Dana se tomó su primera taza de café desnuda en medio de su minúscula cocina, con los ojos cerrados y el cerebro desconectado. Apuró el líquido, caliente, negro y fuerte, antes de soltar una especie de gemido de alivio.
Se bebió la mitad de la segunda taza de camino a la ducha.
A Dana no le importaban las mañanas, sobre todo porque nunca estaba lo bastante despierta como para oponerse a ellas. Su rutina variaba pocas veces. Sonaba el despertador, ella lo apagaba de un manotazo, salía a rastras de la cama e iba dando tumbos a la cocina, donde la cafetera automática ya tenía preparada la primera jarra de café.
Una taza y media después se le había aclarado lo suficiente la vista para darse una ducha. Cuando terminó de ducharse, sus circuitos se habían encendido y puesto en funcionamiento, y ella estaba demasiado despierta para enfurruñarse por estar despierta. Se terminaba la segunda taza de café y escuchaba el noticiario de la mañana mientras se vestía.
Con un bagel tostado y la tercera taza de café, se sentó a disfrutar de su actual libro para los desayunos.
No había pasado más que dos páginas cuando una llamada a la puerta interrumpió su ritual más sagrado.
—Mierda.
Dana marcaba su territorio. Su irritación disminuyó un poco cuando abrió y se encontró con Malory.
—Vaya, si es la chica radiante y madrugadora.
—Lo siento. Como me dijiste que hoy ibas a trabajar, pensaba que ya estarías levantada y en marcha.
—Levantada sí.
Se recostó en la jamba de la puerta un instante y observó los diminutos cuadros verdes de la suave camisa de algodón de Malory, que hacían juego exactamente con el color de sus pantalones con pinzas. Igual que sus zapatos gris tórtola eran del mismo tono y material que el bolso.
—¿Siempre vas vestida así? —preguntó Dana maravillada.
—¿Así cómo?
—Perfecta.
Con una breve carcajada, Malory se miró el atuendo.
—Me temo que sí. Es una obsesión.
—Te queda muy bien, además. Lo más seguro es que acabe odiándote por eso. Entra, de todos modos.
La habitación era una biblioteca compacta e informal. Había libros ordenados o amontonados en las estanterías que ocupaban dos de las paredes del suelo al techo, colocados en mesas como si fuesen adornos, alineados por el suelo como soldados en un desfile. A Malory le causaron una gran impresión, no por ser fuentes de conocimiento o diversión, ni siquiera por contener historias o información. Eran color y textura, como parte de un proyecto de decoración azaroso pero de algún modo intrincado.
La habitación tenía forma de L. La zona más corta alardeaba de alojar más libros aún, además de una mesita en la que estaba el desayuno a medias de Dana.
Con las manos en las caderas, Dana observó cómo Malory examinaba su espacio. Había visto antes esa reacción.
—No —se adelantó—, no los he leído todos, pero lo haré. Y no, no sé cuántos tengo. ¿Quieres una taza de café?
—Déjame preguntarte solo una cosa: ¿alguna vez utilizas el servicio de préstamo de la biblioteca?
—Claro, pero necesito poseerlos. Si no tengo veinte o treinta libros esperando que los lea, empieza a entrarme el mono. Esa es mi obsesión.
—Vale. Pasaré del café. Ya me he tomado uno, con dos me pongo nerviosa.
—Yo necesito dos para poder componer una frase entera. ¿Un bagel?
—No, pero tú sigue. Quería pillarte antes de que te fueras a trabajar para ponerte al día.
—Desembucha. —Señaló la segunda silla que había junto a la mesa y se sentó para acabarse el desayuno.
—Voy a volver al Risco del Guerrero hoy por la mañana. Con Flynn.
Dana frunció los labios.
—Me imaginaba que se entrometería. Y que trataría de ligar contigo.
—¿Alguna de esas dos cosas te supone un problema?
—No. Flynn es más listo de lo que parece. Esa es una de las razones por las que logra que la gente se confíe a él. Si no hubiera metido las narices en esto, yo lo habría acosado hasta conseguir que nos echara una mano. Y en lo de querer ligar contigo, tendría que haber supuesto que iría a por ti o a por Zoe. A Flynn le encantan las mujeres, y a ellas les encanta él.
Malory pensó en la forma en que Flynn se le había acercado en su cocina, y en la forma en que ella se había plegado gustosamente a sus avances.
—Hay una química innegable entre nosotros, pero aún no he decidido si Flynn me gusta o no.
Dana mordió el bagel.
—También podrías darte por vencida. Él acabará agotándote, algo en lo que también es buenísimo. Es como un maldito collie border.
—¿Perdona?
—¿Sabes cómo agrupan esos perros a las ovejas? —Usó su mano libre para trazar zigzags a derecha e izquierda—. ¿Cómo las conducen, dando vueltas a su alrededor hasta que las ovejas terminan yendo a donde el collie quiere que vayan? Ese es Flynn. Tú pensarás: «No; yo quiero ir ahí», y él estará pensando: «Es mejor qué vayas allá». Así que al final te verás allá antes de reparar en que te han pastoreado. —Se lamió del dedo el queso de untar—. El colmo de todo eso es que cuando te encuentras allá casi siempre resulta que es el mejor sitio para ti. Flynn sigue vivo porque nunca dice: «Ya te lo dije».
Malory reflexionó. Había ido a cenar con él. Lo había besado…, dos veces si había que ser rigurosa. Y Flynn no solo iba a acompañarla al Risco del Guerrero, sino que la llevaba en su propio coche. ¡Hum!
—No me gusta que me dirijan.
La expresión de Dana combinaba lástima y regocijo.
—Bien, ya veremos cómo va: —Se levantó y recogió la mesa—. ¿Qué esperas obtener de Pitte y Rowena?
—De ellos no mucho. Voy por el cuadro.
Malory siguió a Dana hasta la pequeña cocina. No le sorprendió encontrar también allí libros apilados en una alacena abierta, donde una cocinera corriente tendría almacenados productos alimenticios básicos.
—El cuadro es importante de algún modo —continuó, mientras Dana lavaba los platos—. Qué dice y quién lo dijo.
Pasó luego a relatarle el resto de la leyenda tal como se la había contado Flynn en la cena.
—Así que han asumido los papeles de la maestra y el guerrero.
—Esa es la teoría —confirmó Malory—. Me interesa cómo reaccionarán cuando lo mencione. Y puedo usar a Flynn para que los distraiga el tiempo suficiente mientras yo echo otro vistazo al cuadro y tomo unas cuantas fotografías. Eso podría llevarme a otras pinturas con temas similares. Quizá sea útil.
—Yo haré una búsqueda sobre arte mitológico hoy por la mañana. —Dana miró su reloj—. He de irme. Las tres deberíamos reunirnos para hablar de esto tan pronto como podamos.
—A ver qué conseguimos hoy.
Salieron juntas, y Malory se detuvo en la acera.
—Dana, ¿hacer todo esto es una locura?
—Desde luego que sí. Llámame cuando vuelvas del Risco.
Era mucho más placentero, aunque menos «estético», conducir bajo el sol de la mañana. Como copiloto, Malory podía permitirse contemplar el paisaje y preguntarse cómo sería vivir en lo alto de la montaña, donde el cielo parecía al alcance de la mano y el mundo se extendía a los pies como un cuadro.
Imaginó que sería una vista adecuada para los dioses. Majestuosa y dramática. No dudaba de que Rowena y Pitte habían elegido la casa por lo poderosa que resultaba, además de por la intimidad que proporcionaba.
Dentro de pocas semanas, cuando las colinas elegantemente onduladas sintieran el frío del otoño, sus colores atraparían la mirada y quitarían la respiración.
Por la mañana habría niebla suspendida entre las montañas, deslizándose en sus pliegues y huecos, formando estanques resplandecientes hasta que el sol la disolviera.
La mansión continuaría allí, negra como la medianoche, con sus extravagantes líneas grabadas contra el cielo. Protegiendo el valle. O vigilándolo. Malory se preguntó qué habría visto la casa año tras año a través de las décadas. ¿Qué cosas sabría? Eso le provocó un escalofrío, un sentido del miedo repentino y agudo.
—¿Tienes frío, Mal?
Ella negó con la cabeza y bajó el cristal de su ventanilla. De pronto le parecía que el coche estaba caliente y cargado.
—No. Estaba metiéndome miedo a mí misma. Eso es todo.
—Si no quieres que hagamos esto ahora…
—Quiero hacerlo. No me asusta esa pareja de ricos excéntricos. En realidad me gustan. Y deseo ver de nuevo el cuadro. No puedo dejar de pensar en él. Sea cual sea la dirección que tome mi cerebro, siempre acaba regresando al cuadro. —Miró por la ventanilla hacia los bosques densos y frondosos—. ¿Tú vivirías aquí arriba?
—No.
Intrigada, Malory se volvió hacia Flynn.
—Has contestado muy rápido.
—Soy un animal social. Me gusta tener gente alrededor. Quizá a Moe le gustase. —Miró por el retrovisor para ver a Moe, que iba con la nariz metida en la estrecha abertura de la ventanilla, con las blandas orejas al viento.
—Aún no puedo creer que te hayas traído al perro.
—Le encanta viajar en coche.
Malory se giró y observó la expresión de Moe, que era de absoluta felicidad.
—Es evidente. ¿Te has planteado darle unos tijeretazos para que el pelo no le tape los ojos?
—No digas «tijeretazo». —Flynn hizo un gesto de dolor cuando ella pronunció esa palabra—. Aún no hemos superado el tema de la castración.
Redujo la velocidad mientras avanzaban junto al muro que rodeaba la propiedad. Luego se detuvo para examinar los dos guerreros idénticos que flanqueaban la verja de hierro.
—No parecen muy amistosos. Acampé aquí un par de veces con unos amigos cuando iba al instituto. Entonces la mansión estaba vacía, así que saltábamos la valla.
—¿Entrasteis en la casa?
—Una caja de seis cervezas no proporciona el coraje suficiente para eso, pero nos ayudaba a alucinar. Jordan aseguró haber visto a una mujer paseando por el parapeto, o como quieras llamarlo. Y juró que era cierto. Más tarde escribió una novela al respecto, así que supongo que vio algo. Jordan Hawke —añadió—, quizá hayas oído hablar de él.
—¿Jordan Hawke escribió un libro sobre el Risco del Guerrero?
—Se llamaba…
—El vigía fantasma. Lo he leído. —Mientras un hormigueo de fascinación le subía por la columna vertebral, se quedó mirando a través de los barrotes de la verja—. Claro. Lo describía perfectamente, pero es que es un escritor fabuloso. —Se volvió hacia Flynn, recelosa—. ¿Tú eres amigo de Jordan Hawke?
—Desde que éramos niños. Él creció en el valle. Tendríamos dieciséis años, Jordan, Brad y yo, cuando bebíamos cerveza en el bosque mientras aplastábamos mosquitos del tamaño de gorriones y contábamos mentiras muy imaginativas sobre nuestras proezas sexuales.
—Es ilegal beber a los dieciséis —dijo Malory remilgadamente.
Flynn se removió en su asiento, e incluso a través de los cristales oscuros de sus gafas de sol Malory pudo ver la risa que bailaba en sus ojos.
—¿De verdad? ¿En qué estaríamos pensando? De todos modos, diez años después Jordan publicó su primer best seller, Brad estaba fuera dirigiendo el imperio familiar, es decir, la empresa maderera y la cadena de establecimientos Reyes de Casa, como que es Bradley Charles Vane IV. Yo estaba planeando ir a Nueva York para convertirme en un célebre reportero del Times.
Malory alzó las cejas.
—¿Has trabajado para el New York Times?
—No. Nunca he ido allí. Entre una cosa y otra… —respondió encogiéndose de hombros—. Veamos qué puedo hacer para cruzar esta verja.
Cuando había empezado a bajar del coche, la puerta de hierro se abrió con una especie de silencio de otro mundo, ante lo que Flynn sintió una corriente de frío en la nuca.
—Deben de mantenerla muy bien engrasada —murmuró—. Y supongo que alguien sabe que estamos aquí fuera.
Se acomodó de nuevo detrás del volante y avanzaron por el sendero de acceso.
La casa resultaba tan extraña, impactante y asombrosa a la luz del día como en una noche de tormenta. Esta vez no había un espléndido ciervo para recibirlos, pero en lo alto ondeaba el estandarte blanco con el emblema de la llave, y abajo había cascadas de flores. Las gárgolas seguían aferradas a las paredes, y a Malory se le antojó que parecían estar considerando saltar sobre cualquier visitante, y no en broma.
—Nunca había estado tan cerca a la luz del día. —Flynn salió despacio del coche.
—Es escalofriante.
—Sí, pero de un modo bueno. Es tremendo, como lo que esperas ver en lo alto de un acantilado sobre un mar embravecido. Es una lástima que no haya foso. Ese sería el remate perfecto.
—Pues aguarda a ver el interior. —Malory fue detrás de Flynn y no opuso ninguna resistencia cuando él la cogió de la mano. El cosquilleo que notaba al fondo de la garganta hacía que se sintiera insensata y femenina—. No sé por qué estoy tan nerviosa.
Advirtió que estaba susurrando, y dio un tirón involuntario a la mano de Flynn cuando la puerta principal se abrió.
Rowena apareció enmarcada en el altísimo umbral, iba vestida con unos sencillos pantalones grises y una camisa holgada del color del bosque. El pelo le caía sobre los hombros y llevaba los labios sin pintar y los pies descalzos. Pero por muy informal que fuese su atuendo, ella seguía pareciendo exótica, como una reina extranjera en unas vacaciones de relax.
Malory advirtió un brillo de diamantes en sus orejas.
—¡Qué delicia! —Rowena tendió una mano en la que unos anillos relucían elegantemente—. ¡Qué agradable volver a verte, Malory! Y me has traído una sorpresa muy atractiva.
—Este es Flynn Hennessy, el hermano de Dana.
—Bienvenido. Pitte vendrá enseguida, en cuanto acabe de hablar por teléfono.
Los invitó a pasar con un gesto. Flynn tuvo que hacer un esfuerzo para no quedarse embobado mirando el vestíbulo, y dijo:
—Este no parece el tipo de lugar en que encuentras teléfonos.
Rowena rio bajito entre dientes; casi sonó como un ronroneo.
—Disfrutamos de los avances de la tecnología. Vamos, tomaremos un té.
—No queremos ser una molestia —empezó Malory, pero Rowena la detuvo con un ademán.
—Los invitados nunca son una molestia.
—¿Cómo conocieron el Risco del Guerrero, señorita…?
—Rowena. —Deslizó suavemente un brazo alrededor del de Flynn mientras los conducía al salón—. Debes llamarme Rowena. Pitte siempre está atento a posibles lugares interesantes.
—¿Viajáis mucho?
—Sí, mucho.
—¿Por trabajo o por placer?
—Sin placer, trabajar carece de sentido. —Juguetona, deslizó un dedo por el brazo de Flynn—. ¿Nos sentamos? Ah, aquí está el té.
Malory reconoció a la criada de su primera visita. La mujer entró con el carrito del té en silencio y se marchó del mismo modo.
—¿Y a qué os dedicáis? —inquirió Flynn.
—Oh, hacemos un poco de esto y aquello, y algo de lo otro. ¿Leche? —le preguntó a Malory mientras servía—. ¿Miel, limón?
—Un poco de limón, gracias. Tengo muchas preguntas.
—Estoy segura de eso, al igual que tu atractivo amigo. ¿Cómo te gusta el té, Flynn?
—Solo.
—Muy americano. ¿Y a qué te dedicas tú?
Él tomó la delicada taza que ella le ofrecía. De repente, su mirada era directa y muy fría.
—Estoy convencido de que ya conoces la respuesta. No sacasteis el nombre de mi hermana de un sombrero. Sabéis todo lo que necesitáis saber de ella, y eso me incluye a mí.
—Sí. —Rowena añadió leche y miel a su propio té. Más que ofendida o disgustada, parecía complacida—. El negocio del periódico debe de ser muy interesante. Mucha información que recopilar y propagar después. Imagino que se requiere inteligencia para hacer bien ambas cosas. Ah, aquí está Pitte.
A Flynn le dio la impresión de que entraba en la sala como un general: midiendo el campo, calibrando el terreno, planeando la aproximación. Por muy cordial que fuera su sonrisa, estaba seguro de que tras ella se escondía un soldado de acero.
—Señorita Price, es un placer verla de nuevo.
Le cogió la mano y se la llevó hasta un centímetro de los labios, en un gesto que resultó demasiado fluido para no ser natural.
—Gracias por recibirnos. Este es Flynn…
—Sí, el señor Hennessy. —Pitte inclinó la cabeza—. ¿Cómo está usted?
—Bastante bien.
—Nuestros amigos tienen preguntas e inquietudes —le dijo Rowena a Pitte mientras le pasaba una taza de té que ya le había preparado.
—Naturalmente. —Pitte se sentó—. Ustedes se estarán preguntando si somos unos…
Se giró hacia Rowena con una mirada curiosa y tierna.
—… lunáticos —acabó ella, y luego alzó una bandeja—. ¿Bollitos?
—Ah, sí, lunáticos. —Se sirvió un bollito y una buena dosis de una espesa crema—. Puedo asegurarles que no lo somos, pero de todas formas diría lo mismo si lo fuéramos, así que eso no les sirve de gran ayuda. Dígame, señorita Price, ¿está cambiando de opinión respecto a lo que acordamos?
—Acepté su dinero y di mi palabra.
La expresión de Pitte se suavizó, muy levemente.
—Sí, pero para algunas personas eso supondría muy poco.
—Para mí lo supone todo.
—Eso podría cambiar —intervino Flynn—, depende de cuál sea la procedencia del dinero.
—¿Estás insinuando que somos delincuentes? —El cambio de humor se reveló en el rubor que acababa de barrer la blancura de los pómulos de Rowena—. Venir a nuestra casa y acusarnos de ser ladrones demuestra una considerable falta de cortesía.
—Los periodistas no se distinguen por su cortesía, y tampoco los hermanos que cuidan de sus hermanas.
Pitte, en una lengua extranjera, dijo a Rowena algo en voz baja y le rozó el dorso de la mano con sus largos dedos, del mismo modo en que un hombre intentaría calmar a un gato que estuviera a punto de bufar y arañar.
—Entendido. Resulta que yo tengo cierta destreza en asuntos monetarios. Nuestro dinero tiene un origen perfectamente legal. No somos lunáticos ni delincuentes.
—¿Quiénes sois? —preguntó Malory antes de que Flynn pudiese hablar de nuevo—. ¿De dónde venís?
—¿Qué piensa usted? —la desafió Pitte.
—No lo sé. Pero diría que creéis representar a la maestra y al guerrero que fallaron como protectores de Las Hijas de Cristal.
Una de las cejas de Pitte se arqueó un poco.
—Ha averiguado algo desde que estuvo aquí. ¿Averiguará más?
—Eso pretendo. ¿Podríais ayudarme?
—No somos libres de ayudarla de esa manera. Pero le diré esto: no solo eran la maestra y el guardián de aquellas jóvenes, sino también sus compañeros y amigos, lo que los vuelve más responsables.
—No es más que una leyenda.
Pitte se recostó y la intensidad de sus ojos disminuyó un poco.
—Debe de serlo, pues tales cosas están más allá de los límites de su mente y las fronteras de su mundo, señorita Price. Aun así, puedo prometerle que las llaves existen.
—¿Dónde está la Urna de las Almas? —le preguntó Flynn.
—A buen recaudo.
—¿Podría ver de nuevo el cuadro? —Malory se giró hacia Rowena—. Me gustaría que Flynn lo viese también.
—Por supuesto.
Se puso en pie y los guio hasta la sala en que dominaba el retrato de Las Hijas de Cristal. Malory oyó cómo Flynn contenía el aliento, y después los dos se aproximaron más.
—Aún es más espléndido de lo que recordaba. ¿Puedes decirme quién lo pintó?
—Alguien —respondió Rowena en voz baja—. Alguien que conocía el amor y el dolor.
—Alguien que conoce a Malory. Y a mi hermana y a Zoe McCourt.
Rowena dejó escapar un suspiro.
—Eres escéptico Flynn, y también desconfiado. Pero como te has adjudicado el papel del protector, te lo perdonaré. Nosotros no deseamos ningún mal a Malory, Dana y Zoe. Eso puedo jurártelo.
Flynn se giró, concentrado en lo que no había dicho Rowena.
—¿Pero hay alguien que sí?
—La vida es una tómbola —dijo Rowena sin más—. Se os está enfriando el té.
Se volvió hacia la puerta en el instante en que aparecía Pitte.
—Parece que ahí fuera hay una especie de perro muy grande y triste.
El genio y las palabras cortantes no habían alterado a Flynn lo más mínimo, pero esa simple frase hizo que se estremeciera.
—Es mío.
—¿Tienes un perro? —El cambio en el tono de Rowena era casi infantil. Todo en ella parecía haberse vuelto ligero y brillante mientras agarraba la mano de Flynn llena de entusiasmo.
—Así es como él lo llama —dijo Malory para el cuello de su camisa.
Flynn se limitó a lanzarle una mirada dolorida antes de dirigirse a Rowena.
—¿Te gustan los perros?
—Sí, muchísimo. ¿Puedo verlo?
—Por supuesto.
—Ah, mientras tú les presentas a Moe, por su cuenta y riesgo, ¿podría refrescarme? —Con fingida naturalidad, Malory señaló hacia el tocador—. Recuerdo dónde está.
—Claro. —Por primera vez desde que la conocía, Rowena parecía distraída. Ya tenía una mano sobre el brazo de Flynn mientras se encaminaban al vestíbulo—. ¿De qué raza es?
—Eso es discutible.
Malory se metió en el tocador y contó hasta cinco lentamente. Con el corazón desbocado, abrió un poco la puerta y miró por el resquicio de un lado al otro del corredor. Luego, moviéndose con rapidez, regresó a donde se hallaba el cuadro sacando una pequeña cámara digital del bolso mientras corría.
Tomó media docena de fotos de cuerpo entero y luego unas cuantas de detalles menores. Mirando por encima del hombro con sentimiento de culpabilidad, se guardó la cámara en el bolso y sacó las gafas, una bolsa de plástico y una pequeña espátula. Con un zumbido en los oídos, se subió al borde de la chimenea y, con cuidado y mucha delicadeza, tomó unas muestras de pintura.
Todo el proceso duró menos de tres minutos, pero Malory tenía las palmas de las manos sudadas y las piernas temblorosas y flojas cuando acabó. Empleó otro momento en recomponerse y luego salió —con lo que esperaba que fuera una actitud despreocupada— de la habitación y de la casa.
En cuanto puso un pie en el exterior, se quedó de piedra. La regia y majestuosa Rowena estaba sentada en el suelo con una montaña en forma de perro despatarrada en su regazo. Y se reía de una forma tonta.
—¡Oh, es maravilloso! ¡Qué amor de perrazo! Eres un chico buenísimo. —Inclinó el rostro y lo restregó contra el pelaje de Moe, cuya cola golpeaba como un martillo neumático—. Qué chico tan adorable y guapo. —Miró a Flynn con una sonrisa radiante—. ¿Te encontró él a ti o lo encontraste tú a él?
—Fue más o menos recíproco. —Un amante de los perros reconocía a otro. Metiéndose los pulgares en los bolsillos, paseó la vista por las enormes extensiones de césped y las zonas de árboles—. Este es un sitio muy grande, con mucho espacio para correr. Podrías tener un montón de perros.
—Sí, bueno…
Rowena bajó de nuevo la cabeza para rascar la barriga de Moe.
—Viajamos mucho. —Pitte puso una mano sobre el cabello de Rowena y lo acarició.
—¿Cuánto planean quedarse aquí?
—Cuando hayan pasado tres meses, nos marcharemos.
—¿Adónde?
—Eso depende. A ghra.
—Sí, sí. —Rowena hizo unos cuantos arrumacos más a Moe y luego dejó escapar un suspiro nostálgico—. Eres muy afortunado al tener un bien como este en tu vida. Espero que sepas apreciarlo en lo que vale.
—Así es.
—Sí, ya lo veo. Puedes ser escéptico y desconfiado, pero un perro como este reconoce un buen corazón.
—Sí —coincidió Flynn—. Yo también lo creo.
—Espero que lo traigas si vuelves a visitarnos. Puede correr por aquí. Adiós, Moe.
Moe se sentó y alzó una enorme pata con una dignidad poco habitual en él.
—¡Guau!, eso es nuevo. —Flynn parpadeó mientras Moe permitía educadamente que Rowena le chocara la pata—. ¡Eh, Mal! ¿Has visto…?
Al oír ese nombre, la cabeza de Moe se giró y enseguida estuvo corriendo a toda pastilla en dirección a Malory, en cuya garganta se formó un aullido mientras se preparaba para la embestida.
Rowena exclamó una sola palabra indescifrable en un tono pausado y enérgico. Moe se detuvo a unos centímetros de Malory y se sentó de golpe. Y una vez más levantó la pata.
—Bueno… —Malory soltó el aire que había estado reteniendo—. Eso está mucho mejor. —Se agachó para chocar atentamente la pata que el perro le ofrecía—. Bien por ti, Moe.
—¿Cómo diablos has hecho eso? —quiso saber Flynn.
—Tengo mano para los animales.
—Eso parece. ¿Qué era esa lengua? ¿Gaélico?
—Hum…
—Es curioso que Moe entienda una orden en gaélico cuando en general pasa de ellas en simple inglés.
—Los perros entienden más que las palabras. —Tendió la mano a Flynn—. Espero que volváis. Disfrutamos de tener compañía.
—Gracias por vuestro tiempo. —Malory se encaminó al coche con Moe trotando feliz tras ella. En cuanto estuvo sentada dejó el bolso en el suelo, como ocultando un secreto comprometedor.
Rowena rio, pero el sonido se tornó un poco lloroso cuando Moe pegó la cara al cristal de la ventanilla trasera. Alzó la mano para despedirse y se apoyó en Pitte cuando Flynn puso en marcha el coche y se alejó.
—Tengo una auténtica esperanza —murmuró Rowena—. No recuerdo cuándo fue la última vez que tuve una auténtica esperanza. Yo… Eso me asusta. La verdad es que me asusta sentirme así.
Pitte la rodeó con un brazo y la estrechó contra sí.
—No llores, corazón mío.
—Es ridículo —se enjugó una lágrima—, llorar por el perro de un desconocido. Cuando volvamos a casa…
Pitte se giró y le tomó el rostro entre las manos. Su tono fue delicado, aunque algo apremiante.
—Cuando volvamos a casa, tendrás un centenar de perros. Un millar.
—Con uno bastará.
Se puso de puntillas para rozarle los labios con los suyos.
En el coche, Malory soltó un suspiro larguísimo.
—Imagino que ese sonido de alivio significa que has podido hacer las fotos.
—Así es. Me siento como una ladrona de arte internacional. Supongo que tengo que darle sus puntos a Moe por haber sido la principal distracción. Bueno, dime qué opinas de esos dos.
—Tienen mucha labia, son inteligentes y están llenos de secretos. Pero no parecen unos chalados. Están acostumbrados al dinero…, dinero de verdad; a tomar té en tazas de anticuario servido por una criada. Son cultos e instruidos, y en ese sentido un poco esnobs. La casa está llena de objetos, objetos lujosos. Solo llevan unas semanas aquí, de modo que no han amueblado todas esas habitaciones con establecimientos de la zona. Lo han traído todo. Yo debería poder seguirle la pista a eso. —Frunciendo el entrecejo, tamborileó con los dedos en el volante—. Rowena ha perdido los papeles con Moe.
—¿Qué?
—Se ha fundido como un muñeco de nieve nada más verlo. Es decir, Moe tiene mucho encanto, pero ella se ha derretido. En la casa me ha dado la impresión de ser una mujer segura de sí misma, reservada y distante. La clase de mujer que es sexy porque sabe que tiene el control: caminando por Madison Avenue con un bolso de Prada en el brazo o dirigiendo la reunión de una junta directiva en Los Angeles. Poder, dinero, cerebro y aspecto, todo envuelto en sexo.
—Ya, has pensado que era sexy.
—En el último vistazo, he tenido un impulso muy…, sí. Pero deberías haber visto su cara cuando Moe ha saltado del coche. Todo ese barniz, ese lustre, se ha evaporado. Se ha iluminado como la mañana del día de Navidad.
—O sea, que le gustan los perros.
—No, había algo más. No se trataba de esas carantoñas que algunas mujeres hacen a los perros. Se ha tirado al suelo, ha rodado por el césped y se ha partido de risa. Entonces, ¿por qué no tiene uno?
—Quizá Pitte no quiera.
Flynn sacudió la cabeza.
—Vamos, tú eres más observadora. Ese tipo se abriría las venas si ella se lo pidiera. Hay algo extraño en el modo en que Rowena ha logrado que Moe le diera la pata. Hay algo extraño en todo esto.
—No te lo discutiré. Voy a concentrarme en el cuadro, al menos hasta que a alguno de nosotros se le ocurra una perspectiva nueva. Dejaré que tú intentes clasificar a Rowena y Pitte.
—Esta noche he de cubrir una reunión municipal. ¿Qué tal si quedamos mañana?
«Flynn dirige. Pastorea». Malory se recordó las palabras de Dana y le lanzó una mirada recelosa.
—Define «quedar».
—Ajustaré la definición a tu conveniencia.
—Tengo cuatro semanas…, ahora menos, para encontrar esa llave. Ahora mismo estoy sin trabajo y he de decidir qué voy a hacer, al menos profesionalmente, durante el resto de mi vida. Hace poco he terminado con una relación que no iba a ningún lado. Suma todo eso y verás muy claro que no tengo tiempo para quedar con un hombre o para explorar una nueva relación personal.
—Espera un minuto.
Flynn se detuvo en el arcén de la sinuosa carretera y se desabrochó el cinturón de seguridad. Se inclinó hacia Malory, la agarró por los hombros y la ladeó tanto como le permitía su cinturón mientras se abalanzaba sobre su boca.
Un cohete de calor salió disparado de la columna vertebral de Malory y le dejó su dispositivo de poscombustión en el estómago.
—Uf, le tienes cogido el tranquillo a esto, ¿eh? —dijo a duras penas cuando pudo respirar de nuevo.
—Practico tan a menudo como puedo. —Lo demostró besándola de nuevo. Más despacio esta vez, más a fondo, hasta que ella sintió que se estremecía—. Solo quería que añadieras esto a tu ecuación.
—Yo me especialicé en Arte. Las Matemáticas no eran mi fuerte. Vuelve aquí un minuto.
Lo agarró de la camisa, tiró de él y se dejó llevar. En su interior todo chisporroteaba: la sangre, los huesos y el cerebro. Débilmente, pensó que si aquello era lo que significaba «ser dirigida», podía ser flexible respecto a la dirección.
Cuando Flynn le hundió las manos en el pelo, Malory sintió un revuelo de fuerza y ansiedad que era tan potente como una droga.
—De verdad que no podemos hacer esto —le dijo, pero empezó a sacarle la camisa del pantalón, desesperada por tocar su piel.
—Lo sé, no podemos. —Buscó a tientas el botón del cinturón de seguridad de Malory—. Un minuto y paramos.
—Vale, pero antes… —Puso la mano de Flynn sobre su pecho, y gimió cuando el corazón pareció saltarle debajo de su palma.
Flynn la recostó y soltó una palabrota cuando se golpeó el codo contra el volante. Y Moe, encantado ante la perspectiva de un combate de lucha libre, metió la cabeza entre los asientos delanteros y los cubrió de húmedos besos.
—Oh, Dios. —Dividida entre la risa y la conmoción, Malory se restregó la boca—. Espero, con toda el alma, que esa fuera tu lengua.
—Yo también.
Intentando recuperar la respiración, Flynn la miró. Malory tenía el pelo alborotado de una forma muy sexy, el rostro acalorado y los labios un poco inflamados por su asalto.
Empujó la cara de Moe hacia atrás y le ordenó de forma brusca que se sentara. El perro se derrumbó en el asiento trasero y lloriqueó como si le hubiesen pegado con una porra.
—No tenía planeado ir tan deprisa.
Malory sacudió la cabeza.
—Yo no tenía planeado ir de ninguna manera, y eso que yo siempre tengo algún plan.
—Hace mucho que no probaba esto en un coche aparcado en la cuneta.
—Lo mismo digo. —Miró hacia los patéticos sonidos que llegaban de la parte de atrás—. En estas circunstancias…
—De acuerdo, mejor que no. Quiero hacer el amor contigo —la enderezó—, tocarte, sentir cómo te mueves debajo de mis manos. Eso es lo que deseo, Malory.
—Necesito pensar. Todo esto es muy complicado y he de reflexionar al respecto. —Desde luego, debía reflexionar sobre el hecho de que casi le había arrancado la ropa a Flynn en el asiento delantero de un coche aparcado en el arcén de una carretera pública, a plena luz del día—. Mi vida es un embrollo. —Esa idea la deprimió lo bastante para que se le calmase el pulso—. Sea cual sea la ecuación, he metido la pata y necesito volver a encarrilarme. No funciono bien en situaciones embrolladas. Así que reduzcamos un poco el ritmo.
Flynn colgó un dedo en la uve de la blusa de Malory.
—¿Cuánto es un poco?
—Aún no lo sé. Oh, no lo soporto —exclamó girándose de golpe e inclinándose sobre el asiento—. No llores, niño grande. —Revolvió el pelo de la cabeza de Moe—. Nadie está enfadado contigo.
—Habla por ti —gruñó Flynn.