7

Siento el sol, cálido y de algún modo fluido, como una tranquila cascada que cayese de un río de oro. Se derrama sobre mí en una especie de bautismo. Huele a rosas, azucenas y a otra flor extraña que da un matiz picante a la dulzura del aroma. Oigo agua, un juguetón goteo y chapoteo al elevarse y caer de nuevo sobre ella misma.

Todas esas cosas se deslizan sobre mí, o yo me deslizo en ellas, pero no veo nada a excepción de una densa blancura. Como una cortina que no puedo abrir.

¿Por qué no tengo miedo?

Una risa flota hasta mí, radiante, espontánea y femenina. Hay en ella una alegría juvenil que me hace sonreír, que genera el cosquilleo de una carcajada en mi propia garganta. Quiero encontrar el origen de esa risa y unirme a ella.

Ahora oigo voces, un parloteo de pájaros, de nuevo juveniles y femeninos.

El sonido fluye y refluye. ¿Me acerco a él o me alejo?

Lentamente, lentamente, el grosor de la cortina va disminuyendo. Ahora es solo una bruma, suave como una lluvia de seda, resplandeciente por la luz del sol que la atraviesa. Y al otro lado veo color. Tan vivo y llamativo que quema a través de la decreciente neblina y aturde mi visión.

Hay relucientes baldosas plateadas que estallan bajo el sol en destellos cegadores donde las espesas hojas verdes y los capullos de rosa intenso de los árboles no ofrecen sombra o protección. Hay flores nadando en estanques o danzando en arriates con forma de espiral.

Tres mujeres, chicas en realidad, se hallan reunidas en torno a una fuente que canta su alegre melodía. Oigo sus risas. Una tiene una pequeña arpa en el regazo y otra sujeta una pluma; pero se están riendo con el perrito que se retuerce en los brazos de la tercera.

Son encantadoras. Hay en ellas un toque de inocencia que encaja a la perfección en el jardín en que pasan la tarde. Entonces veo la espada envainada en la cadera de una de ellas.

Inocentes quizá, pero fuertes. Hay poder aquí; ahora puedo percibir su vibración chispeando en el aire.

Aun así, sigo sin tener miedo.

Llaman al cachorro Diarmait, y lo dejan en el suelo para que pueda retozar alrededor de la fuente. Sus ladridos ilusionados suenan como campanas. Veo cómo una de las chicas pasa el brazo por la cintura de su hermana, y la tercera apoya la cabeza en el hombro de la segunda. Así se convierten en una unidad, una especie de tríada, un todo de tres partes. Charlan sobre su nuevo perrito y ríen cuando este se revuelca regocijado en las flores.

Las oigo pronunciar unos nombres que de algún modo conozco, y miro hacia donde ellas miran. En la distancia, bajo la sombra de un árbol cuyas ramas se doblan con elegancia por el peso de sus magníficos frutos, hay una pareja unida en un abrazo apasionado.

El hombre es alto y moreno, y hay en él una fuerza que noto que podría ser terrible si lo provocaran. Ella es hermosa y muy esbelta; pero también en ella se percibe algo más.

Están desesperadamente enamorados. Puedo sentir esa necesidad, ese calor dentro de mí, latiendo como una herida.

¿Es tan doloroso el amor?

Las chicas suspiran mientras los observan. Y anhelan, esperan. Algún día…, algún día ellas amarán de esa manera: deseo y romance, temor y gozo, todo unido en una entidad devoradora. Conocerán el sabor de los labios de un amante, el escalofrío de las caricias de un amante.

Algún día.

Estamos, todas nosotras, cautivadas por ese apremiante abrazo, absortas en nuestra envidia y nuestros sueños. El cielo se oscurece. Los colores se apagan. Ahora siento el viento. Frío, frío mientras gira a nuestro alrededor. Su repentino rugido grita en mis oídos. Arranca los capullos de las ramas; los pétalos vuelan como balas brillantes.

Ahora tengo miedo. Ahora estoy aterrorizada, incluso antes de ver la astuta silueta oscura de la serpiente que se desliza sobre esas baldosas plateadas, antes de ver la sombra que surge sigilosamente de entre los árboles y alza la urna de cristal que sostiene en sus brazos negros.

Las palabras retumban. Aunque me tapo las orejas con fuerza para bloquearles el paso, las oigo dentro de mi cabeza.

«Quede señalado este momento y señalada esta hora en que yo ejerzo mi poder. Las almas mortales de las tres hijas me pertenecerán para siempre. Sus cuerpos yacerán en un sueño eterno, sus almas permanecerán aprisionadas en esta urna de cristal. El hechizo se mantendrá firme e inmutable a menos que acontezca lo siguiente: que se encuentren tres llaves, que encajen y que sean manipuladas únicamente por manos humanas. Tres mil años para conseguirlo. Un instante más, y las almas arderán.

»Esta prueba, esta búsqueda, está destinada a demostrar el valor de un mortal. Con estas palabras les arrebato el aliento, y con mi arte las encarcelo. Precinto estas cerraduras y forjo estas llaves que lanzo en manos del destino».

El viento se detiene y el aire se queda inmóvil. Sobre las baldosas bañadas por la luz del sol yacen las tres jóvenes con las manos entrelazadas y los ojos cerrados, como si estuvieran durmiendo. Tres partes de un todo.

Junto a ellas hay una urna de cristal; sus planchas transparentes tienen las junturas selladas con plomo; reluce su trío de cerraduras doradas. Unas cálidas luces azules bailan frenéticamente en su interior: parecen chocar contra las paredes de cristal como alas atrapadas.

Las llaves están esparcidas a su alrededor. Al verlas, lloro.

Malory seguía agitada cuando abrió la puerta a Zoe.

—He venido en cuanto me ha sido posible. Tenía que llevar a Simon a la escuela. Parecías muy alterada por teléfono. ¿Qué…?

—Dana aún no ha llegado. Preferiría pasar por esto una sola vez. He hecho café.

—Estupendo. —Zoe puso una mano en el hombro de Malory y la obligó a sentarse—. Ya me ocupo yo. Me da la impresión de que aún no has recuperado el aliento. ¿La cocina está por ahí?

—Sí.

Agradecida, Malory se recostó y se frotó la cara con las manos.

—¿Por qué no me cuentas cómo fue tu cena con Flynn el otro día?

—¿Qué? Oh, bien, bastante bien. —Bajó las manos y se quedó mirándoselas como si pertenecieran a otra persona—. Resulta casi normal sin su perro… Esa debe de ser Dana.

—Ya voy yo. Tú siéntate.

Zoe salió a toda prisa de la cocina, adelantándose a Malory antes de que pudiese levantarse.

—De acuerdo, ¿dónde está el fuego? —preguntó Dana al entrar. Luego se detuvo y olfateó—. ¿Café? No permitas que te suplique que me des una taza.

—Lo estoy sirviendo. Ve a sentarte con Malory —añadió Zoe en voz baja.

Dana se dejó caer en una silla y observó a Malory de forma penetrante.

—Tienes un aspecto horrible.

—Muchas gracias.

—Eh, no esperes besos y abrazos cuando me has hecho salir de la cama y llegar hasta aquí en veinte minutos y con solo una taza de café. Además, es tranquilizador saber que no te levantas con un aspecto perfecto. ¿Qué ocurre?

Malory miró hacia Zoe, que se acercaba con tres gruesas tazas blancas en una bandeja.

—He tenido un sueño.

—Yo estaba teniendo uno cojonudo. Creo que algo relacionado con Spike, el de Buffy Cazavampiros, y un gran tanque de chocolate negro, y entonces me has llamado y lo has interrumpido.

—¡Dana! —Zoe sacudió la cabeza y se sentó en el brazo de la silla de Malory—. ¿Era una pesadilla?

—No. Al menos… No. Nada más despertarme lo he escrito. —Se levantó y cogió unos papeles impresos de la mesa—. Nunca había tenido un sueño con tantos detalles. Por lo menos nunca había recordado los detalles con tanta claridad al abrir los ojos. Lo he escrito porque quería asegurarme de que no olvidaría nada, pero no voy a olvidarlo. De todos modos, para vosotras será más fácil si lo leéis.

Entregó una copia a cada una, luego tomó su taza de café y se acercó a las puertas del patio. Se dijo que aquel iba a ser otro día precioso. Otro precioso día de finales de verano, con cielos despejados y cálidas brisas. La gente caminaría por el pueblo disfrutando del tiempo mientras se encargaba de sus asuntos, sus quehaceres normales y cotidianos del mundo normal y cotidiano. Y ella jamás olvidaría el sonido de aquel terrorífico viento, ni la sensación de aquel frío amargo y súbito.

—¡Uf! Ya veo por qué te ha afectado tanto. —Dana dejó las hojas—. Pero está bastante claro a qué se debe. Flynn me ha contado vuestra visita de ayer al Risco y que visteis el cuadro. Todo eso está en tu mente, y tu subconsciente te ha introducido en él.

—Da miedo. —Zoe se apresuró a leer las últimas líneas antes de ponerse en pie—. Me alegro de que nos hayas llamado.

—No era solo un sueño, yo estaba ahí. —Se calentó las manos frías con la taza mientras se daba la vuelta—. He entrado en ese cuadro.

—Vale, cielo, respira un poco. —Dana alzó una mano—. Te estás sintiendo demasiado identificada, eso es todo. Un sueño muy intenso y vivido puede ser absorbente.

—No espero que me creáis; pero voy a decir en voz alta y clara lo que tengo en la cabeza desde que me he despertado. —Se había despertado temblando de frío, con el sonido de aquel espantoso viento aullando todavía en sus oídos—. Yo estaba allí. Podía oler las flores y notar el calor, y luego el frío y el viento. Y he oído gritar a las hermanas. —Cerró los ojos y luchó por detener otra oleada de pánico: aún podía oírlas gritar—. Y he sentido una…, una carga, una presión. Al despertar, todavía me zumbaban los oídos. Ellas hablaban en gaélico, pero las entendía. ¿Cómo es posible eso?

—Tú solo pensabas…

—¡No! —Sacudió fieramente la cabeza en dirección a Zoe—. Yo sabía gaélico. Cuando ha empezado la tormenta, cuando todo ha enloquecido, ellas se han puesto a llamar a su padre. Chi athair sinn, «padre, ayúdanos». Lo he buscado esta mañana, pero ya lo sabía. ¿Cómo es posible? —Respiró hondo para calmarse—. Sus nombres son Venora, Niniane y Kyna. ¿Cómo lo sé? —Se sentó. El alivio de decir todo aquello era beneficioso. Se le estabilizó el pulso, al igual que la voz—. Estaban muy asustadas. No eran más que unas jóvenes que jugaban con su perrito en un mundo que parecía absolutamente perfecto y pacífico; y un instante después les arrebataban lo que las volvía humanas. Les dolía, y no había nada que yo pudiese hacer.

—No sé qué pensar de esto —dijo Dana en cuanto acabó de hablar—. Estoy tratando de ser lógica. El cuadro te atrajo desde la primera vez que lo viste, y ahora sabemos que la leyenda tiene un origen celta. Nos parecemos a las chicas de la pintura, así que nos identificamos con ellas.

—¿Y cómo entendía yo el gaélico? ¿Cómo sé sus nombres?

Dana miró su café con el entrecejo fruncido.

—Eso no puedo explicarlo.

—Os diré algo más que sé: quienquiera que haya encerrado esas almas es oscuro, poderoso y codicioso. No querrá que ganemos.

—La urna y las llaves —la interrumpió Zoe—. Las has visto, sabes cómo son.

—La urna es muy sencilla y muy bonita: cristal emplomado, una tapa alta y abombada y tres cerraduras en la parte frontal. Las llaves son como la dibujada en la invitación, como el emblema de la bandera que ondea en la casa. Son pequeñas; diría que solo unos siete centímetros de largo.

—Eso tampoco tiene sentido —insistió Dana—. Si tuvieran las llaves, ¿para qué las esconderían? ¿Por qué no entregarlas directamente a la gente adecuada y acabar con la historia?

—No lo sé. —Malory se frotó las sienes—. Debe de haber una razón.

—Dices que conocías el nombre de la pareja que se besaba debajo del árbol —recordó Dana.

—Rowena y Pitte. —Malory bajó las manos—. Rowena y Pitte —repitió—. Ellos tampoco han podido impedirlo. Ha sucedido todo de un modo tan rápido y violento… —Respiró larga y hondamente—. Ahora viene el problema: yo lo creo. Ha ocurrido. He entrado en ese cuadro, he atravesado la Cortina de los Sueños y he visto lo que pasaba. He de encontrar esa llave. Implique lo que implique, he de encontrarla.

Después de una reunión matutina de personal que había incluido donuts con jalea y a una reportera enfadada porque le había recortado cinco centímetros su artículo sobre la moda de otoño, Flynn escapó a su despacho.

Como su plantilla estaba formada por menos de treinta personas, contando al entusiasta sexagenario al que pagaba por escribir una columna semanal desde la perspectiva de los adolescentes, tener una periodista rebotada suponía un auténtico problema técnico de personal.

Echó un vistazo a sus mensajes, amplió un reportaje sobre la vida nocturna del valle, aprobó dos fotos para la edición del día siguiente y revisó la contabilidad de los anuncios.

Podía oír el esporádico timbre de un teléfono e, incluso con la puerta cerrada, el tamborileo apagado de dedos sobre teclados de ordenador. La radio de la policía que estaba en lo alto de su armario archivador emitía pitidos y zumbidos, y el televisor embutido entre libros en una estantería tenía el volumen apagado.

La ventana estaba abierta, y le llegaban el ruido del tráfico matinal y el ocasional sonido de graves del equipo de música de un coche que llevaba la música a toda pastilla.

De vez en cuando oía cómo cerraban con violencia una puerta o un cajón en la sala de al lado. Rhoda, la encargada de sociedad, moda y cotilleos, seguía mostrando su enfado. Sin mirar a través del cristal, Flynn podía ver mentalmente que la mujer estaba echando pestes de él.

Ella, junto con más de la mitad de los empleados, trabajaba en el diario desde que él era un chaval. Flynn sabía que muchos de ellos continuaban viendo El Correo como el periódico de su madre. Si no lo veían como el de su abuelo.

Había ocasiones en que eso le molestaba, algunas en que lo desanimaba y otras en que tan solo le divertía. No estaba seguro de qué reacción experimentaba en ese momento. Lo único en que podía pensar era en que Rhoda le daba pánico.

Lo mejor que podía hacer era no pensar en eso, ni en ella, y dedicarse a pulir su artículo sobre la reunión a la que había asistido la noche anterior. La propuesta de un semáforo en Market y Spruce, un debate sobre el presupuesto y la necesidad de arreglar las aceras de Main. Y una discusión bastante acalorada sobre la sugerencia, muy controvertida, de instalar parquímetros en Main para que ayudaran a pagar los susodichos arreglos.

Flynn hizo lo que pudo para inyectar algo de energía al tema manteniéndose fiel al código de objetividad del periodista.

Pensó que El Correo no era exactamente el Daily Planet, pero él tampoco era exactamente Perry White. A su alrededor nadie lo llamaba «jefe». Incluso sin los cabreos periódicos de Rhoda, no estaba seguro de que nadie, incluyéndose a sí mismo, creyera de verdad que él estaba al mando.

Su madre proyectaba una sombra muy larga. Elizabeth Flynn Hennessy Steele, incluso su nombre proyectaba una sombra muy larga.

Flynn la quería, por supuesto que sí. Habían tenido encontronazos cuando él estaba creciendo, pero siempre la había respetado. Debías respetar a una mujer que llevaba su vida y su negocio con idéntico fervor, y que esperaba que todo el mundo hiciera lo mismo. Al igual que tenías que reconocerle que había dejado ese negocio cuando había sido necesario. Aunque lo hubiera soltado en el regazo de su reacio hijo.

Con una ojeada cautelosa hacia la mesa de Rhoda, Flynn se dijo que se lo había soltado todo, incluyendo reporteros hoscos.

Advirtió que Rhoda estaba limándose las uñas en vez de trabajar. Le estaba buscando las cosquillas. «Caso archivado —pensó Flynn—. Hoy no es el día en que arreglamos las cuentas, vieja malhumorada». Pero ese día llegaría pronto.

Estaba concentrado en ajustar la maquetación de la sección B de la página 1 cuando apareció Dana.

—Ni un somero golpecito para llamar, ni una cabecita asomando insinuante por la puerta: entras pisando muy fuerte y ya está.

—He entrado con delicadeza. He de hablar contigo, Flynn. —Se sentó en una de las sillas y miró alrededor—. ¿Dónde está Moe?

—Hoy le toca patio trasero.

—Ah, vale.

—Tal vez puedas recogerlo y llevártelo un rato de paseo esta tarde. Y a lo mejor después podrías improvisar algo de cena, de modo que encuentre comida caliente al llegar a casa.

—Bien, así será.

—Escucha, he tenido una mañana difícil, tengo un dolor de cabeza bestial y tengo que terminar de maquetar esto.

Dana lo observó frunciendo los labios.

—¿Rhoda te está dando por saco otra vez?

—No la mires —soltó Flynn antes de que Dana se girara—. Eso la animaría.

—Flynn, ¿por qué no le das la patada de una vez? Te quitarías una buena mierda de encima.

—Está en El Correo desde que tenía dieciocho años. Eso supone mucho tiempo. Y ahora, aunque agradezco que te dejes caer por aquí para decirme cómo manejar a mis empleados, necesito acabar esto.

Dana se limitó a estirar sus interminables piernas.

—Rhoda se ha puesto muy insolente esta vez, ¿eh?

—Que le den por el culo.

Soltó un resoplido, abrió de un tirón un cajón del escritorio y buscó un frasco de aspirinas.

—Haces un buen trabajo aquí, Flynn.

—Sí, sí —masculló mientras sacaba una botella de agua de otro cajón.

—Cierra el pico, estoy hablando en serio. Eres bueno en lo que haces. Tan bueno como Liz. Quizá mejor en algunas áreas, porque eres más accesible. Además, escribes mejor que cualquiera de tu plantilla.

Flynn la miró mientras tragaba la aspirina.

—¿A qué se debe ese discurso?

—A que parecías realmente jodido. —No soportaba verlo triste de verdad. Irritado, confuso, cabreado o huraño estaba bien; pero le dolía en el alma ver la amargura grabada en su rostro—. Pleasant Valley necesita a El Correo, y El Correo te necesita a ti; no necesita a Rhoda. Apuesto lo que quieras a que esa certeza la saca de quicio.

—¿Eso crees? —La idea suavizaba los bordes ásperos—. Me refiero a la parte de «fuera de quicio».

—Por supuesto. ¿Te sientes mejor?

—Sí. —Tapó la botella de agua y la devolvió al cajón—. Gracias.

—Mi segunda buena acción del día. He pasado una hora en casa de Malory y otros veinte minutos deambulando mientras intentaba decidir si te lo soltaba o lo mantenía entre nosotras tres.

—Si tiene relación con cortes de pelo, ciclos mensuales o la próxima liquidación de Etiqueta Roja en el centro comercial, que quede entre vosotras.

—Eso es tan increíblemente machista que ni siquiera voy a… ¿Qué liquidación de Etiqueta Roja?

—Mira el anuncio de mañana en El Correo. ¿Le ocurre algo a Malory?

—Buena pregunta. Ha tenido un sueño, solo que no cree que sea un sueño.

Le relató la conversación antes de hurgar en su bolso para extraer la copia impresa que Malory les había dado.

—Estoy preocupada por ella, y he empezado a preocuparme por mí, porque me ha convencido a medias de que tiene razón.

—Espera un minuto. —Flynn leyó el texto dos veces y luego se recostó en la silla y miró al techo—. ¿Y si resulta que tiene razón?

—¿He de meterme en la piel de Scully, ya que tú te pones en el papel de Mulder? —La exasperación le agudizaba la voz—. Estamos hablando de dioses, brujería y almas capturadas.

—Estamos hablando de magia, de posibilidades, y siempre deberían explorarse las posibilidades. ¿Dónde está Malory ahora?

—Ha dicho que iba a ir a La Galería a indagar sobre el cuadro.

—Bien. Entonces Mal sigue adelante.

—No la has visto.

—No, pero la veré. ¿Y tú qué? ¿Has encontrado algo?

—No, pero estoy tirando de algunos hilos.

—Vale, juntémonos todos esta noche en mi casa. Avisa a Zoe; yo se lo diré a Mal. —Al ver el entrecejo fruncido de Dana, Flynn sonrió—. Vosotras vinisteis a mí, tesoro. Ahora estoy en esto.

—Te debo una por esto…

—Oh, cielo, cualquier día que puedo hacer algo a espaldas de la descerebrada nazi es un día de fiesta.

Aun así, Tod miró cautelosamente a derecha e izquierda antes de abrir la puerta del que había sido despacho de Malory y era ahora el dominio de Pamela.

—¡Oh, Dios! ¿Qué ha hecho con mi oficina?

—Es horrendo, ¿verdad? Como un vómito de Luis XIV. Mi única satisfacción es que ella tiene que verlo cuando entra aquí.

La habitación estaba atestada. Un escritorio curvilíneo, mesas, sillas y dos otomanas adornadas con borlas competían por el espacio sobre una alfombra roja y dorada que hacía daño a la vista. Las paredes estaban cubiertas de cuadros anulados por gruesos marcos dorados y recargados; además de las esculturas, cuencos, cajas ornamentales, cristalería y chismes que ocupaban todas las superficies planas.

Malory advirtió que algunas de las piezas eran un pequeño tesoro en sí mismas, pero al amontonarlas de aquel modo en un espacio reducido aquello parecía un rastrillo de artículos carísimos.

—¿Cómo consigue tenerlo todo limpio?

—Tiene esclavos y subalternos…, es decir, yo mismo, Ernestine, Julia y Franco. Simone Legree se aposenta en su trono y da órdenes. Has tenido suerte al escapar, Mal.

—Quizá.

Sin embargo, había sido doloroso cruzar de nuevo la puerta principal sabiendo que ya no pertenecía a aquel lugar. Sin saber a cuál pertenecía.

—¿Dónde está Pamela ahora?

—Almorzando en el club. Dispones de dos horas.

—No me hará falta tanto. Necesito la lista de clientes —dijo mientras se dirigía al ordenador que había sobre la mesa.

—¡Oh! ¿Vas a robarle clientes debajo de su propia rinoplastia?

—No. Hum, es muy buena idea, pero no. Estoy intentando localizar al autor de un cuadro en particular. He de ver quiénes compran obras de ese estilo. Después necesito nuestros archivos sobre temas mitológicos. Mierda, ha cambiado la contraseña.

—Ahora es mía.

—¿Utiliza tu contraseña?

—No. La contraseña es «mía». —Sacudió la cabeza—. La apuntó para no olvidarla…, después de haber olvidado otras dos. Y resulta que, bueno, me encontré con la nota.

—Te quiero, Tod —exclamó Malory tecleando la clave.

—¿Lo suficiente para que me cuentes de qué va esto?

—Más que lo suficiente, pero podría decirse que tengo las manos atadas al respecto. Tendría que hablar primero con un par de personas. —Trabajó rápido, localizando la lista detallada de clientes y copiándola en uno de los discos que había llevado consigo—. Te juro que no voy a usarlo para nada ilegal ni poco ético.

—Pues es una lástima.

Malory rio entre dientes. Luego abrió el bolso para enseñarle a Tod una copia de una foto digital.

—¿Reconoces este cuadro?

—Hum…, no. Pero hay algo que me suena en el estilo.

—Exactamente, algo en el estilo. No puedo ubicarlo, y eso me fastidia. He visto la obra de este artista antes, algo parecido. —Cuando hubo copiado el archivo, pasó a otro e insertó un nuevo disco—. Si lo recuerdas, llámame. De día o de noche.

—Suena urgente.

—Si no estoy teniendo un episodio psicótico, podría serlo.

—¿Tiene alguna relación con M. F. Hennessy? ¿Estás trabajando en algún artículo para el periódico?

Malory lo miró con los ojos desorbitados.

—¿A qué viene eso?

—Te vieron cenando con él el otro día. Lo oigo todo —añadió.

—No tiene nada que ver con él, no directamente. Y no, no estoy escribiendo un artículo. ¿Conoces a Flynn?

—Solo en sueños. Está muy bueno.

—Bien… Creo que podría acabar saliendo con él. No iba a hacerlo, pero eso es lo que parece.

—¿Morreo?

—Unos cuantos.

—¿Clasificación?

—En lo alto de la escala.

—¿Sexo?

—Casi, pero al final no perdimos la cabeza.

—¡Qué pena!

—Además, es divertido, interesante y tierno. Bastante mandón, pero de un modo tan hábil que apenas lo notas hasta que te encuentras donde él quería. Inteligente, y creo que tenaz.

—Suena perfecto. ¿Puedo tenerlo?

—Lo siento, amigo, pero quizá me quede con él. —Extrajo el disco y luego cerró cuidadosamente los documentos y apagó el ordenador—. Misión cumplida, y sin víctimas. Gracias, Tod. —Le echó los brazos al cuello y le dio un enorme y sonoro beso—. Tengo que ponerme a trabajar con esto.

Se puso manos a la obra en su apartamento: examinó sistemáticamente los datos, buscó referencias cruzadas y descartó, hasta que obtuvo un listado con el que poder trabajar. Antes de salir hacia la casa de Flynn, ya había separado el polvo de la paja del setenta por ciento de la lista de clientes de La Galería.

Cuando llegó Dana ya estaba allí.

—¿Has cenado, Malory?

—No. —Miró a su alrededor con cautela, en busca de Moe—. Me he olvidado.

—Bien. Hemos encargado pizza. Flynn y Moe están dando una vuelta. ¿Te importa que le haya contado tu sueño?

—No. Parece que lo hemos metido en esto.

—Vale. Pasa y ponte cómoda. Tomaremos un poco de vino.

Apenas se habían sentado cuando apareció Zoe, con Simon a la zaga.

—Espero que no haya ningún problema. No he podido encontrar una canguro.

—No necesito una canguro —afirmó Simon.

—Yo sí. —Zoe le rodeó el cuello con un brazo—. Ha traído sus deberes, así que, si hay algún rincón libre, cojo los grilletes y…

Dana le guiñó un ojo al niño.

—Usaremos el calabozo. ¿Podemos torturarlo y después darle pizza?

—Ya hemos… —empezó Zoe.

—Podría comer pizza —la interrumpió Simon. De pronto soltó un chillido cuando Moe irrumpió por la puerta trasera—. ¡Guau! ¡Qué pedazo de perro!

—Simon, no…

Pero el chaval y el perro ya se habían abalanzado el uno sobre el otro, atrapados en medio de un amor mutuo a primera vista.

—Eh, Flynn, mira lo que nos ha traído Zoe. Tenemos que ocuparnos de que haga sus deberes.

—Siempre he querido hacer eso con alguien. Tú debes de ser Simon.

—Uf, este perro es fantástico, señor.

—El perro se llama Moe, y yo, Flynn. Zoe, ¿te parece que Simon se lleve a Moe al jardín trasero para que puedan corretear un rato como locos?

—De acuerdo. Veinte minutos, Simon, y luego te dedicas a los libros.

—¡Genial!

—Ahí fuera —le dijo Flynn— hay una pelota con marcas de dientes y cubierta de babas. A Moe le gusta que se la lancen y atraparla una y otra vez.

—¡Qué gracioso! —concluyó Simon—. ¡Vamos, Moe!

—Pizza —anunció Dana cuando sonó el timbre de la puerta—. ¿Quieres llamar a Simon, Zoe?

—No, está bien así. Acaba de comerse tres platos de espaguetis.

—Flynn, sé un hombre y paga la pizza.

—¿Por qué siempre tengo que ser el hombre? —Al fijarse en Malory, sonrió—. Oh, claro. Esa es la razón.

Dana se sentó con un cuaderno nuevo en el regazo.

—Seamos organizadas, la bibliotecaria que hay en mí lo reclama. Zoe, sírvete un poco de vino. Podemos empezar por contarnos lo que hemos descubierto, o pensado, o especulado, desde la última vez que nos reunimos.

—Yo no he descubierto gran cosa. —Zoe sacó una carpeta de su bolso de lona—. Pero he pasado a limpio todas mis notas.

—Ah, eres una buena chica. —Encantada, Dana cogió la carpeta. Luego saltó sobre la primera caja de pizza cuando Flynn depositó dos en la mesita del centro—. Estoy muerta de hambre.

—Qué novedad. —Él se sentó en el sofá al lado de Malory, le giró la cara con una mano y le dio un beso largo y firme—. Hola.

—Eh, ¿yo no me merezco uno de esos? —Ante la pregunta de Zoe, Flynn se volvió y se inclinó sobre ella, que se echó a reír y lo apartó con un empujoncito—. Creo que me conformaré con el vino.

—Si Flynn ya ha acabado de besar chicas… —empezó Dana.

—Eso no ocurrirá mientras siga respirando.

—Cálmate —ordenó Dana—. Conocemos la experiencia que ha vivido Malory. Nos ha dado la narración impresa, que añadiré a la colección de notas y otros datos.

—Tengo algo más. —Ya que se encontraba delante de ella, Malory cogió una porción de pizza y la puso sobre un plato de papel—. Es una lista con los clientes de La Galería que han adquirido obras de arte con motivos clásicos o mitológicos, o que han mostrado interés por estos temas. También he emprendido una búsqueda de estilos similares, pero eso llevará algún tiempo. Mañana pienso empezar a hacer llamadas telefónicas para informarme.

—Podría ayudarte —se ofreció Zoe—. Estaba pensando que quizá podríamos buscar cuadros que incluyan entre sus elementos una llave como tema.

—Buena idea —aprobó Malory, y cortó un trozo del rollo de papel de cocina que estaban usando como servilleta.

—Mañana tengo algunas citas, pero trabajaré entre una y otra.

—Yo he estado trabajando en la pista que nos entregaron. —Dana cogió su copa de vino—. Me preguntaba si deberíamos tomar alguna de las frases clave e indagar si hay lugares con esos nombres. Por ejemplo, «La Diosa Cantora». No he encontrado nada llamado así, pero podría existir una tienda, un restaurante o un local con ese nombre.

—No está mal —dijo Flynn, y se sirvió otra ración de pizza.

—Tengo algo más. —Dana cogió también otra porción y apuró el vino que quedaba en su copa—. He puesto en algunos buscadores de Internet los nombres que Malory ha oído en su…, en su sueño. «Niniane» aparece unas cuantas veces. Algunas leyendas la describen como la hechicera que encantó al Merlín del rey Arturo y lo encerró en una cueva de cristal; en otras es la madre de Merlín. Pero cuando he escrito los tres nombres juntos he dado con una página web esotérica que se ocupa del culto a diosas. Incluye una versión de Las Hijas de Cristal…, y las llama con esos nombres.

—O sea, que eran sus nombres. No puedes creer que sea una coincidencia que yo haya soñado con ellos y tú los encuentres hoy.

—No —respondió Dana precavida—, pero ¿no es posible que entraras en la misma página y se te quedaran grabados en la cabeza?

—No, los habría apuntado. Me acordaría. No los había oído antes del sueño.

—Vale. —Flynn le dio una palmadita en la rodilla—. Lo primero, os diré que no he hallado ningún registro de empresas de mudanzas o de transportes que hayan hecho ningún servicio al Risco del Guerrero, ni ninguna compañía que haya traído mobiliario para un cliente con el nombre de Tríada.

—Tienen que haber llevado todos esos objetos hasta la mansión de algún modo —protestó Dana—. No los habrán materializado a golpe de varita mágica.

—Solo expongo los hechos. La agencia inmobiliaria tampoco se encargó de gestionar el contrato con ellos. En este punto no he encontrado nada que relacione a Pitte y Rowena con el Risco. No estoy diciendo que no lo haya —se apresuró a añadir antes de que Dana saltara—, solo digo que no he encontrado nada a través de las fuentes lógicas.

—Supongo que tendremos que buscar en las ilógicas —apuntó Zoe.

Flynn se giró para dedicarle una radiante sonrisa.

—Así me gusta. Pero aún me queda más de un paso lógico por dar. ¿A quién conozco que coleccione arte con seriedad? ¿Alguien a quien podría utilizar como fuente de información? Los Vane. Así que he pegado un telefonazo a mi viejo amigo Brad, y resulta que va a volver dentro de un par de días.

—¿Brad vuelve al valle? —preguntó Dana.

—Va a ocuparse de la oficina central de Reyes de Casa. Brad tiene la pasión de los Vane por el arte. Le he descrito el cuadro; bueno, he empezado a hacerlo. Cuando aún estaba lejos de terminar, él me ha dicho el título: Las Hijas de Cristal.

—No, no puede ser. Yo habría oído hablar de él. —Malory se levantó de golpe y se puso a caminar por el salón—. ¿Quién es el autor?

—Nadie parece estar seguro.

—Eso es imposible —continuó—. Un talento tan grande como ese… Yo habría oído hablar de él. Habría visto más obras de ese pintor.

—Quizá no. Según Brad, nadie parece saber mucho sobre el artista. Las Hijas de Cristal fue visto por última vez en una colección privada de Londres, donde, según dicen todos los informes, fue destruido durante un bombardeo alemán en la Segunda Guerra Mundial. En 1942.