Había muy pocas cosas que sacaran a Dana de la cama. El trabajo, por supuesto, era el estímulo principal. Pero cuando tenía la mañana libre, lo que elegía en general como entretenimiento era dormir.
Renunciar a eso por una petición de Flynn demostraba, en su opinión, un extremado afecto fraternal. Y eso debería proporcionarle sus buenos puntos, que podría canjear en un momento futuro de necesidad.
Llamó a la puerta de Malory a las siete y media, vestida con una camiseta de Groucho Marx, unos tejanos desgarrados y un par de zapatillas Oakley.
Como conocía bien a su hermana, Flynn abrió la puerta y le puso en las manos una humeante taza de café.
—Eres un encanto. Eres una joya. Eres mi cofre del tesoro personal.
—Que te jodan. —Entró echando humo, se sentó en el sofá y empezó a oler el café—. ¿Dónde está Mal?
—Durmiendo todavía.
—¿Tiene bagels?
—No lo sé, no he mirado. Debería haber mirado —dijo enseguida—. Soy un cabrón egoísta que solo piensa en sí mismo.
—Perdona, pero me habría gustado decirte eso yo misma.
—Solo pretendía ahorrarte el tiempo y el esfuerzo. Tengo que irme. Necesito estar en el periódico dentro de…, ¡mierda!, veintiséis minutos —exclamó mirando el reloj.
—Dime solamente por qué estoy en el apartamento de Malory bebiendo café y esperando que haya bagel mientras ella está durmiendo.
—No tengo tiempo para extenderme. Ha vivido una experiencia muy dura y no quiero que se quede sola. Ni un momento, Dana.
—Cielos, Flynn. ¿Acaso alguien la ha atacado?
—Podríamos decir que sí. Emocionalmente hablando. Y no he sido yo —añadió mientras se dirigía a la puerta—. No te separes de ella, ¿vale? Me escaparé en cuanto pueda, aunque hoy tengo la agenda a rebosar. Déjala dormir, y después, no sé, mantenla ocupada. Llamaré.
Atravesó la puerta del patio y se alejó a todo correr mientras Dana lo miraba con el entrecejo fruncido.
—Para ser periodista, eres muy rácano con los detalles.
Decidiendo sacar el máximo provecho, se levantó para ir a explorar la cocina de Malory. Estaba dando el primer mordisco entusiasta a un bagel con semillas de amapola cuando apareció Malory.
Con los ojos hinchados, advirtió Dana. Un poco pálida. Y con un aspecto bastante desaliñado. Aunque se imaginó que lo del desaliño sería a causa de Flynn.
—Hola. ¿Quieres la otra mitad del bagel?
Obviamente atontada, Malory parpadeó.
—Hola. ¿Dónde está Flynn?
—Ha tenido que irse corriendo. Como representante del periodismo y todo eso. ¿Quieres café?
—Sí. —Se frotó los ojos y trató de pensar—. ¿Qué estás haciendo aquí, Dana?
—No tienes ni idea. Flynn me ha llamado a una hora intempestiva, hace unos cuarenta minutos, y me ha pedido que viniera. Se ha quedado corto en detalles, pero largo en súplicas, de modo que he movido el culo hasta aquí. ¿Qué ocurre?
—Imagino que está preocupado por mí. —Se paró a pensarlo y llegó a la conclusión de que no le molestaba—. Eso es muy tierno.
—Sí, es un cielo. ¿Por qué está preocupado por ti?
—Creo que será mejor que nos sentemos.
Se lo contó todo a Dana.
—¿Qué aspecto tenía?
—Bien, una cara impactante, inclinada hacia el lado ascético. Espera un minuto…, creo que puedo hacerte un boceto.
Se levantó para sacar un bloc y un lápiz de un cajón y luego volvió a sentarse.
—Tenía unos rasgos muy definidos, así que no me resultará muy difícil. Pero más que su aspecto, lo especial era lo que transmitía. Era persuasivo. Incluso carismático.
—¿Y qué hay de la casa en la que estabais? —insistió Dana mientras Malory dibujaba.
—Solo tuve impresiones. En el sueño parecía muy familiar, como lo es tu propia casa, así que no reparé en muchos detalles. Dos pisos con un jardín en la parte de atrás, un bonito jardín. Cocina soleada.
—¿No era la casa de Flynn?
Malory alzó la vista.
—No —respondió lentamente—. No, no lo era. No había pensado en eso. Lo lógico habría sido que lo fuese, ¿verdad? Si es mi fantasía, ¿por qué no estábamos viviendo en la casa de Flynn? Es magnífica, y ya está en mi cabeza.
—Quizá él no pueda utilizarla porque ya está ocupada, y… No sé. Probablemente no sea importante.
—Yo creo que todo es importante. Todo lo que vi, sentí y oí. Solo que aún no sé cuánto. Aquí está… —Le dio la vuelta al bloc—. Es un poco esquemático, pero es lo mejor que puedo dibujarlo. De todos modos, es una aproximación bastante aceptable.
—¡Guau! —Dana juntó los labios y silbó—. Así que Kane el brujo es un tío bueno.
—Me da miedo, Dana.
—No podría hacerte daño, no de verdad. No pudo cuando lo intentó en serio.
—Esta vez no. Pero estaba dentro de mi cabeza. Fue como una invasión. —Apretó los labios—. Una especie de violación. Él sabe lo que siento y lo que deseo.
—Yo te diré lo que no sabía: no sabía que tú ibas a decirle que le diesen por el culo.
Malory se recostó.
—Tienes razón. Él ignoraba que yo lo rechazaría, o que entendería, incluso en el sueño, que él quería atraparme en algún lugar, maravilloso, eso sí, donde yo no pudiese encontrar la llave. Esas dos cosas lo sorprendieron e irritaron. Y eso significa que Kane no lo sabe todo.
Considerablemente reacia, Dana acompañó a Malory cuando esta decidió trabajar en casa de Flynn. Tenía sentido, dado que los dos cuadros estaban allí; pero también estaba allí Jordan Hawke.
Sus esperanzas de que hubiese salido se desvanecieron cuando vio el antiguo Thunderbird en el camino de acceso a la casa.
—Siempre se lo ha montado bien con los coches —masculló, y, aunque pasó con altivez delante del Thunderbird, admiró en secreto sus líneas, el trazo de sus aletas de cola y el resplandor del cromo.
Habría pagado por estar detrás del volante y poner en marcha aquel motor en una recta.
—No sé por qué este gilipollas tiene coche cuando vive en Manhattan.
Malory reconoció el tono cargado de mal humor y amargura y se detuvo ante la puerta.
—¿Esto será un problema para ti? A lo mejor podemos arreglarlo para ver los cuadros cuando no esté Jordan.
—Por mí no hay ningún problema. Él no existe en mi realidad. Hace mucho que lo ahogué en un tanque lleno con el virus del Ebola. Fue una tarea complicada, pero extrañamente satisfactoria.
—Entonces, adelante.
Malory alzó una mano para llamar, pero Dana la apartó.
—Yo no llamo a la puerta de mi hermano. —Insertó su propia llave en la cerradura—. Me da igual a qué imbéciles pueda tener invitados.
Entró como una tromba, preparada para una confrontación. Al no ver a Jordan, poco dispuesta a perder fuelle, cerró de un portazo.
—¡Dana! —la reprendió Malory.
—¡Huy, huy! Se me ha escapado. —Con los pulgares enganchados en los bolsillos, fue a grandes zancadas al salón—. Siguen en el mismo sitio en que los dejamos —dijo, con un gesto de la cabeza hacia los cuadros—. Y ¿sabes qué? Tampoco veo nada diferente en ellos. Ya hemos terminado por hoy. Vamos de compras o algo.
—Quiero hacerles un examen más minucioso y revisar todas las notas de la investigación. Pero no hay ninguna razón para que te quedes conmigo.
—Se lo he prometido a Flynn.
—Flynn es un agonías.
—Bueno, sí, pero se lo he prometido. —Al percibir un movimiento a su espalda, en el umbral, Dana se puso tensa—. Y, al contrario que otras personas, yo mantengo mis promesas.
—Y guardas rencor con el mismo fervor —apuntó Jordan—. Hola, señoras. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
—Me gustaría examinar las pinturas y mis notas de nuevo —respondió Malory—. Espero que no te importe.
—¿Quién es él para que le importe? Él no vive aquí.
—Eso es verdad. —Jordan, alto y duro, con vaqueros y camiseta de color negro, se apoyó en la jamba de la puerta—. Estáis en vuestra casa.
—¿No tienes nada mejor que hacer que espiar? —soltó Dana—. Escribir un supuesto libro, despellejar a un editor.
—Ya nos conoces a los escritores comerciales de pacotilla: nos limitamos a redactar los libros en un par de semanas y a holgazanear después con los derechos de autor.
—No me importa que vosotros dos queráis pelear, de verdad que no me importa. —Malory depositó su portafolios rebosante de papeles sobre el cajón de embalaje—. Pero podríais hacerlo en otra habitación.
—No estamos peleando —replicó Jordan—. No son más que los juegos preliminares.
—En tus sueños.
—Larga, en mis sueños sueles llevar bastante menos ropa. Avísame si necesitas que te ayude con algo, Malory.
Se irguió y se marchó.
—Enseguida vuelvo —le dijo Dana a Malory, y salió detrás de Jordan como un cohete—. A la cocina, celebridad.
Fue disparada hasta allí y esperó con los dientes apretados a que él llegara.
Él se movía a su propio ritmo, como siempre. Mientras se acercaba, Dana echaba chispas. Ya estaba preparando el primer aldabonazo cuando Jordan llegó a su altura, la cogió por las caderas y le cubrió la boca con su boca.
Un estallido de calor la atravesó de arriba abajo.
Como siempre, también.
Fuego, relámpagos y promesas bailaron juntos en una especie de cometa fundido que explotó en su cerebro y dejó inutilizado su sistema nervioso.
Esta vez no, esta vez no. Nunca más.
Empleando una fuerza considerable, se lo quitó de encima. No iba a abofetearlo, sería demasiado previsible y femenino; pero estuvo a punto de darle un puñetazo.
—Lo siento. Pensaba que me habías llamado para esto.
—Inténtalo de nuevo y acabarás sangrando por varias heridas mortales.
Jordan se encogió de hombros y fue hacia la cafetera como si nada.
—Claro, es culpa mía.
—Desde luego que sí. Cualquier derecho que tuvieras a tocarme expiró hace ya mucho. Quizá seas parte de esto, porque resulta que compraste ese maldito cuadro, y te toleraré por esa razón. Y porque eres amigo de Flynn. Pero mientras estés aquí, atente a las reglas.
Él sirvió dos tazas de café y dejó la de Dana sobre la encimera.
—¿Por qué no me las explicas con detalle?
—No me tocarás jamás. Si estoy a punto de cruzar delante de un autobús en marcha, tú ni tirarás de mí hacia la acera.
—De acuerdo, prefieres que te atropelle un autobús a que te ponga la mano encima. Anotado. ¿La siguiente?
—Eres un hijo de la gran puta.
Algo que podría ser un destello de pesadumbre cruzó el rostro de Jordan.
—Lo sé. Mira, veamos las cosas con un poco de distancia. Flynn es importante para nosotros dos, y esto es importante para Flynn. La mujer que hay ahí es importante para Flynn, y también es importante para ti. Aquí estamos todos conectados, tanto si lo queremos como si no. De modo que intentemos entenderlo. Flynn ha estado aquí esta mañana, no más de tres minutos. Por eso no he podido enterarme de mucho, ni tampoco me enteré demasiado anoche, cuando llamó para decir que Malory tenía problemas. Ponme al corriente.
—Si Malory quiere que lo sepas, ya te lo dirá.
«Tiéndele una rama de olivo —pensó él— y te la clavará en la garganta».
—Sigues siendo dura de pelar.
—Es un asunto personal —le espetó—. Íntimo. Ella no te conoce. —A pesar de los miles de juramentos que había hecho, se le anegaron los ojos—. Y yo tampoco.
Aquella simple mirada llorosa agujereó el corazón de Jordan.
—Dana.
Cuando él dio un paso adelante, ella agarró el cuchillo del pan de la encimera.
—Vuelve a ponerme las manos encima y te las dejaré colgando de las muñecas.
Él se quedó donde estaba y se metió las manos en los bolsillos.
—¿Y por qué no me hundes el cuchillo en el corazón y te libras de una vez de mí?
—Limítate a permanecer lejos de mí. Flynn no quiere que Malory se quede sola. Puedes considerar que ahora es tu turno, porque yo me marcho.
—Ya que voy a hacer de perro guardián, me ayudaría saber de quién he de protegerla.
—De brujos grandes y malos. —Abrió de un fuerte tirón la puerta trasera—. Si le ocurre algo a Malory, no solo te clavaré el cuchillo en el corazón, también te lo cortaré en pedacitos y se lo daré de comer al perro.
—Siempre fuiste buena en imágenes verbales —dijo arrastrando las palabras después de que ella hubiese salido dando un portazo.
Se frotó el estómago. Ella se lo había dejado hecho un nudo…, algo en lo que también era fastidiosamente buena. Miró el café que Dana no había tocado. Aunque sabía que era una tontería simbólica, cogió la taza y la vació en el fregadero.
—Por el desagüe, Larga. Igual que nosotros dos.
Malory examinó los cuadros hasta que se le empañó la vista. Tomó más notas y luego se estiró en el suelo mirando al techo. Mezcló en su cabeza todo lo que sabía, con la esperanza de que formara un diseño nuevo y más claro.
Una diosa cantora, sombras y luz, lo que estaba dentro de ella y fuera de ella. Mirar y ver lo que no había visto. El amor forjaba la llave.
Dios mío.
Tres pinturas, tres llaves. ¿Significaba eso que había una pista, una señal, una dirección en cada cuadro para cada llave? ¿O era la suma de lo que había en las tres obras lo que conducía a la primera llave? ¿A su llave?
Fuera lo que fuese, se le escapaba.
En los tres cuadros había elementos comunes. El tema legendario, por supuesto. El uso del bosque y las sombras. La figura oculta entre los árboles, que sería Kane.
¿Por qué estaba Kane en el retrato de Arturo? ¿Había sido realmente testigo de aquel acontecimiento, o su inclusión, al igual que la de Rowena y Pitte, era simbólica?
Aun así, incluso con esos elementos comunes, el retrato artúrico no parecía formar parte de lo que tenía la seguridad de que era un conjunto. ¿Había otra obra para completar la tríada de las Hijas de Cristal?
¿Dónde la encontraría y qué le diría cuando la encontrase?
Rodó sobre sí misma y estudió el cuadro del joven Arturo una vez más. La paloma blanca en el extremo superior derecho. ¿Un símbolo de Ginebra? ¿El principio del fin de ese momento luminoso?
Traición por amor. Las consecuencias del amor.
¿No estaba ella misma lidiando con las consecuencias del amor en ese mismo instante? El alma simbolizaba tanto el amor y la belleza como el corazón. Emociones, poesía, arte, música. Magia. Elementos conmovedores.
Sin alma no había consecuencias, ni belleza.
Si la diosa podía cantar, ¿no significaría eso que aún tenía su alma?
La llave podría estar en un lugar donde hubiese arte, o amor. Belleza o música. O donde existiera la posibilidad de conservarlo o descartarlo.
¿Un museo, entonces? ¿Una galería? «La Galería», pensó, y se puso en pie de un salto.
—¡Dana!
Fue corriendo a la cocina, pero frenó en seco al encontrarse con Jordan, sentado ante la arañada mesa y trabajando con un ordenador portátil muy delgado y pequeño.
—Perdona. Pensaba que Dana estaría aquí.
—Se ha marchado hace horas.
—¿Horas? —Malory se pasó una mano por la cara, como si despertara de un sueño—. He perdido la noción del tiempo.
—A mí me ocurre a menudo. ¿Quieres café? —Miró hacia la cafetera que estaba sobre la encimera y la vio vacía—. Lo único que has de hacer es prepararlo.
—No; lo que necesito en realidad… Estás trabajando. Lamento interrumpirte.
—No hay problema. Estoy teniendo uno de esos días en que fantaseo con dedicarme a una profesión alternativa, como leñador en el río Yukón o camarero en un centro turístico tropical.
—Son opciones bastante dispares.
—Cualquiera de ellas se me antoja más divertida que lo que estoy haciendo ahora.
Malory reparó en la taza de café vacía y en el cenicero medio lleno que había al lado del llamativo portátil sobre la mesa de picnic de segunda mano, en una cocina formidablemente fea.
—A lo mejor el entorno no es el más propicio para la creatividad.
—Cuando las cosas van bien, te daría igual estar en una alcantarilla con un bloc de notas y un lápiz Ticonderoga.
—Supongo que tienes razón, pero me pregunto si no estarás encerrado en esta… lamentable habitación porque me estás vigilando.
—Depende. —Se recostó en la silla jugueteando con su menguante paquete de cigarrillos—. Si eso no te molesta, la respuesta es sí. Pero si te da por saco, en ese caso no sé de qué estás hablando.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Y si te dijera que ahora debo marcharme, que hay algo que necesito comprobar?
Él le dirigió una sonrisa relajada, una que Malory pensó que podría pasar por inocente en un rostro menos malicioso.
—Yo te contestaría: «¿Hay algún problema si te acompaño?». Podría irme bien salir un rato de esta casa. ¿Adónde vas?
—A La Galería. Se me ha ocurrido que la llave ha de estar ligada al arte, la belleza, la pintura. La Galería es el mejor lugar de la zona en el que buscar.
—¡Ajá! Así que piensas entrar en un local comercial público en horas de trabajo, y crees que a nadie le va a importar que te pongas a hurgar y revolver entre las mercancías del almacén y en las oficinas.
—Bueno, si lo planteas así… —Abatida, se sentó frente a él—. ¿Tú crees que todo esto no es más que una especie de locura?
Jordan recordó cómo había visto aparecer y desaparecer varios miles de dólares.
—No necesariamente.
—¿Y si te dijese que podría hallar el modo de entrar en La Galería fuera de las horas de trabajo?
—Diría que no te habrían elegido para formar parte de esta historia si no fueses una mujer creativa, con una mente flexible y que está deseando correr algunos riesgos.
—Me gusta esa descripción. No sé si es válida siempre, pero ahora lo es. Necesito hacer unas llamadas telefónicas. ¿Y sabes una cosa, Jordan? Pienso que demuestras tener una fuerte personalidad y un gran sentido de la lealtad al desperdiciar un día cuidando a una desconocida solo porque te lo ha pedido un amigo.
Malory cogió las llaves que Tod le tendía y lo recompensó con un fuerte abrazo.
—Te debo una bien grande.
—Eso parece, pero yo me conformaría con algún tipo de explicación.
—En cuanto pueda. Te lo prometo.
—Tesoro, todo esto se está poniendo muy raro. Te despiden, después tú pirateas los archivos de Pamela. Rechazas la invitación de volver a tu casa y hogar con un jugoso aumento salarial. Y ahora vas a merodear por aquí después del cierre.
—¿Sabes qué? —Malory hizo tintinear las llaves en la mano—. Esa no es la parte realmente rara. Lo único que puedo decirte es que estoy haciendo algo importante, y con la mejor de las intenciones. No voy a hacer ningún daño a La Galería ni a James, y muchísimo menos a ti.
—Nunca he pensado lo contrario.
—Te devolveré las llaves esta misma noche. O a primera hora de la mañana, como muy tarde.
Tod miró a través de la ventana hacia la acera, donde se paseaba Flynn.
—¿Esto tiene algo que ver con fetiches o fantasías sexuales?
—No.
—Qué lástima. Me largo. Voy a ir a tomarme un delicioso martini, o quizá dos, y a olvidarme de todo esto.
—Hazlo.
Tod se dirigió a la puerta, después se detuvo y se volvió a mirar a Malory.
—Hagas lo que hagas, Mal, ten cuidado.
—Lo tendré, te lo prometo.
Malory esperó, y vio cómo Tod hablaba con Flynn antes de alejarse como si nada. Después abrió la puerta y le hizo un gesto a Flynn para que entrara; luego cerró la puerta con llave y marcó el código de seguridad.
—¿Qué te ha dicho Tod?
—Que si te metía en algún problema me colgaría de las pelotas y luego cortaría varias partes de mi cuerpo con tijeras de manicura.
—¡Ay, menuda idea!
—Ni que lo digas. —Miró por la ventana para asegurarse de que Tod se había marchado—. Y déjame decirte que si hubiese estado pensando meterte en algún tipo de problema, esa imagen habría sido una fuerza disuasoria.
—Supongo que, en lo que a esto se refiere, soy yo la que podría estar metiéndote en problemas a ti. Según el ángulo legal, el ángulo delictivo, lo que peligra aquí es tu reputación como editor y redactor jefe de El Correo. No tienes por qué hacer esto.
—Estoy en esto. Las tijeras de manicura son esas pequeñas, puntiagudas y curvadas, ¿verdad?
—Esas son.
Él soltó el aire con los dientes cerrados.
—Sí, me lo temía. ¿Por dónde empezamos?
—Yo diría que por arriba. Podemos ir trabajando de arriba abajo. Si damos por hecho que las llaves de los cuadros serán proporcionales, medirán algo más de siete centímetros.
—Son pequeñas.
—Sí, bastante pequeñas. Uno de los extremos es como una sola y simple gota —continuó, entregándole un boceto—. El otro extremo está decorado con este complejo diseño. Es un motivo celta, una espiral triple llamada triskeles. Zoe encontró el dibujo en uno de los libros de Dana.
—Vosotras tres formáis un buen equipo.
—Eso parece. La llave es de oro, probablemente oro macizo. Será difícil que no la reconozcamos si la vemos.
Flynn miró hacia la sala de exposición principal, de techo abovedado y generoso espacio. Había cuadros, por supuesto, y otras piezas de arte: vitrinas y mesas, cajones, cofres y mostradores con infinitos huecos.
—Aquí hay muchos sitios en los que podría esconderse una llave.
—Pues espera a llegar a los almacenes y la zona de recepción y envío.
Empezaron con los despachos. Malory dejó a un lado la culpabilidad mientras registraba cajones y hurgaba entre objetos personales. Se dijo que aquel no era momento para andarse con melindres. Se metió bajo la mesa de James para buscar debajo de ella.
—¿De verdad crees que gente como Rowena o Pitte, o quienquiera que sea el dios encargado de ocultar las llaves, pegaría la llave secreta con papel celo en el fondo del cajón de un escritorio?
Ella lo miró malhumorada mientras devolvía el cajón a su sitio.
—No creo que podamos permitirnos pasar por alto ninguna posibilidad.
Flynn pensó que Malory estaba muy guapa sentada en el suelo, con el pelo recogido atrás y un mohín en la boca. Se preguntó si se habría vestido de negro por pensar que era lo adecuado en aquellas circunstancias.
Sería muy propio de ella.
—Tienes bastante razón, pero repasaríamos más deprisa esas posibilidades si contáramos con todo el equipo.
—No puedo meter aquí a un montón de gente. No estaría bien. —Y la culpabilidad por lo que estaba haciendo le arañó la conciencia como uñas astilladas—. Ya es bastante malo que estés tú aquí. No puedes usar nada de lo que veas para un artículo.
Flynn se acuclilló a su lado y la miró con unos ojos que se habían vuelto tan fríos como el invierno.
—¿Es eso lo que crees?
—Es lógico que esa idea me haya pasado por la cabeza. —Se levantó para coger un cuadro de la pared—. Eres periodista —prosiguió, mientras examinaba el marco y el reverso—. Le debo algo a este lugar, a James. Solo digo que no quiero que lo involucres.
Volvió a colgar el cuadro y tomó otro.
—A lo mejor tendrías que hacerme una lista de las cosas sobre las que está bien que escriba y las que no. Según tu opinión.
—No hace falta que te pongas gruñón.
—Oh, sí que hace falta. He invertido una buena parte de mi tiempo y mi energía en esto, y no he publicado ni una palabra. Malory, no cuestiones mi ética profesional solo porque estés cuestionándote la tuya. Y no me digas jamás qué puedo o no puedo escribir.
—No se trata más que de un comentario para que esto sea extraoficial.
—No, de eso nada. Se trata de respetar y confiar en alguien a quien afirmas amar. Voy a empezar con la sala contigua. Creo que nos irá mejor si trabajamos por separado.
Malory se preguntó cómo se las habría arreglado para fastidiarlo de aquel modo. Descolgó el último cuadro y se obligó a concentrarse.
Resultaba obvio que Flynn era demasiado susceptible. Ella le había hecho una petición de lo más razonable, y si él quería enfurruñarse por eso era su problema.
Empleó los veinte minutos siguientes en explorar el despacho palmo a palmo, y en tranquilizarse con la convicción de que Flynn había reaccionado de forma exagerada.
No hablaron en la hora que siguió y, aunque eran dos personas que realizaban la misma labor en un mismo espacio, lograron evitar el contacto.
Para cuando empezaron en la planta baja, habían desarrollado un ritmo de trabajo, pero continuaron sin cruzar ni una palabra.
Era una tarea tediosa y frustrante. Revisar todos los cuadros, todas las esculturas, todos los pedestales y objetos de arte. Bajar las escaleras paso a paso, examinar las molduras…
Malory se dirigió al almacén. Fue doloroso y emocionante a la vez encontrarse con piezas de reciente adquisición, o ver otras que se habían vendido después de que dejase La Galería y que esperaban a ser empaquetadas y enviadas por mensajería.
Una vez ella había estado al tanto de todos los pasos y las fases del negocio, había tenido libertad para comprar artículos y negociar su precio. En su corazón, La Galería había sido suya. No podía contar las veces que se había quedado trabajando después de que cerraran. Nadie habría dudado de su derecho a estar allí. No habría necesitado pedir las llaves a un amigo, ni sentirse culpable.
«Ni cuestionarme mi ética», admitió.
Se dijo que no debería haber sentido aquel pesar tan horrible. Pesar por la parte de su vida que le habían sustraído. Tal vez estaba loca por rechazar la oferta de volver a su puesto. Tal vez estaba cometiendo un error grandísimo al desviarse de lo que era sensato, palpable. Podría hablar de nuevo con James y decirle que había cambiado de opinión. Podría regresar a la rutina, a lo que siempre había tenido.
Y nunca volvería a ser lo mismo.
Ahí estaba el pesar. Su vida había cambiado de forma irrevocable. Y ella no había tenido tiempo para lamentar esa pérdida. Lo hizo en ese instante, con todas las obras que tocó, todos los minutos que pasó en el lugar que había sido la parte más importante de su vida.
Revivió miles de recuerdos; muchos pertenecían a la rutina del día a día y no habían significado nada en su momento. Y todo eso se lo habían arrebatado de repente.
Flynn abrió la puerta.
—¿Dónde quieres que…?
Se interrumpió cuando Malory se dio la vuelta hacia él. Tenía los ojos secos, pero desconsolados. Llevaba en brazos una tosca figura de piedra como si fuera un niño.
—¿Qué ocurre?
—Echo mucho de menos este lugar. Es como si algo hubiese muerto. —Depositó la escultura en un estante con gran delicadeza—. Yo adquirí esta pieza, hará unos cuatro meses. Es de un artista nuevo. Es joven, y posee todo el ardor y el temperamento que transmite su obra. Es de un pequeño pueblo de Maryland y ha tenido cierta fama local, pero ninguna galería importante mostraba interés por él. Yo me sentí bien dándole una auténtica primera oportunidad, y pensando en lo que él podría hacer, lo que podríamos hacer juntos en el futuro. —Deslizó un dedo por la piedra—. Alguien ha comprado esta pieza. Yo ya no he tenido nada que ver con eso, ni siquiera reconozco el nombre del comprador en la factura. Ya no es mío en ningún sentido.
—No habría estado aquí ni se habría vendido si no hubiera sido por ti.
—Quizá; pero esos días han quedado atrás. Aquí ya no hay sitio para mí. Lamento lo que te he dicho antes. Lo lamento mucho. He herido tus sentimientos.
»No. —Respiró hondo—. No voy a decir que no me inquiete el modo en que tú puedas manejar esto al final. Tampoco puedo asegurar que tenga completa confianza en ti. Eso está reñido con amarte, y no puedo explicarlo. Al igual que no puedo explicar cómo sé que la llave no está aquí. Cómo lo he sabido en cuanto he entrado para coger las llaves de Tod. Aún tengo que seguir mirando, acabar lo que he empezado. Pero no está aquí, Flynn. Ahora no hay nada para mí aquí.