lo estoy.

—Esta mañana he sabido que el cuadro del Risco del Guerrero es del siglo XII, posiblemente anterior; pero no posterior.

—Si esa información procede de Rowena o Pitte… —empezó a decir Flynn.

—No. Procede del doctor Stanley Bower, de Filadelfia. Es un experto, y conocido mío. Le mandé muestras de la pintura.

—¿Cómo las conseguiste? —quiso saber Flynn.

A Malory se le subieron más los colores, pero no por efecto del coñac. Carraspeó y jugueteó con el cierre de su bolso.

—Las tomé cuando estuvimos allí la semana pasada. Cuando Moe y tú los distrajisteis. Fue algo absolutamente inapropiado, falto de toda ética. Pero aun así lo hice.

—Vaya. —En el tono de Flynn brillaba una genuina admiración—. Entonces, eso significa que el experto de Brad o el tuyo ha metido la pata, o que te equivocas al creer que el artista es el mismo. O…

—O que los expertos tienen razón y yo también. —Malory dejó su bolso a un lado y cruzó las manos sobre el regazo—. El doctor Bower tendría que realizar pruebas más complejas y exhaustivas para verificar la fecha, pero no habría cometido un error de siglos. Todo lo que sé me dice que los cuadros fueron obra de la misma mano. Y sé que eso suena descabellado. Es descabellado, pero yo lo creo. Quienquiera que creara el retrato del Risco del Guerrero lo hizo en el siglo XII, y ese mismo artista pintó el de Brad en el siglo XVII.

Brad miró a Flynn sorprendido porque su amigo no se riera; en vez de eso, el rostro de Flynn permanecía serio y reflexivo.

—¿Quieres que me crea que mi cuadro fue realizado por un pintor de quinientos años de edad?

—Mayor, me parece. Mucho mayor que eso. Y pienso que el autor creó ambas obras de memoria. ¿Estás reconsiderando lo de echarme y cerrar la puerta con pestillo? —le preguntó Malory.

—Lo que opino es que vosotros dos estáis atrapados en una fantasía. Una historia trágica y romántica que no tiene ningún fundamento en la realidad.

—Tú no has visto el otro cuadro, no has visto Las Hijas de Cristal.

—No, pero he oído hablar de él. Según todos los informes, estaba en Londres en la época de los bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Allí fue destruido. Lo más probable es que el del Risco sea una copia.

—No lo es. Piensas que estoy siendo tozuda. Puedo serlo —admitió Malory—, pero esta no es una de esas veces. Tampoco soy una persona fantasiosa…, o no lo era. —Se volvió hacia Flynn, y su voz sonó más apremiante—. Flynn, todo lo que ellos me contaron, lo que nos contaron a Dana, a Zoe y a mí aquella primera noche, era completamente cierto. Y aún es más asombroso lo que no nos contaron. Rowena y Pitte, la maestra y el guerrero, son las figuras del fondo de ambas pinturas. Ellos estaban allí de verdad. Y uno de ellos pintó esos cuadros.

—Te creo.

Su respiración se estremeció de alivio ante la sencilla fe de Flynn.

—Ignoro qué significa o cuánto me ayuda, pero me escogieron para saber esto, y para creerlo. Si no encuentro la llave, y Dana y Zoe no encuentran las suyas después de mí, esas almas continuarán gritando dentro de esa urna. Para siempre.

Él le pasó una mano por el pelo.

—No permitiremos que eso suceda.

—Perdón. —Zoe vaciló en la entrada de la sala. Estaba luchando consigo misma para no pasar las manos por las molduras satinadas, para no quitarse los zapatos y deslizarse descalza por el reluciente suelo. Quería precipitarse a las ventanas y contemplar todas las vistas—. Los hombres de ahí fuera me han dicho que entrara. Flynn, Moe está revolcándose sobre algo que se parece mucho a un pescado muerto.

—¡Mierda! Enseguida vuelvo. Zoe, Brad.

Flynn salió corriendo. Brad se puso en pie. No estaba seguro de cómo lo había conseguido, porque las rodillas se le habían disuelto. Oyó su propia voz, un poco más fría de lo normal, un poco forzada, por encima del rugido de la sangre que le resonaba en la cabeza.

—Pasa, por favor. Siéntate. ¿Puedo ofrecerte algo?

—No, gracias. Lo siento, Malory. He venido nada más oír tu mensaje. ¿Ocurre algo malo?

—No lo sé. Aquí, Brad piensa que me faltan unos cuantos tornillos, y no lo culpo.

—Eso es ridículo. —Al saltar de inmediato en defensa de su amiga, Zoe olvidó el encanto de la casa y el distante encanto de su propietario. Su cauta sonrisa de disculpa se transformó en un gesto ceñudo y frío mientras cruzaba la estancia en dirección a Malory—. Si has dicho tal cosa, no solo te equivocas, sino que, además, eres un grosero.

—En realidad, ni siquiera he llegado a decirlo. Y como tú no conoces las circunstancias…

—No tengo que conocerlas. Conozco a Malory. Y si tú eres amigo de Flynn, aún deberías disgustarla menos.

—Te ruego que me disculpes. —¿De dónde surgía ese tono tan estirado y superior? ¿Cómo le había salido de la boca la voz de su padre?

—No es culpa suya, Zoe. De verdad. Y respecto a lo de disgustada, lo cierto es que no sé cómo estoy. —Se echó el pelo hacia atrás, se levantó y señaló el cuadro—. Deberías echarle un vistazo a eso.

Zoe se acercó más. Después se agarró la garganta.

—Oh, oh. —Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Es precioso. Es tristísimo. Pero va junto con el otro. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

Malory le pasó un brazo por la cintura y se quedaron así unidas.

—¿Por qué piensas que va con el otro?

—Son las Hijas de Cristal después de…, del hechizo o la maldición. La urna, con las luces azules. Es como tú lo describiste, como tu sueño. Y es igual…, igual. No sé cómo decirlo. Es como un conjunto, o parte de un conjunto, pintado por la misma persona.

Malory miró a Brad por encima del hombro mientras arqueaba una ceja.

—¿Eres una experta? —le preguntó Brad a Zoe.

—No. Soy peluquera, pero no soy imbécil.

—No pretendía insinuar…

—No. Lo que pretendías era decirlo. Malory, ¿este cuadro te ayudará a encontrar la llave?

—No lo sé. Pero significa algo. Tengo una cámara digital en el coche. ¿Puedo hacer algunas fotos, Brad?

—Estás en tu casa. —Metió las manos en los bolsillos mientras Malory salía a toda prisa, dejándolo a solas con Zoe—. ¿Estás segura de que no quieres tomar nada? ¿Café?

—No, estoy bien así. Gracias.

—Yo, eh, me he perdido la primera escena de la película. Podrías dedicarme un poco de tiempo y ponerme al día.

—Estoy convencida de que Flynn te contará todo lo que necesites saber.

Zoe atravesó la habitación y con la excusa de preocuparse por Malory aprovechó la oportunidad de admirar la deliciosa vista sobre el río.

¿Cómo sería vivir allí, poder estar allí siempre que quisiera, ver el agua, la luz, las colinas? Se imaginó que sería liberador. Y plácido.

—Malory acaba de decirme que cree que las Hijas de Cristal existen en la realidad. En alguna realidad. Y que las personas que conocisteis en el Risco del Guerrero tienen varios miles de años de edad.

Zoe se giró sin apenas inmutarse.

—Si ella lo cree, tendrá una buena razón. Yo confío lo bastante en ella para creerlo también. ¿Ahora te gustaría decirme que me faltan un par de tornillos?

A Brad se le tensó el rostro de irritación.

—Yo no le he dicho eso. Lo he pensado, pero no se lo he dicho. Y tampoco voy a decírtelo a ti.

—Pero lo estás pensando.

—Mira, solo tengo dos pies, pero contigo estoy logrando meter la pata con los dos a la vez.

—Como no creo que vayamos a bailar dentro de poco, no me preocupa mucho lo que hagas con los pies ni dónde los metas. Me gusta tu casa.

—Gracias, a mí también. Zoe…

—Compro muchas veces en Reyes de Casa. He encontrado buenos precios y un excelente servicio al cliente en la tienda del pueblo.

—Es bueno saberlo.

—Espero que no estés planeando hacer grandes cambios allí, pero no me importaría que hubiese algo más de variedad en artículos de temporada. Ya sabes, plantas de arriate, palas para la nieve, muebles de exterior…

A Brad, divertido, le temblaron los labios.

—Lo tendré en cuenta.

—Y no estaría de más añadir un par de cajeras los sábados. Siempre hay una larga cola para pagar.

—Tomo nota.

—Voy a poner en marcha mi propio negocio, así que presto atención a cómo funcionan las cosas.

—¿Vas a abrir tu propio salón de peluquería?

—Sí. —Lo dijo con firmeza, pese a que se le contrajeron los músculos del estómago—. Estaba mirando posibles lugares antes de que el mensaje de Malory me trajera hasta aquí.

¿Por qué no volvía Malory? Ahora que el genio se le había disipado, estaba perdiendo ímpetu. No sabía de qué hablar con un hombre que vivía en una casa como aquella, que ayudaba a dirigir un conglomerado nacional de empresas. Si es que «conglomerado» era la palabra adecuada…

—¿En el valle?

—¿Qué? Oh, sí. Busco un local en el pueblo. No me interesa un sitio en el centro comercial. Creo que es importante mantener un buen centro urbano, y quiero poder estar cerca de casa, y así más disponible para mi hijo.

—¿Tienes un hijo?

Su mirada se centró en la mano izquierda de Zoe, y casi suspiró de alivio cuando vio que no llevaba alianza. Todo lo que notó Zoe fue el rápido vistazo. Se puso bien derecha y cuadró los hombros.

—Sí. Simon, de nueve años.

—Siento haber tardado tanto. —Malory entró pidiendo disculpas—. Flynn ha atado a Moe a un árbol. Está a punto de lavarlo con una manguera, porque cree que así va a hacer un gran bien; pero de esa forma tendrá un perro increíblemente apestoso y mojado en vez de un perro solo increíblemente apestoso. Me ha dicho que te pregunte si tienes champú, jabón o algo que puedas prestarle.

—Algo encontraré. Adelante, toma las fotos que quieras.

Malory apuntó con la cámara y esperó a que se alejaran los pasos de Brad.

—Hablando de dioses… —le murmuró a Zoe.

—¿Qué?

—Bradley Charles Vane IV. Ese cuerpo suyo es como una carga de fondo contra las hormonas de una mujer.

—El cuerpo es algo genético —repuso Zoe con desdén—. La personalidad y la conducta se desarrollan.

—Pues el día en que lo hicieron fue un buen día para la genética. —Bajó la cámara—. Te he dado la impresión de que estaba siendo desagradable conmigo, y no ha sido así. De verdad.

—Quizá sí, quizá no; pero es un esnob arrogante.

—¡Fiuuu! —Malory parpadeó ante la vehemencia de Zoe—. A mí no me lo ha parecido. No puedo imaginarme a Flynn siendo amigo de alguien que encaje en la categoría de los esnobs. Lo de arrogante es discutible.

Zoe alzó un hombro.

—Me he encontrado con hombres de su clase en otras ocasiones. Están más interesados en tener buena pinta que en ser humanos. De todos modos, él no es importante. El cuadro sí que lo es.

—Sí, pienso igual. Y también sobre lo que has dicho de que es parte de un conjunto o una serie. Pienso que es verdad, y que al menos hay uno más. Debo encontrarlo. Algo en estas pinturas, o relacionado con ellas, me indicará el camino hacia la llave. Será mejor que indague en los libros.

—¿Quieres ayuda?

—Toda la que pueda conseguir.

—Pues me voy ahora. Hay un par de cosas que quiero hacer. Después iré a tu casa.

Cuando Brad había logrado dar con una botella de champú, oyó el motor de un automóvil poniéndose en marcha. Se acercó a la ventana y maldijo entre dientes al ver que Malory y Zoe se alejaban en sus coches por el camino de acceso.

Si las primeras impresiones tenían alguna importancia, no podría haberlo hecho peor. Su visión no solía repeler a las mujeres; pero, por otro lado, la visión de una mujer no solía golpearlo como un puño potente y sudoroso. Teniendo eso en cuenta, supuso que podría perdonársele haberlo hecho tan mal.

Bajó las escaleras y luego se desvió hacia la sala principal en vez de dirigirse al exterior. Se quedó mirando el cuadro como la primera vez que lo vio en la casa de subastas. Del mismo modo que lo había mirado incontables veces desde que lo adquirió. Habría pagado cualquier precio por él.

Era bastante cierto lo que les había contado a Flynn y Malory. Lo había comprado porque era magnífico, impactante y conmovedor. Le había intrigado el rostro de una de las figuras, su semejanza con su amiga de la niñez. Pero había otro rostro en la pintura que lo había deslumbrado, consumido. Lo había desbaratado. Una sola mirada a esa cara, la cara de Zoe, y había caído absurdamente enamorado.

Pensó que ya resultaba bastante raro cuando la mujer no era más que un personaje de un cuadro. Ahora que sabía que era real, ¿sería mucho más complicado e imposible?

Brad reflexionó al respecto mientras ponía algo de orden en la casa. Continuaba dándole vueltas más tarde, cuando Flynn y él treparon al muro que circundaba el Risco del Guerrero y se sentaron en lo alto.

Cada uno abrió una cerveza y contemplaron la exótica silueta de la casa, que se recortaba sobre el cielo sombrío. En algunas ventanas brillaban luces, pero mientras bebían en silencio no vieron pasar ninguna figura tras los cristales.

—Probablemente saben que estamos aquí —dijo Flynn al cabo de un rato.

—Si le damos crédito a la teoría de tu novia y los catalogamos como dioses con varios miles de años a la espalda, sí, es casi seguro que saben que estamos aquí.

—Antes tenías la mente más abierta —señaló Flynn.

—Ah, no, en realidad no. Jordan es el que estaría contento de hincarle el diente a esta línea argumental.

—¿Lo has visto últimamente?

—Hace un par de meses. Ha estado viajando mucho, así que nos cuesta poder quedar tan a menudo como solíamos. ¡Joder, Flynn! —Le pasó un brazo por encima del hombro—. Te he echado muchísimo de menos.

—Lo mismo digo. ¿Vas a decirme qué te ha parecido Malory?

—Con estilo, inteligente, y muy, pero que muy apetecible…, a pesar de su dudoso gusto en cuestión de hombres.

Flynn golpeó el muro de piedra con los talones de sus viejas zapatillas de deporte.

—Estoy medio loco por ella.

—¿Loco en serio o loco por un rollete?

—No lo sé. Aún no lo he averiguado. —Contempló la casa y el cuarto de luna que flotaba sobre ella—. Espero que sea lo segundo, porque no podría ir en serio tan pronto.

—Lily era una trepa oportunista con un enorme par de tetas.

—¡Joder, Vane! —No sabía si echarse a reír o tirar a su amigo con un empujón del muro de dos metros. En vez de hacer una de estas dos cosas, se quedó meditabundo—. Yo estaba enamorado de Lily. Íbamos a casarnos.

—Ahora ya no estás enamorado y no os casasteis, esa ruptura fue una suerte para ti. Ella no era digna de tanto.

Flynn cambió de postura. No podía ver los ojos de Brad con claridad; su color se mezclaba con el de la noche.

—¿Digna de qué?

—De ti.

—Menudas cosas dices.

—Te sentirás mejor con toda esa historia cuando admitas que tengo razón. Ahora volvamos al presente. Me ha gustado… tu Malory, si sigues interesado por mi opinión.

—Pero crees que está chiflada.

«Terreno pantanoso», se dijo Brad. Incluso aunque lo atravesara con un amigo.

—Lo que creo es que se ha visto en medio de unas circunstancias extraordinarias y se ha quedado fascinada con la mística del asunto. ¿Por qué no había de fascinarla?

Flynn tuvo que sonreír.

—Esa no es más que una manera diplomática, y repugnante, de decir que está chiflada.

—Una vez me diste un puñetazo en la cara por decir que Joley Ridenbecker tenía dientes de castor. No quiero presidir las reuniones del lunes con un ojo morado.

—¿Lo ves? Eres todo un ejecutivo. Si admito que Joley tenía de verdad los dientes como un castor, ¿me creerías si te digo que nunca he conocido a nadie con menos cociente de chifladura que Malory Price?

—De acuerdo, acepto tu palabra. Y debo confesar que todo eso de los cuadros es intrigante. —Señaló hacia la casa con la cerveza y bebió otro trago—. Me gustaría echarle un vistazo al que tienen ahí.

—Podemos acercarnos y llamar a la puerta.

—A la luz del día —decidió Brad—, cuando no hayamos estado bebiendo.

—Seguramente será mejor.

—Mientras tanto, ¿por qué no me cuentas algo más sobre esa tal Zoe?

—No la conozco desde hace mucho, pero investigué un poco su pasado. El de ella y el de Malory. Solo por si estaban intentando involucrar a Dana en algún extraño chanchullo. Zoe llegó al pueblo hace más de dos años, con su hijo.

—¿Tiene marido?

—No. Es madre soltera, y me parece que muy buena. He conocido a su hijo, un chaval vivaracho, normal y simpático. Ella trabajaba en Peinado Actual, una peluquería femenina de Market. He sabido que es buena en su profesión, agradable con la clientela y fiable. La despidieron al mismo tiempo que a Malory, y más o menos cuando a Dana le redujeron al mínimo el horario de trabajo en la biblioteca. Otra extraña coincidencia. Zoe compró una casa, pequeña como una cajita, cuando se instaló aquí. Por lo visto, ella misma ha hecho la mayor parte de los arreglos.

—¿Tiene novio?

—Que yo sepa, no. Zoe… Espera un minuto. Me has hecho dos preguntas: ¿marido, novio? Mi agudísimo instinto de reportero me lleva a la conclusión de que estás pensando en un rollete.

—O no. Debería volver a casa. Tengo que hacer un montón de cosas durante los próximos dos días. Pero hay una que solucionar aquí. —Dio otro trago de la botella—. ¿Cómo diablos vamos a bajar de esta pared?

—Buena pregunta. —Flynn frunció los labios y examinó el suelo—. Podríamos quedarnos aquí y seguir bebiendo hasta que nos caigamos.

Brad suspiró y apuró su cerveza.

—Es un plan.