4

Cuando entró en la habitación en pos de su perro, Flynn vio tres cosas: a su hermana, sentada en el suelo y riéndose como una loca; a una morena de facciones angulosas que, en un extremo del sofá, intentaba heroicamente desplazar a Moe, y, para su sorpresa y deleite, a la mujer en la que había estado pensando la mayor parte del día, casi enterrada bajo la mole y el malsano afecto de Moe.

—Vale, Moe, baja. Hablo en serio: ¡ya basta!

No esperaba que el perro lo escuchara. Él siempre lo intentaba, y Moe jamás escuchaba. Pero se le antojó que era lo correcto mientras lo agarraba por el tonel que tenía por barriga.

Para intentar apartar a Moe tenía que inclinarse sobre ella, aunque quizá lo hizo con cierta precipitación; sin embargo, ella seguía teniendo los ojos azules más bonitos, a pesar de que le lanzaban cuchillos.

—Hola. Me alegro de verte de nuevo.

A Malory se le tensaron los músculos de la mandíbula al apretar la boca.

—Quítamelo de encima.

—Lo estoy intentando.

—Eh, Moe —gritó Dana—. ¡Galleta!

Eso funcionó. Moe saltó por encima del cajón, atrapó la galleta que Dana sujetaba en alto y aterrizó. Habría sido un elegante aterrizaje si no hubiese resbalado unos palmos sobre el suelo desnudo.

—Es como un conjuro. —Dana alzó el brazo, Moe regresó al trote y la galleta se esfumó.

—¡Guau! Es un perro grandísimo. —Zoe se inclinó hacia delante, alargó una mano y sonrió cuando Moe se la lamió profusamente—. Y amistoso.

—Patológicamente amistoso. —Malory se sacudió el pelo de perro que se le había adherido a su antes impecable falda de lino—. Esta es la segunda vez en un mismo día que se me tira encima.

—Le gustan las chicas. —Flynn se quitó las gafas de sol y las lanzó sobre el cajón—. No me has dicho cómo te llamas.

—Oh, así que tú eres el idiota del perro. Debería haberlo supuesto. Esta es Malory Price —dijo Dana—. Y Zoe McCourt. Mi hermano, Flynn.

—¿Tú eres Michael Flynn Hennessy? —Zoe se agachó para acariciar la oreja de Moe y miró hacia Flynn por debajo del flequillo—. ¿M. F. Hennessy, de El Correo del Valle?

—Culpable.

—He leído muchos de tus artículos y nunca me salto tu columna. Me gustó la de la semana pasada sobre el telesquí propuesto para Lone Ridge y el impacto medioambiental que conllevaría.

—Gracias. —Cogió una galleta—. ¿Esto es una reunión de un club de lectura? Entonces, ¿habrá tarta y todo eso?

—No. Pero si tienes un minuto, podrías sentarte. —Dana dio unas palmadas en el suelo—. Te contaremos de qué va esto.

—Claro. —Pero se sentó en el sofá—. ¿Malory Price? De La Galería, ¿verdad?

—Ya no —respondió con una mueca.

—He estado allí un par de veces, pero no te he visto. Yo no me encargo de cubrir la sección de arte y entretenimiento. Ahora caigo en mi error.

Malory advirtió que los ojos de Flynn eran del mismo color que las paredes: verdes como un río indolente.

—Dudo que allí puedan ofrecerte algo que se complemente con tu decoración.

—Odias este sofá, ¿no es cierto?

—«Odiar» es una palabra demasiado suave.

—Es muy cómodo.

Al oír el comentario de Zoe, Flynn se volvió hacia ella y sonrió.

—Es un sofá para echarse la siesta. Cuando duermes, tienes los ojos cerrados, así que no te importa su aspecto. Mitología celta —leyó, ladeando la cabeza para ver bien los títulos de los libros esparcidos sobre el cajón—. Mitos y leyendas de los celtas. —Cogió uno y le dio vueltas entre las manos mientras observaba a su hermana—. ¿Qué es esto?

—¿Recuerdas que te dije que iba a acudir a ese cóctel que daban en el Risco del Guerrero?

El rostro de Flynn se endureció en cuanto se le borró la afable sonrisa.

—Pensaba que no ibas a ir porque te había dicho que debía de haber algo raro, ya que ninguno de aquellos a quienes pregunté había recibido la invitación.

Dana tomó su lata de Coca-Cola y lanzó a su hermano una mirada llena de interés.

—¿De verdad crees que te escucho?

—No.

—Ah, vale. Esto es lo que ocurrió.

Apenas había empezado a hablar cuando Flynn se giró y clavó sus ojos verdes en Malory.

—¿Tú recibiste una invitación?

—Sí.

—Y tú —añadió él señalando a Zoe con la cabeza—. ¿A qué te dedicas, Zoe?

—Ahora mismo soy peluquera sin trabajo, pero…

—¿Casada?

—No.

—Tú tampoco —dijo mirando a Malory de nuevo—. No llevas alianza. Ni emites vibraciones de «estoy casada». ¿Desde cuándo os conocéis?

—Flynn, para ya de joder con tus entrevistas y deja que te explique lo que sucedió.

Dana volvió a empezar, y esta vez Flynn alzó una cadera para sacarse una libreta del bolsillo trasero del pantalón. Fingiendo que no le importaba lo más mínimo lo que él hacía, Malory deslizó la vista hacia la izquierda y hacia abajo.

Descubrió que Flynn utilizaba taquigrafía, taquigrafía auténtica, y no esa versión adulterada que ella había desarrollado. Trató de descifrarla mientras Dana continuaba hablando, pero acabó sintiéndose un poco mareada.

Las Hijas de Cristal —musitó Flynn sin dejar de garabatear.

—¿Qué? —Sin pensar, Malory alargó la mano y agarró la muñeca de Flynn—. ¿Conoces esa historia?

—Una versión al menos. —Como contaba con su atención, se inclinó un poco hacia ella—. Mi abuela irlandesa me contaba muchas historias.

—¿Y cómo es que tú no la sabías? —preguntó Malory volviéndose hacia Dana.

—Porque ella no tuvo una abuela irlandesa.

—En realidad somos hermanastros —aclaró Dana—. Mi padre se casó con su madre cuando yo tenía ocho años.

—O mi madre se casó con su padre cuando yo tenía once. Es una cuestión de punto de vista. —Alzó una mano para juguetear con las puntas del pelo de Malory, y sonrió encantado cuando ella se la apartó de una palmada—. Lo siento. Es que hay tanto que resulta irresistible… El caso es que a mi abuela le gustaban los relatos, y por eso yo oí montones. Este suena como el de Las Hijas de Cristal, lo cual no explica por qué os invitaron a vosotras tres a ir al Risco del Guerrero para escuchar un cuento de hadas.

—Se supone que nosotras hemos de encontrar las llaves —intervino Zoe, mientras miraba con disimulo su reloj de pulsera.

—¿Que vosotras tenéis que encontrar las llaves que liberan las almas encerradas? Alucinante. —Se estiró para poner los pies sobre el cajón y cruzar los tobillos—. Ahora mi obligación es preguntar cómo, cuándo y por qué.

—Si cerraras el pico durante cinco minutos, te lo contaría. —Dana cogió la lata de Coca-Cola y la vació—. Malory es la primera. Tiene veintiocho días, a partir de hoy mismo, para hallar la primera llave. Cuando la consiga, será el turno de Zoe o el mío. El mismo ejercicio. Y luego le tocará a la última.

—¿Dónde está la urna? La Urna de las Almas.

Mientras Moe se separaba de ella para olfatear los dedos del pie de Malory, Dana frunció el entrecejo.

—No lo sé. Deben de tenerla ellos, Pitte y Rowena. Si no es así, las llaves les servirán de poco.

—¿Me estás diciendo que os habéis tragado toda esa historia? ¿Tú también, señorita Empapada de Realidad? ¡Y vais a pasaros las próximas semanas buscando unas llaves que abren una caja mágica que contiene las almas de tres diosas!

—Semidiosas. —Malory empujó a Moe con el pie para desanimarlo—. Y da igual lo que nosotras pensemos. Es un asunto de negocios.

—Nos han pagado veinticinco mil dólares a cada una —reveló Dana—. Como adelanto.

—¿Veinticinco mil dólares? ¡Venga!

—Han ingresado el dinero en nuestras cuentas corrientes. Lo hemos comprobado. —Olvidando la prudencia, Malory cogió una galleta. Moe apoyó inmediatamente la cabeza sobre sus rodillas—. ¿Puedes decirle a tu perro que se aparte?

—No mientras tengas una galleta. ¿Esas dos personas, a las que no conocéis, os han dado veinticinco mil dólares a cada una para que busquéis unas llaves mágicas? ¿Son dueños de grandes propiedades? ¿O de la gallina de los huevos de oro, quizá?

—El dinero es auténtico —repuso Malory con dureza.

—¿Y qué pasa si no cumplís con lo pactado? ¿Cuál es la sanción?

—Perderemos un año.

—¿Estaríais…, eh, obligadas a trabajar para ellos durante un año?

—Nos restan un año de vida. —Zoe volvió a mirar la hora. Debía irse ya.

—¿Qué año?

Zoe lo miró perpleja.

—Bueno… Yo… El último año, supongo. Cuando seamos viejas.

—O este —replicó él, y se puso en pie—. O el que viene. O el de diez años atrás si se trata de ser absurdos, como ya estamos siéndolo de sobra.

—No, eso es imposible. —Pálida, Zoe sacudió la cabeza—. No pueden quitarnos uno del pasado. Eso lo cambiaría todo. ¿Y si fuese el año en que tuve a Simon, o cuando me quedé embarazada? Eso no puede ser.

—No, no puede ser porque nada de esto puede ser. —Flynn sacudió también la cabeza y miró a su hermana—. ¿Dónde te has dejado el cerebro, Dana? ¿No se te ha ocurrido que si no les lleváis la mercancía esas personas podrían haceros daño? Nadie entrega tanto dinero a desconocidos. Lo que significa que para ellos no sois desconocidas. Por la razón que sea, os han investigado y os conocen.

—Tú no estuviste allí —replicó ella—. En su caso se puede aplicar a la perfección la palabra «excéntricos», pero no «psicóticos».

—Además, no hay ningún motivo para que nos hagan daño.

Flynn se giró bruscamente hacia Malory. Ella advirtió que el joven ya no se mostraba afable, sino enfadado. Y que estaba a punto de ponerse furioso.

—¿Y hay alguno para que vuelquen sobre vosotras dinero a punta de pala?

—He de irme. —La voz de Zoe sonó agitada mientras recogía su bolso—. He de reunirme con Simon, mi hijo.

Salió disparada, y Dana se levantó de golpe.

—Buen trabajo, Flynn. Muy buen trabajo metiendo miedo a una madre soltera. —Echó a correr en pos de Zoe con la esperanza de tranquilizarla.

Flynn hundió las manos en los bolsillos y miró a Malory con dureza.

—¿Tú estás asustada?

—No, pero yo no tengo un hijo de nueve años por el que preocuparme. Y no creo que Pitte y Rowena quieran hacernos nada malo. Además, puedo cuidar de mí misma.

—¿Por qué las mujeres siempre dicen eso después de haberse metido de lleno en un buen lío?

—Porque los hombres suelen intervenir y empeorar las cosas. Voy a buscar esa llave, tal como acepté. Las tres aceptamos. Y tú habrás de hacer lo mismo.

No había réplica a eso. Flynn entrechocó las monedas que llevaba en el bolsillo, reflexionando, tranquilizándose.

—Si las almas fueran liberadas, cada una de nosotras ganaría un millón de dólares. Y sí, sé lo ridículo que suena. Pero había que estar allí.

—Si añades que esas tres diosas duermen en realidad sobre lechos de cristal en un castillo tras la Cortina de los Sueños, creeré que es verdad que había que estar allí.

—Tienen un cuadro de Las Hijas de Cristal. Se parecen a nosotras. Es una pieza magnífica. Sé de arte, Hennessy, y aquello no era algo pintado siguiendo los pasos de un manual por fascículos. Es una condenada obra maestra. Eso ha de significar algo.

Los rasgos de Flynn se afilaron, llenos de interés.

—¿Quién pintó el cuadro?

—No estaba firmado, al menos de ningún modo que yo pudiera ver.

—Entonces, ¿cómo sabes que es una obra maestra?

—Porque lo sé. Me dedico a eso. Quienquiera que lo haya pintado tiene un talento extraordinario, y un gran amor y respeto por el tema que trata. Esas cosas son reveladoras. Y si ellos quisieran hacernos daño, ¿por qué no aprovecharon la ocasión anoche, cuando las tres estábamos allí? Dana pasó un tiempo sola con ellos antes de que yo llegase. ¿Por qué no la golpearon en la cabeza y la encadenaron en una mazmorra y por qué no hicieron luego lo mismo conmigo y con Zoe? ¿O por qué no echaron alguna clase de droga en el vino? Yo ya he pensado en todo eso, ya me he planteado todas esas preguntas. Y voy a decirte la razón: porque ellos creen en todo lo que nos contaron.

—¿Y eso te tranquiliza? De acuerdo, ¿quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿Cómo han llegado hasta aquí? ¿Por qué han venido aquí? Esto no es precisamente Mystic Central.

—¿Por qué no lo averiguas en vez de dedicarte a asustar a la gente? —inquirió Dana al entrar.

—¿Zoe está bien? —preguntó Malory.

—Claro, está de maravilla ahora que tiene visiones de alguien usando a su hijo como sacrificio humano —respondió, y pellizcó a Flynn en el hombro.

—Eh, si no querías que nadie le sacase defectos a vuestro plan, no tendrías que haber celebrado la fiesta en mi casa. A ver, decidme todo lo que sepáis sobre Pitte y Rowena. —Tomó más notas y consiguió no soltar ningún comentario cáustico ante la falta de información—. ¿Alguna tiene aún la invitación? —Cogió la que Malory había sacado del bolso—. Veré qué puedo averiguar.

—¿En la historia de tu abuela se decía algo sobre dónde estaban escondidas las llaves?

—No; solo que no podían ser manejadas por las manos de los dioses, lo que deja mucho campo abierto.

Flynn aguardó hasta que Malory se hubo marchado, y entonces dobló un dedo para que Dana lo siguiese hasta la cocina.

Era tan triste como el resto de las habitaciones, con sus viejos apliques cobrizos, las encimeras blancas con motas doradas y el linóleo del suelo que imitaba al ladrillo.

—¿Cuándo vas a hacer algo con esta cocina? Es horrorosa.

—A su debido tiempo, preciosa, a su debido tiempo.

Sacó una cerveza de la nevera y la movió ante Dana ofreciéndosela.

—Sí, ¿por qué no?

Flynn sacó otra y las abrió con el abrebotellas de pared en forma de rubia con biquini y una sonrisa que mostraba todos los dientes.

—Ahora cuéntame todo lo que sabes sobre la muy sexy Malory Price de enormes ojos azules.

—Solo la conozco desde anoche.

—Ah, ah. —No le entregó la cerveza—. Las mujeres saben cosas de las mujeres. Cuanto más le gusta o disgusta a una mujer otra, más sabe de ella. Se han realizado muchos estudios científicos al respecto para comprobar ese fenómeno. Suéltalo todo o no hay cerveza.

A Dana no le apetecía especialmente la cerveza, hasta que Flynn la usó como arma.

—¿Por qué quieres que te hable de ella en concreto? ¿Por qué no de Zoe?

—Mi interés por Zoe es más académico. No puedo iniciar la salvaje y apasionada aventura que tengo en mente con Malory hasta que no conozca sus secretos y deseos.

—Me das náuseas, Flynn.

Él se limitó a alzar su cerveza y dar un largo trago mientras mantenía la de Dana fuera de su alcance.

—Yo no soy tu estúpido perro, que gimotea por una galleta. Solo voy a decírtelo para poder ver cómo ella te manda al carajo y para poder burlarme de ti. Malory me gusta —añadió, y tendió la mano para recoger la cerveza—. Me da la impresión de que es inteligente, ambiciosa, abierta sin ser ingenua. Trabajaba en La Galería, de donde la han despedido hoy porque discutió con la nueva esposa-trofeo del propietario. Teniendo en cuenta que Malory la llamó «guapita descerebrada», yo diría que no siempre consigue una puntuación alta en tacto y diplomacia, pero llama a las cosas por su nombre. Le encanta la ropa buena y sabe cómo ponérsela… Gasta mucho dinero en eso, que es la razón de que estuviese sin blanca antes del imprevisto de esta mañana. En este momento no tiene ninguna relación sentimental y le gustaría abrir su propio negocio.

—Sí que conoces el tema… —Flynn bebió lentamente un trago largo—. O sea, que ahora no sale con nadie. Y tiene agallas. No solo se pelea con la mujer del jefe, sino que también va sola, y de noche, a la casa más espeluznante de todo el oeste de Pensilvania.

—Yo también lo hice.

—Pero no puedo tener una aventura loca y tórrida contigo, preciosa. No estaría bien.

—Ahora sí que voy a vomitar.

Pero le sonrió cuando él se inclinó para darle un beso en la mejilla.

—¿Por qué no te vienes aquí durante un par de semanas?

Los ojos de color chocolate de Dana lo miraron de manera torva.

—Deja de protegerme, Flynn.

—No puedo.

—Si no me vine aquí cuando estaba sin blanca, ¿por qué habría de hacerlo ahora que nado en la abundancia? Sabes que me gusta disfrutar de mi propio espacio, y a ti también. Y los duendecillos malignos del Risco del Guerrero no van a bajar hasta aquí para hacerme desaparecer por arte de magia en mitad de la noche.

—Si fueran duendecillos, no me preocuparía. —Pero como conocía bien a su hermana, no insistió—. ¿Por qué no le cuentas a tu nueva amiguita Malory que soy un hombre increíble? Todo cerebro, sensibilidad y entusiasmo.

—¿Quieres que le mienta?

—Eres mezquina, Dana. —Bebió otro sorbo de cerveza—. Muy mezquina.

Cuando se quedó solo, Flynn subió a su estudio. Prefería llamarlo estudio antes que despacho, pues el segundo término sonaba a trabajo. Y nada de eso. En un estudio se puede, bueno, estudiar, echar una cabezada, leer o mirar al infinito pensando en grandes asuntos. Por supuesto que se puede trabajar, pero no es obligatorio.

Había amueblado la habitación con un gran y fornido escritorio y un par de enormes sillas de piel en las que se le antojaba que podría hundirse hasta desaparecer.

También tenía archivos, pero los había camuflado en arcones de aspecto varonil. Una de las paredes estaba cubierta con fotografías enmarcadas de pin-ups de los años cuarenta y cincuenta.

Si todo lo demás fallaba, podía calmarse examinándolas y pasar una hora placentera en soledad.

Encendió el ordenador, saltó por encima de Moe, que ya se había derrumbado en mitad de la habitación, y sacó otra cerveza del minifrigorífico que había instalado debajo de la mesa.

Le había parecido que era una idea muy ingeniosa.

Luego se sentó, giró unas cuantas veces el cuello como un boxeador antes de un combate y se preparó para un poco de navegación seria.

Si en el cibermundo había algo sobre los nuevos residentes del Risco del Guerrero, lo encontraría.

Como siempre, fue arrastrado por el canto de sirenas de la información. Se le calentó la cerveza. Una hora dio paso a dos, y esas dos se habrían convertido en tres si antes Moe no hubiese resuelto la cuestión con el método de dar tal empujón a su silla con ruedas que esta recorrió media habitación.

—Joder, sabes que odio eso. Solo necesito un par de minutos más.

Pero Moe había oído eso antes, y protestó apoyando las patas y gran parte de su peso sobre los muslos de Flynn.

—Quizá sea mejor que salgamos a dar un paseo. Y si por casualidad pasamos por delante de la puerta de cierta rubia, podríamos llamar y compartir con ella la información que acabo de obtener. Y si eso no funciona, compraremos una pizza para que no sea un fracaso total.

Al oír la palabra «pizza», Moe salió corriendo. Cuando Flynn bajó las escaleras, el perro ya estaba junto a la puerta principal con su correa entre los dientes.

Era un bonito atardecer para pasear. Tranquilo, balsámico, con su pueblecito de postal deleitándose bajo el sol de finales de verano. En momentos como ese, cuando el aire era tibio y la brisa fragante, Flynn se alegraba de haber tomado la decisión de reemplazar a su madre al frente de El Correo en vez de marcharse a dejar su huella en algún periódico de una gran ciudad.

Muchos de sus amigos se habían ido a la ciudad, y la mujer a la que creía que amaba había elegido Nueva York en vez de elegirle a él. O él había elegido el valle en vez de a ella. Supuso que dependía de cómo se mirase.

Quizá allí las noticias no tuviesen la amplitud ni el sesgo de las de Filadelfia o Nueva York, pero aun así había muchísimas. Y lo que sucedía en el valle, en las colinas y montañas, importaba.

En ese instante acababa de olfatear una historia que podía ser más grande y jugosa que cualquiera de las que hubiese informado El Correo en los sesenta y ocho años transcurridos desde que sus prensas empezaron a funcionar.

Si pudiese ayudar a tres mujeres (una de las cuales era una hermana a la que quería muchísimo), ligar con una rubia increíblemente atractiva y, además, poner al descubierto una tremenda estafa…, bueno, eso sería como marcar tres goles consecutivos.

—Tienes que ser encantador —le dijo a Moe cuando se acercaban al cuidado edificio en que había visto entrar a Malory esa mañana—. Si te comportas como un perro, no cruzaremos la puerta.

Como precaución, se enrolló dos veces la correa en el puño antes de entrar en el bloque, que albergaba veinte viviendas.

Le pareció una gran suerte que «M. Price» estuviese en la planta baja. No solo no tendría que subir a Moe a rastras por la escalera o meterlo a empujones en un ascensor, sino que, además, los apartamentos de la planta baja tenían un pequeño patio. Así podría tentar a Moe con la galleta que llevaba escondida en el bolsillo y engañarlo para que saliera.

—Sé encantador —le repitió en voz baja mientras lo miraba con el entrecejo fruncido antes de llamar a la puerta de Malory.

Cuando ella abrió, su recibimiento no fue lo que se diría halagador.

Se quedó contemplando a Flynn y Moe.

—Oh, Dios mío. Estarás de broma, ¿no?

—Puedo dejarlo en tu patio —dijo él rápidamente—, pero tenemos que hablar.

—Arrancará mis flores.

Moe no arranca flores. —«Por favor, Dios, que no lo haga»—. Tengo una… No puedo decir esa palabra que empieza por g o se pondrá nervioso, pero tengo una en el bolsillo. Con eso lo llevaré fuera y lo quitaré de en medio.

—No… —El hocico del perro se clavó en su entrepierna—. ¡Cristo bendito!

Para defenderse, Malory retrocedió, y Moe no necesitó más invitación. Atravesó la habitación arrastrando con alegría a Flynn por encima de una antigua alfombra turca y estuvo a punto de golpear con su letal cola un jarrón art déco lleno de azucenas de finales de verano.

Aterrorizada, Malory se abalanzó hacia la puerta del patio y la abrió de par en par.

—¡Fuera, fuera, sal de aquí!

Moe conocía esas palabras, y se oponía a salir justo cuando estaba percibiendo tantos olores fascinantes. Lo que hizo fue aposentar su enorme trasero en el suelo y quedarse allí quieto.

Como ya no era posible mostrar dignidad, Flynn agarró el collar de Moe para sacarlo, lo que logró a la fuerza y a base de empujones.

—Oh, sí, eso ha sido encantador —masculló tirando de él. Sin aliento, Flynn enrolló la correa en torno al tronco de un árbol. Cuando Moe se puso a aullar, se hincó de rodillas—. Para ya. ¿Es que no tienes orgullo? ¿No tienes sentido de solidaridad masculina? ¿Cómo voy a poner las manos encima de esa mujer si ella nos odia? —Pegó su cara a la del perro—. Túmbate y estate callado. Hazlo por mí y el mundo será tuyo. Empezando por esto. —Sacó la galleta. El aullido cesó de inmediato y la cola comenzó a moverse—. Jódeme esto y la próxima vez te quedarás en casa.

Se puso en pie y dirigió lo que esperaba que fuera una sonrisa despreocupada a Malory, que permanecía cautelosa al otro lado de la puerta.

Flynn pensó haber obtenido una gran victoria cuando ella le abrió y lo dejó pasar.

—¿Has probado a llevarlo a un centro de adiestramiento?

—Eh, bueno, sí, pero hubo un incidente. No nos gusta hablar de eso. Tienes una casa fantástica.

«Con clase, artística y femenina», se dijo a sí mismo. No femenina en el sentido de cosita delicada, sino en el de audaz, única y fascinante.

Las paredes eran de un rosa vivo y profundo, un fondo vigoroso para los cuadros. Ella se inclinaba por las antigüedades o las reproducciones que se parecían lo bastante al original para pasar por él. Telas suaves y esculturas de líneas elegantes. Y todo tan limpio como los chorros del oro.

Olía a mujer con estilo, desde las azucenas y los pétalos de flores secas que las chicas estaban poniendo siempre en cuencos hasta, supuso, la propia dueña de la casa.

Tenía música puesta a bajo volumen. ¿Qué era eso…? Annie Lenox cantando con voz suave y picardía sobre dulces sueños.

A Flynn se le antojó que toda la estancia reflejaba un gusto muy específico y de buen tono.

Se acercó al cuadro de una mujer que estaba saliendo de un estanque de agua azul oscuro. Había una sensación de velocidad en él, de sexualidad y poder.

—Es muy hermosa. ¿Vive en el mar o en tierra?

Malory arqueó una ceja. Al menos había hecho una pregunta inteligente.

—Yo creo que todavía no se ha decidido.

Examinó a Flynn mientras él daba una vuelta por la sala. Le pareció más…, bueno, más masculino allí en su apartamento que en la acera o mientras la acosaba en la enorme y vacía habitación de su propia casa.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—En primer lugar, he venido porque quería volver a verte.

—¿Por qué?

—Eres realmente preciosa. —Como mirarla le resultaba a un tiempo relajante y entretenido, se metió los pulgares en los bolsillos del pantalón y se consagró a esa tarea—. Podrías pensar que es una razón muy pobre, pero a mí me gusta creer que es básica. Si a la gente no le gustara contemplar cosas bonitas, no tendríamos arte.

—¿Cuánto tiempo has tardado en pensar todo eso?

Él hizo una mueca veloz y apreciativa.

—No demasiado. Soy bastante rápido. ¿Ya has cenado?

—No, pero tengo planes. ¿Por qué más estás aquí?

—Acabemos primero con lo que estábamos. Aún no has tomado la cena de mañana por la noche, ¿qué tal si cenamos juntos?

—No creo que sea una buena idea.

—¿Porque estás enfadada conmigo o porque no te interesa?

—Eres bastante fastidioso.

Los ojos verde río coquetearon.

—No cuando se llega a conocerme. Pregúntale a cualquiera.

Sí, ella tenía la impresión de que entonces no seguiría pareciéndole fastidioso. Sería divertido e interesante. Y problemático. De todos modos, por atractivo que fuese, distaba mucho de ser su tipo.

—Tengo bastantes cosas entre manos como para quedar con un hombre de pésimo gusto en cuestión de mobiliario y un gusto discutible en cuestión de mascotas.

Miró al patio mientras decía eso y no pudo evitar soltar una carcajada cuando vio el feo rostro de Moe pegado al cristal con aire esperanzado.

—¡No es verdad que odies a los perros! —exclamó Flynn.

—Por supuesto que no los odio. Me gustan. —Ladeó la cabeza para estudiar aquel rostro peludo—. Pero no creo que eso sea un perro.

—Me juraron que lo era cuando lo saqué de la perrera.

La mirada de Malory se suavizó.

—Lo sacaste de la perrera.

Ajá, una grieta en el muro defensivo. Flynn se le acercó para poder observar a Moe juntos.

—Entonces era bastante más pequeño. Fui para escribir un artículo sobre el refugio y él llegó retozando hasta mí y me miró como diciendo: «Vale, estaba esperando que aparecieses. Vámonos a casa. Estaba acabado».

—¿De dónde viene Moe? ¿De «montaña»?

—Es que se parece a Moe, ¿no?, Moe Howard. —Al ver en el rostro de Malory que no lo comprendía, Flynn suspiró—. Las mujeres no saben lo que se pierden sin el valor, la gracia y el ingenio de Los tres chiflados.

—Sí, sí, sabemos lo que nos estamos perdiendo al no ver esa serie. Y nos lo perdemos a propósito. —Al reparar en que estaban muy juntos, Malory dio un paso atrás—. ¿Qué era ese algo más?

—He empezado a seguir la pista de esos dos con los que estáis enredadas: Liam Pitte y Rowena O’Meara. Al menos esos son los nombres que utilizan.

—¿Y por qué no van a estar usando sus propios nombres?

—Porque cuando he empleado mis increíbles habilidades y talentos no he encontrado el registro de nadie con esos nombres que cuadre con los nuevos propietarios del Risco del Guerrero. Ni número de la Seguridad Social, ni de pasaporte, ni permiso de conducir, ni licencias comerciales. Ninguna huella documental de su empresa Tríada. Al menos ninguna que conecte con ellos.

—No son norteamericanos —empezó Malory, y luego soltó un resoplido—. Vale, ningún número de pasaporte. Quizá no lo hayas encontrado aún, o quizá usaran nombres distintos para comprar la casa.

—Puede. Será interesante averiguarlo, porque ahora mismo parece como si hubiesen surgido del aire.

—Me gustaría saber más sobre Las Hijas de Cristal. Cuanto más sepa de ellas, más posibilidades tendré de localizar la llave.

—Llamaré a mi abuela para que me dé más detalles de la leyenda. Puedo ponerte al corriente mañana, en la cena.

Malory lo consideró y después miró hacia el perro. Flynn estaba deseando ayudar, y ella solo contaba con cuatro semanas. En el aspecto personal, se lo tomaría de la forma más sencilla. Amistosa pero sencilla. Al menos hasta que hubiera decidido qué hacer con él.

—¿Sería una mesa para dos o para tres?

—Para dos.

—De acuerdo. Puedes pasar a recogerme a las siete.

—Genial.

—Y podéis salir por ahí. —Señaló la puerta del patio.

—No hay problema. —Fue hacia la cristalera y se giró—. De verdad que eres preciosa —dijo, y abrió la puerta lo justo para deslizarse al patio.

Malory lo observó mientras desataba al perro y lo vio tambalearse cuando Moe saltó hacia arriba para darle un generoso lametazo en la cara. Esperó hasta que los dos hubieron desaparecido para reírse entre dientes.