17

Malory sabía qué estaba ocurriendo. Nadie quería que estuviese sola, y sus nuevas amigas estaban preocupadas por ella. Zoe había mostrado tal entusiasmo ante la propuesta de que pasaran una noche juntas para poner ideas en común que Malory había sido incapaz de negarse.

El simple hecho de que habría querido negarse, que habría querido quedarse agazapada en su madriguera, la obligó a admitir que necesitaba un cambio. Ella nunca había sido de esas personas a las que les gusta estar solas, ni tampoco una mujer contemplativa. Al contrario, cuando algo la inquietaba, salía, veía a gente, compraba cosas, daba fiestas.

La petición de Zoe de dormir juntas proporcionó a Malory el impulso que precisaba para hacer todo eso. Compró comida y velas nuevas, bonitas y con aromas cítricos. También jabones perfumados y toallas nuevas y muy historiadas para las invitadas, y por último un buen vino.

Limpió el apartamento, que había tenido un poco descuidado, distribuyó una mezcla de especias en varios cuencos y se acicaló del modo meticuloso en que las mujeres se acicalan para otras mujeres.

Cuando llegó Dana, ya había dispuesto en bandejas queso, fruta, exquisitos crackers, había encendido las velas y había puesto música a un volumen bajo.

—¡Guau, qué elegante está todo! Debería haberme vestido mejor.

—Tienes un aspecto fantástico. —Decidida a estar alegre, Malory dio un beso en la mejilla a Dana—. Aprecio mucho que hagáis esto.

—¿Que hagamos qué?

—Venir a estar conmigo, a elevarme la moral. He estado un poco decaída en los últimos días.

—Ninguna sabía que esta historia iba a absorbernos tanta energía. —Le pasó a Malory una bolsa de supermercado y luego dejó en el suelo la maletita de fin de semana—. He comprado más provisiones. Vino, nachos Cheez-It, trufas de chocolate y palomitas de maíz. Ya sabes, los cuatro grupos de alimentos principales. —Examinó la selección de películas que había junto a la zona de ocio—. ¿Alquilas todas las pelis que se hacen para chicas?

—Todas las que están disponibles en DVD. ¿Te apetece un poco de vino?

—No tendrás que retorcerme un brazo para que diga que sí. ¿Perfume nuevo?

—No. Deben de ser las velas.

—Es muy agradable. Esa es Zoe. Mejor sirve otra copa.

Zoe cruzó las puertas del patio cargada con bolsas.

—Galletas —dijo casi sin aliento—, vídeos, aromaterapia y pastel de café para el desayuno.

—Buen trabajo. —Dana le cogió una de las bolsas y le entregó una copa de vino. Después se le acercó más y dijo—: ¿Cómo consigues que tus pestañas tengan esa pinta, que estén tan espesas y puntiagudas?

—Ya te lo enseñaré. Esto es divertido. Hoy he estado en la casa para tomar medidas y ver algunas muestras en ese espacio y con su propia luz. Tengo catálogos de papel de pared y de pintura en el coche, por si luego queréis que les echemos un vistazo. Me he encontrado con Bradley Vane al llegar allí. ¿Cuál es su historia?

—Niño mimado con conciencia social. —Dana atacó el queso Brie—. Estrella de atletismo en el instituto y la universidad. Especialidad en pista. Estudiante laureado, pero no un empollón. Semicomprometido un par de veces, pero en ambas ocasiones logró escapar antes de verse atado. Es amigo de Flynn más o menos desde que nacieron. Con un cuerpo excelente, algo que yo he tenido la fortuna de ver a lo largo de varias etapas. ¿Estás interesada en verlo tú misma?

—En absoluto. No he tenido mucha suerte con los hombres, de modo que el único que habrá en mi vida de momento es Simon. ¡Oh, me chifla esta canción! —Se quitó los zapatos para bailar—. Mal, ¿cómo van las cosas con Flynn?

—Bueno, lo quiero, lo cual me irrita bastante. Me encantaría poder bailar así.

—¿Así cómo?

—Ser toda piernas largas y caderas sueltas.

—Pues venga —Zoe dejó su copa de vino y le tendió las manos—, vamos a practicar. Has de hacer una de estas dos cosas: fingir que nadie te está mirando o fingir que un chico, un chico increíblemente sexy, te está mirando. Elijas lo que elijas, según tu estado de ánimo, déjate llevar.

—¿Cómo resulta que al final las chicas siempre acaban bailando con las chicas? —se preguntó Malory mientras trataba de mover las caderas de forma independiente al resto del cuerpo, como parecía hacer Zoe.

—Porque somos mejores en eso.

—En realidad —dijo Dana mientras tomaba un racimo de uvas verdes—, es una especie de rito social y sexual. Las hembras interpretan, tientan e incitan; los machos observan, fantasean y seleccionan. O son seleccionados. Tambores en la selva o la Dave Matthews Band, todo viene a ser lo mismo.

—¿Vas a bailar? —le preguntó Malory.

—Claro.

Metiéndose otro grano de uva en la boca, Dana se levantó. Sus caderas y hombros se balancearon con un ritmo sinuoso mientras se acercaba a Zoe. Se mezclaron en una danza que era, en opinión de Malory, sexy y liberadora a la vez.

—Ahora sí que me habéis superado.

—Lo estás haciendo muy bien. Suelta las rodillas. Y hablando de rituales, tengo una idea. Pero… —Zoe cogió su copa de nuevo— creo que deberíamos tomar un poco más de vino antes de que os la cuente.

—No puedes hacer eso —protestó Dana—. No lo soporto. ¿Cuál es esa idea? —Le quitó la copa a Zoe y dio un trago deprisa—. Mira, he bebido más. Cuéntame.

—De acuerdo. Sentémonos.

Recordando su papel de anfitriona, Malory llevó el vino y la bandeja de comida a la mesita de centro.

—Si ese ritual tiene algo que ver con la depilación a la cera, necesitaré mucho más vino antes.

—No. —Zoe se rio—. Pero domino una técnica casi indolora con cera caliente. Puedo hacerte unas ingles brasileñas sin que nadie suelte ni una lágrima.

—¿Brasileñas?

—Consiste en despejar el área del biquini. Se deja solo una pequeña línea de vello, de modo que puedes ponerte el tanga más minúsculo sin parecer, bueno, desastrada.

—¡Oh! —Instintivamente, Malory cruzó las manos sobre el pubis—. Ni aunque usaras morfina y grilletes.

—En serio, es todo cuestión de juego de muñeca —explicó Zoe—. Bueno, pues… volvamos a lo que estaba diciendo —continuó—. Sé que todas hemos estado leyendo, buscando e intentando hallar teorías e ideas para ayudar a Malory a encontrar la primera llave.

—Y las dos habéis sido geniales. De verdad. Solo que tengo la sensación de que se me escapa algo, algo pequeño que podría despejar el camino.

—Quizá a todas se nos haya escapado algo —replicó Zoe—. La propia leyenda. Una mujer mortal se une a un dios celta y se convierte en reina. Poder femenino. Tiene tres hijas. De nuevo mujeres. Uno de los guardianes es de sexo femenino.

—Bueno, es una probabilidad a partes iguales —señaló Dana—. Incluso para los dioses.

—Espera. De modo que cuando las almas son robadas y encerradas por un hombre, se dice que tres mortales, tres mujeres mortales, han de encontrar y utilizar las llaves.

—Lo siento, Zoe, pero no te sigo. Ya sabemos todo eso.

Malory cogió una uva con desgana.

—Vayamos un poco más lejos. Los dioses de la tradición celta son, bien, más terrenales que, digamos, los griegos y los romanos. Son más hechiceros y magos que… ¿Cuál es la palabra? Hum, seres omniscientes. ¿Lo he dicho bien? —le preguntó a Dana.

—Sí.

—Están ligados a la tierra, a la naturaleza. Como, bueno, como las brujas. Hay magia blanca y negra, pero las dos utilizan fuerzas y elementos naturales. Y ahora es cuando tenéis que salir de la realidad establecida.

—Estamos fuera de la realidad establecida desde el 4 de septiembre —afirmó Dana.

—¿Y si resulta que nos eligieron porque somos…, bueno, porque somos brujas?

Malory miró el nivel de la copa de vino de Zoe frunciendo el entrecejo.

—¿Cuánto tuviste que beber hasta llegar a esa conclusión?

—No, pensadlo. Parecemos brujas. Quizá estemos relacionadas de algún modo con su… línea de sangre o algo así. Quizá tengamos poderes, solo que no lo sabemos.

—La leyenda habla de mujeres mortales —le recordó Malory.

—Las brujas no son necesariamente inmortales. No son más que personas con algo más. He estado leyendo. En Wicca, las brujas pasan por tres estadios: la doncella, la madre y la anciana. Y rinden homenaje a la diosa. Ellas…

—La de Wicca es una religión reciente —repuso Dana.

—Pero sus raíces son antiguas. Y el tres es un número mágico. Nosotras somos tres.

—En serio, yo creo que si fuese bruja lo sabría. —Malory reflexionó mientras bebía vino—. Y si he sido incapaz de advertirlo en casi treinta años, ¿qué se supone que debo hacer ahora? ¿Hacer un conjuro? ¿Lanzar un hechizo?

—Convertir a Jordan en una mierda. Perdona —Dana se encogió de hombros cuando Malory la miró fijamente—, solo estaba soñando despierta.

—Podríamos probarlo juntas. He comprado algunas cosas. —Zoe se puso en pie de un salto y abrió su bolsa—. Velas rituales —dijo mientras revolvía en su interior—, incienso, sal de mesa.

—¿Sal de mesa? —Perpleja, Malory cogió la caja azul oscuro de sal Morton y observó el dibujo de la alegre chica con una sombrilla.

—Con ella puedes formar un círculo protector. Mantiene alejados a los malos espíritus. Y varitas. Bueno, más o menos. Compré un bate de béisbol y lo corté para hacerlas.

—Martha Stewart, la diosa de las amas de casa norteamericanas, se encuentra con Glenda, el hada buena. —Dana alzó una de las finas varitas de madera y la agitó—. ¿No debería esparcir polvos mágicos?

—Bebe más vino —le ordenó Zoe—. Cristales, amatista y cuarzo rosa, y esta magnífica bola.

Levantó una esfera de cristal.

—¿De dónde has sacado todo este botín? —preguntó Malory.

—De la tienda de new age del centro comercial. Cartas de tarot…, celtas, porque parecían las más adecuadas. Y…

—¡Un tablero de ouija! —Dana saltó sobre él—. Vaya, oh, vaya. No había visto uno de estos desde que era una cría.

—Lo he encontrado en la tienda de juguetes. En el local de new age no tienen.

—Cuando era pequeña hicimos una fiesta del pijama un día. Tomamos Pepsi y M&M. Encendimos velas y todas preguntamos el nombre del chico con que nos casaríamos. El mío resultó llamarse PTZBAH. —Dana soltó un suspiro sentimental—. Fue muy bonito, de verdad. Hagamos primero la ouija —sugirió—. Por los viejos tiempos.

—De acuerdo, pero tenemos que hacerlo como es debido. Vamos a tomárnoslo en serio.

Zoe se levantó para apagar las luces y la música.

—Me pregunto si PTZBAH seguirá ahí.

Dana se deslizó hasta el suelo y abrió la caja.

—Espera. Hemos de disponer el ritual. Tengo un libro.

Se sentaron en círculo en el suelo.

—Debemos vaciar la mente —indicó Zoe—. Visualizad cómo se abren vuestros chakras.

—Yo nunca abro mis chakras en público.

Dana soltó una risita impenitente, hasta que Malory le dio un golpe en la rodilla.

—Y encendemos nuestras velas rituales. La blanca para la pureza, la amarilla para la memoria y la púrpura para el poder. —Zoe se mordió el labio mientras prendía con cuidado las mechas—. Colocad los cristales. La amatista para… ¡mecachis! —Cogió el libro y pasó las hojas—. Aquí: la amatista para la intuición. Y el incienso. El cuarzo rosa para el poder psíquico y la adivinación.

—Es precioso —declaró Malory—. Tranquilizador.

—Creo que deberíamos turnarnos todas con las cartas del tarot, y quizá probar con algunos cánticos, pero antes hagamos feliz a Dana y comencemos con esto. —Zoe colocó el tablero entre ellas y situó el puntero en el centro—. Debemos concentrarnos, fijar nuestra mente y nuestros poderes en una pregunta.

—¿Puede ser sobre el amor de mi vida? Añoro muchísimo a PTZBAH.

—No. —Zoe reprimió una carcajada y trató de parecer severa—. Este es un asunto serio. Queremos la situación de la primera llave. Debería formular la pregunta Malory, pero tú y yo hemos de pensar en lo mismo.

—Cerremos los ojos. —Malory se frotó los dedos en los pantalones y respiró hondo—. ¿Listas?

Todas pusieron las yemas de los dedos sobre el puntero y permanecieron en silencio.

—¿Deberíamos dirigirnos al más allá? —susurró Malory—. ¿Presentar nuestros respetos, pedir consejo? ¿Qué?

Zoe abrió un ojo.

—Quizá deberías dirigirte a los que están detrás de la Cortina de los Sueños.

—A sus moradores —sugirió Dana—. Es una buena idea. Llama a los moradores del otro lado de la Cortina de los Sueños para que te guíen.

—De acuerdo, allá voy. Ahora las dos calladas y quietas. Concentración. —Malory aguardó diez segundos en silencio—. Convocamos a los moradores del otro lado de la Cortina de los Sueños para que nos brinden su ayuda y su guía en nuestra, eh…, nuestra búsqueda.

—Diles que eres una de las elegidas —le siseó Zoe, y Dana le exigió silencio.

—Soy una de las elegidas, una de las buscadoras de la llave. El tiempo es escaso. Os pido que me mostréis el camino hasta la llave para que podamos liberar las almas de… Dana, no muevas el puntero.

—No lo hago, en serio.

Con la boca seca, Malory abrió los ojos y vio cómo el puntero vibraba bajo sus dedos.

—¡Las velas! —susurró Zoe—. ¡Oh, caray, mirad las velas!

Las llamas se habían estirado, convertidas en un trío de fino oro ribeteado de rojo. La luz empezó a palpitar acompasadamente. Una corriente fría recorrió la habitación e hizo bailar las llamas.

—¡Esto es tremendo! —exclamó Dana—. Quiero decir tremendo de verdad.

—Se está moviendo.

El puntero se desplazó bajo los temblorosos dedos de Malory. Ella no oyó nada más que el rugido de la sangre en el interior de su cabeza mientras lo veía deslizarse de una letra a otra.

VUESTRA MUERTE

Malory aún tenía el grito estrangulado en la garganta cuando en la sala se produjo un estallido repentino de luz y viento. Oyó chillar a alguien y levantó un brazo para protegerse los ojos mientras surgía una forma de un remolino de aire.

El tablero se rompió en mil pedazos, como si fuera de cristal.

—¿A qué estáis jugando? —Rowena se hallaba en medio de ellas tres, con el afilado tacón de su zapato hundido en un fragmento del tablero—. ¿No tenéis la cordura suficiente para no abrir una puerta a asuntos que no podéis comprender y de los que no sabéis defenderos? —Con un suspiro de irritación, salió majestuosamente del círculo y cogió la botella de vino—. Querría un vaso, por favor.

—¿Cómo has entrado aquí? ¿Cómo lo sabías?

Malory se puso en pie, aunque tenía las piernas como de gelatina.

—Tienes la suerte de que haya entrado y de que supiera lo que ocurría. —Tomó la caja de sal y la colocó sobre los restos del tablero—. Recógelo todo —le ordenó a Zoe—. Después quémalo. Agradecería mucho una copa de vino.

Le entregó la botella a Malory y se sentó en el sofá. Indignada, Malory fue a la cocina como una furia y sacó una copa del armario. Volvió al salón y puso el vino en las manos de Rowena.

—No te he invitado a mi casa.

—Al contrario, me has invitado a mí y a quienquiera que decida atravesar esa abertura.

—Entonces somos brujas.

La expresión de Rowena cambió al ver el rostro embelesado de Zoe.

—No. No del modo que tú imaginas. —Su tono de voz se tornó más suave, como el de una profesora paciente con un alumno ansioso—. Aunque todas las mujeres tienen algo de magia. Aun así, al uniros, vuestros poderes se han triplicado, y habéis reunido la suficiente capacidad, el suficiente deseo para lanzar una invocación. Yo no soy la única que ha respondido. Tú lo has sentido a él —le dijo a Malory—. Y ya lo habías sentido antes.

—Kane. —Se sujetó los codos y se estremeció al recordar el frío que se había filtrado en su interior—. Él ha movido el puntero, no hemos sido nosotras. Estaba jugando con las tres.

—Ha amenazado a Malory. —Olvidado ya el entusiasmo, Zoe se puso de pie—. ¿Qué vas a hacer al respecto?

—Todo lo que pueda.

—Quizá eso no baste. —Dana alargó la mano para entrelazarla con la de Malory—. Te he oído gritar. Y he visto tu cara en ese momento. Tú has sentido algo que Zoe y yo no hemos sentido, y era auténtico terror. Auténtico dolor.

—Es el frío. Es… No puedo describirlo.

—La ausencia de toda calidez —murmuró Rowena—, de toda esperanza, de toda vida. Pero él no puede tocarte a menos que tú se lo permitas.

—¿Permitírselo? ¿Cómo narices va ella a…? —Zoe se interrumpió y miró hacia el tablero roto que había a sus pies—. ¡Oh, Dios! Lo lamento, Mal, lo lamento muchísimo.

—No es culpa tuya. No lo es.

Cogió la mano de Zoe y las tres permanecieron unidas un instante. Rowena las observó mientras bebía vino y sonrió para sí.

—Estábamos buscando respuestas, Zoe —continuó Malory—, y tú has tenido una idea. Y eso es más de lo que he tenido yo en los últimos días. Hemos probado algo. Quizá fuera algo equivocado —añadió mientras se giraba como un rayo hacia Rowena—, pero eso no significa que tengas derecho a tratarnos así.

—Tienes toda la razón. Te pido disculpas. —Rowena se inclinó para extender queso Brie en un cracker y luego dio un golpecito con un dedo a la baraja del tarot, sobre la que parpadeó una luz que se extinguió enseguida—. Esto no os hará ningún daño. Podéis desarrollar la habilidad de leer las cartas, o incluso descubrir que estáis dotadas para descifrarlas.

—Tú… —Zoe apretó los labios—. Si no hubieses venido cuando has venido…

—Es mi responsabilidad, y mi deseo, manteneros libres de todo mal. Cuando y como pueda. Ahora debería irme y dejar que sigáis con vuestra velada. —Se levantó y miró a su alrededor—. Tienes una casa preciosa, Malory. Es muy apropiada para ti.

Sintiéndose descortés e infantil, Malory soltó el aire con un resoplido.

—¿Por qué no te quedas y te acabas el vino?

En el rostro de Rowena se reflejó la sorpresa.

—Eso es muy amable por tu parte. Me gustaría. Hace mucho tiempo que no disfruto de la compañía de otras mujeres. Lo echo de menos.

A Malory no le resultó muy extraño, después de la incomodidad inicial, tener a una mujer de miles de años sentada en su salón y bebiendo su vino.

Para cuando comenzaron con las trufas, quedó patente que las mujeres —diosas o mortales— eran todas iguales.

—No suelo tocarlo —dijo Rowena cuando Zoe empezó a peinarle la melena para hacerle un elegante recogido alto—. No es uno de mis talentos, así que acostumbro a llevarlo suelto. Me lo he cortado en alguna ocasión y siempre me he arrepentido.

—No todo el mundo puede llevarlo de un modo tan sencillo como tú y, aun así, parecer tan majestuosa.

Rowena se miraba en el espejo de mano mientras Zoe trabajaba; luego ladeó el espejo para examinar a su estilista.

—Me encantaría tener tu pelo. Es muy llamativo.

—¿No podrías? Quiero decir que, si deseas un aspecto en concreto, ¿no podrías con tan solo…? —Agitó los dedos e hizo reír a Rowena.

—Ese no es uno de mis dones.

—¿Y qué hay de Pitte? —Dana rodó sobre el sofá—. ¿Cuáles son los suyos?

—Él es un guerrero, lleno de orgullo, arrogancia y voluntad. Es exasperante y enaltecedor. —Bajó el espejo—. Zoe, eres una artista.

—Oh, me gusta jugar con el pelo. —Se colocó frente a Rowena y le dejó sueltos algunos mechones alrededor del rostro—. Una pinta estupenda para una reunión del consejo directivo o para la juerga posterior a la entrega de los Oscar. Sexy, femenina e impactante. Bueno, tú ya irradias todo eso sin que haya que hacerte nada.

—Perdona, pero tengo que preguntártelo —dijo Dana—: ¿Cómo es estar con el mismo tipo durante, bueno, básicamente para siempre?

—Él es el único hombre que deseo —respondió Rowena.

—Oh, vamos, vamos. Habrás tenido cientos de fantasías con otros hombres en los últimos dos milenios.

—Por supuesto. —Rowena dejó el espejo y sus labios se curvaron en una sonrisa soñadora—. Una vez hubo un joven camarero en Roma. Qué cara y qué cuerpo. Con unos ojos tan oscuros que parecía que pudiese ver mundos ahogándose en ellos. Él me servía café y un bollo. Me llamaba bella donna con una sonrisa de complicidad. Mientras yo me comía el bollo, imaginaba estar mordiendo su jugoso labio inferior. —Apretó los suyos y luego se echó a reír—. Lo pinté en mi estudio, y dejaba que flirtease conmigo de forma descarada. Después de cada sesión tenía que sacarlo casi a empujones, y entonces separaba a Pitte de lo que estuviese haciendo y lo seducía.

—Nunca lo has engañado.

—Amo a mi hombre —dijo Rowena sencillamente—. Estamos ligados en cuerpo, alma y corazón. Hay en eso una magia más potente que cualquier hechizo, más perversa que cualquier maldición. —Alargó una mano para posarla sobre la de Zoe—. Tú amaste a un muchacho y él te dio un hijo. Por esa razón siempre lo amarás, incluso cuando fue débil y te traicionó.

—Simon es mi mundo.

—Y tú lo has convertido en un mundo luminoso y adorable. Te envidio muchísimo por tu hijo. Y tú —se puso en pie, se acercó a Dana y le pasó los dedos por el pelo—, tú amaste a alguien que ya no era un muchacho, pero tampoco fue un hombre del todo. Por esa razón, nunca lo has perdonado.

—¿Y por qué habría de hacerlo?

—Esa es la cuestión.

—¿Y yo qué? —preguntó Malory, y Rowena se sentó en el brazo del sofá y le posó una mano en el hombro.

—Tú amas mucho a ese hombre, de un modo tan rápido e intenso que dudas de tu propio corazón. Por esa razón, no puedes confiar en él.

—¿Cómo voy a confiar en lo que no tiene sentido?

—Mientras necesites hacerte preguntas, no obtendrás la respuesta. —Se inclinó y la besó en la frente—. Gracias por permitirme estar en tu casa, por compartir vuestro ser conmigo. Ten, coge esto.

Sostenía una piedra en la palma de la mano, una piedra azul pálido que ofreció a Malory.

—¿Qué es?

—Un pequeño talismán. Colócala debajo de tu almohada esta noche. Dormirás bien. Debo irme. —Sonrió un poco y se llevó la mano al pelo mientras se ponía en pie e iba hacia las puertas de cristal—. Me pregunto qué opinará Pitte de mi peinado. Buenas noches.

Abrió la cristalera y se internó en la noche. Zoe esperó tres segundos y luego salió disparada hacia la puerta. Se puso las manos a los lados de la cara y la pegó al cristal.

—Pues vaya, pensaba que desaparecería con un «¡puf!», o algo así, pero se va caminando como una persona normal.

—Parece bastante normal. —Dana se estiró para coger las palomitas de maíz—. Para ser una diosa con unos cuantos miles de años a sus espaldas, claro.

—Pero triste. —Malory giró la piedra azul en la palma de la mano—. En la superficie hay mucha sofisticación y alegría frívola, pero debajo hay una gran tristeza. Zoe, hablaba en serio cuando ha dicho que te envidiaba por tener a Simon.

—Es curioso pensar en eso. —Zoe se alejó, cogió un cepillo, un peine y horquillas y fue a colocarse detrás del sofá—. Rowena vive en ese enorme, bueno, castillo en realidad, lleno de cosas divinas. —Empezó a cepillar el cabello de Dana—. Es hermosa, incluso sabia diría yo. Es rica y tiene un hombre al que ama. Ha viajado y puede pintar esos magníficos cuadros. —Separó el pelo de Dana en secciones y se puso a trenzarlo—. Pero envidia a alguien como yo solo porque tengo un hijo. ¿Pensáis que ella no puede tenerlos? Yo no he querido indagar, es algo muy personal. Pero me pregunto por qué no podría. Si es capaz de hacer todas las cosas que hace, ¿por qué no iba a poder tener un hijo?

—Quizá Pitte no quiera niños. —Dana se encogió de hombros—. Algunas personas no quieren. ¿Qué estás haciendo ahí detrás, Zoe?

—Un nuevo peinado. Estoy intercalando algunas trenzas muy finas. Debería quedar juvenil y efectista. ¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Quieres tener hijos?

Dana mordisqueó palomitas de maíz mientras reflexionaba.

—Sí. Me gustaría tener un par. Imagino que si en los próximos años no encuentro a un hombre al que pueda soportar a largo plazo, lo llevaré a cabo yo sola. Ya sabes, haciendo el amor con la ciencia médica.

—¿Harías eso? —Fascinada, Malory metió la mano en el cuenco de palomitas—. Criar a un niño sola…, es decir, a propósito —añadió mirando a Zoe—. Ya sabéis a qué me refiero.

—Por supuesto que lo haría. —Dana colocó el cuenco entre las dos—. ¿Por qué no? Estoy sana, y creo que sería una buena madre y que tengo mucho que ofrecer a un crío. Querría asegurarme de contar con una seguridad económica sólida, pero si, cuando me acerque a los… digamos treinta y cinco años, no hay un hombre en mi vida, lo haré por mi cuenta.

—Ese sistema excluye la parte del romance —apuntó Malory.

—Quizá, pero da resultado. Tienes que mirarlo con perspectiva. Si hay algo que deseas, que deseas en lo más hondo, no puedes permitir que nada te impida lograrlo.

Malory pensó en su sueño, en el bebé que había sostenido entre los brazos. En la luz que había colmado su mundo y su corazón.

—Incluso cuando deseas algo de verdad hay límites.

—Bueno, hay que evitar el asesinato y cierto tipo de delitos. Estoy hablando de elecciones importantes, de recorrer la distancia que nos separa de ellas y de lidiar con los resultados. ¿Y qué nos dices de ti, Zoe? ¿Volverías a hacer lo de criar a un niño sola? —preguntó Dana.

—Creo que no tengo intención de repetirlo. Es duro. No hay nadie con quien compartir la carga, una carga que en ocasiones parece imposible para una sola persona. Además, no hay nadie que mire al niño como tú y sienta lo que tú sientes. Nadie que comparta ese amor y ese orgullo y, no sé, esa sorpresa.

—¿Estabas asustada? —le preguntó Malory.

—Sí. Oh, sí. Sigo asustándome. Creo que se supone que ha de dar algo de miedo porque es muy importante. ¿Tú quieres tener hijos, Mal?

—Sí. —Frotó la piedra suavemente entre los dedos—. Más de lo que creía.

Hacia las tres, Dana y Zoe estaban durmiendo en su cama, mientras ella se dedicaba a recoger lo peor del desastre, demasiado inquieta para instalarse en el sofá. Había demasiados pensamientos, demasiadas imágenes dándole vueltas en la cabeza.

Examinó de nuevo la pequeña piedra azul. Quizá funcionara. Había aceptado cosas más tremendas que ponerse un pedazo de mineral debajo de la almohada como cura para el insomnio que estaba atormentándola.

O quizá no. Quizá en realidad no había aceptado nada de todo aquello, no en el sentido profundo del que hablaba Dana. Estaba exhausta, pero aun así se sentía reacia a colocar la piedra debajo de la almohada e intentarlo.

Afirmaba amar a Flynn, pero a pesar de ello estaba a la espera, manteniendo a resguardo una pequeña parte de sí misma, aguardando a que el sentimiento pasase. Y al mismo tiempo le molestaba y le dolía que él no cayera enamorado de ella sin más para compensar la situación.

Después de todo, ¿cómo iba a conservar el equilibrio, trazar planes y tener su vida en orden si todo no era equivalente entre ellos dos?

Todo se inscribía en un lugar, ¿no? Todo tenía su espacio. Y si no se ajustaba a la perfección, bueno, no eras tú quien iba a cambiar. Eso le correspondía al otro.

Con un suspiro, se derrumbó en el sofá. Había perseguido el sueño de una carrera artística como una posesa porque, aunque el destino no había cooperado dándole talento, ella no estaba dispuesta a admitir que todos aquellos años de estudio y trabajo habían sido un desperdicio.

Ella se había encargado de que todo encajara.

Se había quedado en La Galería porque era cómodo, porque era sensato y conveniente. Había proclamado que algún día se pondría a trabajar por cuenta propia; pero no lo decía en serio. Era un riesgo demasiado grande, demasiado complicado. Si Pamela no hubiese aparecido, continuaría en La Galería.

¿Y por qué aborrecía a Pamela con todas las fibras de su ser? De acuerdo, la mujer era prepotente y tenía el mismo gusto que una trucha recocida, pero una persona más flexible que Malory Price habría hallado el modo de vivir con ello. Aborrecía a Pamela principalmente porque había roto el equilibrio y había trastocado el camino que ella tenía trazado.

Ella no había encajado.

Ahora estaba empezando el negocio con Dana y Zoe. Ella era la que había llegado con menos entusiasmo. Oh, al final se les había unido, pero ¿cuántas veces se había cuestionado esa decisión desde entonces? ¿Cuántas veces había considerado echarse atrás porque era demasiado duro ver cómo podría ser cuando estuviese todo arreglado?

Y no se había ocupado de que eso progresara. No había regresado a la casa, ni había hecho planes, ni había tanteado el terreno en busca de artistas y artesanos.

Caray, ni siquiera había enviado su solicitud para obtener una licencia comercial. Porque en cuanto lo hiciese estaría comprometida.

Estaba utilizando la llave como excusa para no dar el paso final. Oh, estaba buscándola, empleando su tiempo y su energía en la misión. Algo que se tomaba muy en serio era la responsabilidad.

Ese mismo instante, en el que estaba sola y despierta a las tres de la madrugada, era el momento de admitir un hecho innegable: su vida podía haber cambiado en una docena de formas extrañas y fascinantes en las tres últimas semanas, pero ella no había cambiado en absoluto.

Colocó la piedra debajo de la almohada.

—Aún hay tiempo —murmuró, y se hizo un ovillo para dormir.