Cuando Malory se despertó, el apartamento estaba tan silencioso como una tumba. Se quedó inmóvil un instante, observando las lanzas de luz que se colaban por un resquicio de las cortinas del patio y se clavaban en el suelo.
«Ya es por la mañana», pensó. Plena mañana. No recordaba haber caído dormida. Y lo que era mejor, mucho mejor, no recordaba haber estado dando vueltas y más vueltas, desesperada por dormirse.
Lentamente metió la mano debajo de la almohada para tocar la piedra. Frunció el entrecejo, buscó a tientas más a fondo y luego se incorporó para levantar la almohada. Allí no había ninguna piedra. Miró bajo los cojines, en el suelo, debajo del sofá, antes de sentarse de nuevo con una mueca de confusión.
Las piedras no desaparecían así como así.
O quizá sí. Una vez que habían cumplido con su propósito. Había dormido, y muy bien, ¿verdad? Tal como le habían prometido. De hecho, se sentía de maravilla. Como si hubiese disfrutado de unas agradables y relajantes vacaciones.
—De acuerdo, gracias, Rowena.
Estiró los brazos y respiró hondo. Y percibió un inconfundible aroma a café.
A menos que el regalo incluyera un café matutino, alguien más debía de haberse levantado.
Fue hasta la cocina y se encontró con una grata sorpresa. La tarta de café de Zoe estaba sobre la encimera, en una bonita bandeja y protegida con film transparente. La cafetera estaba caliente y llena en sus tres cuartas partes. Entre las dos, cuidadosamente doblado, el periódico matinal.
Malory cogió la nota que había debajo de la fuente y leyó lo que Zoe le había escrito con algo que era una exótica mezcla entre letra de imprenta y cursiva.
¡Buenos días! He tenido que irme: reunión con los profesores a las diez.
«A las diez», pensó Malory, y lanzó una mirada ausente al reloj de la cocina. Se quedó con la boca abierta cuando vio que eran casi las once.
—¿Cómo es posible? ¿Cómo puede ser?
No quería despertaros a ninguna de las dos, así que he intentado no hacer ruido.
—Debes de haberte movido como un fantasma —repuso Malory en voz alta.
Dana tiene que estar en el trabajo a las dos. Solo por si acaso, le he puesto tu despertador en la habitación. Se lo he puesto a las doce para que no vaya con prisas y pueda desayunar.
Lo he pasado estupendamente. Quería deciros, a las dos, que, ocurra lo que ocurra, me alegro mucho de haberos encontrado. O de que nos encontráramos las unas a las otras. Sea como sea, me siento muy agradecida porque seáis mis amigas.
Quizá la próxima vez podamos reunirnos en mi casa.
Con cariño,
Zoe
—Parece que hoy es un día de regalos.
Sonriendo, Malory dejó la nota donde estaba para que Dana pudiese leerla también. Con ganas de alargar su buen humor, se cortó un pedazo de tarta y se sirvió una taza de café. Lo puso todo en una bandeja, añadió el periódico y un vasito de zumo y la llevó al patio.
El otoño ya revoloteaba en el aire. Siempre le había encantado el leve aroma ahumado que el otoño arrastraba consigo cuando las hojas comenzaban a mostrar indicios de los colores vibrantes que iban a exhibir.
Mientras tomaba un trozo de tarta de café recordó que tenía que comprar macetas de crisantemos. Ya llevaba retraso en eso. Y también calabazas para hacer arreglos festivos. Recogería hojas de árbol, de arce, cuando se hubiesen vuelto de color escarlata.
Podía agenciarse algunas cosas de sobra y elaborar algo divertido para el porche de Flynn.
Sorbió el café mientras echaba una ojeada a la primera página del periódico. Leerlo era una experiencia distinta ahora que conocía a Flynn. Se preguntó cómo decidiría él qué iba dónde y cómo lo organizaría —historias, anuncios, imágenes, caracteres, tono— para crear un todo cohesionado.
Masticó y bebió mientras iba leyendo, y de repente el corazón le dio un salto cuando tropezó con la columna de Flynn.
Era muy raro que no la hubiese visto antes, ¿no? Semana tras semana. ¿Qué es lo que habría pensado? «Chico guapo, bonitos ojos» o algo así de despreocupado y poco memorable. Habría leído su columna, y habría tenido que estar de acuerdo o en desacuerdo. No tenía ni idea del trabajo y el esfuerzo que Flynn le dedicaba, ni cómo su mente analizaba el tema sobre el que escribía cada semana.
Ahora que lo conocía era distinto; ahora podría oír su voz pronunciando aquellas palabras. Podría visualizar el rostro de Flynn y sus expresiones. Y tener cierto acceso al modo en que trabajaba aquel cerebro tan flexible.
«¿Qué define al artista?», leyó.
Cuando terminó la columna y estaba a punto de leerla por segunda vez, Malory había vuelto a enamorarse perdidamente de Flynn.
Flynn estaba sentado en la esquina de un escritorio y escuchaba a uno de sus reporteros, que le estaba proponiendo la idea de realizar un artículo sobre un hombre del pueblo que coleccionaba payasos. Payasos de peluche, esculturas de payasos, cuadros de payasos. Payasos de porcelana, payasos de plástico, payasos con perros. Payasos que cantaban o bailaban, o que conducían pequeños coches de payaso.
—Tiene más de cinco mil, sin contar los objetos relacionados con los payasos.
Flynn dejó de escuchar un momento, pues la simple idea de cinco mil payasos juntos en un mismo lugar tenía algo de espeluznante. Los imaginó unidos en un ejército de payasos que hacía la guerra con botellas de soda y bates de goma. Con todas esas narizotas rojas y sus carcajadas de maníacos. Y esas enormes y pavorosas sonrisas.
—¿Por qué? —preguntó.
—¿Por qué?
—¿Por qué tiene cinco mil payasos?
—¡Oh! —Tim, un joven periodista que solía utilizar tirantes y demasiada gomina, se recostó en su silla con un crujido—. Verás, su padre inició la colección allá por los años veinte, ¿sabes? Es como un asunto generacional. Él mismo empezó a añadir artículos, ¿sabes?, hacia los años cincuenta, y luego todo el lote pasó a sus manos cuando su padre murió. ¿Sabes?, algunas de las piezas son como de un museo serio. Esos artículos se venden por un pastón en eBay.
—De acuerdo. Dedícale un reportaje. Llévate un fotógrafo. Quiero una imagen de la colección al completo con su dueño en medio. Y otra de él con un par de las piezas más interesantes. Pídele que te cuente la historia o el significado de algunos objetos en concreto. Dale bombo a la conexión padre-hijo, pero comienza con el número de payasos y un par de ejemplos en los extremos de la escala monetaria. Podría ir bien en el suplemento especial del fin de semana. Y, Tim, procura eliminar todos los «¿sabes?», y los «como» cuando lo entrevistes.
—Entendido.
Flynn alzó la vista y vio a Malory entre dos escritorios con una maceta descomunal de crisantemos de color óxido en los brazos. Algo en el brillo de sus ojos hizo que el resto de la sala se difuminara.
—Hola —la saludó—. ¿Dedicándote a la jardinería?
—Quizá. ¿Es un mal momento?
—No. Vamos a mi despacho. ¿Qué sientes ante los payasos?
—Indignación cuando están pintados sobre terciopelo negro.
—Buen punto. Tim —llamó girándose—, haz algunas fotos de las pinturas de payasos sobre terciopelo negro. De lo sublime a lo ridículo y vuelta a empezar —añadió—. Podría estar bien.
Malory entró en su despacho delante de él y siguió hasta la ventana para dejar las flores en el alféizar.
—Quería…
—Espera. —Flynn alzó un dedo mientras escuchaba el aviso que transmitía la emisora de la policía—. Enseguida me lo cuentas —le dijo a Malory, y sacó la cabeza por la puerta—. Shelly, hay un AT en el bloque quinientos de Crescent. La policía local y los servicios médicos ya van para allá. Llévate a Mark.
—¿AT? —repitió Malory cuando él se volvió de nuevo hacia ella.
—Accidente de tráfico.
—¡Oh! Esta misma mañana estaba pensando en cuánto tienes que organizar, sopesar y dar forma para poder sacar el periódico todos los días. —Se inclinó para darle una palmadita a Moe, que roncaba en el suelo—. Y aún te las arreglas para tener una vida al mismo tiempo.
—En cierto modo.
—No. Tienes una vida muy buena, Flynn. Amigos, familia, un trabajo que te satisface, una casa, un perro bobo. Admiro eso. —Se incorporó—. Te admiro.
—¡Guau! Anoche debiste de pasarlo realmente bien.
—Así es. Ya te lo contaré, pero no quiero olvidar lo que he venido a decirte.
—¿Y bien?
—Y bien. —Se acercó a Flynn y le puso las manos sobre los hombros. Luego le dio un beso. Un beso muy, pero que muy largo y cálido—. Gracias.
La piel de Flynn comenzó a vibrar.
—¿Por qué? Porque si es por algo bueno de verdad, quizá debas agradecérmelo otra vez.
—De acuerdo.
Esta vez entrelazó las manos detrás de la cabeza de Flynn y añadió algo de calor a la calidez.
Fuera del despacho prorrumpieron en aplausos.
—Cristo, tendré que instalar persianas aquí. —Probó con el truco psicológico de cerrar la puerta—. No me importa ser un héroe, pero tal vez deberías contarme a qué dragón he matado.
—He leído tu columna esta mañana.
—¿Sí? Normalmente, cuando a alguien le gusta mi columna se limita a decir: «Buen trabajo, Hennessy». Prefiero tu sistema.
—«No es solo el artista que coge el pincel el que pinta el cuadro —citó—. Son quienes lo miran y ven el poder y la belleza, la fuerza y la pasión, los que dan vida a las pinceladas y el color». Gracias.
—Estoy a tu disposición.
—Cada vez que empiece a compadecerme de mí misma por no estar viviendo en París y revolucionando el mundo del arte, cogeré tu columna y me recordaré lo que tengo. Lo que soy.
—Yo creo que eres extraordinaria.
—Hoy yo también lo creo. He despertado sintiéndome mejor que en muchos días. Es sorprendente lo que puede hacer una noche de sueño reparador…, o una piedrecita azul debajo de la almohada.
—Me he perdido.
—No tiene importancia. Es solo algo que me dio Rowena. Anoche se unió a nuestra velada.
—¿Sí? ¿Y qué llevaba?
Riendo, Malory se sentó en una esquina del escritorio.
—No se quedó lo bastante para disfrutar de la diversión del pase de pijamas, pero podría decirse que llegó justo a tiempo. Nosotras tres nos habíamos puesto a jugar con un tablero de ouija.
—¡No hablarás en serio!
—Sí, hablo en serio. Zoe tuvo la idea de que a lo mejor éramos brujas y no lo sabíamos. Que por eso nos habían elegido…, y la verdad es que tiene su lógica. En cualquier caso, las cosas se volvieron un poco raras. Creció la llama de las velas, sopló un fuerte viento… y Kane entró. Rowena dijo que habíamos abierto una puerta, como si fuera una invitación.
—¡Maldita sea, Malory! ¡Joder! ¿Cómo se te ocurre ponerte a jugar con…, con fuerzas místicas? Kane ya te ha atacado una vez. Podría haberte hecho daño.
Malory pensó que Flynn tenía un rostro increíble. Un rostro genial. Podía pasar de interesado a divertido o a furioso en solo medio segundo.
—Eso es algo que Rowena dejó muy claro anoche. No vale la pena que te enfades conmigo ahora.
—Antes de ahora no había tenido la oportunidad de enfadarme contigo.
—Eso es verdad. —Gruñó cuando Moe, que se había despertado con el estallido de Flynn, trató de subírsele al regazo—. Tienes toda la razón del mundo al decir que no deberíamos habernos puesto a jugar con algo que no comprendíamos. Lo lamento, créeme, y no es algo que piense repetir. —Él alargó la mano para darle un tironcito del pelo—. Estoy intentando tener una discusión contigo. Lo menos que puedes hacer es cooperar.
—Hoy estoy demasiado contenta para discutir. Si quieres, lo dejamos para algún día de la semana que viene. Además, solo he pasado a traerte las flores. Ya he interrumpido demasiado tu jornada laboral.
Flynn miró hacia los crisantemos: el segundo ramo de flores que le regalaba.
—Desde luego que estás contenta hoy.
—¿Por qué no habría de estarlo? Soy una mujer enamorada que ha tomado lo que yo creo que son buenas decisiones sobre…
—¿Sobre? —preguntó él al ver que se quedaba absorta.
—Elecciones —farfulló Malory—. Momentos de decisión, momentos de verdad. ¿Por qué no habré pensado antes en eso? Quizá fuese tu casa, pero mi percepción de la perfección le dio la vuelta en el sueño. Se encargó de que encajara. Más mía que tuya. O quizá no tenga nada que ver con eso. Y precisamente seas tú.
—¿El qué?
—La llave. Necesito examinar tu casa. ¿Eso sería un problema?
—Ah…
Impaciente de pronto, Malory rechazó sus dudas agitando las manos.
—Mira, si tienes algo personal o embarazoso escondido, como revistas porno o artilugios sexuales innovadores, te daré la ocasión de quitármelos de delante. O te prometo actuar como si no los hubiese visto.
—Las revistas porno y los artilugios sexuales innovadores los tengo a buen recaudo en la caja fuerte. Y me temo que no puedo revelarte la combinación.
Ella se aproximó a él y le deslizó las manos por el pecho.
—Sé que esto es mucho pedir. A mí no me gustaría tener a nadie husmeando entre mis cosas mientras yo estoy fuera.
—No es que haya mucho donde husmear, pero no quiero que luego me des la tabarra con que he de salir corriendo a comprarme ropa interior nueva y usar la que tengo como trapos para el polvo.
—Yo no soy tu madre. ¿Puedes decirle a Jordan que voy para allá?
—Hoy ha salido a no sé dónde. —Se sacó el llavero del bolsillo y extrajo la llave de la casa—. ¿Crees que aún estarás allí cuando yo llegue?
—¿Por qué no me aseguro de seguir allí para entonces?
—¿Por qué no? Llamaré a Jordan y le diré que no se acerque. Esta noche puede dormir en casa de Brad, y así yo podré tenerte toda para mí.
Malory cogió la llave y le rozó suavemente los labios con los suyos.
—Estoy deseando que me tengas toda para ti.
El brillo malicioso de su mirada tuvo a Flynn riendo durante una hora después de su partida.
Malory subió saltando los peldaños que llevaban a la puerta de Flynn. Se dijo que iba a ser sistemática, lenta y meticulosa.
Debería haber pensado antes en eso. Era como unir los puntos.
Los cuadros reflejaban momentos de cambio, de destino. Era indudable que su vida había cambiado al enamorarse de Flynn. «Y esta es la casa de Flynn», pensó mientras entraba. ¿Acaso no había dicho él que la compró en el mismo instante en que aceptó su destino?
Inmóvil, tratando de absorber las vibraciones del lugar, recordó que debía mirar en el interior y en el exterior. ¿Dentro de la casa y fuera, en el jardín? ¿O era algo más metafórico, relacionado con lo que había visto en su sueño?
Luz y sombras. La casa estaba llena de las dos.
Agradeció que, en cambio, no estuviese llena de cosas. El estilo espartano de Flynn simplificaría mucho la búsqueda.
Empezó por el salón, torciendo el gesto automáticamente al ver el sofá. Miró debajo de los cojines, encontró ochenta céntimos en monedas, un encendedor Bic, una edición en rústica de una novela de Robert Parker y migas de galletas.
Incapaz de soportarlo, cogió el aspirador y un trapo y se puso a limpiar mientras buscaba.
Aquel proceso de dos al precio de uno la tuvo más de una hora en la cocina. Al final Malory estaba sudada y la cocina relucía, pero no había tropezado con nada que se pareciese a una llave.
Resolvió continuar en el primer piso. Recordó que su sueño había comenzado y terminado escaleras arriba. Quizá fuese simbólico. Y seguro que allí no podía haber nada en un estado tan lamentable como el de la cocina.
Un vistazo al cuarto de baño la desengañó al instante. Decidió que incluso el amor (a un hombre y al orden) tenía sus límites, y cerró la puerta sin entrar siquiera.
Llegó al despacho de Flynn y se quedó inmediatamente encantada. Todos los negros pensamientos de que Flynn era un cerdo se desvanecieron.
No es que estuviese limpio. Cualquiera podría ver que necesitaba que le quitaran bien el polvo, y en los rincones había suficientes bolas de pelo de perro como para tejer una manta de punto. Pero las paredes eran luminosas. El escritorio era precioso y los pósters enmarcados mostraban un ojo para el arte y el estilo que no pensaba que él tuviera.
—Así que tienes un montón de lados maravillosos, ¿eh?
Pasó los dedos por el escritorio, impresionada por las pilas de documentos, divertida con las figuritas articuladas.
Era un buen espacio de trabajo. Un buen espacio para pensar. Imaginó que a él le tenía sin cuidado el estado de la cocina. Su sofá no era más que un lugar en el que echar una cabezada o estirarse para leer un libro. Pero se preocupaba de lo que lo rodeaba cuando era importante para él.
Belleza, sabiduría, valor. A Malory le habían dicho que necesitaría los tres. En su sueño había belleza: amor, hogar, arte. Después el conocimiento de que era una ilusión. Y finalmente el valor para romper la ilusión.
Quizá eso formaba parte del asunto.
El amor forjaría la llave.
Bueno, ella quería a Flynn. Aceptaba que quería a Flynn. Pues, entonces, ¿dónde estaba la maldita llave?
Giró en círculo, después se acercó a observar mejor la colección artística de Flynn. Pin-ups. Él era tan…, tan típicamente masculino… Y también inteligente.
Las fotografías tenían cierto impacto sexual, pero con una inocencia subyacente. Las piernas de Betty Grable, la larga melena de Rita Hayworth, el inolvidable rostro de Marilyn Monroe. Leyendas, tanto por su hermosura como por su talento. Diosas de la pantalla. Diosas.
Le temblaban los dedos cuando descolgó el primer retrato. Tenía que estar en lo cierto. Tenía que ser eso.
Pero examinó todas las láminas, todos los marcos, y luego la habitación centímetro a centímetro, y no encontró nada.
Negándose a sentirse desanimada, se sentó ante la mesa. Estaba cerca. A solo un paso, en una u otra dirección, pero cerca. Ya contaba con todas las piezas, de eso estaba segura. Solo necesitaba hallar el diseño correcto y encajarlas en su lugar correspondiente.
Necesitaba tomar un poco de aire, dejar que todo diese vueltas en su cabeza entre tanto sin pensar en ello.
Haría alguna cosa normal mientras su cerebro rumiaba.
No, algo normal no. Algo inspirado. Algo artístico.
Flynn decidió que ya era hora de invertir de nuevo los papeles y devolverlos a su lugar original, de modo que, de camino a casa, se paró a comprar flores para Malory. En el aire ya se percibía el otoño, que había empezado a mostrar su presencia en el color de los árboles. En las colinas de alrededor había algo de bruma, y con el verde de las hojas se entremezclaban rojos, dorados y grises.
Por encima de las colinas, esa noche se elevaría una luna de tres cuartos.
Flynn se preguntó si Malory pensaría en eso, y si eso la preocuparía.
Por supuesto que sí. Sería imposible lo contrario en una mujer como Malory. Aun así, la había visto contenta en su oficina, y él tenía la intención de prolongar ese estado de ánimo.
La llevaría a cenar. Tal vez a Pittsburgh, para cambiar de escenario. Un largo trayecto en coche, una elegante cena… Eso le gustaría, la distraería…
En cuanto atravesó la puerta, supo que algo había cambiado.
Olía… bien.
«Un poco a limón», pensó mientras se acercaba al salón. Un poco picante. Con un trasfondo femenino.
¿Acaso las mujeres emanaban una especie de fragancia cuando llevaban unas horas en un lugar?
—¿Mal?
—¡Aquí! ¡En la cocina!
Moe se le había adelantado, y cuando él llegó Malory ya estaba dándole una galleta, una palmadita y un firme empujón hacia la puerta trasera. Flynn no estaba seguro de por qué se le hizo la boca agua, si por el olor que brotaba de los fogones o por la mujer que llevaba un delantal blanco.
Dios, ¿quién habría dicho que un delantal podía ser sexy?
—Hola. ¿Qué estás haciendo?
—Cocinando. —Cerró la puerta trasera—. Ya sé que es un uso un poco excéntrico para una cocina, pero llámame loca. ¿Flores? —Sus ojos se dulcificaron, casi húmedos—. Son preciosas.
—Tú también. ¿Cocinando? —Se olvidó de sus planes embrionarios para la noche sin ningún reparo—. ¿Algo que podría parecerse a una cena?
—Debería. —Cogió las flores y besó a Flynn por encima de ellas—. He decidido deslumbrarte con mis talentos culinarios, así que he ido a la tienda de ultramarinos. Aquí no tenías nada que mereciera el nombre de auténtica comida.
—Cereales, hay montones de cereales.
—Lo he visto. —Como en aquella casa no había ningún jarrón, Malory llenó una jarra de plástico con agua para las flores. Se sintió muy orgullosa de sí misma por ser capaz de hacerlo sin morirse de vergüenza—. Y también he visto que no tenías ninguno de los artilugios más comunes para cocinar. Ni una triste cuchara de madera.
—Yo no entiendo por qué se hacen cucharas de madera. ¿No hemos progresado lo bastante para dejar de tallar instrumentos a partir de los árboles? —Tomó una de la encimera y después frunció el entrecejo—. Aquí hay algo diferente. Alguna cosa ha cambiado.
—Está limpio.
Flynn miró alrededor con la conmoción pintada en el rostro.
—Está limpio. ¿Qué has hecho? ¿Contratar a una brigada de elfos? ¿Cuánto cobran por hora?
—Trabajan a cambio de flores. —Las olió y se dijo que, después de todo, estaban muy bonitas en la jarra de plástico—. Les has pagado con creces.
—Has limpiado. Eso es muy… raro.
—En realidad es muy impertinente, pero es que me he dejado llevar.
—No, «impertinente» no es la expresión que se me ocurre. —Le cogió las manos y le besó los dedos—. La expresión es «¡guau!». ¿Debería estar avergonzado?
—Yo no lo estaré si tú no lo estás.
—Hecho. —La atrajo hacia sí y le frotó la mejilla con la suya—. Y estás cocinando. En los fogones.
—Quería ocupar la cabeza en otras cosas durante un rato.
—Y yo también. Iba a jugar mi carta de «salgamos a cenar a un sitio elegante», pero la tuya la ha superado.
—Puedes guardártela en la manga para otro momento. Ordenar cosas me ayuda a aclararme las ideas, y había mucho que ordenar aquí. No he encontrado la llave.
—Sí, ya me lo figuraba. Lo siento.
—Estoy cerca. —Se quedó mirando el vapor que surgía de una cazuela como si la respuesta pudiese aparecer allí—. Tengo la sensación de que se me escapa algo. Bueno, ya hablaremos de eso. La cena está casi lista. ¿Por qué no sirves el vino? Creo que complementará bien al pastel de carne.
—Vale. —Flynn cogió la botella, que ya estaba respirando sobre la encimera, y luego volvió a dejarla—. ¿Pastel de carne? ¿Has hecho pastel de carne?
—Y también puré de patatas…, dentro de poco —añadió mientras enchufaba la batidora de varillas que había llevado de su propia casa—. Y judías verdes. Me ha parecido armonioso, teniendo en cuenta tu columna. Y he dado por hecho que, ya que lo nombrabas, te gustaba el pastel de carne.
—Soy un chico. Nosotros vivimos para el pastel de carne. —Ridículamente conmovido, le acarició la mejilla—. Malory, debería haberte traído más flores.
Ella se echó a reír y se volvió hacia las patatas que había hervido.
—Esas servirán, gracias. La verdad es que este es mi primer pastel de carne. Yo soy más de preparar cualquier tipo de pasta o salteados con pollo; pero le he pedido la receta a Zoe, que me ha jurado que es infalible y perfecta para los chicos. Asegura que Simon prácticamente lo sorbe.
—Intentaré acordarme de masticar.
Después la tomó del brazo para que se girase hacia él y le deslizó las manos por el cuerpo en dirección ascendente, hasta llegar a la mandíbula. Puso los labios sobre los suyos suavemente, hundiéndose con ella en el beso como podrían hundirse en un lecho de plumas.
El corazón de Malory dio un vuelco a cámara lenta, mientras se le nublaba el cerebro. La espátula de goma que sujetaba cayó al suelo cuando se le aflojaron los dedos; todo dentro de ella se fundió, y se fundió contra él, en él.
Flynn lo percibió, ese estremecimiento y esa entrega, esa rendición a sí misma tanto como a él. Cuando se separaron, los ojos azules de Malory estaban empañados. Flynn comprendió que era la mujer la que tenía el poder de hacer que un hombre se sintiese como un dios.
—Flynn.
Él le pasó los labios por la frente.
—Malory.
—Yo… he olvidado lo que estaba haciendo.
Flynn se agachó para recoger la espátula.
—Creo que estabas haciendo puré de patatas.
—¡Oh, eso es! Patatas.
Sintiéndose embriagada, fue al fregadero para lavar la espátula.
—Esto debe de ser lo más bonito que ha hecho alguien por mí en toda mi vida.
—Te quiero. —Malory apretó los labios con fuerza y miró por la ventana—. No digas nada. No deseo que ninguno de los dos se sienta incómodo. He estado pensando mucho en esto. Sé que me he precipitado y he insistido. Nada de eso es muy propio de mí —dijo con cierta brusquedad mientras regresaba al lado de la batidora.
—Malory…
—De verdad, no es necesario que digas nada. Para mí sería suficiente, más que suficiente por ahora, si te limitaras a aceptarlo, quizá a disfrutarlo un poco. Me parece que el amor no debería ser un arma, una estratagema ni una carga. Su belleza reside en que es un regalo, sin cuerdas que aten a él. Al igual que esta comida. —Sonrió, aunque la fijeza con que él la miraba la ponía un poco nerviosa—. Así que, ¿por qué no sirves el vino y después sacas los platos? Y los dos lo disfrutaremos.
—De acuerdo.
Flynn pensó que podía esperar. Quizá debía esperar. En cualquier caso, las palabras que tenía en la cabeza sonaban desafinadas si las comparaba con la simplicidad de las de Malory.
De modo que disfrutarían el uno del otro, y de la comida que ella había preparado en su cocina, extraña y hogareña con las flores frescas dispuestas en una jarra de plástico.
Tal como eran los principios, aquel poseía elementos de los dos. Resultaba muy interesante observar cómo uno se las arreglaba para complementar al otro.
—¿Sabes? Si me hicieses una lista de las cosas que debería tener aquí, podría conseguirlas.
Malory arqueó las cejas, tomó la copa de vino que él le ofrecía y luego sacó un pequeño bloc de notas del bolsillo del delantal.
—Este ya está casi lleno. Pensaba esperar hasta que estuvieses adormecido en medio de la autocomplacencia, gracias a la carne y las patatas.
Flynn hojeó el bloc y reparó en que los artículos se agrupaban en distintas listas con encabezamientos específicos: alimentación, productos de droguería —con distintos apartados: cocina, cuarto de baño, lavadora—, y artículos para el hogar.
Dios, aquella mujer era irresistible.
—¿Crees que voy a necesitar un préstamo?
—Considéralo como una inversión. —Le quitó el bloc y volvió a guardárselo en el bolsillo; luego se concentró en las patatas—. Oh, por cierto, me ha gustado mucho la colección de arte que hay en tu estudio.
—¿Arte? —Le hizo falta un minuto para comprenderla—. Ah, mis chicas. ¿En serio?
—Es algo ingenioso, nostálgico, sexy, con estilo. También la habitación es magnífica, y debo admitir que eso ha sido un alivio para mí si consideramos cómo está el resto de la casa. Ha bastado para que no me hundiese en la miseria cuando mi teoría sobre la llave no ha resultado como esperaba. —Vertió las judías, que había cocido con una pizca de albahaca, en una fuente de servir y se la pasó a Flynn—. Monroe, Grable, Hayworth, etcétera. Diosas de la pantalla. Diosa, llave.
—Buena deducción.
—Sí, eso me ha parecido, pero no ha habido suerte. —Le alargó la fuente de puré, y después, usando unos agarradores que había comprado, sacó el pastel de carne del horno—. De todos modos sigo pensando que estoy en el buen camino, y esto me ha dado la oportunidad de conocer tu lugar de reflexión. —Se sentó y paseó la mirada por la mesa—. Espero que tengas hambre.
Sirvieron los platos. Al primer bocado de pastel de carne, Flynn suspiró.
—Has hecho bien sacando a Moe. Me habría dolido atormentarlo con esto porque no hay ninguna posibilidad de que pueda probarlo. Mi enhorabuena a la artista.
Malory descubrió el placer que proporcionaba ver cómo alguien a quien amabas comía lo que habías preparado. El placer de compartir una simple cena en la mesa de la cocina al final del día.
Nunca había tenido la sensación de que le faltara algo por cenar sola o con alguien de vez en cuando. Pero de pronto le resultó fácil verse compartiendo ese momento con Flynn noche tras noche, año tras año.
—Flynn, me dijiste que compraste esta casa en el momento en que aceptaste que deseabas quedarte en el valle. ¿Tuviste…? ¿Tienes una visión de cómo la quieres?
—No sé si puede llamarse visión. Me gustaron su aspecto, sus líneas y su gran jardín. Hay algo en la idea de tener un jardín grande que hace que me sienta próspero y seguro. —Se recostó en la silla—. Imagino que tendré que remodelar por completo esta cocina antes o después, introducirla en el nuevo milenio. Y comprar mobiliario para el resto de la casa. Pero parece que nunca llega el momento apropiado. Supongo que se debe a que solo estamos Moe y yo. —Sirvió más vino en las dos copas—. Si tienes alguna idea, estoy abierto a las sugerencias.
—Yo siempre tengo ideas, y deberías tener cuidado antes de decirme que adelante. Pero no te lo preguntaba por eso. Yo tuve una visión con el edificio que compramos Dana, Zoe y yo. En cuanto puse un pie en aquel lugar, vi cómo funcionaría, qué necesitaba de mí, qué podía proporcionarle yo. Y no he vuelto desde entonces.
—Has estado bastante ocupada.
—No es eso. No he vuelto deliberadamente. Esa actitud no es típica de mí. Lo normal cuando tengo un proyecto es que no pueda esperar y lo emprenda inmediatamente, que ponga manos a la obra, que organice y elabore listas. Di el primer paso y firmé en la línea de puntos, pero aún no he dado el siguiente.
—Es un gran compromiso, Mal.
—A mí no me dan miedo los compromisos. Joder, me crezco con ellos. Pero con este he tenido un poco de miedo. Voy a ir mañana para allá a echarle un vistazo. Al parecer, los anteriores propietarios dejaron un montón de trastos que no querían en el desván. Zoe me ha pedido que vaya a revisarlo antes de que ella empiece a sacar cosas.
—¿Qué clase de desván? ¿Un desván oscuro y espeluznante o un enorme y divertido desván de la abuela?
—No tengo ni idea. No he estado allí arriba. —Le avergonzaba admitirlo—. No he pasado de la planta baja, lo cual es ridículo si tenemos en cuenta que soy propietaria de un tercio del inmueble. O que lo seré. Voy a cambiar eso. Cambiar es mi mejor virtud.
—¿Quieres que vaya contigo? Me gustaría ver la casa, de todos modos.
—Estaba deseando que dijeras eso. —Alargó la mano para apretar la de Flynn—. Gracias. Ahora, como has pedido ideas para esta casa, te sugeriría que comenzaras por el salón, que es la zona en la que se supone que pasas más tiempo.
—Vas a volver a insultar a mi sofá, ¿no es cierto?
—No creo que tenga la capacidad de formular el insulto que tu sofá se merece. Pero podrías empezar a pensar en mesas de verdad, lámparas, alfombras, cortinas.
—Yo estaba pensando en encargar un puñado de cosas por catálogo.
Malory lo miró un rato largo de forma cáustica.
—Tratas de asustarme, pero no funcionará. Y como tú te has ofrecido generosamente a ayudarme mañana, yo te devolveré el favor. Será un placer echarte una mano en la tarea de convertir ese espacio en un auténtico salón.
Como a Flynn solo le había faltado lamer el plato después de la segunda ración, resistió la tentación de tomar una tercera.
—¿Es una trampa, una especie de táctica para arrastrarme a una tienda de muebles?
—No, pero es una bonita manera de redondear el asunto, ¿verdad? Puedo darte mi opinión mientras lavamos los platos.
Se levantó para empezar a recoger la mesa, pero Flynn la cogió de la mano.
—Vayamos a verlo ahora, y dime qué tiene de malo mi enfoque sencillo y minimalista.
—Después de fregar los platos.
—De eso nada. Ahora. —La empujó para sacarla de la cocina, riéndose de la lucha que mostraba el rostro de Malory mientras se volvía para mirar los platos sucios—. Seguirán ahí cuando regresemos. Confía en mí. No hará ningún daño que los limpiemos fuera del orden lógico.
—Sí, sí lo hará. Un poco. Bueno, cinco minutos. Una consulta condensada. Primero, hiciste un buen trabajo con las paredes. Es una estancia de buen tamaño y la complementa bien un color fuerte, que podrías realzar con otros colores intensos en las cortinas y… ¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando él empezó a desabrocharle la blusa.
—Desnudarte.
—Perdona —le dio un manotazo—, cobro un extra por las consultas de decoración desnuda.
—Cárgalo en la factura.
La alzó en vilo.
—Esto era una trampa, ¿verdad? Una táctica para quitarme la ropa y hacer lo que quieras conmigo.
—Desde luego es una bonita manera de redondear el asunto, ¿no te parece?
La tumbó en el sofá y se zambulló en ella.