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No podía decir que no se lo hubiera imaginado. Y James fue absolutamente educado, incluso paternal. Pero fuese cual fuese el modo de administrarla, aquello no dejaba de ser una patada.

El hecho de estar preparada, incluso con el colchón que suponían los veinticinco mil dólares que ya engrosaban su cuenta corriente —lo había comprobado esa misma mañana—, no sirvió para que el despido resultara menos horrible y humillante.

—Las cosas cambian. —James P. Horace, impecable como siempre con su pajarita y sus gafas montadas al aire, hablaba en tonos modulados.

En todos los años que Malory lo conocía, nunca lo había oído alzar la voz. James podía ser despistado, a veces negligente en cosas prácticas relativas al mundo de los negocios, pero era infaliblemente amable.

Incluso en ese instante, su rostro mostraba una expresión paciente y serena. «Un poco como un querubín entrado en años», pensó Malory.

Aunque la puerta del despacho estaba cerrada, el resto del personal de La Galería conocería en poco tiempo el resultado de la reunión.

—Me gusta pensar en mí mismo como en una especie de padre suplente, y como tal solo deseo lo mejor para ti.

—Sí, James, pero…

—Si no nos movemos en alguna dirección, nos quedamos estancados. Malory, pienso que, aunque esto pueda ser difícil para ti al principio, pronto verás que es lo mejor que podía ocurrir.

Malory se preguntó cuántos tópicos podría emplear un hombre cuando estaba a punto de soltar una bomba.

—James, sé que Pamela y yo no hemos estado de acuerdo en algunas cosas. —«Veo tu tópico, y me he adelantado»—. Como recién llegada al lugar, es lógico que se ponga a la defensiva, mientras que yo tiendo a ser territorial. Lamento muchísimo haber perdido los nervios. Lo de derramarle el café por encima fue un accidente. Sabes que yo nunca…

—Bueno, bueno. —Agitó las manos en el aire—. Estoy seguro de eso. No quiero que le des más vueltas al asunto. Es agua pasada. Pero, Malory, el caso es que Pamela desea tener un papel más activo en el negocio, para infundirle nueva energía.

La desesperación le llegó al estómago.

—James, Pamela cambió de lugar todas las cosas de la sala principal y las mezcló con piezas del salón. Trajo una tela de… lamé dorado, James, y envolvió con ella el desnudo art déco como si fuera un pareo. No solo interrumpió el flujo ambiental por los traslados, sino que, además, el efecto era…, bueno, vulgar. Ella no entiende de arte ni de espacio, y…

—Sí, sí. —Su voz no varió ni un punto, en su rostro no se alteró la expresión de placidez—. Pero aprenderá. Y creo que enseñar a Pamela será todo un placer. Aprecio muchísimo su interés en mi negocio, y su entusiasmo…, tanto como he apreciado siempre los tuyos, Malory. Pero el hecho es que de verdad pienso que, para ti, nos hemos quedado atrás. Es hora de que intentes superarte. Amplía tus horizontes, exígete al máximo, arriésgate.

Malory sintió un nudo en la garganta, y su voz sonó ronca cuando logró hablar.

—Adoro La Galería, James.

—Ya lo sé. Y aquí siempre serás bienvenida. Siento que es hora de que te dé un empujoncito para que abandones el nido. Naturalmente, quiero que estés cómoda mientras decides qué te gustaría hacer después de esto. —Se sacó un cheque del bolsillo delantero de la camisa—. Una compensación equivalente al salario de un mes debería ayudarte a mantener alejadas las preocupaciones.

«¿Qué voy a hacer? ¿Adónde voy a ir?». Preguntas frenéticas revoloteaban en su cerebro como pájaros asustados.

—Este es el único sitio en que he trabajado.

—Pues eso respalda mi decisión. —Dejó el cheque sobre la mesa—. Espero que sepas que te tengo un gran afecto y que puedes acudir a mí en cualquier momento en busca de consejo. Aunque creo que sería mejor si eso quedara entre nosotros. Pamela está algo molesta contigo ahora mismo.

Le dio un besito paternal y amistoso en la mejilla, una palmadita en la cabeza, y salió.

Podía ser paciente y plácido, pero James también era débil. Débil y, aunque Malory odiaba admitirlo —odiaba darse cuenta después de todos aquellos años—, egoísta. Se necesitaba ser débil y egoísta para despedir a una empleada eficiente, creativa y leal por el simple capricho de su esposa.

Sabía que era inútil llorar, pero, aun así, dejó escapar algunas lágrimas mientras recogía sus efectos personales en el pequeño despacho que ella misma había decorado. Todo lo que se relacionaba con la carrera profesional de su vida cabía en una sola caja de cartón.

Eso resultaba, de nuevo, eficiente y práctico. «Y patético», se dijo Malory a sí misma.

Todo iba a ser diferente a partir de ese instante, y ella no estaba preparada. No tenía ningún plan, ningún esquema, ninguna lista para el próximo paso a dar. A la mañana siguiente no se levantaría para tomar un desayuno equilibrado y ligero antes de vestirse para ir al trabajo con el modelo seleccionado cuidadosamente la noche anterior.

Una sucesión de días sin propósito alguno, sin planes, se extendía, ante ella como un precipicio sin fondo. Y el valioso orden de su vida estaba esparcido en el vacío que se abría a sus pies.

Eso la aterrorizaba, pero junto al miedo caminaba el orgullo, de modo que se retocó el maquillaje y mantuvo la barbilla bien alta y los hombros hacia atrás mientras salía del despacho con la caja y bajaba las escaleras. Hizo lo que pudo para esbozar una sonrisa cuando Tod Grist apareció corriendo al pie de la escalera.

Era menudo y elegante, e iba vestido de negro, con camisa y pantalones de diseño. Dos diminutos aros de oro relucían en el lóbulo de su oreja izquierda. El cabello le llegaba a los hombros y no era de un rubio uniforme —algo que Malory le había envidiado siempre—, y enmarcaba un rostro angelical que atraía a las señoras maduras y ancianas como un canto de sirenas. Había entrado en La Galería un año después de la llegada de Malory, y desde entonces ella había sido su amiga, confidente y compañera de cotilleos.

—No te vayas. Mataremos a la guapita descerebrada. Un poco de arsénico en su café con leche de la mañana, y será historia. —Se aferró a la caja de cartón—. Mal, amor de mi vida, no puedes dejarme aquí.

—Me han dado la patada. El salario de un mes como compensación por el despido, una palmadita en la cabeza y una colección de sermones. —Se esforzó en contener las lágrimas que le empañaron la visión cuando miró a su alrededor: el amplio y encantador vestíbulo, los torrentes de luz filtrada que se derramaban sobre el suelo de roble—. Dios, ¿qué voy a hacer mañana cuando no pueda venir aquí?

—Ay, tesoro. Venga, dame eso. —Le cogió la caja y le dio un empujoncito con ella—. Vayamos fuera, donde podamos lloriquear.

—Ya no voy a lloriquear más. —Pero tuvo que morderse el labio cuando este empezó a temblar.

—Pues yo sí —prometió él, y siguió empujándola hasta que hubieron atravesado la puerta. Depositó la caja en una de las mesas de hierro del precioso porche cubierto y rodeó a Malory con sus brazos—. No lo soporto. Aquí, nada será igual sin ti. ¿Con quién cotillearé? ¿Quién aliviará mi corazón cuando algún cabrón me lo rompa? Ya habrás notado que todo esto me duele solo por mí.

Tod consiguió que riera.

—Tú seguirás siendo mi mejor amigo, ¿verdad?

—Por supuesto que sí. No estarás pensando en algo descabellado, como trasladarte a la ciudad, ¿verdad? —Se echó hacia atrás para estudiar el rostro de Malory—. Ni en juntarte con malas compañías y trabajar en una tienda de regalos de un centro comercial.

Sintió que un peso de plomo aterrizaba en su estómago (¡plaf!). Esas eran las dos únicas opciones razonables que tenía para ganarse la vida. Pero, como parecía que Tod estaba a punto de echarse a llorar, las desdeñó para animarlo.

—¡Dios me libre! No sé qué voy a hacer exactamente. Pero hay una cosa… —Recordó la extraña velada del día anterior, y la llave—. Te lo contaré más adelante. Tengo algo que me mantendrá ocupada durante un tiempo, y luego… ni idea, Tod. Todo se ha desbaratado. —Quizá sí que iba a sollozar, después de todo—. Nada es como se suponía que tenía que ser, así que no veo cómo será. Que me despidieran no formaba parte del plan vital de Malory Price.

—No es más que un problema pasajero —aseguró Tod—. James está bajo los efectos de algún tipo de hechizo sexual. Aún puede recuperar la cordura. Podrías acostarte con él —añadió inspirado—. Yo podría acostarme con él.

—Solo tengo una cosa que decir a esas dos propuestas: puaj.

—Profundo, y cierto. ¿Qué tal si voy a tu casa esta noche con comida china y una botella de vino?

—Eres un amigo.

—Tramaremos la desaparición de Pamela «la Pútrida» y planearemos tu futuro. ¿Quieres que te acompañe a casa, cielo?

—Gracias, pero estaré bien. Dame tiempo para que se me despeje la cabeza. Despídeme de… todo el mundo. No puedo dar la cara en este momento.

—No te preocupes.

Malory intentó no preocuparse mientras se dirigía a su casa. Intentó no hacer caso del pánico que la acosaba con cada paso que la alejaba de la rutina y la aproximaba a un enorme y profundo precipicio.

Era joven, instruida, trabajadora. Tenía dinero en el banco. Toda su vida se extendía ante ella como un lienzo en blanco. Lo único que tenía que hacer era escoger los colores y ponerse manos a la obra.

Pero en ese preciso instante necesitaba pensar en otra cosa, en cualquier otra cosa. Tenía un mes para tomar una decisión, y una intrigante tarea que llevar a cabo mientras tanto. Todos los días no te pedían que buscases una misteriosa llave y tomaras parte en la salvación de unas almas.

Tendría que ocuparse de eso hasta que resolviese qué hacer con el resto de su vida. Después de todo, había dado su palabra, así que debía mantenerla y emprender de inmediato la misión. Bueno, en cuanto hubiese ido a casa y enterrado sus pesares en una tarrina de helado Ben and Jerry’s.

Al llegar a la esquina volvió la cabeza, con los ojos empañados y sintiéndose muy desgraciada, hacia La Galería. ¿A quién pretendía engañar? Aquel había sido su hogar.

Exhalando un hondo suspiro, dio un paso adelante. Y se cayó de culo bruscamente.

Fuera lo que fuese lo que había chocado contra ella, mandó su caja por los aires y se le echó encima. Malory oyó un gruñido y algo que sonaba como un aullido. Sin poder respirar y con lo que semejaba una pequeña montaña aplastándole el pecho, miró hacia arriba y se encontró con una cara negra y peluda.

Mientras luchaba por tomar aire y poder chillar, una enorme lengua se desenrolló y le lamió el rostro.

—¡Moe! ¡Detente! ¡Ven aquí! ¡Apártate! Ay, Dios, lo lamento.

Malory oyó la voz, que reflejaba cierto pánico, mientras apretaba la boca y giraba la cabeza para esquivar la lengua. De repente, a la mole negra que la tenía inmovilizada en el suelo le crecieron brazos, y luego una segunda cabeza.

Esa otra era humana, bastante más atractiva que la primera, a pesar de las gafas de sol que se habían deslizado por la nariz, afilada y recta, y la mueca de la boca.

—¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? —El hombre apartó el inmenso bulto negro y luego colocó su propio cuerpo en medio, a modo de muro defensivo—. ¿Puedes sentarte?

Era una pregunta retórica, pues ya estaba tirando de Malory, que se hallaba en una postura desgarbada, para que se incorporara. El perro intentó meter la nariz, pero él lo mantuvo a raya de un codazo.

—¡Túmbate, pedazo de idiota, torpe! No va por ti —aclaró, con una repentina y encantadora sonrisa mientras le apartaba el pelo de la cara a Malory—. Lo siento. Es inofensivo, pero un poco patoso y tonto.

—¿Qué…, qué es?

Moe es un perro, o eso se rumorea. Pensamos que es un cruce entre un cocker spaniel y un mamut lanudo. Lo lamento, de verdad. Es culpa mía. No estaba atento y no me he dado cuenta de que se alejaba de mí.

Malory miró a la derecha, donde estaba agachado el perro, si es que aquello era un perro, moviendo una cola tan gruesa como su brazo con un aspecto tan inocente como hogareño.

—No te has golpeado en la cabeza, ¿verdad?

—Creo que no. —Notó que el dueño de Moe la observaba con tal intensidad que la recorrió una oleada de calor—. ¿Qué?

Ella era tan linda como una tarta de pastelería. Todo aquel pelo rubio y revuelto, la piel cremosa, la sonrosada y carnosa boca fruncida en un mohín sexy. Los ojos eran grandes, azules y hermosos, a pesar de que echaban chispas de furia.

Él casi se humedeció los labios cuando Malory alzó la mano para meterla en aquella magnífica maraña de cabello y le preguntó con el entrecejo fruncido:

—¿Qué estás mirando?

—Solo quiero comprobar que no tienes rayos X en los ojos. Te has caído de forma muy brusca. Unos ojos preciosos, por cierto. Yo soy Flynn.

—Y yo soy una persona harta de estar sentada en la acera. ¿Te importa?

—Oh, claro.

Se irguió, la cogió de las manos y la ayudó a ponerse en pie. Era más alto de lo que le había parecido, por lo que Malory retrocedió automáticamente para no tener que alzar el rostro al mirarlo a los ojos. El sol se reflejaba en el cabello de Flynn, un cabello marrón, ondulado y con matices castaños. Seguía sujetándola de las manos, tan firmemente que ella sintió sus durezas.

—¿Seguro que estás bien? Ha sido una caída muy dura.

—Soy consciente de eso.

Dolorosamente consciente en la parte de su anatomía que había chocado antes contra la acera. Se puso en cuclillas y empezó a recoger el contenido de la caja.

—Yo me encargaré de eso. —Flynn se agachó a su lado, y después apuntó con un dedo a Moe, que intentaba acercarse a ellos con el mismo sigilo que un elefante al atravesar la sabana africana—. Quédate ahí o no habrá recompensa.

—Tú ocúpate de tu perro. No necesito ninguna ayuda. —Recuperó su neceser de maquillaje de emergencia y lo metió en la caja. Cuando vio que se le había roto una uña, sintió deseos de encogerse, llena de autocompasión, y gemir. Pero en vez de eso apretó el botón del mal genio—. No deberías ir por una calle pública con un perro de ese tamaño si eres incapaz de controlarlo. Él no es más que un animal, no sabe hacerlo mejor; pero se supone que tú sí.

—Tienes razón, tienes toda la razón del mundo. Eh…, esto debe de ser tuyo. —Alzó un sujetador negro sin tirantes.

Mortificada, Malory se lo quitó de las manos y lo guardó en la caja.

—Vete ya. Vete muy, pero que muy lejos.

—Escucha: ¿por qué no me dejas llevarte esa…?

—Llévate a tu estúpido perro —soltó ella mientras levantaba la caja y se alejaba con toda la dignidad que pudo reunir.

Flynn observó cómo se iba mientras Moe avanzaba torpemente y apoyaba su considerable peso contra el costado de su dueño. Absorto, Flynn le dio unas palmaditas en la cabezota y disfrutó del indignado balanceo de aquellas caderas femeninas enfundadas en una falda corta. No creía que la carrera en las medias estuviese ahí antes de su encontronazo con Moe, pero, desde su perspectiva, aquello no le quitaba ningún mérito a un par de espléndidas piernas.

—Deliciosa —dijo en voz alta mientras ella entraba en un edificio situado en medio de la manzana—. Y enfadada, más. —Miró hacia Moe, que exhibía una expresión esperanzada—. Buen trabajo, cabroncete.

Tras una ducha caliente, haberse cambiado de ropa y haberse tomado un terapéutico cuenco de helado de vainilla con cookies, Malory se dirigió a la biblioteca. La noche anterior no había quedado en nada con Dana, pues suponía que todas eran compañeras. Por ser la primera, a Malory le correspondería tomar la iniciativa.

Necesitaban celebrar algún tipo de reunión para descifrar la pista y trazar un plan de acción. Malory no tenía auténticas esperanzas de ganar un millón de dólares, pero no por eso iba a desentenderse del asunto ni a regresar a su propio mundo.

No recordaba cuál era la última vez que había estado en la biblioteca. Por alguna razón, entrar allí hacía que se sintiera de nuevo como una estudiante, llena de inocencia, expectativas y ansias de aprender.

La zona principal no era muy grande, y la mayoría de las mesas se hallaban desocupadas. Malory vio a un hombre mayor leyendo el periódico, unas cuantas personas deambulando entre las estanterías y una mujer con un chiquitín pegado a sus talones en el mostrador de préstamos.

El lugar era tan silencioso que el timbre del teléfono sonó como un aullido. Al oír ese sonido, Malory se giró hacia el mostrador central. Allí estaba Dana con el auricular pegado a la oreja mientras sus dedos se movían sobre un teclado.

Contenta de no tener que buscar por todo el edificio para encontrarla, Malory se acercó. La saludó con la mano mientras Dana le dirigía un gesto con la cabeza y acababa con la llamada.

—Esperaba que vinieras por aquí, aunque no te esperaba tan pronto.

—Ahora soy una mujer ociosa.

—Oh. —El rostro de Dana se suavizó, solidario—. ¿Te han despedido?

—Me han despedido, pateado y echado, y luego me han tirado de culo al suelo un imbécil y su perro de camino a casa. Lo mires por donde lo mires, ha sido un día cochambroso, incluso con el aumento de mi cuenta corriente.

—Debo decir que no me lo creía. Esos dos de allá arriba están para que los encierren de verdad.

—Por suerte para nosotras. Pero aún tenemos que ganárnoslo. Yo soy la primera, así que supongo que debo empezar ya, por donde sea.

—Me he adelantado a ti. Jan, ¿puedes ocupar mi sitio un momento? —Dana se levantó y recogió un montón de libros de debajo del mostrador—. Ven conmigo —le dijo a Malory—. Hay una bonita mesa junto a la ventana en la que podrás trabajar a gusto.

—¿Trabajar en qué?

—En investigación. Tengo muchos libros sobre mitología celta, dioses y diosas, tradiciones y leyendas. Me he inclinado por los celtas porque Rowena es de Gales y Pitte, irlandés.

—¿Cómo sabes que es irlandés?

—No lo sé. Pero su acento sonaba a irlandés. La verdad es que yo conozco poco o nada sobre los mitos celtas, y me imagino que a ti y a Zoe os ocurrirá lo mismo.

—Sí, no tengo ni idea.

Dana dejó los libros con un ruido apagado.

—Pues entonces hemos de ponernos al día. Yo acabaré dentro de dos horas, y entonces podré echarte una mano. Y puedo llamar a Zoe, si te parece bien.

Malory se quedó mirando la pila de libros.

—Quizá sea una buena idea. No sé por dónde empezar.

—Elige uno cualquiera. Te traeré un cuaderno.

Una hora más tarde, Malory necesitaba una aspirina. Cuando Zoe llegó corriendo y se sentó enfrente, ella se quitó las gafas y se frotó los ojos doloridos.

—Bien. Refuerzos. —Deslizó un libro por la mesa.

—Siento haber tardado tanto. Estaba haciendo unos recados. Le he comprado a Simon un videojuego que se moría por tener. Sé que quizá no debiera haberme gastado ese dinero, pero quería regalarle algo solo por gusto. No había tenido tanto dinero en toda mi vida —susurró—. Soy consciente de que debería ser cuidadosa con él, pero si no puedes hacer algo divertido, ¿qué gracia tiene?

—No has de convencerme de eso. Y en cuanto lleves un rato con esto, te darás cuenta de que te lo has ganado. Bienvenida al absurdo universo de los celtas. Seguramente Dana tendrá otro cuaderno.

—He traído uno. —De un enorme bolso, Zoe sacó un bloc nuevo y grueso como un ladrillo y una caja de lápices con la punta tan afilada como un sable—. Es casi como volver a la escuela.

El exaltado optimismo de Zoe chocó con el humor de perros de Malory.

—¿Quieres que nos pasemos notitas y hablemos de chicos?

Zoe se limitó a sonreír ampliamente y abrió un libro.

—Vamos a encontrar esa llave. Lo sé.

Para cuando Dana se reunió con ellas, Malory había llenado páginas y páginas de notas con la taquigrafía modificada que había desarrollado en sus años universitarios, había acabado un bolígrafo y había empleado dos de los lápices de Zoe.

—¿Por qué no vamos a casa de mi hermano? —sugirió Dana—. Está a la vuelta de la esquina. Él ahora está trabajando, así que no nos lo encontraremos. Podremos ponernos un poco cómodas y vosotras podríais resumirme lo más interesante.

—Por mí, bien. —Agarrotada tras tanto tiempo en la silla, Malory se puso en pie.

—Yo solo podré quedarme una hora más. Cuando tengo la ocasión, me gusta estar en casa a la hora en que Simon vuelve de la escuela.

—En marcha, entonces. Estos libros son responsabilidad mía —dijo Dana mientras empezaba a recogerlos—. Si os lleváis alguno a casa para continuar la investigación por vuestra cuenta, tenéis que devolvérmelo en un plazo razonable y en el mismo estado en que os lo hayáis llevado.

—Eres una auténtica bibliotecaria. —Malory se puso algunos ejemplares debajo del brazo.

—¿Qué coño creías? —Dana se encaminó a la salida—. Veré qué puedo sacar de Internet y a través del préstamo interbibliotecario.

—Yo no sé cuánto vamos a poder obtener de los libros.

Dana se puso las gafas de sol, luego se las bajó un poco y miró a Malory por encima de la montura.

—Cualquier cosa que valga algo se puede hallar en los libros.

—Bien, ahora estamos ante la Terrorífica Dama de la Biblioteca. Lo que necesitamos es descifrar la pista que nos han dado.

—Sin información sobre la historia y sus personajes no tenemos ninguna base.

—Contamos con cuatro semanas enteras —señaló Zoe mientras sacaba unas gafas de sol de su bolso—. Es el tiempo suficiente para encontrar mucho material y mirar en muchos lugares. Pitte dijo que las llaves estaban por aquí, así que no hemos de preocuparnos por tener que buscar en todo el mundo.

—«Por aquí» puede significar en el valle o en las montañas, incluso en el estado de Pensilvania. —Malory sacudió la cabeza ante la magnitud y lo confuso del asunto—. Pitte y compañía lo han dejado bastante abierto. Incluso aunque esté cerca, la llave podría hallarse en un cajón polvoriento o en el fondo del río, en la cámara acorazada de un banco o enterrada bajo una roca.

—Si fuese fácil, ya la habría encontrado alguien —apuntó Zoe—, y el primer premio no serían tres millones de dólares.

—No seas juiciosa mientras yo refunfuño.

—Perdón, pero hay otro aspecto sobre el que tengo dudas. Anoche no pude dormir dándole vueltas y más vueltas a la velada. Es todo muy irreal. Pero incluso dejando todo eso aparte un momento, incluso si somos optimistas y decimos que localizarás la llave, ¿cómo sabremos que es la tuya y no una de las dos restantes?

—Interesante. —Malory cambió de brazo el montón de libros mientras doblaban la esquina—. ¿Cómo es que los Gemelos Estrafalarios no han pensado en eso?

—Imagino que sí lo hicieron. Mira, primero has de decir que todo es real.

Dana se encogió de hombros.

—Todas tenemos dinero en el banco y vamos cargadas con libros sobre mitología celta. Eso es bastante real para mí.

—Si todo es real, entonces Malory puede dar con la primera llave. Incluso si las otras dos estuvieran delante de sus narices, no las encontraría. Y nosotras tampoco, no antes de que nos llegue el turno.

Dana se detuvo, ladeó la cabeza y se quedó mirando a Zoe.

—¿De verdad crees en todo esto?

Zoe se ruborizó, pero se encogió de hombros de forma despreocupada.

—Me gustaría. Es fantástico e importante. Yo nunca he hecho nada fantástico ni importante. —Miró hacia la estrecha casa victoriana de dos pisos pintada con un suave azul pizarra y con molduras beis—. ¿Esta es la casa de tu hermano? Me parece preciosa.

—La está arreglando poco a poco. Como un pasatiempo.

Avanzaron por el sendero enladrillado. El césped estaba verde y cuidado, pero, en opinión de Malory, le faltaban flores. Color, forma y textura. Y un viejo banco en el porche, al lado de un gran cubo de cobre lleno de interesantes hierbas y plantas.

«La casa parece solitaria sin eso —pensó Malory—, como una mujer de lo más atractiva a la que hubieran dado plantón en una cita».

Dana sacó una llave y abrió la puerta.

—Lo mejor que puedo decir del interior es que será tranquilo. —Entró y su voz se oyó con eco—. Y discreto.

El vestíbulo estaba vacío, a excepción de unas cuantas cajas apiladas en un rincón. La escalinata que llevaba a la parte de arriba era una bonita y fantástica curva con una cabeza de grifo como poste de arranque.

El vestíbulo desembocaba en un salón donde las paredes estaban pintadas con un sugerente verde río que iba muy bien con el cálido color miel del suelo de pino. Pero las paredes, al igual que el jardín, estaban desnudas.

Había un enorme sofá en medio de la estancia, de esos que le decían a Malory: «¡Me ha comprado un hombre!». Pese a que el verde del tapizado hacía juego con las paredes, era de espantosos cuadros escoceses, de estilo anticuado y demasiado grande para el encanto potencial de la habitación.

Una especie de cajón de embalaje servía como mesita de centro. Había más cajas, una de las cuales se hallaba dentro de una encantadora chimenea con una repisa profusamente tallada que ella podía imaginar engalanada con un fabuloso cuadro.

—Bueno… —dijo Zoe mientras giraba sobre sí misma—, supongo que acaba de mudarse.

—Oh, sí. Solo hace un año y medio. —Dana dejó los libros sobre el cajón.

—¿Vive aquí desde hace un año y medio? —El corazón de Malory se dolió, muchísimo—. ¿Y su único mobiliario es este sofá tan horroroso?

—Pues deberías haber visto su cuarto en casa de nuestros padres. Al menos este está aseado. De todos modos tiene algunas cosas decentes arriba, que es donde vive en realidad. Lo más probable es que no haya nada de comer, pero tendrá café, cerveza y Coca-Cola. ¿Alguien quiere?

—¿Y Coca-Cola light? —preguntó Malory.

Dana hizo un gesto burlón.

—¡Es un chico!

—De acuerdo. Viviré peligrosamente y tomaré lo auténtico.

—Una Coca-Cola estará bien —coincidió Zoe.

—Marchando. Adelante, sentaos. Ese sofá será un adefesio, pero es cómodo.

—Todo este maravilloso espacio, desperdiciado —se lamentó Malory— por un hombre que tiene el dinero suficiente para comprar una casa como esta. —Se dejó caer en el sofá—. De acuerdo, es cómodo, pero sigue siendo feísimo.

—¿Te imaginas viviendo en un lugar así? —Zoe dio una vuelta rápida—. Es como una casita de muñecas. Bueno, una casa de muñecas inmensa, pero igual de deliciosa. Yo emplearía todo mi tiempo libre jugando con ella, buscando tesoros con que adornarla, entretenida con pinturas y telas.

—Yo también.

Malory inclinó la cabeza. Pensó que, esforzándose al máximo, nunca tendría un aspecto tan exótico como el que exhibía Zoe con unos sencillos vaqueros y una camiseta de algodón. Y había hecho cuentas para calcular la edad de Zoe cuando tuvo a su hijo. A esa misma edad, Malory estaba comprándose el vestido perfecto para el baile de graduación y preparándose para ingresar en la universidad.

Y aun así, allí estaban las dos, juntas en una amplia estancia de una casa desconocida, teniendo pensamientos casi idénticos.

—Es extraño cuánto tenemos en común. Y también es extraño que vivamos en un pueblo relativamente pequeño y no nos hayamos conocido hasta anoche.

Zoe se sentó en el extremo opuesto del sofá.

—¿Dónde te arreglas el pelo?

—En Carmine, en el centro comercial de las afueras.

—Es un buen establecimiento. A Peinado Actual, aquí en el pueblo, donde yo trabajaba, acudían mayoritariamente mujeres que querían lo mismo semana tras semana. —Puso en blanco sus grandes y leonados ojos—. No te culpo por irte fuera. Tienes un cabello estupendo. ¿Tu estilista te ha sugerido alguna vez cortártelo unos dedos?

—¿Cortarlo? —Instintivamente, Malory se llevó la mano al pelo—. ¿Cortarlo?

—Solo un par de dedos, para aligerarlo un poco. Tiene un color magnífico.

—Es mío. Bueno, le ponen algo para darle un poco de dinamismo. —Se rio y bajó la mano—. Creo que tú me miras el pelo del mismo modo que yo miro esta habitación, preguntándome qué podría hacer con ella si tuviera carta blanca.

—Coca-Cola… y galletas. —Dana apareció con tres latas y una bolsa de galletas de chocolate industriales—. Y bien, ¿qué tenemos hasta el momento?

—Yo no he encontrado nada donde se mencione a tres hijas de un joven dios y una mujer mortal. —Malory tiró de la anilla y tomó un sorbo, aunque habría preferido beber en un vaso con hielo—. Dios, esto sabe muy dulce cuando no estás acostumbrada. Tampoco he visto nada sobre almas atrapadas ni llaves. Muchos nombres raros, como Lug, Rhiannon, Anu, Danu. Historias de batallas…, victorias y muerte.

Sacó su cuaderno y lo abrió por la primera y perfectamente organizada página. Con solo echar una mirada, Dana esbozó una gran sonrisa.

—Apuesto a que eras una alumna de primera en todos tus años de estudiante. Cuadro de honor. Licenciada con matrícula. Jodiendo la media académica del resto de la clase.

—¿Por qué?

—Porque eres demasiado organizada para no haberlo sido. Has hecho un esquema y todo. —Le quitó la libreta de las manos y pasó las páginas—. ¡Tablas cronológicas! ¡Hasta gráficos!

—Cállate. —Riéndose de sí misma, Malory recuperó el cuaderno—. Como estaba diciendo antes de que me interrumpieran por mi organizado estilo de investigación, los dioses celtas mueren…, parece que son capaces de regresar a la vida, pero el caso es que es posible matarlos. Y al contrario de lo que sé de las divinidades griegas y romanas, no habitan en la cumbre de ninguna montaña mágica. Viven en la tierra, entre la gente, con muchas normas y protocolo.

Dana se sentó en el suelo.

—¿Algo que pueda ser una metáfora de las llaves?

—Si lo había, se me ha pasado.

—Los artistas eran dioses, y guerreros —añadió Zoe—. O al contrario. Quiero decir que el arte…, la música, la narración de historias, todo eso…, era importante. Y había diosas madres. La maternidad también era importante. Y el número tres. Así que Malory es la artista…

El corazón de Malory se retorció de forma dolorosa.

—No; yo vendo arte.

—Tú sabes de arte —dijo Zoe—, al igual que Dana sabe de libros y yo de ser madre.

—Eso está bien. —Dana le dedicó una brillante sonrisa—. Eso nos da a cada una nuestro papel en este asunto. Pitte dijo belleza, sabiduría y valor. En el cuadro, Malory…, simplifiquémoslo llamándolas por nuestros nombres, Malory estaba tocando un instrumento: música-arte-belleza. Yo sujetaba un rollo de pergamino y una pluma: libro-conocimiento-sabiduría. Y Zoe tenía una espada y un perrito: inocencia-protección-valor.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Malory.

—Podríamos decir que la primera llave, la tuya, está en algún lugar relacionado con el arte o la belleza. Eso coincide con la pista.

—Genial. La recogeré de camino a casa. —Malory empujó un libro con el pie descalzo—. ¿Y qué pasa si toda la historia es un invento?

—Me niego a suponer que se lo hayan inventado todo solo para tenernos dando vueltas por ahí en busca de las llaves. —Pensativa, Dana mordió una galleta—. Da igual lo que creamos nosotras, el caso es que ellos creen que es verdad. De modo que ha de haber algún origen, alguna base para esa leyenda, mito o relato que nos contaron anoche. Si hay un origen, estará en un libro. En algún lugar.

—Bueno… —Zoe dudó, y luego continuó—: El libro que he estado leyendo hablaba de toda la mitología celta que no ha sido escrita. La transmitían oralmente.

—Malditos cabrones —dijo Dana entre dientes—. Mira, Pitte y Rowena la oyeron en algún sitio, y quienquiera que se la contase la habría escuchado de otra persona. La información está ahí fuera, y la información es mi dios.

—Quizá lo que hemos de hacer es conseguir información sobre Pitte y Rowena. ¿Quiénes son? —Malory extendió las manos—. ¿De dónde han venido? ¿De dónde sacan tal cantidad de dinero que les permite repartirlo como si fuesen magdalenas?

—Tienes razón. —Enfadada consigo misma, Dana resopló—. Tienes toda la razón, y yo debería haberlo pensado antes. Resulta que conozco a alguien que puede ayudarnos con eso mientras nosotras nos ocupamos del mito. —Miró hacia la entrada al oír que abrían la puerta principal—. Y aquí está ese alguien.

Oyeron un ruido sordo, un portazo, un barullo y un juramento.

Era lo bastante familiar como para que Malory se apretara las sienes con los dedos.

—Santa madre de Dios.

Mientras pronunciaba esas palabras, el enorme perro negro irrumpió en la habitación. Su cola se movía como una bola de demoliciones, y la lengua le colgaba fuera de la boca. Y los ojos se le iluminaron en cuanto vio a Malory.

Soltó una serie de estruendosos ladridos y se abalanzó hacia su regazo.