Flynn la hizo reír mordiéndole la mandíbula y manteniéndola inmovilizada mientras ella trataba de zafarse en broma.
—Sabes aún mejor que el pastel de carne.
—Si eso es lo mejor que se te ocurre, entonces vas a fregar los platos tú solito.
—Tus amenazas no me asustan. —Le pasó los dedos por las costillas y hacia los pechos—. Hay un lavavajillas en algún lugar de esa cocina.
—Sí, es verdad. Y tú habías guardado dentro un paquete de comida para perros.
—¿Así que es ahí donde había ido a parar?
Le mordisqueó el lóbulo de la oreja.
—Ahora lo tienes en el armario del lavadero, que es el lugar que le corresponde. —Giró un poco la cabeza para permitirle un mejor acceso a su cuello—. Está claro que no te has enterado de que se fabrican todo tipo de contenedores muy prácticos, e incluso bonitos, para almacenar cosas como la comida para perros.
—¿En serio? Me parece que me va a costar mucho trabajo sacarte esas preocupaciones domésticas de la cabeza; pero me encantan los desafíos después de una buena comida. Vamos a deshacernos de esto. —Tiró de la blusa de Malory y luego emitió un sonido gutural de aprobación mientras acariciaba el encaje de color salmón de su sujetador—. Me gusta esto. Lo dejaremos un poco más donde está.
—Podríamos continuar con esto arriba. He estado limpiando debajo de los cojines y me he enterado de que este monstruo es capaz de tragarse cualquier cosa. Quizá nosotros seamos los siguientes.
—Yo te protegeré.
Sustituyó los dedos por los labios y los deslizó por la piel y el encaje. Los enormes cojines cedieron bajo su peso y los acunaron mientras Flynn la saboreaba. Ella se retorció y se agitó en una resistencia fingida, un juego erótico que los excitó a ambos.
El cerebro de Malory empezó a nublarse mientras él le mordía el torso.
—¿Qué piensas de las brasileñas?
Perplejo, Flynn alzó la cabeza.
—¿Qué? ¿Las personas o las nueces?
Malory se quedó mirándolo, asombrada al advertir que había hablado en voz alta y encantada con la respuesta de Flynn. Se estremeció de la risa que le subía desde el estómago mientras lo agarraba y le cubría la cara de besos.
—Nada. No importa. Ven. —Le quitó la camisa—. Ahora estamos empatados.
Le encantaba sentir la piel de Flynn debajo de sus manos, sus firmes hombros, sus músculos. Le encantaba, ¡oh, sí!, sentir las manos de él en su propia piel. Delicadas o bruscas, precipitadas o pacientes.
Y mientras la luz del ocaso se colaba por las ventanas, mientras él surcaba su cuerpo, Malory cerró los ojos y dejó que la sensación la embargara.
Revoloteos y tirones, ardor y escalofríos. Eran emociones separadas que se fundían en una sola y uniforme. Los dedos de Flynn danzaron por su vientre y la hicieron estremecerse antes de quitarle los pantalones.
Luego su lengua se deslizó por su cuerpo, cada vez más abajo, dentro de ella, y la llevó volando a la cima.
Malory pronunció su nombre con un gemido mientras su cuerpo se tensaba como un arco debajo del de él. Repitió su nombre con un suspiro mientras parecía disolverse entre sus manos.
Flynn quería, como había querido antes en la cocina, darle cualquier cosa, cualquier cosa que ella desease, que necesitase, incluso más de lo que pudiese imaginar.
Nunca había sabido cómo era que te ofreciesen un amor incondicional, ni saber que ese amor te estaba esperando. Nunca lo había echado de menos, porque ignoraba que existiera.
Y ahora tenía entre sus brazos a la mujer que se lo había entregado.
Ella era su milagro, su magia. Su llave.
Pegó los labios a sus hombros, su garganta, cabalgó a lomos de aquellas emociones cuando ella lo estrechó.
Las palabras se amontonaban en su cabeza, pero ninguna bastaba. Flynn buscó la boca de Malory, sujetó sus caderas y la colmó.
Calentita, relajada y somnolienta, Malory se hizo un ovillo contra Flynn. Le apetecía quedarse arrebujada en aquel delicioso brote formado por las emanaciones del sexo, ir a la deriva al ritmo del zumbido que emitía su propia piel. Las tareas domésticas podían esperar, eternamente si hacía falta. O al menos mientras pudiese seguir allí acurrucada percibiendo los latidos del corazón de Flynn contra ella.
Se preguntó por qué no permanecían así hasta caer dormidos, desnudos, calientes y envueltos por los vapores del amor como si fuesen nubes mullidas y sedosas.
Se estiró perezosamente cuando él le acarició la espalda.
—Hum…, quedémonos aquí toda la noche, como un par de osos en una cueva.
—¿Estás contenta?
Ella alzó el rostro para sonreírle.
—Por supuesto que sí. —Volvió a ovillarse—. Tan contenta que estoy convenciéndome de que no hay platos esperando para que los laven ni una mesa que recoger.
—No has estado muy contenta en los últimos días.
—No, supongo que no. —Colocó la cabeza en el hombro de Flynn para estar más cómoda—. Sentía que había perdido el rumbo y que a mi alrededor todo se movía y cambiaba tan deprisa que me estaba quedando atrás. Luego se me ocurrió que si no cambiaba, al menos debía abrirme al cambio, sin importar la dirección. Porque no estaba yendo a ningún sitio.
—Hay algunas cosas que quiero decirte, si te ves capaz de manejar unos cuantos cambios más.
Inquieta por el tono serio de Flynn, Malory se preparó para oír lo que fuera.
—De acuerdo.
—Sobre Lily.
Flynn sintió cómo ella se ponía rígida, la instantánea tensión de sus músculos, y también percibió su deseo de volver a relajarse.
—Quizá este no sea el mejor momento para hablarme de otra mujer, especialmente de una a la que querías y con la que pensabas casarte.
—Yo creo que sí es el momento. Ella y yo nos fuimos conociendo durante meses de un modo informal, y después de un modo íntimo a lo largo de casi un año. Conectamos en distintos niveles: profesional, social, sexual…
El delicioso y cálido brote de Malory se desintegró y ella empezó a notar frío.
—Flynn…
—Escúchame. Fue la relación adulta más larga que he tenido con una mujer. Una relación seria con proyectos de futuro. Yo pensaba que estábamos enamorados el uno del otro.
—Ella te hizo daño. Lo sé y lo siento, pero…
—Silencio. —Le dio un golpecito con el dedo en la coronilla—. Ella no me amaba, o, si acaso, el suyo era un amor con requisitos muy específicos. Así que no podríamos decir que era un regalo. —Se quedó callado un momento, seleccionando sus palabras con mucho cuidado—. No es fácil mirarse al espejo y aceptar que te falta algo, algo que impide que la persona a la que quieres te ame.
Malory trató de mantenerse firme.
—No, no es así.
—E incluso cuando llegas a aceptarlo, cuando te das cuenta de que no es eso exactamente, de que también hay algo que falta en la otra persona, algo que falta en todo el asunto, te has dejado la ilusión por el camino. Te vuelves mucho más prudente a la hora de probar de nuevo.
—Lo entiendo.
—Y al final resulta que no vas a ningún sitio —afirmó—. Jordan me dijo algo el otro día que me hizo pensar mucho. Me preguntó si en algún momento me había imaginado la vida con Lily. Ya sabes, visualizar cómo estaríamos después de llevar juntos unos años. Pude ver el futuro inmediato, el traslado a Nueva York. Cómo encontraríamos trabajo en nuestras respectivas áreas, un lugar en el que vivir, y después caí en que eso era todo. Eso era lo máximo que podía ver. No cómo viviríamos ni qué haríamos aparte de ese cuadro difuso; no cómo seríamos después de una década. No era difícil representarme mi vida sin ella, quizá fuese más difícil retomar mi vida después de que me abandonara. Muchas magulladuras en el orgullo y el ego. Mucha rabia y dolor. Y la consecuencia de sentir que probablemente yo no estaba hecho para todo eso del amor y el matrimonio.
El corazón de Malory se había encogido, por ellos dos.
—No tienes que explicarme nada.
—Aún no he terminado. Ya lo llevaba bastante bien. Tenía mi vida en orden…, aunque te cueste creerlo, pero a mí me servía. Entonces Moe te derribó en la acera y todo empezó a cambiar. No es ningún secreto que me sentí atraído por ti desde el primer instante, y que esperaba que termináramos desnudos en este sofá antes o después. Pero al principio eso era lo máximo que podía ver entre tú y yo. —Le tocó la cara para que la alzase. Quería que Malory lo mirara, quería ver su rostro—. Te conozco desde hace menos de un mes. En muchos puntos básicos contemplamos las cosas desde ángulos opuestos. Pero puedo ver mi vida contigo, al igual que puedes mirar por la ventana y ver tu pequeño mundo ante ti. Puedo ver cómo sería dentro de un año, o dentro de veinte, contigo, conmigo, con lo que hagamos. —Le deslizó los dedos por la mejilla solo para sentir su forma—. Lo que no puedo ver es cómo podría continuar mi vida desde este momento si tú no estás en ella. —Vio cómo los ojos de Malory se llenaban de lágrimas y cómo estas se desbordaban—. Te quiero. —Le secó una lágrima con el pulgar—. No tengo un plan general para lo que suceda a partir de ahora. Solo sé que te quiero.
A Malory la embargó un cúmulo de emociones tan brillantes e intensas que le extrañó que no brotaran de su interior convertidas en luces de colores. Temiendo descontrolarse, se esforzó en sonreír.
—He de pedirte algo muy importante.
—Lo que quieras.
—Prométeme que jamás te desharás de este sofá.
Flynn se echó a reír y pegó la cara a su mejilla.
—Acabarás arrepintiéndote de eso.
—No, no voy a arrepentirme de nada.
Malory se sentó en el porche delantero de la casa que sería suya en un tercio con las dos mujeres que se habían convertido en sus amigas y socias.
El cielo se había oscurecido desde su llegada; las nubes se superponían y amontonaban, formando distintas capas de color gris.
Malory supuso que se avecinaba una tormenta y le complació la idea de estar dentro de la casa mientras la lluvia golpeaba contra el tejado; pero antes necesitaba sentarse mientras el aire se cargaba de electricidad y las primeras ráfagas de viento inclinaban los árboles.
Más que nada, lo que necesitaba era compartir su dicha y su nerviosismo con sus amigas.
—Me quiere. —Pensaba que nunca se cansaría de decirlo en voz alta—. Flynn me quiere.
—Qué romántico.
Zoe hurgó en su bolso, sacó un pañuelo de papel y se sonó la nariz.
—Sí lo ha sido. ¿Sabes?, hubo un tiempo en que no me lo habría parecido. Yo tenía una idea muy detallada en la cabeza. Luz de velas, música, yo y el hombre perfecto en una habitación elegante. O al aire libre, en un entorno espectacular. Todo tendría que haberse preparado al milímetro. —Sacudiendo la cabeza, se rio de sí misma—. Por eso sé que esto es auténtico, porque no había nada elegante ni perfecto. Tenía que ser como ha sido. Tenía que ser Flynn.
—Joder, me cuesta relacionar ese brillo de tus ojos con Flynn. —Dana apoyó la barbilla en la mano cerrada—. Es muy bonito y todo eso, porque yo también lo quiero. Pero es Flynn, mi imbécil favorito. Nunca me lo había imaginado como un personaje romántico. —Se volvió hacia Zoe—. ¿Qué diantres lleva ese pastel de carne? Creo que debería probar tu receta.
—Yo estoy pensando lo mismo. —Dio una palmadita a Malory en la rodilla—. Me alegro muchísimo por ti. Me gustaba la pareja que hacíais desde el principio.
—Eh, ¿vas a ir a vivir con él? —Dana pareció más animada—. Eso sacaría a Jordan más deprisa de la escena.
—Lo siento, aún no hemos llegado a ese punto. De momento estamos regodeándonos en el «nos queremos». Y eso, vecinas y amigas, es todo un cambio para mí. No estoy haciendo planes ni listas. Tan solo lo disfruto. ¡Dios, siento como si pudiese comerme el mundo! Esto me lleva a la segunda parte de la sesión. Lamento no haber contribuido en ninguno de los planes para la casa ni haber colaborado dando ideas para arreglarla y ponerla a punto.
—Yo me preguntaba si irías a echarte atrás —reconoció Dana.
—He llegado a pensarlo. Siento no habéroslo dicho. Supongo que tenía que descubrir por mí misma lo que estaba haciendo y por qué. Ahora ya lo sé. Voy a abrir mi propio negocio porque cuanto más aplazas tus sueños menos posibilidades tienes de convertirlos en realidad. Voy a meterme en una sociedad con dos mujeres a las que adoro. No solo no pienso decepcionaros, tampoco pienso decepcionarme a mí misma. —Se puso en pie y con las manos en las caderas se giró para mirar hacia la casa—. No sé si estoy preparada para esto, pero sí que lo estoy para intentarlo. Tampoco sé si encontraré la llave en el tiempo que me queda, pero sé que también lo habré intentado.
—Yo sé lo que creo. —Zoe se levantó para unirse a ella—. Si no fuera por la llave, ahora tú no estarías con Flynn, ni nosotras estaríamos juntas, ni habríamos comprado este sitio. Por eso yo tengo la oportunidad de hacer algo especial, para mí misma y para Simon. No la tendría sin vosotras dos.
—Dejadme empezar diciendo que podemos saltarnos lo del abrazo en grupo. —A pesar de lo dicho, Dana se les unió—. Yo siento lo mismo. No existiría esta posibilidad sin vosotras y el idiota de mi hermano no tendría a una dama con clase enamorada de él. Todo esto empieza con la llave. Y te digo que la encontrarás, Malory. —Alzó la vista cuando comenzó a llover—. Ahora pongámonos a cubierto.
Ya dentro, se detuvieron en un semicírculo.
—¿Juntas o separadas? —preguntó Malory.
—Juntas —respondió Zoe.
—¿Arriba o abajo?
—Arriba. —Dana miró a sus amigas, que asintieron—. ¿Has dicho que Flynn iba a venir, Mal?
—Sí, pensaba escaparse del trabajo una hora.
—Entonces podemos emplearlo como mula de carga para lo que queramos sacar del desván.
—Algunas de las cosas que hay ahí arriba son estupendas. —El rostro de Zoe se iluminó de entusiasmo mientras subían las escaleras—. A primera vista parece solo un montón de trastos, pero creo que en cuanto nos pongamos manos a la obra descubriremos objetos que podemos utilizar. Hay una vieja silla de mimbre que podríamos reparar y pintar. Quedaría de maravilla en el porche. Y un par de lámparas de pie. Las pantallas están hechas una porquería, pero podemos limpiar los pies y darles un tratamiento para que parezcan antiguos.
Malory dejó de escucharla mientras subía. La ventana de lo alto estaba mojada por la lluvia y gris por el polvo. El corazón empezó a latirle como si fuera un puño golpeando contra las costillas.
—Este es el lugar —susurró.
—Sí, este es. —Dana se puso en jarras mientras miraba alrededor—. Será nuestro y del banco dentro de unas semanas.
—No. Este es el lugar de mi sueño, esta es la casa. ¿Cómo he podido ser tan tonta para no darme cuenta, para no comprenderlo? —La emoción se reflejaba en su voz, precipitando las palabras—. No era la de Flynn, sino la mía. Yo soy la llave, ¿no fue eso lo que dijo Rowena? —Se giró hacia sus amigas con los ojos brillantes—. Belleza, sabiduría y valor. Eso somos nosotras tres, eso es este lugar. Y el sueño era mi fantasía, mi idea de la perfección, por eso se desarrollaba en mi casa. —Se puso una mano sobre el corazón como si temiera que fuese a salírsele del pecho—. La llave está aquí. En este sitio.
Al instante siguiente estaba sola. Detrás de ella, el hueco de la escalera comenzó a llenarse con una débil luz azul. Como la niebla, fue rodando hacia Malory, reptando sobre el suelo hasta rodearle los tobillos con su fría humedad. Inmovilizada por la impresión, llamó a gritos, pero su voz sonó hueca en un eco burlón.
Con el corazón desbocado, miró hacia las habitaciones que había a los lados. La inquietante bruma azul serpenteaba y se retorcía mientras iba cubriendo las paredes y las ventanas, bloqueando incluso la sombría luz de la tormenta.
«¡Corre! —le aconsejo su mente con un susurro frenético—. Corre, sal de aquí ahora, antes de que sea demasiado tarde». Ella era una mujer común con una vida común.
Se aferró a la barandilla y bajó el primer peldaño. Aún podía ver la puerta a través de aquella cortina azul que devoraba con rapidez la verdadera luz. Al otro lado de la puerta estaba el mundo real, su mundo. Solo tenía que abrirla y salir a la normalidad para que todo volviese a estar en su sitio.
Eso era lo que ella quería, ¿no? Una vida normal. ¿En su sueño no aparecía eso? Matrimonio y familia. Torrijas para desayunar y flores en el tocador. Una bonita vida de placeres sencillos construida a base de amor y afecto estaba esperándola detrás de la puerta.
Bajó la escalera como si estuviera en trance. De algún modo podía ver más allá de la puerta, a través de ella, un día perfecto de otoño. En los árboles había un reflejo dorado por la puesta del sol; el aire era fresco y cortante. Aunque el corazón le seguía martilleando dentro del pecho, sus labios se curvaron en una sonrisa soñadora mientras alargaba la mano hacia la puerta.
—Esto es un error. —Oyó su propia voz, extrañamente firme y tranquila—. Es otra trampa. —Una parte de ella se estremeció, conmocionada, mientras le daba la espalda a la puerta y a la perfecta vida que la aguardaba allá fuera—. Lo que hay al otro lado no es real, pero esto sí. Ahora este es nuestro lugar.
Atónita al ver que había estado a punto de abandonar a sus amigas, llamó a Dana y Zoe de nuevo. ¿Dónde las habría metido Kane? ¿Qué espejismo las había separado? Asustada por ellas, corrió escaleras arriba. Su carrera rasgó la bruma azul, que volvió a cerrarse detrás de ella en repugnantes volutas.
Para orientarse, Malory fue hasta la ventana que había junto a la escalera y frotó el cristal para eliminar aquella gélida neblina. Se le entumecieron los dedos, pero pudo ver que la tormenta seguía activa. La lluvia caía con violencia desde un cielo amoratado. Su coche estaba en la entrada, donde lo había aparcado. Al otro lado de la calle, una mujer con un paraguas rojo y una bolsa de comestibles iba a toda prisa hacia una casa.
Se dijo que aquello sí era real. Aquello era la vida, complicada e inconveniente. Y regresaría a ella. Hallaría la forma de regresar; pero antes tenía un trabajo que hacer.
Cuando se giró hacia la derecha, un escalofrío le recorrió la piel. Deseó tener una chaqueta, una linterna. A sus amigas, a Flynn. Se obligó a no correr, a no precipitarse a ciegas. La habitación era un laberinto de pasillos imposibles.
No importaba. Era otro truco más que pretendía confundirla y atemorizarla. En algún sitio de aquella casa estaba la llave, y también sus amigas. Las encontraría.
Cuando echó a andar, el pavor le arañó la garganta. El aire estaba en silencio, incluso sus pasos solitarios quedaban amortiguados por la bruma azulada. ¿Qué daba más miedo al ser humano que sentirse aterido, extraviado y solo? Kane estaba utilizando eso contra ella, jugando con ella a partir de sus propios instintos.
Porque no podía tocarla, a menos que ella se lo permitiera.
—No vas a conseguir que salga corriendo —gritó—. Sé quién soy y dónde estoy, y no lograrás que salga corriendo.
Oyó que alguien la llamaba, solo una tenue onda que atravesó la densa atmósfera. Guiándose por ese ruido, giró de nuevo.
El frío se intensificó; la niebla formaba remolinos húmedos. Malory tenía la ropa empapada y la piel helada. Pensó que la llamada podría haber sido otra trampa. Ya no podía oír nada, excepto la sangre que le palpitaba dentro de la cabeza.
Casi daba igual qué dirección tomase. Podría estar andando sin fin en círculos o quedarse quieta. Ya no se trataba de hallar el camino o de que la desviaran de él. Llegó a la conclusión de que se trataba de un combate de voluntades.
La llave estaba allí. Malory tenía la intención de encontrarla. Kane tenía la intención de detenerla.
—Debe de resultarte humillante enfrentarte a una mujer mortal. Malgastar todo tu poder y tus habilidades en alguien como yo. Aun así, todo lo que haces se limita a esta irritante luz azul, como de efectos especiales.
Un rabioso destello rojizo perfiló la niebla. Aunque a Malory le había dado un vuelco el corazón, apretó los dientes y siguió adelante. Quizá no fuese sensato provocar a un hechicero, pero, aparte del riesgo, reparó en una consecuencia indirecta: pudo ver otra puerta donde se fundían las luces azul y roja.
«El desván», pensó. Tenía que ser eso. Nada de pasillos y recodos ilusorios, sino la verdadera sustancia de la casa.
Fijó la vista en ese punto mientras se dirigía hacia él. Cuando la bruma se agitó, espesándose y ondulándose, Malory no se inmutó y mantuvo la imagen de la puerta en la cabeza.
Por fin, casi sin aliento, hundió una mano en la niebla y sus dedos se cerraron en torno a un viejo pomo de cristal.
Una acogedora corriente de calidez se derramó sobre ella mientras abría la puerta. Avanzó en la oscuridad mientras la bruma azul se arrastraba a sus espaldas.
Fuera, Flynn circulaba en medio de la furibunda tormenta. Conducía inclinándose hacia delante para mirar a través de la cortina de agua que los limpiaparabrisas apenas podían apartar.
En el asiento trasero, Moe lloriqueaba como un bebé.
—Vamos, cobardica, no es más que un poco de lluvia. —Un rayo se abrió paso a través de un cielo negro, seguido por la explosión de un trueno tan potente como un cañonazo—. Y unos pocos rayos. —Flynn maldijo y mantuvo derecho el volante a pulso cuando el coche dio una sacudida y unos cuantos bandazos—. Y un poco de viento —añadió. Con unas rachas tan fuertes como las de un temporal.
Al salir de la oficina no le había parecido más que una breve tormenta eléctrica; pero iba empeorando con cada metro que recorría. Cuando los gemidos de Moe se convirtieron en aullidos lastimeros, Flynn empezó a preocuparse por si Malory, Dana o Zoe, quizá incluso las tres, se hubieran visto atrapadas por la tormenta.
Después se recordó a sí mismo que en ese momento ya debían de estar en la casa; pero habría jurado que la furia de los elementos era peor, considerablemente peor, en aquel extremo del pueblo. La niebla había descendido sobre las colinas y las había cubierto de un gris tan grueso y denso como la lana. La visibilidad disminuía y se vio obligado a reducir más la velocidad. Incluso a aquel paso de tortuga, el coche derrapó peligrosamente en una curva.
—Nos pondremos a un lado —le dijo a Moe—. Nos pararemos y esperaremos a que acabe.
La ansiedad que le había trepado por la columna vertebral no se calmó cuando aparcó junto a una acera, sino que se le agarró a la nuca como si tuviese garras. El sonido de la lluvia golpeando como puños contra el techo del automóvil parecía martillearle dentro del cerebro.
—Algo va mal.
Se puso en marcha de nuevo, aferrando el volante cuando el viento zarandeaba el coche. Por la espalda le bajaba un sudor nacido del esfuerzo y la inquietud. Durante las tres siguientes manzanas se sintió como un hombre que combatiera en una guerra.
Notó cierto alivio al ver los automóviles de las chicas en la entrada de la casa. «Están bien», se dijo. Estaban dentro. No había ningún problema. Era un idiota.
—Ya te había dicho que no tenías por qué preocuparte —le dijo a Moe—. Ahora tienes dos opciones: o eres valiente y me acompañas, o te quedas aquí solo temblando de miedo. Tú decides, colega.
El alivio se desvaneció en cuanto se detuvo junto al arcén y miró hacia la casa. Si la tormenta tenía un epicentro, estaba allí. Nubes negras bullían sobre el tejado y vertían toda la potencia de su furia. Mientras él miraba, un rayo se abatió sobre el jardín delantero como una flecha en llamas. En el césped quedó una mancha de hierba chamuscada.
—¡Malory!
Flynn no sabía si había hablado, si había gritado o si su cerebro había aullado ese nombre, pero abrió de golpe la portezuela del coche y se internó en la violencia surrealista de la tormenta.
El viento lo hizo retroceder de una bofetada, de un revés tan impactante que notó el sabor de la sangre en la boca. Los rayos retumbaban como fuego de mortero justo delante de él y el aire olía a quemado. Cegado por la lluvia torrencial, Flynn se encorvó y fue hacia la casa tambaleándose.
Subió a trompicones la escalera mientras repetía el nombre de Malory una y otra vez, como una salmodia, y vio la luz azul que se colaba por los resquicios de la puerta.
El pomo quemaba de tan frío y se negaba a girar bajo su mano.
Flynn retrocedió y luego embistió contra la puerta. Una vez, dos, y al tercer asalto la puerta cedió.
De un salto, se metió en aquella bruma azulada.
—¡Malory! —Se apartó el pelo chorreante de la cara—. ¡Dana!
Se dio la vuelta cuando algo le rozó las piernas, y alzó los puños. Los bajó maldiciendo al advertir que solo era un perro mojado.
—Maldita sea, Moe. Ahora no tengo tiempo para…
Se interrumpió cuando Moe gruñó desde lo más hondo de la garganta. Soltó un ladrido feroz y luego se precipitó escaleras arriba.
Flynn lo siguió a toda prisa. Y entró en su oficina.
—Si quieres que haga un trabajo decente al cubrir el festival de plantas decorativas, necesitaré la primera página del suplemento del fin de semana y una llamada con los acontecimientos afines. —Rhoda cruzó los brazos en una postura combativa—. La entrevista de Tim a don Payaso debería ir en la página dos.
Flynn notó un leve zumbido en los oídos y vio que tenía una taza de café en la mano. Se quedó mirando la cara irritada de Rhoda. Podía oler el café y el perfume White Shoulders que Rhoda solía ponerse. Detrás de él, su escáner chirriaba, y Moe roncaba como una máquina de vapor.
—No tienes por qué emplear ese lenguaje conmigo —espetó Rhoda.
—No: esto es una mierda. Yo no estoy aquí. Y tú tampoco.
—Ya es hora de que me trates con un poco de respeto. Tú solo diriges este periódico porque tu madre quiso evitar que hicieras el ridículo en Nueva York. Reportero de la gran ciudad, y un cuerno. Tú no eres más que un chico de pueblo de poca monta. Es lo que has sido y lo que serás.
—Bésame el culo —la invitó Flynn, y le tiró el café, con taza y todo, a la cara.
Rhoda soltó un pequeño grito y Flynn se vio de nuevo rodeado de bruma azul.
Agitado, se dirigió otra vez hacia donde sonaban los ladridos de Moe.
A través de aquella niebla movediza, vislumbró a Dana de rodillas y abrazada al cuello de Moe.
—Oh, Dios. Gracias, Dios. ¡Flynn! —Se levantó y lo abrazó, como había abrazado a Moe—. ¡No puedo encontrarlas, no puedo encontrarlas! Yo estaba aquí, y después ya no estaba, y ahora vuelvo a estar. —La histeria se reflejaba en su voz convulsa—. Estábamos juntas, aquí mismo, y luego ya no estábamos.
—Para, para. —Se separó de ella y la sacudió por los hombros—. Respira.
—Lo siento, lo siento mucho. —Se estremeció y luego se frotó la cara con las manos—. Estaba en el trabajo, pero no estaba. No podía ser. Era como estar en las nubes, moviéndome pero incapaz de precisar qué iba mal. Después he oído ladrar a Moe. Lo he oído ladrar y he recordado. Estábamos aquí. Entonces he vuelto y me he visto en medio de esto…, sea lo que sea, y no he podido encontrarlas. —Trató de calmarse—. La llave. Malory ha dicho que la llave está aquí. Y creo que tiene razón.
—Vete. Sal de aquí y espérame en el coche.
Dana respiró hondo y volvió a estremecerse.
—Estoy acojonada, pero no voy a dejarlas aquí. Ni a ti tampoco, Flynn. Dios, te sangra la boca.
Él se la limpió con el dorso de la mano.
—No es nada. De acuerdo, permaneceremos juntos.
La cogió de la mano y entrelazaron sus dedos. Lo oyeron los dos a la vez, los golpes de unos puños contra la madera. Con Moe a la cabeza de nuevo, salieron corriendo de la habitación.
Zoe estaba delante de la puerta del desván, aporreándola.
—¡Aquí! —llamó—. Malory está ahí arriba. Sé que está ahí, pero no puedo entrar.
—¡Apártate! —le ordenó Flynn.
—¿Estás bien? —Dana se aferró al brazo de Zoe—. ¿Estás herida?
—No. Estaba en casa, Dana. Trasteando en la cocina mientras pensaba qué preparar de cena. Dios mío, ¿cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo hemos estado separadas? ¿Cuánto tiempo lleva Malory sola ahí arriba?