16

Flynn cerró la puerta de su despacho, la señal de que estaba escribiendo y no debían molestarlo. No es que nadie prestara demasiada atención a esa señal, pero aun así ese era su propósito.

Dejó que la idea para la columna fluyera por sí misma, como una corriente serpenteante de pensamiento que canalizaría de una forma más disciplinada en la segunda fase del proceso.

¿Qué definía al artista? ¿Eran artistas solo quienes creaban lo que se percibía como hermoso o impactante, quienes realizaban piezas que suponían un impacto visceral? ¿En literatura, música, pintura o teatro?

Si era así, ¿eso convertía al resto del mundo en nada más que público? ¿Observadores pasivos cuya única contribución era el aplauso o la crítica?

¿Qué era el artista sin espectadores?

Flynn se dijo que ese no era su tipo de columna habitual, pero llevaba dándole vueltas en la cabeza desde la noche en que él y Malory rastrearon La Galería. Ya había llegado el momento de dejarlo salir.

Aún podía ver el aspecto de Malory en aquel almacén. Una figura de piedra en los brazos y los ojos arrasados de pesar. En los tres días transcurridos desde entonces, ella se había mantenido a distancia de él y de todos los demás. Oh, aseguraba estar ocupada examinando diferentes ángulos de su misión y poniendo de nuevo orden en su vida, pero era de boquilla.

Desde el punto de vista de Flynn, en la vida de Malory nunca había habido verdadero desorden.

No obstante, ella se negaba a salir. Y no lo dejaba entrar.

Quizá la columna fuese una especie de mensaje para ella.

Flynn giró los hombros y tamborileó con los dedos en el extremo de la mesa hasta que su mente volvió al tema y encontró las palabras adecuadas.

¿Acaso el niño que aprendía a formar su nombre con letras por primera vez no era una especie de artista? Un artista que estaba explorando el intelecto, la coordinación y el ego. Cuando el niño apretaba un grueso lápiz o una cera brillante en el puño y trazaba esas letras sobre un papel, ¿no estaba creando un símbolo de sí mismo con líneas rectas y curvas? Este es quien soy, y nadie más es igual.

Hay arte en esa afirmación, y en la consecución.

¿Y qué decir de la mujer que se las arreglaba para poner una comida caliente en la mesa todas las noches? Para un chef Cordón Bleu esa podría ser una hazaña pedestre, pero para los que se sentían desconcertados ante las instrucciones de un bote de sopa instantánea, tener pastel de carne, puré de patatas y judías verdes, todo a la vez, en la mesa era un arte genial y misterioso.

—¿Flynn?

—Estoy trabajando —soltó sin alzar la vista.

—No eres el único.

Rhoda cerró la puerta a su espalda, atravesó el despacho y se sentó en una silla. Cruzó los brazos sobre el pecho y apuñaló con la mirada a Flynn a través de sus gafas de montura cuadrada.

Pero sin el público, listo para consumir el arte y deseoso de hacerlo, el arte queda reducido a sobras endurecidas de las que hay que deshacerse…

—¡Mierda! —exclamó Rhoda.

Flynn se despegó del teclado.

—¿Qué?

—Has eliminado tres centímetros de mi artículo.

A Flynn le entraron unas ganas irrefrenables de coger el muelle Slinky y de enrollarlo en la reseca garganta de Rhoda.

—Dijiste que iba a ocupar treinta centímetros.

—Y lo que me diste fueron veintisiete centímetros de sustancia y tres de relleno. Y yo suprimí el relleno. Era un buen texto, Rhoda. Ahora es un texto mucho mejor.

—Quiero saber por qué estás siempre metiéndote conmigo, por qué estás siempre recortando mis reportajes. Apenas pones un pero al trabajo de John o Carla, mientras que a mí me los pones todos.

—John se ocupa de los deportes. Lleva cubriendo los deportes una década. Para él son como una ciencia que domina bien.

«Arte y ciencia», pensó, e hizo una anotación rápida para recordar ampliarlo en la columna. Y el deporte… Cualquiera que se fijara en cómo un lanzador de béisbol da forma con el pie al barro del montículo hasta que tiene la forma exacta, la textura, la inclinación…

—¡Flynn!

—¿Qué, qué? —Volvió a la realidad y rebobinó la cinta de su cerebro—. Corrijo a Carla cuando lo necesita. Rhoda, tengo el tiempo justo para acabar un artículo. Si quieres que sigamos con esto, concertemos una cita para mañana.

La boca de Rhoda se redujo a una simple línea.

—Si no solucionamos esto ahora, mañana no vendré.

En vez de coger su figurita de Luke Skywalker e imaginar que el caballero Jedi blandía su espada láser y borraba la mueca de superioridad de la cara de Rhoda, Flynn se recostó en la silla.

Decidió que había llegado la hora de que la borrase él mismo.

—De acuerdo. En primer lugar, te diré que estoy hasta las narices de que me amenaces con irte. Si no eres feliz aquí ni con el modo en que llevo el periódico, entonces vete.

Rhoda se puso de color escarlata.

—Tu madre jamás…

—Yo no soy mi madre. Ahora me toca a mí. Yo dirijo El Correo. Hace ya cuatro años que lo dirijo, y tengo la intención de seguir dirigiéndolo mucho tiempo. Acostúmbrate a eso.

A ella se le humedecieron los ojos, y como a Flynn las lágrimas le suponían un mal trago, luchó por actuar como si no las hubiese visto.

—¿Algo más? —preguntó con frialdad.

—Yo llevo trabajando aquí incluso desde antes de que tú pudieses leer el jodido periódico.

—Quizá sea ese nuestro problema. Te convenía más cuando mi madre estaba al frente. Ahora te conviene más seguir pensando en mí como en un estorbo pasajero, además de incompetente.

Rhoda se quedó boquiabierta y, al parecer, conmocionada de verdad.

—Yo no pienso que seas incompetente. Solo creo…

—… que no debería interferir en tu trabajo —había recuperado el tono cordial, pero su expresión continuaba siendo fría—, que debería hacer lo que me dices tú en vez de lo que opino yo. Eso no va a pasar.

—Si crees que mi trabajo no es bueno, entonces…

—Siéntate —le ordenó cuando ella empezó a levantarse.

Flynn conocía el percal. Rhoda saldría hecha un basilisco, se pondría a dar golpes con lo que fuera, lo miraría de forma asesina a través del cristal y después entregaría el próximo artículo justo cuando faltasen escasos minutos para cerrar la edición.

—Resulta que pienso que haces un buen trabajo. Tampoco es que eso te importe mucho, viniendo como viene de mí, porque tú no tienes ningún respeto por mi capacidad ni mi autoridad, y tampoco confías en mí. Supongo que será duro para ti porque eres periodista y este es el único diario del pueblo, y yo estoy al cargo. No veo que ninguno de esos factores vaya a cambiar. La próxima vez que te pida treinta centímetros, dame treinta de sustancia y no habrá ningún problema. —Dio golpecitos con la punta del boli sobre la mesa mientras Rhoda lo miraba conteniendo la respiración. «Perry White podría haberlo manejado mejor», se dijo, pero pensó que no se había quedado muy lejos—. ¿Algo más?

—Voy a tomarme el resto del día libre.

—No, de eso nada. —Se giró hacia el teclado—. Quiero ese reportaje sobre la expansión de la escuela primaria en mi mesa a las dos. Cierra la puerta cuando salgas.

Flynn se puso a escribir de nuevo y le alegró que la puerta se cerrara con un simple chasquido en vez de con un portazo. Aguardó treinta segundos y después rodó con su silla lo suficiente para mirar por la pared de cristal. Rhoda estaba sentada ante su mesa, como paralizada.

Odiaba aquel tipo de confrontaciones. Esa mujer solía darle gominolas a escondidas cuando él iba a la redacción al salir de la escuela. Se dijo que aquella situación era un asco mientras se frotaba las sienes y fingía concentrarse en su trabajo. Al igual que era un asco ser adulto.

A mediodía se escapó una hora para reunirse con Brad y Jordan en Main Street Diner. El lugar no había cambiado mucho desde los días en que los tres acudían allí después de un partido de fútbol o para mantener sesiones de charlas nocturnas que duraban hasta tarde y giraban en torno a las chicas y lo que harían con sus vidas.

El aire seguía conservando el fuerte aroma del plato insignia de la cafetería, pollo frito, y sobre el mostrador aún había un expositor de cuatro alturas en el que se colocaban los pasteles del día. Cuando Flynn miró la hamburguesa que había pedido por la fuerza de la costumbre, se preguntó si lo que había permanecido fijo al pasado era el local o él mismo.

Observó el sandwich de dos pisos de Brad con el entrecejo fruncido.

—Cámbiamelo.

—¿Quieres mi sandwich?

—Quiero tu sandwich. Cámbiamelo.

Para solventar el asunto, Flynn intercambió los platos.

—Si no querías una hamburguesa, ¿por qué la has pedido?

—Porque soy una víctima de los hábitos y las tradiciones.

—¿Y comerte mi sandwich resolverá eso?

—Es un comienzo. También he empezado a romper con la rutina esta mañana en el periódico apretándole las tuercas a Rhoda. Estoy casi seguro de que en cuanto se recupere de la conmoción se pondrá a planear mi fallecimiento.

—¿Cómo es que has preferido el sandwich de Brad al mío? —preguntó Jordan.

—Porque no me gusta el Reuben.

Jordan reflexionó, y después cambió su plato por el de Brad.

—Joder, ¿ya hemos terminado con el trueque o qué?

Brad miró el Reuben con mala cara, pero luego pensó que tenía una pinta bastante buena.

Flynn, aunque ya estaba deseando recuperar su hamburguesa, cogió el sandwich.

—¿Vosotros creéis que quedarte toda la vida en tu pueblo natal te mantiene ligado en exceso al pasado, resistente en exceso a cambiar y crecer, y que por tanto inhibe tu capacidad para funcionar como un adulto maduro?

—No sabía que íbamos a tener un debate filosófico. —Pero, deseoso de participar en el juego, Jordan caviló sobre el asunto mientras se ponía ketchup en la hamburguesa—. Podría decirse que quedarte en tu pueblo natal significa que estás cómodo en él y que has desarrollado raíces y lazos fuertes. O solo que eres demasiado vago y complaciente para mover el culo y abandonarlo.

—Me gusta estar aquí. Me costó un tiempo descubrirlo. Y hasta hace poco me complacía bastante cómo iban las cosas. Pero la complacencia ha quedado relegada a un segundo plano desde principios de mes.

—¿Por las llaves? —preguntó Brad—. ¿O por Malory?

—Una cosa va con la otra. Las llaves, menuda aventura, ¿no? Sir Galahad y el Santo Grial. Indiana Jones y el arca perdida.

—Elmer Fudd y Bugs Bunny —añadió Jordan.

—Justo, eso es. —«Siempre puedes contar con que Jordan te comprenda», pensó Flynn con ironía—. Nuestras vidas no van a sufrir si no las encontramos. No verdaderamente.

—Un año —apuntó Brad—. Esa es una cláusula de penalización bastante severa, según mi modo de verlo.

—De acuerdo, sí. —Flynn cogió una patata frita del montón que había al lado de su sandwich—. Pero me cuesta bastante imaginarme a Rowena o Pitte castigando a las chicas.

—Quizá no sean ellos los encargados de hacerlo —señaló Jordan—. A lo mejor no son más que un conducto, por decirlo de algún modo, hacia la recompensa o el castigo. ¿Por qué damos por supuesto que ellos pueden elegir?

—Tratemos de pensar de un modo positivo —replicó Flynn—. La idea de encontrar las llaves, y lo que ocurra después, es estimulante.

—Además está la parte del enigma, y siempre es dificilísimo darle la espalda a un enigma.

Flynn asintió en dirección a Brad y se removió en su asiento.

—Y también está la magia. El hecho de aceptar que la magia, en alguna de sus formas, es real. No una ilusión, sino una auténtica patada en el culo al orden natural. ¿No es alucinante? Eso es lo que dejamos atrás cuando nos convertimos en adultos. La creencia despreocupada en la magia. Esta historia nos ha devuelto eso.

—¿Tú quieres verlo como un regalo o como una carga? —inquirió Jordan—. Porque las dos opciones valen.

—Gracias de nuevo, don Optimista. Pero sí, también sé eso. Estamos acercándonos al fin del plazo. Queda poco más de una semana. Si no encontramos la llave, quizá paguemos por ello, quizá no. Pero nunca lo sabremos.

—No puedes menospreciar las posibles consecuencias del fracaso —terció Brad.

—Estoy tratando de creer que nadie va a destrozar la vida de tres mujeres inocentes por intentarlo y fallar.

—Deberías volver al inicio de todo esto, cuando la vida de tres mujeres inocentes, fueran semidiosas o no, fue destrozada por el simple hecho de existir. —Jordan puso sal en lo que habían sido las patatas de Flynn—. Lo siento, colega.

—Y añade que las mujeres del cuadro se parecen a las mujeres que nosotros conocemos. —Brad tamborileó con los dedos sobre la mesa—. Hay una razón para eso, y esa razón las coloca justo en el medio de todo.

—No voy a dejar que le ocurra nada a Malory. Ni a ninguna de ellas —declaró Flynn.

Jordan alzó su vaso de té helado.

—¿Hasta dónde ha llegado tu locura por ella?

—Esa es otra cuestión. Que aún no he resuelto.

—Bien, nosotros te ayudaremos. —Jordan le guiñó un ojo a Brad—. ¿Para qué están los amigos si no? ¿Cómo es el sexo?

—¿Por qué eso es siempre lo primero para ti? —repuso Flynn—. Es una conducta de toda la vida.

—Porque soy un tío. Y si tú crees que las mujeres no sitúan el sexo en lo más alto de su lista, entonces eres un idiota patético y lamentable.

—Es fantástico. —Flynn pagó con desdén el desdén de Jordan—. Te morirías de ganas por tener esa complicidad sexual con una mujer hermosa. Pero no es eso lo único que hay entre nosotros. También mantenemos auténticas conversaciones, con y sin ropa.

—¿Incluso conversaciones telefónicas? —quiso saber Brad—. ¿Que duren más de cinco minutos?

—Sí, ¿por?

—Solo estamos haciendo la lista. ¿Le has hecho algo de comer? No vale algo que haya pasado por el microondas, sino por los fogones de la cocina.

—Solo le preparé un poco de sopa cuando…

—Eso cuenta. ¿La has llevado a ver alguna película para chicas?

Frunciendo el entrecejo, Flynn cogió un triángulo de sandwich.

—No sé si podría calificarse como película para chicas. —Volvió a dejar el trozo de sandwich—. De acuerdo, sí. Una vez, pero fue…

—Sin explicaciones. Esta parte del cuestionario se limita a verdadero o falso. Podemos pasar a la sección de ensayo —anunció Jordan—. Represéntate tu vida dentro de, digamos, cinco años. ¿Así estará bien? —le preguntó a Brad.

—Algunos requieren diez, pero creo que podemos ser más indulgentes. Cinco estará bien.

—De acuerdo. Flynn, represéntate tu vida dentro de cinco años. ¿Puedes visualizarla por completo sin Malory en ella?

—No sé cómo se supone que voy a ver lo de dentro de cinco años si ni siquiera estoy seguro de lo que estaré haciendo dentro de cinco días.

Pero podía, podía ver su casa con algunos de los planes a largo plazo que tenía para ella ya realizados. Podía verse a sí mismo en el periódico, sacando a Moe, paseando con Dana. Y podía ver a Malory en todos lados: bajando la escalera de su casa, acercándose al periódico para reunirse con él, echando a Moe de la cocina.

Palideció un poco.

—¡Oh, vaya!

—Ella está ahí, ¿verdad? —preguntó Jordan.

—Está ahí, sí.

—Felicidades, hijo. —Jordan le dio una palmada en el hombro—. Estás enamorado.

—Espera un momento. ¿Y si aún no estoy preparado?

—Mala suerte —contestó Brad.

Brad lo sabía todo sobre la suerte, y llegó a la conclusión de que la suya lo favorecía cuando al salir de la cafetería vio a Zoe detenida ante el semáforo.

Llevaba unas grandes gafas de sol y movía los labios de tal modo que supuso que estaba cantando al ritmo del equipo de música del coche.

No podía considerarse acoso en el sentido estricto del término si se montaba en su coche, zigzagueaba entre el tráfico y la seguía. El hecho de que le cortara el paso a una furgoneta fue del todo accidental.

Era razonable, incluso importante, que ellos dos se conociesen mejor. Difícilmente podría ayudar a Flynn si no conocía a las mujeres con las que estaba conectado.

Eso tenía sentido.

No tenía nada que ver con la obsesión. Solo porque hubiese comprado una pintura en la que aparecía el rostro de Zoe, solo porque no pudiese sacarse ese rostro de la cabeza, eso no significaba que estuviera obsesionado. Únicamente estaba interesado.

Y si se había puesto a practicar en voz baja distintas frases introductorias, no era más que porque comprendía el valor de la comunicación. Desde luego que no estaba nervioso por hablar con una mujer. Hablaba con mujeres todo el tiempo. Las mujeres hablaban con él todo el tiempo, en realidad. Estaba considerado como uno de los solteros más cotizados —¡Dios!, detestaba esa palabra— del país. Las mujeres se desviaban de su camino para hablar con él.

Si Zoe McCourt no podía emplear cinco minutos en una conversación educada, bien, entonces ella se lo perdería.

Cuando ella detuvo su coche junto a una acera, él ya se había convertido en un amasijo de nervios e irritación. La mirada levemente molesta que Zoe le dirigió cuando paró detrás de su automóvil fue el remate.

Sintiéndose estúpido e insultado, se apeó del coche.

—¿Me estás siguiendo? —preguntó Zoe.

—¿Perdona? —Como defensa, su voz era fría y rotunda—. Creo que sobrevaloras tus encantos. Flynn está preocupado por Malory. Te he visto y he pensado que podrías decirme cómo se encuentra tu amiga.

Zoe continuó observándolo con recelo mientras abría el maletero. Sus vaqueros estaban lo bastante ajustados para brindarle a Brad una interesante visión de un firme trasero femenino. Llevaba una chaqueta corta, roja y ceñida, con un top, igualmente ceñido, de rayas que terminaba tres centímetros antes de la cinturilla del pantalón.

Brad reparó, con cierta fascinación, en que lucía un piercing en el ombligo: una diminuta varita de plata. Sintió cómo le ardían los dedos en deseos de tocarla.

—Antes he pasado a verla.

—¿Eh? ¿A quién? Ah, Malory. —Lo que le ardió entonces fue la nuca, y se maldijo a sí mismo—. ¿Cómo está?

—Parece cansada, y un poco en baja forma.

—Lo lamento. —Se acercó cuando ella empezó a descargar el maletero—. Deja que te eche una mano.

—Yo puedo con esto.

—Estoy seguro de que puedes. —Resolvió la cuestión cogiéndole los dos gruesos libros de muestras de papel pintado—. Pero no veo ninguna razón por la que debas hacerlo. ¿Estás redecorando?

Zoe sacó un catálogo de colores de pintura, una pequeña caja de herramientas —que él recogió—, un bloc de notas y algunos trozos de baldosas.

—Hemos adquirido esta casa. Vamos a abrir aquí nuestros negocios. Necesita trabajo.

Él se dirigió a la entrada, dejando que ella cerrase el maletero. Sí, necesitaba trabajo, pero tenía un aspecto resistente y el terreno estaba bien situado. Una ubicación interesante y un aparcamiento decente.

—Parece tener una buena estructura —apuntó—. ¿Te han examinado los cimientos?

—Sí.

—¿Y la instalación eléctrica?

Zoe sacó las llaves que le había entregado el agente inmobiliario.

—Solo porque sea mujer no significa que no sepa comprar una casa. He mirado varias propiedades y esta era la de mayor valor y mejor situación. Gran parte del trabajo que necesita es cosmético. —Abrió la puerta—. Puedes dejar todo eso en el suelo. Gracias. Le diré a Malory que has preguntado por ella.

Brad siguió adelante, de modo que ella tuvo que apartarse. Aunque le costó cierto esfuerzo, se negó a permitir que su mirada volviera a bajar al ombligo de Zoe.

—¿Siempre te irritas cuando alguien pretende ayudarte?

—Me irrito cuando alguien cree que no puedo arreglármelas sola. Mira, no tengo mucho tiempo para hacer lo que tengo que hacer aquí. Debo empezar ya.

—Entonces no me interpondré en tu camino. —Examinó el techo, el suelo y las paredes mientras recorría el área de la entrada—. Bonito espacio. —No detectó ningún tipo de humedad, pero allí hacía un frío indudable. No estaba seguro de si se trataba de una caldera defectuosa o de la frialdad que emanaba de Zoe—. ¿A qué parte vas?

—Arriba.

—De acuerdo. —Empezó a subir las escaleras, casi divertido por la forma impaciente en que Zoe había tomado aire—. Bonitas escaleras. Es imposible equivocarse con el pino blanco.

Advirtió que parte de las molduras debían reponerse y que la ventana de doble hoja que había en lo alto de la escalera tenía que ser sustituida. Zoe tendría que verlo e instalar, quizá, un cristal doble para gozar de aislamiento.

Las paredes habían perdido el lustre y había algunas grietas por el asentamiento de la construcción; pero eso era fácil de ver.

Le gustó el modo en que las habitaciones se dividían y comunicaban entre sí, y se preguntó si Zoe eliminaría algunas de las puertas de centro hueco o las reemplazaría por algo más sólido y en consonancia con las vibraciones de la casa.

¿Y qué haría con la luz? Él no sabía nada de peluquerías ni de salones de belleza, pero le parecía lógico pensar que sería esencial una iluminación buena y potente.

—Disculpa, necesito mi caja de herramientas.

—¿Qué? Oh, lo siento. —Se la pasó y luego deslizó los dedos por el marco de la ventana, astillado y desconchado—. ¿Sabes? Aquí podrías utilizar cerezo, como contraste. Maderas diferentes, dejando el veteado natural, colores cálidos. No vas a cubrir estos suelos, ¿verdad?

Ella sacó la cinta métrica.

—No.

¿Por qué no se marchaba? Ella tenía trabajo que hacer, cosas en que pensar. Y sobre todo quería estar sola en su precioso edificio planeando, decidiendo y soñando cómo estaría todo cuando hubiese terminado. Los colores, las texturas, los tonos, los olores. Todo.

Y allí estaba él, en medio de su camino, paseándose. Toda una distracción, masculino y guapísimo, con su traje perfecto y sus zapatos caros. Él olía, ¡oh!, de un modo muy sutil a jabón y loción para después del afeitado de primerísima calidad y muy caros. Probablemente había pagado más por una pastilla de jabón que ella por los vaqueros y la camiseta que llevaba. Y él pensaba que podía dar vueltas por allí, impregnando el aire de Zoe, haciendo que se sintiera torpe e inferior.

—¿Qué planes tienes para esta habitación?

Ella anotó unas medidas y siguió dándole la espalda.

—Este es el salón principal. Es para peluquería, manicura y maquillaje. —Como él no respondió nada, Zoe se sintió impulsada a mirar por encima del hombro. Brad estaba observando el techo de forma contemplativa—. ¿Qué?

—Tenemos esos focos móviles que van en raíles. Son muy prácticos, aunque con un aspecto divertido. La ventaja es que pueden fijarse en distintas direcciones. ¿Aquí vas por lo divertido o por lo elegante?

—No veo por qué no puede ser las dos cosas.

—Cierto. ¿Colores suaves o vivos?

—Aquí vivos, suaves en las salas de tratamientos. Mira, Bradley…

—¡Ay!, eso ha sonado como si lo dijese mi madre. —Ya se había acuclillado y estaba hojeando un catálogo de muestras; le dedicó una sonrisa burlona—. ¿Las mujeres tenéis un centro de entrenamiento donde aprendéis a desarrollar ese tono hiriente?

—Los hombres no están autorizados a recibir esa información. Si te lo dijera, debería matarte. Y no tengo tiempo para eso. Vamos a cerrar el trato de la propiedad dentro de un mes, y quiero tener finalizados mis planes para poder empezar con ellos en cuanto sea posible.

—Puedo ayudarte.

—Sé lo que estoy haciendo y cómo lo quiero. Lo que no sé es por qué supones que…

—Espera, chica, eres muy susceptible. —Uno pensaría que una mujer que usaba vaqueros muy ajustados y se adornaba el ombligo había de ser algo más accesible—. Estoy en el negocio, ¿recuerdas? —Dio un golpecito sobre el logotipo de Reyes de Casa del catálogo de muestras—. No solo eso, también me gusta ayudar a que una casa encuentre su potencial. Puedo echarte una mano con algo de trabajo y material.

—No estoy buscando limosna.

Brad apartó el libro y se puso en pie lentamente.

—He hablado de echarte una mano, no de darte limosna. ¿Qué es lo que te molesta tanto de mí?

—Todo. Es injusto —se encogió de hombros—, pero es la verdad. No comprendo a las personas como tú, así que tiendo a desconfiar de ellas.

—¿Las personas como yo?

—Ricas, privilegiadas, que dirigen imperios americanos. Lo lamento, estoy segura de que tendrás algunas cualidades buenas o no serías amigo de Flynn. Pero tú y yo no tenemos nada en común. Además, ahora hay demasiadas cosas de las que debo ocuparme como para perder el tiempo jugando. Así que dejemos una cosa bien clara antes de seguir adelante: no voy a acostarme contigo.

—Bien, vale, en ese caso es evidente que ya no me merece la pena continuar viviendo.

Ella tuvo ganas de sonreír, casi lo hizo; pero tenía razones para saber que esas frases eran muy engañosas.

—¿Vas a decirme que no esperabas meterte en la cama conmigo?

Él tomó aire antes de hablar. Zoe se había colgado las gafas de sol en la uve del escote y sus ojos alargados y leonados lo miraban sin parpadear.

—Los dos sabemos que no hay forma de responder correctamente a esa pregunta. Es la madre de las preguntas trampa. Otras de la misma categoría son: «¿crees que esto me hace gorda?», «¿te parece que esa chica es guapa?», y «si no sabes de qué estoy hablando, desde luego no voy a decírtelo».

Entonces Zoe tuvo que morderse el labio para no soltar una carcajada.

—Lo último no era una pregunta.

—No deja de ser un misterio y una trampa. Así que solo te diré que te encuentro muy atractiva. Y que tenemos más en común de lo que crees, empezando por el círculo de amigos. Estoy deseando ayudaros con este lugar a ti, a Malory y a Dana. Ninguna de vosotras tiene que tener sexo conmigo a cambio. Aunque si las tres quisierais juntaros para organizar una simpática orgía de buen gusto no os diría que no. Mientras tanto, dejaré que vuelvas a tu trabajo. —Salió, pero cuando empezaba a bajar las escaleras dijo, como quien no quiere la cosa—: Por cierto, el mes que viene en Reyes de Casa habrá una promoción en productos para las paredes, papel y pintura. Quince por ciento de descuento en todos los artículos.

Zoe corrió hacia la escalera.

—¿Qué días?

—Dejaré que lo averigües tú.

Así que ella no iba a acostarse con él. Brad sacudió la cabeza mientras se dirigía a su coche. Esa había sido una afirmación desafortunada por parte de Zoe. Obviamente, ella ignoraba que la única cosa que ningún Vane podía resistir era un desafío directo.

Él solo había planeado invitarla a cenar; pero mientras alzaba la vista hacia las ventanas del primer piso decidió que debería tomarse algo más de tiempo y desarrollar una estrategia.

Zoe McCourt estaba a punto de sufrir un asedio.

Zoe tenía otras cosas en las que pensar. Iba retrasada, pero eso no era una novedad. Siempre parecía haber un montón de cosas que hacer, recordar y arreglar antes de salir por la puerta.

—Dale estas galletas a la madre de Chuck. Ella las repartirá. —Detuvo el coche a dos manzanas de distancia de su propia casa y miró a su hijo con expresión severa—. Hablo en serio, Simon. No tengo tiempo para llevárselas yo misma. Si me acerco a la puerta, me tendrá ahí veinte minutos, y ya llego tarde.

—Vale, vale. Podría haber venido andando.

—Sí, pero entonces yo no habría podido hacer esto.

Lo agarró y le hundió los dedos en las costillas hasta que él gritó.

—¡Mamá!

—¡Simon! —contestó ella en el mismo tono exasperado.

El niño se reía cuando bajó del coche y cogió su bolsa del asiento trasero.

—Piensa en la madre de Chuck, y no tengas a todo el mundo levantado hasta las tantas. ¿Llevas el número de Malory?

—Sí, llevo el número de Malory. Y sé cómo marcar el número de los bomberos y salir corriendo de la casa si le prendo fuego a algo mientras estoy jugando con cerillas.

—Buen chico. Ven aquí y dame un beso.

Él arrastró los pies de forma teatral al acercarse a la ventanilla, con la cabeza gacha para ocultar una sonrisa.

—Hazlo deprisa. Alguien podría vernos.

—Pues diles que no te estaba besando, sino que te estaba gritando. —Le estampó un beso y reprimió las ganas de abrazarlo—. Nos vemos mañana. Pásalo bien, cielo.

—Tú también, cielo.

Soltó una risilla y salió disparado.

Con la habilidad de una madre, Zoe dio marcha atrás mientras observaba a su hijo hasta que este estuvo dentro y a salvo.

Luego se dirigió hacia el apartamento de Malory para pasar la noche en casa de una amiga por primera vez desde que era adulta.