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Durante unos segundos, Malory pensó que uno de los guerreros de la verja había cobrado vida. El semblante del hombre tenía la misma belleza fiera y masculina; su constitución era igual de impactante. Su cabello, negro como la tormenta, formaba ondas como alas que enmarcaban su fuerte rostro de escultura.

Sus ojos eran de un azul medianoche. Malory percibió su poder y un latigazo ardiente en la piel cuando su mirada se encontró con la de ella.

No era una mujer fantasiosa. Nada en absoluto. Pero con la tempestad, la mansión, la genuina fiereza de aquella mirada, sintió como si él pudiese leerle la mente y saber todo lo que había pasado por ella.

Luego el hombre apartó la vista, y el momento cesó.

—Soy Pitte. Les agradezco mucho que adornen con su presencia lo que, por ahora, es nuestro hogar.

Cogió la mano libre de Malory y se la llevó a los labios. Su contacto era frío; el gesto, digno y señorial a la vez.

—Señorita Price.

Malory notó que los dedos de Zoe se aflojaban entre los suyos mientras Pitte se le acercaba para tomarle también la mano.

—Señorita McCourt.

Y por último a Dana.

—Señorita Steele.

Ante el estallido de un trueno, Malory dio un salto y volvió a aferrar la mano de Zoe. Para tranquilizarse, se dijo que Pitte no era más que un hombre. Y aquello no era más que una casa. Y alguien tenía que encargarse de restablecer el equilibrio.

—Es muy interesante su hogar, señor Pitte —logró decir.

—Sí. ¿Por qué no nos sentamos? Ah, Rowena, ya has conocido a mis invitadas. —La cogió del brazo cuando ella llegó a su lado.

«Encajan a la perfección —pensó Malory—. Como las dos mitades de una moneda».

—Creo que estaremos mejor junto al fuego —opinó Rowena señalando hacia la chimenea—. Hace una noche tempestuosa. Pongámonos cómodos.

—Creo que nosotras estaríamos más cómodas si comprendiésemos qué está pasando. —Dana plantó en el suelo los altos tacones de sus botas y no se movió de donde estaba—. Y por qué nos han pedido que acudiéramos aquí.

—Por supuesto, pero el fuego resulta tan agradable… No hay nada como un buen champán, buena compañía y un delicioso fuego en una noche de tormenta. Dígame, señorita Price, ¿qué opina de lo que ha visto de nuestra colección de arte?

—Que es impresionante. Y ecléctica. —Mientras giraba la cabeza para mirar a Dana, Malory dejó que Rowena la guiara hasta una silla cercana a la chimenea—. Deben de haberle dedicado una cantidad de tiempo considerable.

La risa de Rowena brotó como la niebla sobre el agua.

—Oh, considerable. Pitte y yo apreciamos la belleza en todas sus formas. De hecho, podría decirse que la veneramos. Imagino que como usted, si tenemos en cuenta la profesión que ha elegido.

—El arte se justifica por sí solo.

—Sí, es la luz de cada sombra. Pitte, debemos asegurarnos de que la señorita Steele vea nuestra biblioteca antes de que finalice la velada. Espero que sea de su agrado. —Hizo un gesto ausente a uno de los criados, que entró con una botella de champán en una cubitera de cristal—. ¿Qué sería el mundo sin los libros?

—Los libros son el mundo. —Llena de curiosidad y cautela, Dana se sentó.

—Creo que ha habido una equivocación. —Zoe se quedó atrás, mirando a unos y otros—. Yo no sé nada de arte, de verdadero arte. Y de libros… Bueno, yo leo, pero…

—Por favor, tome asiento. —Pitte le dio un empujoncito cortés para que se acomodara en una silla—. Siéntase como en su casa. Confío en que su hijo esté bien.

Ella se puso rígida y sus ojos destellaron como los de un tigre.

—Simon está bien.

—La maternidad es una clase de arte, ¿no le parece, señorita McCourt? Un trabajo continuo del tipo más esencial y vital. Algo que requiere valor y corazón.

—¿Usted tiene hijos?

—No, no he sido bendecido con ese regalo. —Acarició la mano de Rowena mientras pronunciaba aquellas palabras; luego alzó su copa—. Por la vida. Y por todos sus misterios. —Sus ojos brillaron por encima del borde de cristal—. No hay nada que temer. Nadie les desea nada que no sea felicidad, salud y éxito.

—¿Por qué? —preguntó Dana—. Usted no nos conoce, aunque parece saber sobre nosotras mucho más que nosotras de usted.

—Usted es una persona inquisitiva. Una mujer decidida e inteligente que busca respuestas.

—Pues no estoy obteniendo ninguna.

Pitte sonrió.

—Espero de corazón que las halle todas. Para empezar, me gustaría contarles una historia. Creo que es una noche ideal para eso.

Se recostó en su asiento. Como la de Rowena, su voz era musical y potente, y algo exótica. «La clase de voz perfecta para narrar historias en noches tormentosas», pensó Malory.

Con ese pensamiento se relajó un poco. Después de todo, ¿qué más tenía que hacer, aparte de estar en una casa fantástica junto a un fuego que ardía furioso y escuchar a un hombre extraño y atractivo que pretendía tejer un relato mientras ella tomaba sorbos de champán?

También contaba la oportunidad de poder comer exquisiteces mientras cuadraba su economía.

Y si pudiese ganarse la confianza de Pitte y empujarlo hacia La Galería como si fuese un vehículo para que aumentara su colección de arte, tal vez podría conservar su empleo.

De manera que también se recostó y se dispuso a disfrutar.

—Hace mucho tiempo, en una tierra de grandes montañas y frondosos bosques, vivía un joven dios. Era el único vástago de sus padres y muy querido por ellos. Había sido agraciado con un bello rostro y fuerza espiritual y física. Estaba destinado a gobernar algún día, como su padre antes que él, de modo que lo habían educado para convertirse en un dios rey, imperturbable en el juicio y veloz en la acción.

»Había paz en aquel mundo desde que llegaran los dioses. Por todas partes había belleza, música, relatos, arte y danza. Hasta donde alcanzaba la memoria, y la memoria de un dios es infinita, había habido armonía y equilibrio en aquel lugar.

Hizo una pausa para beber un sorbo de vino y recorrió lentamente con la mirada todas las caras que lo rodeaban.

—Desde detrás de la Cortina del Poder y a través del velo de la Cortina de los Sueños, observaban el mundo de los mortales. A muy pocos dioses se les permitía mezclarse con los humanos y unirse a ellos a su antojo; de esos emparejamientos salían las hadas, los duendecillos, los silfos y otras criaturas mágicas. Algunos encontraron el mundo humano más acorde a su gusto y lo poblaron. Otros, por supuesto, se vieron corrompidos por los poderes del universo de los mortales y tomaron caminos más tenebrosos. Así es como funciona la naturaleza, incluso la de los dioses.

Pitte se inclinó hacia delante para coger un delgado biscote con caviar.

—Ustedes habrán oído relatos, de magia y brujería, cuentos de hadas y leyendas. Señorita Steele, como una de las guardianas de historias y libros, ¿tiene en cuenta de qué modo tales narraciones forman parte de la cultura? ¿Cree que hunden sus raíces en la verdad?

—Con esas historias le damos a alguien, o a algo, un poder mayor del que poseemos. Así alimentamos nuestra necesidad de héroes y villanos, y de romance. —Dana se encogió de hombros, aunque ya se sentía fascinada—. Por ejemplo, si el rey Arturo existió como un rey guerrero, según creen muchos estudiosos y científicos, su imagen nos resulta mucho más apasionante y potente si la visualizamos en Camelot, con Merlín, si nos lo representamos como un ser concebido con la ayuda de la brujería que fue coronado rey de adolescente tras haber sacado una espada mágica de una roca.

—Me encanta esa historia —intervino Zoe—. Bueno, excepto el final. Me parece muy injusto. Pero creo… —Enmudeció.

—Por favor —dijo Pitte—, continúe.

—Bueno, yo creo que a lo mejor la magia existió alguna vez, antes de que la educación la sacara de nuestras vidas. No pretendo decir que la educación sea mala —añadió rápidamente, avergonzada al ver que todos le prestaban atención—. Solo me refiero a que, hum, quizá la dejamos a un lado porque empezamos a precisar respuestas lógicas y científicas para todo.

—Bien dicho. —Rowena asintió—. A menudo los niños meten sus juguetes en el fondo del armario y olvidan lo prodigiosos que son mientras se hacen adultos. ¿Usted cree en los prodigios, señorita McCourt?

—Tengo un hijo de nueve años —respondió ella—. Me basta con mirarlo para creer en ellos. Y, por favor, llámeme Zoe.

El rostro de Rowena se iluminó, rebosante de calidez.

—Gracias. ¿Pitte?

—Ah, sí, continúo con la historia. Como mandaba la tradición, al alcanzar la mayoría de edad el joven dios fue enviado al otro lado de la Cortina durante una semana, para pasear entre los mortales, estudiar sus puntos débiles y fuertes, sus virtudes y defectos. Y sucedió que vio a una joven mujer, una doncella de gran belleza y virtud. Y al verla la amó, y al amarla la deseó. Y, aunque las leyes de su mundo se la negaban, él se consumió pensando en ella. Se volvió apático, insomne, desgraciado. No comía ni bebía, ni encontraba ningún atractivo en las jóvenes diosas que le ofrecían. Sus padres, angustiados al ver a su hijo tan infeliz, cedieron. No entregarían a su heredero al mundo mortal, pero llevarían a la doncella al suyo.

—¿La secuestraron? —interrumpió Malory.

—Podrían haberlo hecho. —Rowena llenó las copas de nuevo—. Pero el amor no se puede robar. Es una elección. Y el joven dios anhelaba el amor.

—¿Y lo consiguió? —preguntó Zoe.

—La muchacha mortal eligió, amó y renunció a su mundo por el del dios. —Pitte se colocó las manos sobre las rodillas—. Hubo indignación en el mundo de los dioses, en el de los hombres y en el semimundo místico de las hadas y los duendes. Ningún mortal debía atravesar la Cortina; esa era la norma fundamental, y acababa de quebrantarse. Una mujer mortal había pasado de su propio mundo al de ellos para casarse con su futuro rey sin ninguna razón más importante que el amor.

—¿Qué hay más importante que el amor? —preguntó Malory, y recibió de Pitte una mirada morosa y calmada.

—Algunos dirían que nada; otros dirían que el honor, la verdad, la lealtad. Eso dijeron algunos, y por primera vez en la memoria de los dioses hubo disensión y rebelión. El equilibrio se había roto. El joven dios, ya coronado rey, era fuerte y resistió todo aquello. Y la joven mortal era bella y fiel. Algunos se inclinaron a aceptarla; otros conspiraron en secreto.

En la voz de Pitte hubo un destello de ultraje y una repentina y fría fiereza que llevó a Malory a pensar de nuevo en los guerreros de piedra.

—Los enfrentamientos que se producían abiertamente podían sofocarse, pero lo que se maquinaba en cámaras secretas consumía los cimientos de aquel mundo.

»Ocurrió que la esposa del dios rey dio a luz a tres niñas, tres semidiosas con alma mortal. Al nacer, su padre entregó como protección a cada una un amuleto adornado con piedras preciosas. Las niñas aprendieron las costumbres del mundo de su padre y las del de su madre. Su hermosura e inocencia ablandó muchos corazones y cambió las ideas de muchos. Durante algunos años hubo paz de nuevo. Y las pequeñas crecieron hasta convertirse en jóvenes que se querían con auténtica devoción, cada una con un talento que realzaba y complementaba los de sus hermanas. —Pitte volvió a hacer una pausa, como para recobrar fuerzas—. Ellas no suponían un daño para nadie. Solo repartían luz y belleza a ambos lados de la Cortina. Pero aún quedaban sombras, y una codiciaba lo que ellas poseían y ningún dios podía reclamar. A través de la brujería y la envidia, y a pesar de todas las precauciones, las muchachas fueron arrastradas al semimundo. El hechizo realizado las sumió en un sueño eterno, una muerte viviente. Y, dormidas, las devolvieron a través de la Cortina; sus almas mortales se hallaban encerradas en una urna que tenía tres llaves. Ni siquiera el poder de su padre logró romper las cerraduras. Hasta que se giren las tres llaves en su cerradura correspondiente, una detrás de otra, sus hijas seguirán atrapadas en un sueño encantado y sus almas llorarán en su prisión de cristal.

—¿Dónde están las llaves? —preguntó Malory—. ¿Y por qué no se puede abrir la urna con un encantamiento si esa fue la forma de cerrarla?

—Dónde están es un enigma. Se han realizado numerosos hechizos y conjuros para abrir las cerraduras, y todos han fracasado…, pero hay pistas. Las almas son mortales, y solo almas mortales pueden manejar las llaves.

—Mi invitación decía que yo era la llave. —Malory miró a Dana y a Zoe, y ambas asintieron con la cabeza—. ¿Qué tenemos que ver nosotras con esa leyenda mitológica?

—Hay algo que debo mostrarles. —Pitte se puso en pie y señaló hacia la entrada—. Espero que les interese.

—La tormenta está empeorando. —Confusa, Zoe lanzó una ojeada hacia las ventanas—. He de pensar en irme a casa.

—Les ruego que me concedan este gusto.

—Nos marcharemos todas juntas. —Malory dio un apretón tranquilizador al brazo de Zoe—. Veamos primero qué desea enseñarnos. Espero que vuelva a invitarme en otra ocasión —continuó mientras se dirigía hacia la puerta, donde aguardaban Pitte y Rowena—. Me encantaría ver algo más de su colección de arte, y quizá pueda devolverle el favor dándole un paseo privado por La Galería.

—Será bienvenida en nuestra casa, por supuesto. —Pitte la cogió del brazo con suavidad y la guio hasta el amplio vestíbulo—. Para Rowena y para mí sería un auténtico placer hablar de nuestra colección con alguien que la entiende y la valora. —Giró y pasó por debajo de otra arcada—. Espero que entienda y valore esta pieza en particular.

Sobre otra chimenea en la que crepitaba el fuego, había un cuadro que se elevaba hasta el techo. Los colores eran tan vivos e intensos y el estilo tan audaz y vigoroso que el corazón de Malory, gran amante del arte, dio un brinco.

Retrataba a tres mujeres, jóvenes, hermosas, con vaporosos trajes de color zafiro, rubí y esmeralda. La de azul, con unos rizos dorados y rebeldes que le llegaban a la cintura, estaba sentada en un banco semicircular que bordeaba un estanque. Sujetaba una pequeña arpa de oro.

A sus pies, sobre las baldosas plateadas, la chica de rojo tenía un rollo de pergamino y una pluma en el regazo, y la mano sobre la rodilla de su hermana —pues sin duda eran hermanas—. La joven de verde se hallaba de pie junto a ellas sosteniendo en un brazo un perrito negro y regordete, y llevaba una pequeña espada de plata en la cadera. Una enorme cantidad de flores se derramaba a su alrededor.

Había árboles de cuyas ramas caían magníficos frutos, y en el firmamento cerúleo volaban pájaros y hadas.

Embelesada, Malory había recorrido la mitad de la distancia que la separaba del cuadro para examinarlo de cerca cuando el corazón le dio un vuelco aún más fuerte: la chica de azul tenía su misma cara.

Mientras se detenía de golpe, pensó que era más joven, y más hermosa, desde luego. El cutis era luminoso; los ojos, más azules y profundos; el cabello, más abundante y romántico. Pero el gran parecido era indudable, y también, como observó mientras se recobraba de la impresión, la semejanza entre las otras dos retratadas y las demás invitadas al Risco del Guerrero.

—Un trabajo magnífico. La obra de un maestro —dijo, y se sorprendió de lo calmada que sonaba su voz pese al zumbido de sus oídos.

—Se parecen a nosotras. —En las palabras de Zoe había admiración mientras se aproximaba a Malory—. ¿Cómo es posible?

—Buena pregunta. —En la voz de Dana lo que había era recelo—. ¿Cómo nos han utilizado a nosotras tres como modelos para lo que es, obviamente, un retrato de las tres hermanas de la historia que acabamos de escuchar?

—Se pintó antes de que vosotras nacierais. Antes de que nacieran vuestros padres, vuestros abuelos y quienes los engendraron. —Rowena se aproximó al cuadro y se quedó frente a él con las manos entrelazadas ante la cintura—. Se puede comprobar su antigüedad realizando ciertas pruebas, ¿no es así, Malory?

—Sí. Se puede verificar su edad aproximada; pero, sea cual sea, no has respondido a la pregunta de Zoe.

La sonrisa que mostraba el rostro de Rowena dejaba traslucir una mezcla de aprobación y regocijo.

—No, no he respondido. ¿Qué más ves en el cuadro?

Malory hurgó en su bolso y sacó unas gafas de montura negra y rectangular. Se las puso e hizo un examen más minucioso de la obra.

—Una llave, en la esquina derecha del cielo. Parece un pájaro hasta que lo miras más de cerca. Hay una segunda llave ahí, en una rama de ese árbol, casi oculta por las hojas y la fruta. Y la tercera es solo visible bajo la superficie del estanque. Hay una sombra entre los árboles con la forma de un hombre, o quizá de una mujer. Es una insinuación de algo oscuro que vigila a las jóvenes. Otra sombra se desliza por el borde de las baldosas plateadas. ¡Ah! Y ahí, lejos, al fondo —absorta en la pintura, olvidó la prudencia y se subió al reborde de la chimenea—, hay una pareja… Un hombre y una mujer… abrazados. Ella va ataviada suntuosamente, con el púrpura, que indica que es una mujer de alta posición. Y él va vestido como un soldado; un guerrero. Hay un cuervo en un árbol justo encima de ellos: un símbolo de perdición inminente; al igual que el cielo, que en esta parte está más oscuro…, tormentoso, con rayos y relámpagos. Una amenaza. Amenaza de la que no son conscientes las tres hermanas. Ellas miran hacia delante, unidas, mientras la corona de su rango destella a la luz del sol que baña esta área del primer plano. Entre ellas hay un sentimiento de compañerismo y afecto, y la paloma blanca de aquí, en el borde del estanque, es su pureza. Cada una lleva un amuleto de igual forma y tamaño, cuya piedra preciosa coincide con el color de su indumentaria. Conforman una unidad, aun siendo individuales. Es una obra espléndida. Casi puedes verlas respirar.

—Tiene un ojo muy perspicaz. —Pitte rozó el brazo de Rowena mientras asentía aprobatoriamente mirando a Malory—. Es la pieza más valiosa de la colección.

—De todos modos —intervino Dana—, eso no contesta la pregunta.

—Los poderes mágicos no pudieron deshacer el conjuro que mantenía encerradas en una urna de cristal las almas de las hijas del rey. Se convocó a hechiceros, magos y brujas de todos los mundos. Pero ningún tipo de magia pudo romper el maleficio. De modo que se lanzó otro conjuro: en este mundo, en cada generación nacerán tres mujeres que coincidirán en un mismo lugar al mismo tiempo. No son hermanas ni diosas, sino mortales. Y son las únicas que pueden liberar a las inocentes.

—¿Y usted pretende que nosotras nos creamos que somos esas mujeres? —Dana arqueó las cejas. Notaba un cosquilleo en la garganta, pero no le apetecía reírse—. ¿Es que resulta que nos parecemos a las chicas de este cuadro por casualidad?

—Nada es por casualidad. Y que lo crean o no cambia poco las cosas. —Pitte extendió las manos hacia ellas—. Ustedes son las elegidas, y yo soy el encargado de comunicárselo…

—Bueno, pues ya nos lo ha comunicado, así que ahora…

—… y de hacerles esta propuesta —continuó él antes de que Dana terminase—: Cada una de ustedes tendrá, por turnos, un ciclo de la luna para encontrar una de las llaves. Si dentro de veintiocho días la primera falla, el asunto habrá concluido. Pero si la primera tiene éxito, empezará el tiempo de la segunda. Si esta falla, todo habrá acabado. Si las tres llaves llegan hasta aquí antes del final de la tercera luna, ustedes recibirán una bonificación.

—¿De qué clase? —preguntó Zoe.

—Un millón de dólares. Cada una.

—¡Anda ya! —soltó Dana con un bufido, y luego miró a sus compañeras—. ¡Oh, vamos, señoras! Este tío está chalado. Para él es muy fácil arrojar dinero como si fuera confeti mientras nosotras nos dedicamos a perder el tiempo buscando un trío de llaves que, para empezar, ni siquiera existen.

—¿Y si existieran…? —Zoe se volvió hacia Dana con los ojos brillantes—. En ese caso, ¿no querrías tener la oportunidad de encontrarlas?, ¿la oportunidad de conseguir esa cantidad de dinero?

—¿Qué oportunidad? Ahí fuera hay un mundo inmenso, ¿cómo esperas localizar una llavecita de oro?

—Cada una contará, en su turno, con una guía. —Rowena señaló un pequeño arcón—. Podemos hacerlo si estamos todos de acuerdo. Vosotras podréis trabajar juntas. De hecho, eso es lo que esperamos. Debéis aceptar las tres; si una rechaza el desafío, se acabó. Si todas aceptáis el reto y sus términos, cada una recibirá veinticinco mil dólares, que seguirán siendo vuestros tanto si triunfáis como si fracasáis.

—Espera un minuto, espera un minuto. —Malory levantó una mano y después se quitó las gafas—. Espera un minuto —repitió—. ¿Estás diciendo que si decidimos buscar las llaves, solo buscarlas, nos daréis veinticinco mil dólares? ¿Limpios de polvo y paja?

—Depositaremos esa cantidad en la cuenta bancaria que ustedes elijan. Inmediatamente —aseguró Pitte.

—¡Oh, Dios mío! —Zoe entrelazó las manos—. ¡Oh, Dios mío! —repitió, y se dejó caer en una silla—. Esto tiene que ser un sueño.

—Un timo, más bien. ¿Dónde está la trampa? —inquirió Dana—. ¿Cuál es la letra pequeña?

—Si fracasáis, cualquiera de las tres, la penalización para todas será de un año de vuestras vidas.

—¿Qué? ¿Como en la cárcel? —preguntó Malory.

—No. —Rowena indicó a una criada que entraba con un carrito de café—. Un año de vuestras vidas no existirá.

—¡Paf! —Dana chasqueó los dedos—. Como un truco de magia.

—La llave existe. No en esta casa —musitó Rowena—, pero sí en este mundo, en este lugar. Eso podemos revelarlo, pero no estamos autorizados a decir nada más, aunque podemos brindaros cierta orientación. La búsqueda no es sencilla, por eso recompensamos el intento. En caso de tener éxito, el premio es mayor; y por fallar hay una penalización. Por favor, tomaos un tiempo para discutirlo entre vosotras. Pitte y yo os dejaremos un rato a solas.

Ambos salieron de la estancia y Rowena se giró para cerrar las enormes puertas correderas.

—Esto es una casa de locos —dijo Dana mientras cogía un pastelito de la bandeja de postres—. Si alguna de vosotras está considerando seriamente seguir el juego a esos dos pirados, es que forma parte de este manicomio.

—Déjame decir solo una cosa. —Malory se sirvió una taza de café y le echó dos terrones de azúcar—. Veinticinco mil dólares cada una.

—No es posible que te creas que van a apoquinar de verdad ese montón de pasta porque les digamos: «Oh, por supuesto que buscaremos las llaves». Unas llaves que abren una caja que contiene las almas de tres semidiosas.

—Solo hay un modo de averiguarlo —repuso Malory mientras se debatía entre coger o no un pastelillo de crema.

—Se parecen a nosotras. —Sin hacer caso del café ni de los dulces, Zoe permanecía ante el cuadro, contemplándolo—. Muchísimo.

—Sí, desde luego, y eso resulta escalofriante. —Dana asintió cuando Malory alzó la cafetera ofreciéndole—. ¿Por qué nos habrán pintado juntas de esa manera? No nos conocíamos antes de esta noche. Y me horripila la idea de alguien espiándonos, tomando fotografías, apuntes o lo que fuese para poder retratarnos conjuntamente.

—Esto no es algo pintado por capricho o con prisas. —Malory le tendió una taza de café—. Es una obra maestra. La destreza, la aplicación, el detalle… Alguien se volcó en esta pieza, alguien con un talento increíble. Y le supuso una increíble cantidad de trabajo. Si esto es un timo, está muy elaborado. Además, ¿cuál es el problema? Yo estoy sin blanca. ¿Y vosotras?

Dana hinchó los carrillos.

—Más o menos igual.

—Yo tengo algo ahorrado —dijo Zoe—. Pero se me acabará enseguida si no consigo otro empleo pronto. No sé nada al respecto, pero no me da la impresión de que estas personas vayan tras el poco dinero que tenemos.

—Estoy de acuerdo. ¿Quieres café?

—Gracias. —Se giró hacia ellas y extendió las manos—. Mirad, vosotras no me conocéis, y no hay ninguna razón para que os importe, pero a mí ese dinero me iría muy bien. —Avanzó unos pasos—. Veinticinco mil dólares serían como un milagro. Seguridad para mi hijo, y quizá una oportunidad para hacer lo que siempre he querido: abrir mi propio salón de belleza. Solo hemos de decirles que sí. Y buscar unas llaves. No es nada ilegal.

—No hay ninguna llave —insistió Dana.

—¿Y si resulta que sí que las hay? —Zoe bajó su taza antes de llegar a beber—. Debo decir que veinticinco mil dólares me ayudan mucho a abrir la mente a nuevas posibilidades. ¿Y un millón? —Soltó una carcajada breve y perpleja—. Ni siquiera puedo pensarlo. Me da dolor de estómago.

—Sería como una búsqueda del tesoro —murmuró Malory—. Podría resultar divertido. Quién sabe, hasta podría ser provechoso. Veinticinco mil dólares rellenarían un vacío, y justo ahora eso es una prioridad práctica para mí. Y quizá yo también podría tener mi propio negocio. No como La Galería, sino un local pequeño que se centrara en artistas y artesanos… —Faltaban diez años para que eso ocupara el primer lugar en la lista de objetivos de su plan vital, pero podía ser flexible.

—Nada es tan sencillo. Nadie entrega dinero porque tú le digas que vas a hacer algo. —Dana sacudió la cabeza—. Tiene que haber mucho más debajo de todo esto.

—A lo mejor ellos creen en la historia —objetó Malory—. Si tú también la creyeras, veinticinco mil dólares te parecerían una miseria. Aquí estamos hablando de almas. —Incapaz de evitarlo, se giró para mirar el cuadro—. Un alma vale más que veinticinco mil dólares. —En su interior, el entusiasmo empezó a saltar como una brillante pelota roja. Ella nunca había vivido una aventura, y mucho menos una aventura pagada—. Ellos son ricos y excéntricos, y se lo creen. Lo cierto es que si seguimos con esto casi es como si fuésemos nosotras quienes los timamos. Pero eso lo voy a pasar por alto.

—¿En serio? —Zoe la agarró del brazo—. ¿Vas a aceptar?

—No ocurre todos los días que te paguen por trabajar para los dioses. Vamos, Dana, suéltate el pelo.

Dana frunció el entrecejo de tal modo que en su frente se dibujó una profunda y tozuda línea vertical.

—Esto nos causará problemas. No sé dónde ni cómo, pero me huele a problemas.

—¿Qué harías tú con veinticinco mil dólares? —le preguntó Malory, arrulladora; luego le ofreció otro pastelillo.

—Invertir lo que pudiese para poder tener mi propia librería. —Suspiró, soñadora; empezaba a flaquear—. Serviría té por las tardes y vino en las veladas. Habría lecturas… Oh, cielos.

—¿No es extraño que las tres atravesemos una crisis laboral y que lo que queramos todas sea abrir nuestro propio local? —Zoe volvió a mirar el cuadro de forma precavida—. ¿No os parece raro?

—No más que el hecho de estar en esta fortaleza hablando de ir a la caza de un tesoro. Bueno, estoy en un aprieto —musitó Dana—: Si digo que no, os fastidio a las dos; si digo que sí, me sentiré como una idiota. Supongo que soy una idiota.

—¿Sí? —Con una carcajada, Zoe le lanzó los brazos al cuello—. ¡Es estupendo! ¡Es fantástico!

—Relájate, Zoe. —Riendo entre dientes, Dana le dio unas palmaditas en la espalda—. Imagino que este es el momento de sacar a colación la cita oportuna: «Todas para una y una para todas».

—Yo tengo una mejor —Malory cogió de nuevo su taza y la alzó a modo de brindis—: «Muéstrame el dinero».

Como si les hubieran avisado, se abrieron las puertas. Rowena entró primero y dijo:

—¿Nos sentamos?

—Hemos decidido aceptar el… —Zoe se interrumpió y miró a Dana.

—… el desafío.

—Sí. —Rowena cruzó las piernas—. Querréis ver los contratos…

—¿Contratos? —repitió Malory.

—Por supuesto. El nombre tiene poder. Escribir el propio nombre como promesa es necesario para todos. En cuanto estéis satisfechas, escogeremos la primera llave.

Pitte sacó unos documentos de un escritorio y entregó una copia a cada una de las tres mujeres.

—Son sencillos, creo yo, e incluyen las condiciones de las que hemos hablado antes. Si anotan aquí dónde quieren que se les ingrese el dinero, ya estará todo listo.

—¿No os importa que no creamos en ellas? —Malory levantó una mano en dirección al cuadro.

—Dadnos vuestra palabra de que aceptáis los términos del contrato. Eso basta por ahora —respondió Rowena.

—Mucha franqueza para un negocio tan extraño —señaló Dana. Y se prometió a sí misma llevar el contrato a un abogado al día siguiente para ver si era vinculante.

Pitte le alargó un bolígrafo.

—Tanta franqueza como muestra usted. Cuando llegue su turno, sé que hará todo lo que pueda.

Un relámpago chisporroteó tras el cristal de la ventana mientras los contratos se firmaban y se refrendaban.

—Vosotras sois las elegidas —dijo Rowena poniéndose en pie—. Ahora todo está en vuestras manos. ¿Pitte?

Él volvió al escritorio y cogió una caja tallada.

—Dentro hay tres discos. Uno tiene la imagen de una llave. La que saque ese disco empezará la búsqueda.

—Espero no ser yo. —Con una carcajada temblorosa, Zoe se secó en la falda las humedecidas palmas de las manos—. Lo siento, es que estoy muy nerviosa. —Cerró los ojos y metió la mano en la caja. Apretando el disco dentro del puño, se dirigió a Dana y Malory—: Los miramos todas a la vez, ¿de acuerdo?

—Muy bien. Allá voy. —Dana tomó otro disco y lo mantuvo pegado al cuerpo hasta que Malory recogió el que quedaba.

—Vale.

Permanecieron en círculo, cara a cara. Luego mostraron los discos.

—¡Guau! —Malory carraspeó—. Qué suerte la mía —susurró mientras observaba la llave de oro grabada en su disco.

—Usted es la primera, señorita Price. Su tiempo comienza mañana a la salida del sol y termina veintiocho días después a medianoche.

—Pero tendré una guía, ¿no? Un mapa o algo.

Rowena abrió el pequeño arcón y sacó un papel que entregó a Malory. Después recitó las palabras que había escritas en él:

—«Debes buscar la belleza, la sabiduría y el valor. Una sola no tiene ningún valor. Dos sin la tercera es algo incompleto. Indaga en el interior y conoce lo que ya conoces. Averigua qué esconde la oscuridad principalmente. Indaga en el exterior, donde la luz vence a las sombras, como el amor vence a la pesadumbre. Lágrimas de plata caen de la canción que ella crea, pues brota de las almas. Mira más allá y en medio, para ver dónde florece la belleza y canta la diosa. Puede haber miedo, puede haber dolor, pero el corazón sincero los derrota a ambos. Cuando halles lo que buscas, el amor romperá el encantamiento y el corazón forjará la llave y la devolverá a la luz».

Malory aguardó un segundo.

—¿Ya está? ¿Y se supone que eso es una pista?

—Me alegro de no tener que ser la primera —dijo Zoe.

—Espera… ¿No puedes decirme nada más? Tú y Pitte ya sabéis dónde están las llaves, ¿verdad?

—Eso es todo lo que nos permiten darte, pero tú ya tienes todo lo que necesitas tener. —Rowena posó las manos en los hombros de Malory, luego la besó en las mejillas—. Bendita seas.

Algo más tarde, Rowena se hallaba ante la chimenea dejando que el fuego le calentara las manos mientras contemplaba el cuadro. Notó que Pitte entraba y se detenía detrás de ella, y volvió el rostro cuando él le tocó la mejilla.

—Tenía más esperanzas antes de que vinieran —confesó Pitte.

—Son mujeres inteligentes y con recursos. No se escoge a ninguna que no sea capaz.

—Y aun así continuamos en este lugar, año tras año, siglo tras siglo y milenio tras milenio.

—No, por favor. —Se dio la vuelta, le rodeó la cintura con los brazos y se apretó contra él—. No desesperes, mi amor, antes de que haya empezado siquiera.

—¡Tantos comienzos y nunca un final! —Inclinó la cabeza y deslizó sus labios por la frente de Rowena—. ¡Cómo me agobia este sitio!

—Hemos hecho todo lo que está en nuestras manos. —Apoyó la mejilla en el pecho de Pitte, reconfortada por el sonido regular de su corazón—. Ten un poco de fe. Me gustan esas chicas —añadió, y lo cogió de la mano mientras se encaminaban hacia la puerta.

—Son bastante interesantes. Para ser mortales —replicó él.

Cuando cruzaron el arco de entrada, el crepitante fuego se desvaneció y las luces se apagaron de golpe dejando una estela dorada en la oscuridad.