Malory admitió que necesitaba tiempo. Había estado montada en una montaña rusa desde el principio del mes, y, aunque había resultado emocionante vivir a base de descensos vertiginosos y giros repentinos, necesitaba un respiro.
Mientras entraba en su apartamento, pensó que nada en su vida era como había sido. Ella siempre había confiado en la consistencia, y ese elemento se le había escurrido entre los dedos.
O lo había apartado en un impulso.
Ya no tenía La Galería. No estaba completamente segura de conservar su sensatez. En uno de aquellos descensos o giros había dejado de ser la Malory juiciosa y fiable y se había convertido en la irracional, impulsiva y fantasiosa Malory Price…, una mujer que creía en la magia y en el amor a primera vista.
«Bueno, vale, a tercera vista», se corrigió a sí misma mientras corría las cortinas y se metía en la cama; pero esencialmente era lo mismo.
Había cogido un dinero que podría haber estirado durante muchos meses de escasez y lo había invertido en una empresa con otras dos mujeres a las que no conocía unas semanas antes. Y había confiado en ellas incondicionalmente. Sin reservas.
Estaba a punto de embarcarse en un negocio propio sin ninguna mercancía, ni un plan sólido ni red de seguridad. Contra toda lógica, esa idea la hacía feliz.
Aun así, el corazón le palpitaba y tenía el estómago revuelto por la posibilidad de que pudiese no estar enamorada de verdad; de que la dicha llena de confianza y placer que le proporcionaba Flynn fuese solo una ilusión.
Si esa ilusión se rompía en mil pedazos, temía sufrir por ello el resto de su vida.
Ahuecó la almohada debajo de la cabeza, se hizo un ovillo y rezó por quedarse dormida.
Hacía sol y calor cuando despertó, y el aire olía a rosas de verano. Malory se acurrucó un momento. Las sábanas tibias retenían el leve aroma de su hombre y la suave deriva del silencio.
Rodó sobre sí misma perezosamente y parpadeó. Algo raro le rondaba el pensamiento. No algo desagradable, solo raro.
Un sueño. El sueño más extraño.
Se incorporó y se estiró, percibiendo la saludable tensión de los músculos. Desnuda, y cómoda con su desnudez, se levantó, olfateó las rosas amarillas que había sobre el tocador y cogió la bata. Se detuvo frente a la ventana para admirar su jardín y sumergirse en el fragante aire. Abrió más la ventana y dejó que el canto de los pájaros la siguiera mientras salía de la habitación.
El sentimiento raro ya se estaba desvaneciendo —al igual que los sueños al despertar— cuando se deslizó escaleras abajo, pasando la mano por la sedosa madera de la barandilla. Las luces de colores de la ventana que había sobre la puerta se proyectaban juguetonas sobre el suelo. Más flores, orquídeas blancas de perfume exótico, sobresalían de un antiguo jarrón que descansaba en la mesita de la entrada.
Junto al jarrón estaban las llaves de él, en el pequeño cuenco de mosaico que ella le había comprado con ese propósito.
Atravesó la casa de camino a la cocina, y allí sonrió. Él estaba ante los fogones metiendo una maltrecha rebanada de pan en la sartén. Había una bandeja a su lado dispuesta ya con una copa larga llena de espumoso zumo, un jarrón estrecho con una rosa y la bonita taza de café de Malory.
La puerta del patio estaba abierta. A través de ella podía oír que los pájaros continuaban cantando y los esporádicos y alegres ladridos del perro. Dichosa, se acercó con sigilo, pasó los brazos por la cintura de Flynn y pegó los labios a su nuca.
—Ten cuidado. Mi esposa puede despertarse en cualquier momento.
—Corramos ese riesgo.
Él se giró y la estrechó con un largo y profundo beso. Ella sintió que el corazón le daba saltos y le ardía la sangre, mientras pensaba: «Perfecto. Es todo perfecto».
—Iba a sorprenderte. —Flynn le deslizó una mano por la espalda mientras se separaba un poco—. Desayuno en la cama: el especial Hennessy.
—Conviértelo en una sorpresa mejor y toma el desayuno en la cama conmigo.
—Creo que podrías convencerme. Espera.
Cogió la espátula y le dio la vuelta a la torrija.
—Hum… Son más de las ocho. No deberías haberme dejado dormir tanto.
—Anoche no te dejé dormir mucho. —Le guiñó un ojo—. Me parecía justo que recuperaras un poco por la mañana. Has estado trabajando muy duro, Mal, preparando tu exposición.
—Ya casi he terminado.
—Cuando esto haya pasado, voy a llevarme a mi increíblemente bella y talentosa mujer a unas bien merecidas vacaciones. ¿Recuerdas la semana que pasamos en Florencia? Días llenos de sol y noches llenas de amor.
—¿Cómo podría olvidarla? ¿Estás seguro de que podrás tomarte unos días libres? Yo no soy la única que ha estado ocupada.
—Sacaremos tiempo. —Dejó la torrija en una bandeja—. ¿Por qué no vas a recoger el periódico y luego volvemos a la cama una hora… o dos?
Unos sollozos soñolientos empezaron a sonar a través del intercomunicador que había sobre la encimera. Flynn miró hacia allí.
—O quizá no.
—Yo iré. Reúnete conmigo arriba.
Salió a toda prisa, reparando a medias en los cuadros que colgaban de las paredes: la escena callejera que había pintado en Florencia, la marina desde Outer Banks, el retrato de Flynn sentado al escritorio de su oficina.
Giró hacia la habitación de los niños. Allí las paredes también estaban decoradas con obras suyas: las coloridas escenas de cuentos de hadas que había pintado durante el embarazo.
En la cuna de relucientes barrotes, su pequeño lloraba reclamando atención.
—Sí, cielo, mamá ya está aquí.
Lo cogió y lo apretó contra su pecho.
Mientras lo arrullaba y se balanceaba, pensó que el niño tendría el cabello de su padre. Ya se le estaba oscureciendo, con esos reflejos castaños que relucían cuando la luz incidía sobre él.
Él también era perfecto. Absolutamente perfecto.
Pero mientras lo llevaba hacia la mesa para cambiarlo se le aflojaron las piernas.
¿Cómo se llamaba? ¿Cuál era el nombre de su hijo? Aterrorizada, lo estrechó con más fuerza, luego giró sobre sí misma cuando oyó que Flynn se asomaba por la puerta.
—Estás preciosa, Malory. Te quiero.
—Flynn. —Le pasaba algo en los ojos. Era como si pudiese ver a través de él, como si él se estuviese desvaneciendo—. Algo va mal.
—Nada va mal. Todo está perfectamente bien. Todo es justo como tú deseabas que fuese.
—No es real, ¿verdad? —Las lágrimas empezaron a escocerle en los ojos—. No es real.
—Podría serlo.
Hubo un destello luminoso, y Malory se encontró en un estudio inundado de luz. Había cuadros amontonados contra las paredes o en caballetes. Estaba frente a uno, brillante en color y forma. Tenía un pincel en la mano que mojó en su paleta.
—Yo he hecho esto —susurró mientras contemplaba el cuadro.
Era un bosque brumoso, con una luz verdosa. La figura que avanzaba por el sendero iba sola. Malory pensó que no estaba sola, sino que era una persona solitaria. Tenía su hogar al final del camino, y un poco de tiempo para disfrutar de la quietud y la magia de los bosques.
Su mano había hecho eso. Su mente, su corazón. Podía sentirlo, al igual que podía sentir y recordar todas las pinceladas de todos los lienzos de la estancia.
El poder de la creación, la gloria que conllevaba con todo su dolor y placer.
—Puedo hacerlo. —Con una especie de regocijo frenético, continuó pintando—. Tengo que hacerlo.
El júbilo era como una droga, y lo ansiaba. Sabía cómo mezclar el tono de color preciso, cuándo extenderlo, cuándo dedicarse a los detalles más delicados. Cómo crear esa luz, esa sombra, de modo que uno pudiese sentir que podía adentrarse en su interior, recorrer el sendero y encontrar su hogar al final del camino.
Pero mientras pintaba también empezaron a rodarle lágrimas por las mejillas.
—No es real.
—Podría serlo.
El pincel cayó al suelo y lo manchó de pintura, mientras ella se daba la vuelta.
Él estaba a su lado, bañado por los rayos del sol. Y aun así era oscuro. Sus cabellos, negros y relucientes, le caían como dos alas sobre los hombros. Sus ojos eran de un intenso gris piedra. Pómulos altos y pronunciados, mejillas hundidas y una boca carnosa y seductoramente perversa.
«Es hermoso», pensó Malory. ¿Cómo podía ser hermoso?
—¿Pensabas que tendría aspecto de demonio? ¿Como algo salido de una pesadilla? —Su tono divertido solo le añadió más encanto—. ¿Por qué habría de ser así? Ellos han hecho que tengas una pobre opinión de mí, ¿verdad?
—Tú eres Kane. —El miedo había anidado en ella, y sus frías manos le rodeaban la garganta—. Tú robaste las almas de las Hijas de Cristal.
—Eso no debería importarte. —Su voz también era hermosa. Melódica, balsámica—. Tú eres una mujer corriente en un mundo corriente. No sabes nada de mí ni de mi mundo. Yo no te deseo ningún mal. Más bien al contrario. —Con la gracia de un bailarín, se desplazó por la estancia; sus botas no producían ningún ruido en el suelo salpicado de pintura—. Este es tu trabajo.
—No.
—Oh, sí, y lo sabes. —Alzó un lienzo, examinó las líneas sinuosas de una sirena recostada en una roca—. Recuerdas haber pintado este cuadro, y los otros. Ahora sabes qué se siente al tener ese poder. El arte convierte en dioses a los hombres. —Dejó el lienzo en su sitio—. O a las mujeres. ¿Qué somos, en mi mundo, excepto artistas y poetas, magos y guerreros? ¿Tú quieres conservar ese poder?
Malory intentó enjugarse las lágrimas y observó su obra a través de ellas.
—Sí.
—Puedes tenerlo, todo el poder y más. El hombre que deseas, la vida, la familia. Te daré todo eso. El niño que sostenías en brazos puede ser real. Todo puede pertenecerte.
—¿A qué precio?
—A uno muy pequeño. —Deslizó un dedo por su mejilla húmeda, y la lágrima que le robó llameó en la punta de su dedo—. Muy, pero que muy pequeño. Solo has de permanecer en el interior de este sueño. Despertar y dormirte dentro de él, caminar, hablar, comer, amar. Todo lo que puedas anhelar estará aquí para ti. La perfección… sin dolor ni muerte.
Ella soltó un suspiro tembloroso.
—No hay llaves en este sueño.
—Eres una mujer lista. ¿Por qué te preocupas por unas llaves, por unas diosas bastardas que no tienen nada que ver contigo? ¿Por qué te pones en peligro a ti misma y a los tuyos por unas chicas imbéciles que no deberían haber nacido? ¿Renunciarías a tu propio sueño por unas desconocidas?
—No quiero un sueño. Quiero mi vida. No canjearé mi vida por tus ilusiones.
La piel de Kane se tornó blanca; sus ojos, negros.
—¡Pues piérdelo todo!
Malory chilló cuando él alargó sus manos hacia ella y de nuevo cuando el frío la acuchilló. Después sintió como si tiraran de su cuerpo mientras daba vueltas, y despertó jadeante, ya liberada, en su cama.
Oyó golpes en la puerta y gritos. Saltó de la cama aterrorizada. Se abalanzó hacia el salón a trompicones, y allí vio a Flynn, al otro lado de la puerta del patio, a punto de estrellar una silla contra el cristal. La soltó cuando ella le abrió la puerta.
—¿Quién está aquí? —La agarró por los hombros, la levantó en vilo y la apartó—. ¿Quién te ha hecho daño?
—Aquí no hay nadie.
—Estabas chillando. Te he oído chillar.
Entró corriendo en el dormitorio con los puños preparados.
—He tenido una pesadilla. No ha sido más que un mal sueño. Aquí no hay nadie aparte de mí. Tengo que sentarme.
Se aferró al sofá y se sentó lentamente.
Las piernas de Flynn también estaban un poco débiles. Malory había gritado como si algo la estuviese desgarrando. Él ya había tenido su buena ración de terror por la noche, pero no había sido nada comparada con lo que había sentido en lo más hondo desde el otro lado de la puerta de cristal.
Fue a la cocina y llenó un vaso de agua.
—Toma, bebe un poco. Despacio.
—Estaré bien dentro de un minuto. Me he despertado y tú estabas dando golpes y voceando. Todo está aún un poco confuso.
—Estás temblando. —Miró a su alrededor y vio un chal de felpilla. Lo echó por encima de los hombros de Malory y se sentó a su lado—. Cuéntame el sueño.
Ella sacudió la cabeza.
—No. Ahora mismo no quiero hablar de eso ni pensar en ello. Solo quiero estar sola un rato. No te quiero aquí.
—Es la segunda vez que me dices eso hoy; pero en esta ocasión no va a servirte de nada. De hecho voy a llamar a Jordan para avisarle de que esta noche me quedo aquí.
—Este es mi apartamento. Nadie se queda a menos que yo lo invite.
—Te equivocas de nuevo. Desvístete y métete en la cama. Te prepararé sopa o algo.
—No quiero sopa, no te quiero aquí. Y desde luego no quiero que me mimen.
—Entonces ¿qué cojones quieres? —Se puso en pie de golpe, vibrando de rabia y frustración—. Un minuto te tengo encima diciéndome que estás enamorada de mí y que quieres pasar tu vida conmigo, y al minuto siguiente me echas a patadas. Estoy harto de las mujeres, de sus señales equívocas, de sus mentes caprichosas y de sus malditas expectativas hacia mí. Ahora mismo vas a hacer lo que yo quiero, es decir, meterte en la cama mientras te preparo algo de comer.
Ella se le quedó mirando. Una docena de palabras insultantes y venenosas le treparon por la garganta, pero se le perdieron todas cuando rompió a llorar.
—Oh, Dios. —Flynn se frotó el rostro con las manos—. Buen trabajo, Hennessy. Te mereces un aplauso.
Fue hasta la ventana a grandes zancadas y miró hacia fuera mientras ella lloraba desenfrenadamente a su espalda.
—Lo lamento. No sé qué hacer contigo. No puedo resistirlo. No me quieres aquí, de acuerdo. Llamaré a Dana; no quiero que te quedes sola.
—Yo tampoco sé qué hacer conmigo. —Sacó un paquete de pañuelos de papel de un cajón—. Si te he enviado señales equívocas, no ha sido de forma deliberada. —Se secó la cara, pero las lágrimas siguieron brotando—. No tengo una mente caprichosa…, al menos no la tenía. Y no sé cuáles son mis malditas expectativas sobre ti. Ni siquiera sé cuáles son ahora mis malditas expectativas sobre mí misma. Y antes no era así. Estoy asustada. Me asusta lo que está ocurriendo a mi alrededor y dentro de mí. Y me asusta porque no sé qué es real. No sé si tú estás aquí de verdad.
Él volvió sobre sus pasos y se sentó de nuevo junto a ella.
—Estoy aquí —dijo mientras le cogía la mano con firmeza—. Esto es real.
—Flynn —recobró el control mirando sus dos manos unidas—, toda mi vida he deseado algunas cosas. Quería pintar. Desde que tengo recuerdos, quería ser artista. Una artista maravillosa. Estudié, trabajé y nunca llegué a alcanzar mi objetivo. Carezco de ese don. —Cerró los ojos—. Aceptar eso me dolió más de lo que puedo expresar. —Más sosegada, suspiró y miró a Flynn—. Lo mejor que podía hacer era trabajar con el arte, estar rodeada de él, encontrar una finalidad a ese amor. —Apretó una mano sobre el corazón—. Y descubrí que era buena en eso.
—¿No crees que hay algo noble en hacer aquello para lo que de verdad vales, aunque no fuese tu primera elección?
—Es una bonita idea, pero resulta muy duro prescindir de un sueño. Imagino que tú lo sabes.
—Sí, lo sé.
—Mi otro anhelo era amar a alguien y ser amada por él. Absolutamente. Saber, cuando me acostara por la noche y me levantara por la mañana, que ese alguien estaría conmigo. Que me comprendería y me desearía. Tampoco en eso he tenido demasiada suerte. Podía conocer a alguien y podía parecer que conectábamos. Pero nunca me llegó a lo más hondo. Nunca sentí ese salto, esa quemadura que se transforma en una maravillosa y creciente calidez; eso que sucede cuando sabes que esa persona es la que estabas esperando. Hasta que te conocí. No digas nada —se apresuró a pedir—, necesito terminar. —Volvió a beber agua para refrescarse la garganta—. Cuando esperas algo durante toda tu vida y lo encuentras, es como un milagro. Todas las partes de tu interior que han permanecido al acecho se despliegan y comienzan a palpitar. Antes de eso estabas bien; tenías objetivos y metas, y todo funcionaba como es debido. Pero luego hay mucho más. No puedes explicar qué es ese más, pero sabes que si lo pierdes nunca podrás volver a rellenar esos espacios vacíos del mismo modo. Jamás. Eso es terrorífico. Temo que lo que hay en mi interior sea una trampa. Temo despertar mañana y que lo que palpita aquí dentro se haya detenido, que esté silencioso de nuevo; temo no sentirme así. No sentirme como he deseado sentirme toda mi vida. —Sus ojos estaban secos por fin; su mano, firme mientras dejaba el vaso—. Puedo soportar que tú no me ames. Siempre queda la esperanza de que acabes amándome. Pero no sé si puedo soportar no amarte. Sería como…, como si me hubiesen arrebatado algo. No sé si puedo resistir estar como estaba antes.
Él le pasó una mano por el pelo y luego la atrajo para que apoyara la cabeza en su hombro.
—Nadie me ha amado nunca, no de la manera que tú dices. No sé qué puedo hacer al respecto, Malory, pero yo tampoco quiero perderte.
—He visto cómo podrían ser las cosas, pero no era verdad. Un simple día normal y corriente era tan perfecto como una piedra preciosa en la palma de la mano. Él me ha hecho verlo y sentirlo. Y ambicionarlo.
Flynn se recostó y giró con las manos el rostro de ella hacia él.
—¿Hablas del sueño?
Malory asintió.
—Me ha dolido más que ninguna otra cosa que haya tenido que dejar. Es un precio muy alto, Flynn.
—¿Puedes contármelo?
—Creo que debo hacerlo. Estaba cansada. Sentía como si me hubiesen sometido a un examen emocional. Solo quería tumbarme un poco, alejarme de todo durante un rato.
Empezó a narrarle el sueño: la experiencia de despertar con una sensación de completo bienestar, de moverse por una casa rebosante de amor y encontrarlo a él en la cocina preparándole el desayuno.
—Eso debería haberte dado una pista: ¿yo cocinando? Menudo fallo.
—Estabas preparándome torrijas. Es mi placer favorito en las mañanas de holgazanería. Hemos hablado de irnos de vacaciones y yo he rememorado los lugares en que habíamos estado, lo que habíamos hecho allí. Esos recuerdos estaban dentro de mí. Entonces se ha despertado el bebé.
—¿Bebé? —Su rostro se cubrió de una palidez glacial—. ¿Teníamos…? ¿Había… un bebé?
—Yo he subido a sacar a nuestro hijo de la cuna.
—¿Hijo?
—Sí, era un chico. En todas las paredes de la casa había cuadros míos. Eran preciosos, y yo me acordaba de haberlos pintado. Al igual que me acordaba de haber pintado los de la habitación de los niños. He cogido al pequeño colmada de un amor…, un amor tremendo por él. Y entonces…, y entonces resulta que no sabía su nombre. No podía llamarlo. Podía sentir su forma entre mis brazos, la suavidad y calidez de su piel; pero no conocía su nombre. Tú has aparecido en la puerta, y yo podía ver a través de ti. He sabido que no era real. Nada de aquello era real. —Tuvo que ponerse en pie, moverse. Fue a descorrer de nuevo las cortinas—. En el mismo momento en que he empezado a notar dolor, estaba en un estudio. En mi estudio, rodeada de mi obra. Podía oler la pintura y el aguarrás. Tenía un pincel en la mano y sabía cómo usarlo. Sabía todo lo que siempre había deseado saber. Era muy potente, como tener en brazos al niño que yo había engendrado. E igual de falso. Y él estaba allí.
—¿Quién estaba allí?
Malory respiró hondo y se giró.
—Se llama Kane. Es el ladrón de almas. Me ha hablado. Yo podría poseer todo aquello: la vida, el amor, el talento. Podría ser auténtico. Si yo permanecía allí, nunca tendría que renunciar a aquello. Tú y yo nos amaríamos. Tendríamos un hijo. Yo pintaría. Sería todo perfecto. Vive en el interior de un sueño y el sueño se convierte en realidad.
—¿Te ha tocado? —Se le acercó corriendo en busca de posibles heridas—. ¿Te ha hecho daño?
—Este mundo o aquel —dijo ella, de nuevo serena—. Era mi elección. Yo quería quedarme, pero no podía. No deseo un sueño, Flynn; da igual lo perfecto que sea. Si no es real, no significa nada. Y si me hubiese quedado, ¿no habría sido otra forma de entregarle mi alma?
—Estabas gritando. —Conmocionado, Flynn apoyó su frente en la de ella—. Estabas gritando.
—Ha intentado quitármela, pero yo he oído que me llamabas a voces. ¿Por qué has venido?
—Estabas enfadada conmigo, y no quería que lo estuvieras.
—Molesta —corrigió ella, y lo rodeó con sus brazos—. Y aún lo estoy, pero resulta un poco duro pasar por todo esto llena de irritación. Quiero que te quedes. Tengo miedo de dormirme, de volver atrás y no ser esta vez lo bastante fuerte para salir de nuevo.
—Eres lo bastante fuerte. Y si te hace falta, yo te ayudaré a salir.
—Esto podría no ser real tampoco. —Alzó su boca hacia la de él—. Pero te necesito.
Él le levantó las manos y las besó.
—Eso es lo único de lo que estoy seguro en este maldito lío. Malory, sea lo que sea lo que siento por ti, es real.
—Si no puedes decirme qué es lo que sientes, entonces muéstramelo. —Lo atrajo hacia sí—. Muéstramelo ahora.
Todas las emociones conflictivas, las necesidades, las dudas y los deseos se vertieron en el beso. Y mientras ella los aceptaba, y lo aceptaba a él, él se sintió bien. La ternura se extendió por todo su ser cuando la estrechó y la acunó entre sus brazos.
—Quiero mantenerte a salvo. No me importa si eso te irrita. —La llevó al dormitorio, la acostó en la cama y empezó a desvestirla—. Y si hace falta, seguiré interponiéndome en tu camino.
—No necesito a alguien que mire por mí. —Alzó una mano hasta su mejilla—. Solo necesito que tú me mires a mí.
—Malory, te estoy mirando desde el principio, incluso cuando tú no estás cerca.
Ella sonrió y arqueó el cuerpo para que él pudiese quitarle la blusa.
—Eso que has dicho es un poco raro, pero es bonito. Túmbate conmigo.
Estaban uno al lado del otro, con las caras juntas.
—Ahora mismo me siento bastante a salvo, y no es particularmente irritante.
—Quizá te sientas demasiado a salvo.
Le pasó un dedo por la curva de los pechos.
—Quizá. —Suspiró cuando él enterró el rostro en su cuello—. Eso no me asusta lo más mínimo. Tendrás que esforzarte mucho más.
Flynn rodó sobre ella y la inmovilizó, luego devoró sus labios.
—¡Oh, buen trabajo! —dijo ella a duras penas.
Se estremeció (eso bastó para que él se excitara), con la piel sonrosada y caliente. Flynn podía quedarse clavado a ella, a sus sabores y texturas. Podía perderse en aquel impulso torrencial de darle placer.
Estaba atado a ella. A lo mejor lo estaba ya incluso antes de conocerla. ¿Podría ser que todos los errores que había cometido, todos los cambios de dirección, estuviesen destinados a conducirlo hasta aquel momento y aquella mujer?
¿Había alguna posibilidad de elección?
Malory percibió que él iba a echarse atrás.
—No, no te vayas —le suplicó—. Déjame amarte. Necesito amarte.
Lo envolvió con sus brazos, utilizó su boca para seducirlo. En ese instante estaba dispuesta a prescindir del orgullo en favor del poder sin el menor reparo. Mientras su cuerpo se movía sinuosamente debajo del de Flynn, sintió cómo él vibraba.
Las manos acariciaron. Los labios tomaron. Gemidos entrecortados rasgaron el aire, que se había vuelto cargado y denso. Besos prolongados y profundos crecieron en intensidad y finalizaron en jadeos ansiosos.
Ahora él estaba con ella, unido a un ritmo demasiado primario para resistirlo. Los martillazos de su corazón amenazaban con romperle el pecho, y aun así no bastaba.
Quería darse un atracón de sus sabores, ahogarse en aquel mar de anhelos. En un momento ella se mostraba maleable y rendida, y al siguiente estaba tensa como un puño apretado. Cuando ella pronunció su nombre con un sollozo ahogado, él creyó que podía enloquecer.
Malory se puso sobre Flynn. Sujetándole las manos, lo guio hacia su interior, deslizándose muy lentamente, enmarañando su sistema nervioso.
—Malory.
Ella sacudió la cabeza y se inclinó para rozarle los labios con los suyos.
—Deséame.
—Te deseo.
—Déjame llevarte. Mira cómo te llevo.
Se arqueó hacia atrás, acariciándose el torso, los pechos, el cabello.
Y comenzó a galopar.
Él sintió un golpe de calor, como el estallido de una caldera que le convertía los músculos en gelatina y le abrasaba los huesos. Ella se erguía sobre él, esbelta y fuerte, blanca y dorada. Ella lo rodeaba, lo poseía. Lo espoleaba hacia la demencia.
El poder y el placer la consumieron. Aumentó el ritmo y cabalgó con más rapidez y potencia, hasta que su visión no fue más que un borrón de colores. «Vivos», era todo lo que podía pensar. Ellos dos estaban vivos. La sangre le ardía en las venas y palpitaba en su frenético corazón. Un sudor bueno y saludable le cubría la piel. Podía percibir el sabor de Flynn en los labios, y sentirlo a él latiendo en el centro de su cuerpo.
Aquello era la vida.
Se aferró a ella, se aferró incluso cuando la gloria llegó a ser irresistible. Hasta que el cuerpo de Flynn cedió, y ella lo dejó ir.
Flynn hizo lo prometido con la sopa, aunque pudo notar que a Malory le divertía verlo en su cocina removiendo el contenido de un cazo. Después puso música y luces tenues. No con ánimo de seducción, sino porque deseaba desesperadamente que ella siguiese relajada.
Tenía preguntas, un buen montón de preguntas sobre el sueño. La parte de él que sentía que plantear cuestiones era una obligación humana combatía con la parte que quería arropar a Malory y tenerla tranquila y a salvo un rato.
—Podría salir a por unos cuantos vídeos —sugirió—, y nos quedamos aquí sin hacer nada.
—No te vayas a ningún lado. —Se acurrucó más contra él en el sofá—. No hace falta que me distraigas, Flynn. Al final tendremos que hablar del sueño.
—No es necesario que sea ahora mismo.
—Yo pensaba que un periodista se dedicaría a buscar y reunir todos los elementos que merecieran llegar a la imprenta.
—Como El Correo no va a publicar ninguna historia sobre los mitos celtas en el valle hasta que todo haya acabado, no hay ninguna prisa.
—¿Y si estuvieses trabajando para el New York Times?
—Eso sería distinto. —Le acarició el pelo y tomó un sorbo de vino—. En ese caso sería duro y escéptico, y te instigaría a ti o a cualquiera para que desembuchara. Y probablemente estaría nervioso y estresado. Quizá tuviese un problema con la bebida. Estaría a punto de divorciarme por segunda vez. Y creo que me gustaría el bourbon, y habría una pelirroja a mi lado.
—¿Cómo crees de verdad que habrían sido las cosas si te hubieses marchado a Nueva York?
—No lo sé. Me gusta pensar que habría hecho un buen trabajo. Un trabajo importante.
—¿Piensas que el que haces aquí no lo es?
—Sirve a un propósito.
—Un propósito importante. No solo mantienes informada y entretenida a la gente, también has continuado con una tradición conservando el empleo de muchas personas. La plantilla del periódico, los repartidores, sus familias, ¿adónde habrían ido si te hubieses marchado?
—Yo no era el único que podía dirigirlo.
—A lo mejor eras el único que se suponía que iba a dirigirlo. ¿Te irías ahora si pudieras?
Él lo pensó.
—No. Tomé una decisión. La mayor parte del tiempo me alegro de haber optado por quedarme. Solo dudo de vez en cuando.
—Yo no sabía pintar. Nadie me dijo que no podía hacerlo ni me forzó a abandonar. Es solo que no era lo bastante buena. Debe de ser muy diferente cuando eres lo bastante bueno pero alguien te dice que no puedes.
—No fue exactamente así.
—¿Y cómo fue?
—Has de entender a mi madre. Ella hace planes muy precisos. Cuando mi padre murió, bueno, supongo que eso arruinó su plan A.
—Flynn…
—No estoy diciendo que no lo amase ni que no lamentase su pérdida. Por supuesto que lo amaba y lo lloró. Al igual que yo. Él la hacía reír. Creo que no la oí reír de verdad durante todo un año después de su muerte.
—Flynn —eso le rompía el corazón—, lo siento mucho.
—Ella es dura. Algo que puedes afirmar de Elizabeth Flynn Hennessy es que no es ninguna flojucha.
—Tú la quieres. —Malory le pasó una mano por el pelo—. No estaba muy segura de eso.
—Por supuesto que la quiero; pero no me oirás decir que fue fácil vivir con ella. De todos modos, cuando se recuperó fue la hora del plan B. Una buena parte del plan consistía en pasarme el control del periódico cuando llegase el momento. Entonces no me supuso ningún problema, pues se me antojó que ese momento quedaba lejísimos aún. Y que podría lidiar con la cuestión, y con mi madre, a su debido tiempo. Me gustaba pasarme por El Correo, aprender a dominar el periodismo, pero también la publicidad.
—Pero querías triunfar en Nueva York.
—Yo era demasiado bueno para un pueblo de mala muerte como Pleasant Valley. Tenía demasiado que decir, demasiado que hacer. Premios Pulitzer que ganar. Entonces mi madre se casó con Joe, el padre de Dana. Es un tipo estupendo.
—¿Hace reír a tu madre?
—Sí, vaya que sí. Formamos una buena familia nosotros cuatro. No sé si lo aprecié bastante en su momento. Con Joe allí, se redujo parte de la presión que había sobre mí. Imagino que todos dimos por hecho que ellos dos juntos se ocuparían del periódico durante décadas.
—¿Joe es periodista?
—Sí, llevaba años trabajando en El Correo. Solía bromear con que se había casado con el jefe. Él y mi madre formaban un buen equipo profesional, así que parecía que todo iba a funcionar perfecto. Después de la universidad, yo decidí adquirir experiencia aquí durante un par de años, para marcharme después a Nueva York y ofrecer allí mis inestimables habilidades y servicios. Conocí a Lily, y eso fue como la guinda del pastel.
—¿Qué ocurrió?
—Joe cayó enfermo. Si miro atrás, supongo que mi madre estaría desesperada ante la idea de poder perder de nuevo al hombre que amaba. Pero no le va mucho el exhibicionismo emocional. Es contenida y sencilla, pero posee la sabiduría de la experiencia. Me cuesta imaginar lo que supuso para ella. Tuvieron que mudarse. Él tendría más oportunidades de ganar tiempo si se alejaban de este clima y del estrés. Así que o yo me quedaba aquí o había que cerrar el periódico.
—Ella esperaba que te quedaras.
Flynn recordó lo que había dicho sobre expectativas.
—Sí. Que cumpliese con mi obligación. Estuve cabreado con ella durante un año, y otro año irritado. En algún punto del tercero empecé a resignarme. No sé exactamente cuándo eso se transformó en…, supongo que podríamos llamarlo satisfacción. Para cuando advertí que estaba satisfecho, compré la casa. Y luego llegó Moe.
—Yo diría que has abandonado los planes de tu madre y ahora estás metido en tus propios planes.
Flynn soltó una carcajada.
—Qué cabroncete soy. Sí, creo que sí.